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6 julio 2017 4 06 /07 /julio /2017 23:00
Arquitectura de la Desigualdad (45)

Hay un hecho que debe preocupar a todos los ciudadanos del mundo: el desplazamiento del poder de los Estados-Nación hacia el de unos pocos conglomerados financieros que operan a nivel global, cuyo poder es mayor que el de cualquiera de los Estados tomados individualmente. Estos realmente detentan el poder real en todas sus ramas: financiera, política, tecnológica, comercial, medios de comunicación y militar

Leonardo Boff

A estas alturas de la presente serie de artículos (y aún estamos desarrollando el primer gran bloque temático), creemos que hemos demostrado sobradamente cómo la concentración masiva de recursos en manos de una poderosa minoría repercute negativamente sobre el conjunto de la sociedad, incluyendo la amenaza que supone para una gobernanza responsable. Nos estamos basando sobre todo, en este recorrido, por los diversos informes de la ONG Oxfam Intermón, que están disponibles gratuitamente en Internet para todos los lectores y lectoras que deseen consultarlos más a fondo. Quienes poseen dinero, poder y riqueza pueden utilizarlo para comprar más poder e influencias, manipulando en su favor las leyes, las decisiones, las normativas y las políticas, generando con todo ello una diabólica espiral de aumento de las desigualdades. De lo que se trata es de que los gobernantes y las instituciones representen de verdad al conjunto de la ciudadanía, de recuperar dicha representación, dichos intereses y dicha soberanía, para poder revertir las nocivas medidas que se toman, y que están destinadas, como estamos comprobando, a perpetuar esta arquitectura de la desigualdad. De hecho, las encuestas de opinión que se realizan tanto a nivel nacional como internacional, por diversas ONG's y asociaciones de derechos humanos, reflejan claramente que la ciudadanía de todo el mundo está profundamente preocupada porque sus respectivos Gobiernos no actúan en defensa de los intereses de las mayorías sociales, sino en nombre de dichas poderosas y minoritarias élites nacionales e internacionales. 

 

Pero por mucho que consigamos expresar con cifras, con hechos y con datos la realidad de esta arquitectura consagrada a la desigualdad, el panorama no será revertido mientras el conjunto de la ciudadanía no actúe en consecuencia. Hay que pasar a la lucha y a la acción decidida, pacífica pero firme. La Historia ha demostrado una y otra vez que el único antídoto contra el secuestro democrático que hemos descrito en anteriores entregas, es la movilización de una ciudadanía informada, activa, empoderada y decidida, valiente y tenaz, constituyendo el elemento imprescindible en la lucha contra la desigualdad. Este es el verdadero objetivo de esta serie de artículos: formar mentalidades concienciadas de nuestra arquitectura social, para a través de ellas empoderar y movilizar a la población, para que seamos capaces de revertir esta injusta y peligrosa situación. Por tanto, desde esta humilde tribuna volvemos a hacer un llamamiento a la conciencia popular, al poder de clase, a la conciencia del pueblo, de las mayorías sociales explotadas y precarizadas, para que seamos capaces de unir nuestros esfuerzos y los encaminemos a construir un sistema económico y político más justo. Un sistema que reconozca y ponga en valor a la mayoría de los/as ciudadanos/as, revirtiendo las normas que hasta ahora han sido elaboradas según los intereses de una minoría y que han proyectado la actual arquitectura de la desigualdad. Un sistema que básicamente equilibre la situación a través de políticas que redistribuyan los recursos, las riquezas y el poder. Hay que conseguir que los Gobiernos trabajen para el conjunto de la ciudadanía, y hagan frente a la desigualdad social que padecemos. Para ello hay que empoderar al pueblo, a las mayorías sociales, pues las promesas electorales no son garantía para conseguirlo. 

 

