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20 febrero 2019 3 20 /02 /febrero /2019 00:00
Viñeta: Moro

Viñeta: Moro

El racismo moderno se ha preocupado de crear un “nosotros” (nacido aquí, blanco y católico) y un “ellos” (el resto), de tal forma que a cualquier persona perteneciente a ese “ellos” no se le vea como un vecino o vecina, sino como alguien ajeno que nada tiene que ver con ese “nosotros”. A partir de ahí viene el resto, como la creación de colectivos de inmigrantes con supuestos objetivos comunes que atentan contra ese ficticio “nosotros”, ya sea nuestra sanidad, nuestra educación, nuestro sistema de protección social, nuestra religión o nuestra seguridad, deshumanizando a las personas inmigrantes sin tener en cuenta su individualidad y metiendo en el mismo saco a diferentes personas que, dicho sea de paso, lo que les une es la búsqueda de la felicidad y no el color de la piel o su lugar de nacimiento

Toni Ramos

La viñeta de entradilla de esta entrega, del siempre genial Moro, nos viene de perlas para introducir el asunto que vamos a tratar a continuación, que no es otro que las terribles consecuencias de la migración infantil. Si ya la migración adulta se nos ofrece como un asunto tremendamente duro de asumir, es fácil imaginar que los fenómenos migratorios, cuando involucran a niños y niñas, seres inocentes, que además tienen menores posibilidades de resistir y de defenderse que los adultos, la cosa se vuelve realmente escalofriante. Los niños y niñas pueden viajar junto a adultos (sus padres, familiares, amigos...), o en los peores casos pueden viajar solos, y para ellos/as hemos construido el acrónimo MENA (por Menores No Acompañados). Este artículo de Baher Kamal para el medio internacional IPS que vamos a seguir a continuación, nos introduce muy bien esta tragedia. Anualmente, millones de niños y niñas, ya traumatizados por las terribles experiencias que han sufrido, atraviesan fronteras internacionales sin la compañía de adultos, que constituyen fáciles presas para las mafias que se dedican al tráfico y a la trata de personas en todo el mundo. UNICEF señala que hasta un 28% de la niñez refugiada y migrante puede verse abocada a ese cruel destino. No debemos jamás perder el norte, y olvidar que, incluso en estos casos, un niño siempre es un niño, no puede ser otra cosa, y su protección de los fenómenos que generen violencia, abuso o explotación debe ser una prioridad de los países libres y civilizados, y en general de toda la humanidad. Los niños y niñas de hoy serán los adultos del mañana, y de nuestra capacidad para formar personas críticas, libres e íntegras dependerá el futuro de la humanidad. Por regiones, el África subsahariana y América Central y El Caribe poseen la mayor proporción de niños y niñas entre las víctimas de tráfico y de trata, a razón de un 64% y un 62%, respectivamente. El número de los MENA se quintuplicó desde el año 2010, y muchos refugiados y migrantes de corta edad, niños y adolescentes, transitan por rutas sumamente peligrosas, a menudo a merced de los traficantes, para llegar a sus destinos. 

 

