Overblog
Edit post Seguir este blog Administration + Create my blog
4 mayo 2016 3 04 /05 /mayo /2016 23:00
Autor: Kalvellido (EN EL CUARTO CENTENARIO DE LA MUERTE DE MIGUEL DE CERVANTES)

Autor: Kalvellido (EN EL CUARTO CENTENARIO DE LA MUERTE DE MIGUEL DE CERVANTES)

Cuanto más banales e infantiles sean los mensajes, mayor capacidad de recuerdo y mejor penetración psicológica en las actitudes automáticas de la masa. Pensar críticamente requiere un esfuerzo suplementario y un contraste de opiniones polémico. Los cuentos de hadas vienen a nuestro encuentro para facilitarnos la penosa tarea de pensar contracorriente y situarnos en la duda razonable. Este sentimiento de fondo, cultural y somático, creado por los productores de iconos y consensos psicológicos nos ayuda a pensar como desea el sistema: dentro de la mayoría y al calor de los buenos

Armando B. Ginés

Y efectivamente, ahí tenemos al prototipo de país que pone en marcha dicho mecanismo psicológico y social (psicosocial) de una forma brillante, que son los Estados Unidos de América, que a pesar de poseer un historial de odio, guerra y destrucción, por ser el país paradigma del capitalismo mundial, sus líderes siguen trasladando (y su población se lo sigue creyendo) el mensaje de los buenos (ellos) contra los malos (los que no se quieren alinear con ellos). Pero volviendo a los dogmas del pensamiento dominante, en el artículo anterior asegurábamos que uno de los temas tabú del capitalismo es el reparto, y hasta qué punto está mal visto, genera, digamos, "malas vibraciones". Pero la realidad es bien distinta. El reparto tiene que ver con la capacidad humana de compartir, y saca a relucir los mejores sentimientos y actitudes. Los padres enseñan a sus hijos a compartir sus cosas (juguetes, etc.) con los demás niños, y entienden que esto es bueno, pero en la vida de adultos, las cosas parecen que cambian mucho, y el reparto ya es entendido como algo demoníaco. Ello es porque tenemos puestos los chips mentales del pensamiento dominante, que nos llevan al egoísmo, a la competencia, al individualismo. Lógicamente, todo lo que huela a reparto va en la dirección contraria. 

 

Pero no nos paramos a pensar en las tremendas ventajas que un reparto del trabajo, y de la riqueza en general, causaría al conjunto de la población. Si repartimos el trabajo trabajaríamos más, y trabajaríamos mejor, además de ser solidarios con los que menos tienen. Pero para ello, los actuales trabajadores (y sus respectivos empresarios) han de estar de acuerdo con estas medidas, pero no lo están. Ello implicaría, como decimos, tomar medidas de redistribución de la riqueza, de reajuste y de reparto de horarios, turnos, ganancias, etc., con todas sus consecuencias añadidas. En una palabra, ello supondría practicar una mayor solidaridad social. Y para esto el pensamiento dominante no nos prepara. Como mucho, nos da via libre para la solidaridad puntual y excepcional, por ejemplo cuando se montan los típicos escaparates audiovisuales con motivo de la recaudación de fondos para alguna buena causa. Pero la solidaridad colectiva y sistemática ya es otra cosa. De forma coyuntural, mientras no se vuelve a dotar al Estado de su función de empleador por excelencia, y no aumentamos netamente el número de puestos de trabajo, el reparto del trabajo existente sería una medida excelente. Pero como estamos viendo, esta medida es totalmente ignorada en el pensamiento dominante. Algo que sería tan natural en el mundo privado, es desechado en el mundo social. Por ejemplo, dentro de una familia no tendría sentido que algunos pasen hambre, mientras otros coman demasiado, sino que se repartiría la comida que hubiese entre todos los miembros. Son medidas de lógica y de racionalidad humana. No se comprende entonces por qué en la economía no podemos guiarnos también por dichas reglas. 