Hemos de cambiar los parámetros de la gobernanza, y ello sólo puede conseguirse ampliando los mecanismos que la propia democracia pone a disposición de la población. Hemos de tender hacia democracias cada vez más plenas y potentes, donde la voz de los votantes cada vez sea más escuchada, y sus opiniones tenidas en cuenta. Hemos de desarrollar los tipos de democracia con la vista puesta en una mayor capacidad de decisión por parte de la ciudadanía, pues de otro modo, los intereses de la mayoría jamás serán atendidos. Por tanto, una democracia real, completa, eficaz e inclusiva es fundamental para garantizar que los Gobiernos (a cualquier escala, ámbito o nivel) e instituciones representen a la ciudadanía, y no a los intereses empresariales organizados. El problema es el desarrollo de la información, y sobre todo, de la concienciación. Mientras el 95% de las empresas están representadas por alguna asociación u organización que defiende sus intereses, el grado de la organización y representación de la ciudadanía no llega ni siquiera al 30% (incluyendo organizaciones sindicales, vecinales, sociales, de consumidores, de economía social, del tercer sector, del voluntariado, etc.). El grado de concienciación de clase de la élite minoritaria y poderosa es mucho mayor que el de las capas más populares y vulnerables. Y esto es lo primero que hay que corregir. Hemos de desarrollar la conciencia social. Hemos de entender los problemas de clase, y actuar en unión para la protección de unos mismos intereses. Los históricos lemas sindicales nos indican el camino: la unión hace la fuerza. Aplicados a la arquitectura de la desigualdad, esto se traduce en que la unión en actitud, objetivos y determinación de la inmensa mayoría de las capas populares de la población tienen un poderío inmensamente superior a la unión de los componentes de esas élites minoritarias que nos explotan. 

 

Si no comenzamos a recorrer ese camino, la arquitectura de la desigualdad se irá incrementando, alcanzando cada vez mayores cotas de desigualdad social, económica y de género, que son las principales vertientes de la misma que hemos ido exponiendo en entregas anteriores. De hecho, ya hoy día, la enorme desigualdad está afectando a la estabilidad social en el seno de los países (tanto occidentales como orientales, tanto pobres como ricos), y supone una amenaza de facto para la seguridad en el ámbito mundial. No es éste momento ni lugar para analizarlo con detalle (lo estamos haciendo en nuestra serie de artículos "Por la senda del Pacifismo", porque entendemos que encuadra mejor en su contexto), pero es evidente que la propia desigualdad constituye una amenaza fundamental para la paz de las sociedades en todos los lugares del mundo. Digámoslo sin paños calientes: asuntos como la desregulación de los mercados, la inequidad de los sistemas fiscales, las leyes que facilitan la evasión fiscal, las políticas de económicas de (falsa) austeridad (que provocan exilio, paro, pobreza, miseria, exclusión...), las políticas que perjudican desproporcionadamente a las mujeres, y la atención de los gobiernos e instituciones hacia los intereses de los más ricos y poderosos, pueden considerarse hoy día las principales causas de la inmensa mayoría de los focos de inestabilidad social, conflictos bélicos y atentados terroristas en todo el mundo. Y ello porque la propia arquitectura social consagrada a la desigualdad genera, como no podría ser de otra forma, sociedades injustas e inestables, y por tanto, proclives a los estallidos sociales en mayor o menor medida, a las revueltas populares y a los conflictos de todo tipo. 

 

O si se prefiere, podemos concluir en sentido inverso que si no existieran los paraísos fiscales en el mundo, si se reorganizaran las normas del comercio internacional, si no existiera el perverso mecanismo de la deuda pública de los países, si se restringiera el avasallador poder de las grandes corporaciones, si no se utilizara la riqueza económica para obtener favores políticos, si se respaldaran políticas fiscales justas y progresivas, si la inmensa mayoría de la clase trabajadora tuviera acceso a puestos de trabajo dignos, estables y con derechos, y si los Gobiernos aseguraran sistemas de protección social completos, públicos, gratuitos y universales para el conjunto de su ciudadanía, disfrutaríamos de una mayor estabilidad y paz social en todo el mundo. La base de la pirámide para conseguir todo lo anterior ya la hemos mencionado anteriormente: se llama democracia. Es hora por tanto de actuar de forma valiente y decidida. Hemos llegado a un nivel de desigualdad sin precedentes en la Historia, que pone de manifiesto que, si no se establecen controles sobre las instituciones representativas, éstas se deteriorarán aún más y las diferencias en riquezas y poder entre ricos y pobres, entre la élite minoritaria y las mayorías sociales, podrían perpetuarse hasta hacerse irreversibles. Es un riesgo que no podemos correr. No podemos esperar nada de las empresas, de las corporaciones, de los ricos y de los políticos a su servicio. Ha de ser, como afirmábamos antes, la propia ciudadanía organizada, el tejido de la sociedad civil, el que se ponga al servicio de la movilización organizada para forzar a un nuevo conjunto de políticas, a un tipo de decisiones dirigidas a otros objetivos, mirando bajo otros prismas, enfocadas hacia otros intereses. Sólo un verdadero cambio en el sentido de las políticas será capaz de revertir la peligrosa senda de la inequidad que llevamos. Continuaremos en siguientes entregas.

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