Al menos 300.000 MENA fueron contabilizados en 80 países durante 2015 y 2016, frente a los 66.000 de 2010 y 2011, según el citado informe de UNICEF. Y como aseguraba su Director Ejecutivo, Justin Forsyth, "Un niño que se desplaza solo ya es demasiado". Y añadió: "Traficantes despiadados explotan su vulnerabilidad para su beneficio personal, ayudando a los niños a cruzar las fronteras, solo para venderlos a la esclavitud y prostitución forzada. Es inadmisible que no estemos defendiendo adecuadamente a los niños de estos depredadores". Como ocurre en el caso de los adultos, la legislación y el derecho internacional son absolutamente ignorados. En este caso, la Convención sobre los Derechos del Niño compromete a los Estados a respetar y asegurar la aplicación de los derechos de cada niño sujeto a su jurisdicción, sin distinción alguna. Es una absoluta vergüenza tener que contemplar hechos donde se viola flagrantemente la integridad y la seguridad de estos menores, y las autoridades y gobernantes implicados no hacen nada para evitarlo. Ni siquiera las imágenes más horripilantes, como las del famoso niño Aylan Kurdy ahogado en aguas del Mediterráneo, fue capaz de conmover a nuestros políticos para evitar que hechos así se continuaran produciendo. De eso hace ya 4 años, y desde entonces, cientos de niños y niñas han seguido ahogándose en nuestro Mare Nostrum. Otro informe de la misma organización señala que los niños y mujeres refugiados y migrantes sufren sistemáticamente violencia sexual, explotación, abuso y detención a lo largo de la ruta migratoria del Mediterráneo central desde el norte de África a Italia. Esta agencia de la ONU para la infancia calcula que al menos 180.000 personas (incluidos más de 25.000 MENA) recurrieron a traficantes en 2016 para intentar llegar a Italia. En la ruta más peligrosa (desde el sur de Libia hasta Sicilia), una de cada 40 personas fue asesinada. Se trata de una ruta controlada principalmente por contrabandistas, traficantes y otras personas que buscan atrapar a niños/as y mujeres desesperadas que simplemente están buscando refugio o una vida mejor. Se vuelve más imperioso que nunca, para este caso de los niños/as migrantes, conminar a nuestras autoridades y gobernantes para que diseñen otra Politica de Fronteras, que abra y diseñe vías y garantías más seguras y legales para proteger a los niños migrantes. 

 

En este sentido, la organización UNICEF ya ha instado varias veces a la Unión Europea a adoptar estas políticas a nivel comunitario. Se necesita una agenda que haga hincapié en la necesidad de proteger a los niños y niñas refugiadas y migrantes, en particular aquéllos que no viajan acompañados, de la explotación y de la violencia. UNICEF también ha exhortado a los diferentes Gobiernos a cesar la detención de niños/as que solicitan refugio o emigran mediante una serie de alternativas prácticas, y mantener a las familias unidas como la mejor manera de proteger a la infancia. La Administración Trump, en EE.UU., por su parte, hace gala de una mayor dejadez aún de sus funciones, pues expresamente separa a los niños/as de sus padres y madres, mientras se comprueba la legalidad de la presencia de los mismos en el país, proceso que puede durar meses. UNICEF también recomienda que los niños refugiados y migrantes sigan recibiendo educación formal, y que tengan acceso a servicios de salud y demás derechos de calidad, presionar para actuar sobre las causas subyacentes de los movimientos a gran escala de refugiados y migrantes, y promover medidas para combatir la xenofobia, la discriminación y la marginación en los países de tránsito y destino. La infancia es un período absolutamente fundamental en la vida de una persona, que puede marcarle definitivamente el resto de sus días. Es imprescindible que protejamos a la infancia de los destinos más crueles, para preservar sus derechos y velar por su seguridad. Es una permanente obligación de la comunidad internacional proteger a la infancia de todos estos peligros y situaciones, por no hablar de los centenares de niños y niñas que son secuestrados para vender sus órganos, reclutados por organizaciones terroristas como niños soldado, o explotados en duras labores de esclavitud moderna. Los niños migrantes (y muy especialmente los MENA) son el principal objetivo de estas perversas mafias, que se lucran a través de los más abominables negocios. Una revisión profunda de nuestra Política de Fronteras minimizará la cantidad de niños/as expuestos a estos peligros. 