 

En el sistema capitalista, que es lo mismo que decir en el sistema económico dominante, el reparto sólo ha lugar, sólo es bienvenido, únicamente es implementado en cuanto a las pérdidas y los sacrificios. En épocas de crisis, es cuando repentinamente, "extrañamente", se nos habla de repartir. esto es, de repartir las pérdidas y los sacrificios. Entonces es cuando el pueblo existe. Sólo entonces es cuando las mayorías sociales somos tenidas en cuenta. Cuando las cosas van bien unos pocos se forran, y cuando van mal, todos debemos apretarnos el cinturón. Si una empresa privada va viento en popa, los beneficios son para los accionistas, los dueños, los consejeros, los directivos y los propietarios. En estas situaciones, se demoniza la intervención del Estado en la economía. Se privatizan las ganancias, que van a parar sólo a unos pocos. En cambio, si dicha empresa va mal, sí que se invoca entonces al papel ·"socializador" del Estado, se invoca entonces su intervención, justificándose para "rescatar" a la empresa (pobrecita), para que el resto de la sociedad se apriete el cinturón, para que dicha empresa y sus dirigentes puedan recuperarse. En estos casos, no se privatizan las pérdidas, sino que se socializan. Es decir, unas circunstancias que han ocurrido en el ámbito privado de la empresa (ámbito que es sagrado para el capitalismo), de repente se entiende que se ha de volver público, que se ha de socializar, es decir, que el esfuerzo "se ha de repartir" a toda la sociedad, para que toda ella contribuya en la recuperación de la empresa...¿no nos parece tremendamente cínico? Pues esta es la macabra lógica capitalista. 

 

Y es que los responsables de la economía, del funcionamiento de la sociedad, cobran (y no precisamente poco) por sus reponsabilidades, pero no pagan por ellas. Y al contrario, los que no ostentamos tanta responsabilidad, los/as trabajadores/as, pagamos por las culpas ajenas y no cobramos en relación a lo que aportamos a la sociedad. Como es lógico, sin trabajadores/as no hay economía. Somos la inmensa mayoría social. Sin la clase trabajadora no funcionarían las empresas, y el país se colapsaría completamente. Pero aún así, el sistema no nos valora, sino que nos utiliza únicamente como piezas de un puzzle, cuyas piezas encajan en este macabro juego de la ganancia de unos pocos, a costa del trabajo (y también del sufrimiento) de una mayoría social más desfavorecida. Pero no obstante el pensamiento dominante legitima este sinsentido, esta tremenda injusticia, legaliza esta barbaridad, le da amparo normativo (incluso hasta ético y moral), potencia esta desigualdad, justifica estas prácticas, legitima por tanto esta injusticia. Nos dice que esto es lo que hay, que hay que funcionar así, que no podemos funcionar de otra manera, porque eso sería tanto como atentar contra las reglas sagradas de la economía, y eso no es posible. El pensamiento dominante nos dice que tenemos que aguantarnos, y que si no queremos aceptarlo, que nos hagamos también empresarios, o que nos vayamos a trabajar a la empresa pública, o que nos hagamos funcionarios públicos. Pero para el pensamiento alternativo, está claro que hay que sustituir este sistema por otro. 

 

Hay que sustituir un modelo en el cual el beneficio y el capital son los absolutos protagonistas, por otro modelo en el cual los protagonistas sean las personas, sus necesidades, los beneficios sociales, el interés general. Sustituir un modelo que beneficia a una pequeñísima parte de la humanidad y que perjudica a la gran mayoría, por otro modelo donde la gran mayoría sea la beneficiada. Sustituir un modelo donde la mayoría tiene cada vez menos derechos reales, mientras unos pocos poseen cada vez más privilegios, por otro modelo donde todo el mundo tenga los mismos derechos, y las mismas oportunidades. Y podríamos preguntarnos: ¿Quién saldría perjudicado si el capitalismo desapareciera? Pues a simple vista, unos pocos privilegiados que perderían ciertos privilegios, que serían menos poderosos, y que dejarían de ser tan ricos. ¿Quién se beneficiaría? La inmensa mayoría de la población humana y el planeta Tierra, incluyendo al resto de seres que lo habitan, animales y plantas incluidos. La gran diferencia con respecto a la situación actual sería que unos pocos perderían privilegios y todos ganarían en derechos (incluso los actuales privilegiados que tendrían los mismos derechos que el resto). Unos pocos perderían poco y muchos ganarían mucho. Unos pocos dejarían de vivir tan opulentamente mientras el resto viviría más dignamente, con más seguridad y tranquilidad. Y todos, incluidas las minorías egoístas e irresponsables que nos dominan en la actualidad, los adalides del pensamiento dominante, los paladines del capitalismo globalizado, ganarían también en estabilidad y en sostenibilidad. Toda la especie humana y todo el planeta se asegurarían no ya sólo un futuro, sino un futuro digno. Ahora mismo no lo tenemos. Continuaremos en siguientes entregas.

Compartir este post
Repost0

Comentarios