 

Las fronteras son peligrosas para los migrantes pobres, es una realidad donde nos lleva abocando el propio capitalismo, que discrimina a la gente sin recursos, los desclasa y los margina hasta el límite. Casos recientes en el tiempo como los de Lampedusa o Ceuta no son anomalías, sino la normalidad en las fronteras. Hoy día, la Política de Fronteras es una política de alambradas, de violencia, de mentiras. Es una política de opacidad, una política criminal. Una política que no respeta los más elementales derechos humanos. El capitalismo nos conduce a la creación de un relato caracterizado por la ausencia de memoria, de imaginación y de responsabilidad. Un macabro relato según el cual las vidas de los extranjeros pobres no valen nada, y pueden ser atacadas. Al normalizarse esta violencia, el naufragio de pateras, la denegación de auxilio a los buques humanitarios, o las muertes por la voluntad de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado de impedir el paso a estas personas, se vuelve noticia cotidiana y recurrente. Conocemos incluso la existencia de naufragios en alta mar de los que nadie se entera, que no trascienden a los grandes medios de comunicación, producto de rutas cada vez más largas y peligrosas para sortear los obstáculos de las militarizadas fronteras y de los dispositivos de detección. Nos consta también que los barcos de la OTAN han dejado morir a inmigrantes en alta mar. Sabemos igualmente que los cuerpos policiales marroquíes o argelinos violan sistemáticamente a las mujeres que transitan hacia Europa. De hecho, nuestras prácticas fronterizas no son tan diferentes a las del gran hermano norteamericano. Sabemos también que los vuelos de deportación son cada vez más peligrosos, y que muchos "accidentes" han tenido lugar en ellos. Por no hablar de las crueles maneras que sufren los migrantes presos en los CIE, de los que hablaremos in extenso en su momento. Se cuentan por decenas los informes que demuestran las atrocidades cometidas en el interior de estos centros. El racismo callejero e institucional también está a la orden del día: redadas de los Cuerpos de Seguridad, comprobación de identidades por perfiles étnicos, racismo en medios de transporte (trenes, autobuses...). La discriminación y el racismo han llegado a límites insoportables. Las principales ONG denuncian cientos de casos diarios. 

 

¿Y qué hacen ante estos datos nuestros gobernantes? Negarlos, mentir, esconder, minimizar, alegar que son hechos "aislados", etc. Nunca se enfrentan a ellos realmente, porque enfrentarse de verdad al racismo, como hacerlo de verdad frente al machismo, requiere cambios profundos en nuestra sociedad, tan profundos que quizá no interesen al sistema. A ese sistema que nos vigila y nos gobierna, y no permite que "saquemos los pies del plato". Racismo cotidiano, discriminación institucional, tratamiento vejatorio, explosión de prejuicios de todo tipo, carrusel de mentiras y falacias continuas, y políticas criminales que sacrifican a las personas, que las cosifican, que las aniquilan. La bajeza moral de la ciudadanía, y la violencia policial se dan continuamente. ¿Cuándo llegará el día en que, fruto de una Política de Fronteras verdaderamente humana, "hombres y mujeres migrantes cruzaran la frontera de sur a norte con la misma naturalidad con que millones de turistas, militares, diplomáticos, cooperantes, y empresarios europeos y españoles la cruzan de norte a sur"? (en palabras de Eduardo Romero, en este artículo para eldiario.es). La normalidad, como Eduardo Romero señala, es que los policías disparen y los migrantes mueran. La normalidad es que se hundan las embarcaciones y no reciban socorro. La normalidad es que los migrantes sean discriminados a diario en cualquier medio, actividad o tratamiento institucional. La normalidad son los muros y las alambradas. La normalidad, al cabo del año, es contabilizar las decenas de miles de cadáveres en las fronteras. Es una perversa "normalidad" que nos martillea cada día, que ya ha dejado de conmovernos, que ha dejado de impresionarnos, que ya incluso hemos normalizado, y que además, magnificamos con perversos términos como "oleadas" o "invasiones"...de pobres. Hace ya dos décadas, el fenómeno de la llegada de inmigrantes a las Islas Canarias (la "crisis de los cayucos") era convertido por los medios en un grave problema demográfico. Ya entonces los medios hablaban de invasiones de "20 millones de africanos", y demás barbaridades por el estilo. Continuaremos en siguientes entregas.

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