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31 marzo 2019 7 31 /03 /marzo /2019 23:00
Viñeta: Iñaky y Frenchy

Viñeta: Iñaky y Frenchy

Me parece que todas las consecuencias de la crisis ecológica que se avizoran en el futuro próximo, especialmente el de la posibilidad de la extinción casi total de la vida sobre la Tierra, convierten al ser humano en un ser trágico pero privilegiado al mismo tiempo. Esto se debe a que pesaría sobre aquel el destino no solo de su propia especie, sino de una gran parte de las formas de vida en el planeta, pudiendo su práctica revolucionaria contribuir (o no) con la aminoración de dicha carga. Una práctica revolucionaria que incorpore una visión realista y no negadora de tal situación podría dar, por ejemplo, visos de esperanzas a la humanidad y a ciertas especies; aunque no creo que pueda ya revertir una gran parte del desastre que se ha alcanzado con el capitalismo. La desaparición de más de la mitad de animales, como muchos estudiosos predicen, condiciona así para siempre nuestro destino como especie. Nadie puede saber realmente cuánto nos queda de tiempo sobre la Tierra, pero sí estoy seguro de que la práctica revolucionaria podría alargar un poco más nuestra estadía sobre este paraíso “perdido”

Lucho Torres (fundador del Blog “Un Marxismo para el planeta”)

Continuando con la exposición de la corriente ecosocialista que ya comenzamos a esbozar en el anterior artículo con la ayuda de este fantástico artículo de Michael Löwy, hay que indicar que el ecosocialismo también proclama un incremento sustancial del tiempo libre. En este asunto también coincide con la filosofía propia del Buen Vivir, que sostiene que una mayor dedicación a la propia libertad, al ocio, al recreo, a la contemplación, al pensamiento y a la reflexión, al disfrute de lo que nos rodea, al cultivo de nuestras pasiones, redundará siempre en una mejora del ser humano, tanto en su interior (felicidad) como en su exterior (relación con los demás). La planificación, reparto y reducción del tiempo de trabajo influyen poderosamente en que podamos dedicar más tiempo a estas tareas, que hemos ido perdiendo según iba acrecentándose la alocada vida capitalista, sobre todo en las grandes urbes. Un aumento significativo del tiempo libre es, de hecho, una condición para la participación de las personas trabajadoras en la discusión y administración democrática de la economía y de la sociedad, lógicamente en sus aspectos más locales (que es donde la población se ve más afectada), pero también en sus aspectos más globales o generales. El tiempo libre es dedicación a tareas diferentes a (la que sea) nuestra ocupación principal (trabajo o proyecto personal), pero es también una puerta abierta a poder dedicar tiempo a temas que la sociedad actual no nos permite, debido al ritmo de vida frenético que nos impone. Sobre todo, más tiempo libre es fundamental para aposentar con calma nuestras vivencias, nuestros pensamientos y reflexiones, algo que parece que hemos perdido bajo los parámetros de la sociedad de la "inmediatez" a la que nos someten las nuevas tecnologías y redes sociales de comunicación. 

 

De este modo, esa "planificación ecológica democrática" (que ya habíamos introducido en el artículo anterior) representa un ejercicio por parte de la sociedad completa de su libertad para controlar las decisiones que afectan a su destino. Hoy día solemos dejar estos aspectos a nuestros representantes políticos, que además suelen incumplir sus promesas electorales, y sumergirnos en un maremágnum de planes, decisiones y medidas que no solemos comprender, o al menos, que no analizamos con la profundidad que sería deseable. Si bajo un ideal democrático no se entregaría el poder de decisión político a una pequeña élite, ¿por qué no debería aplicarse el mismo principio a las decisiones económicas? Bajo el capitalismo, el valor de uso (el valor de un producto o servicio para el bienestar) sólo existe al servicio del valor de cambio, o valor en el mercado. Así, muchos productos en la sociedad contemporánea son socialmente inútiles, o diseñados para su rápido recambio (mediante la llamada obsolescencia programada, que pondrá fin a la vida útil de tal producto en un tiempo predeterminado). Al contrario, en una economía planificada ecosocialista, el valor de uso sería el único criterio para la producción de bienes y servicios, con consecuencias económicas, sociales y ecológicas de largo alcance. La planificación pondría el foco en las decisiones económicas a gran escala, no en las decisiones a pequeña escala que podrían afectar a empresas más locales. Es importante señalar que una planificación así es consistente con las decisiones de la ciudadanía, pero también con el control democrático de los trabajadores de dicha empresa.

 

La decisión, por ejemplo, de transformar una planta desde la producción de automóviles a la producción de autobuses, metro o tranvías sería tomada por la sociedad en su conjunto, pero la organización interna y el funcionamiento de la empresa serían controlados democráticamente por sus trabajadores/as. Dicho control democrático debería realizarse a todos los niveles (local, regional, nacional, continental e internacional), según los ámbitos de gestión, actuación o funcionamiento. Por ejemplo, asuntos ecológicos de alcance planetario tales como el calentamiento global, deberían ser abordados a una escala mundial, y por lo tanto requieren de alguna forma de planificación democrática internacional. El debate democrático y pluralista debería ocurrir a todos los niveles. A través de partidos, plataformas u otros movimientos políticos, las diversas propuestas serían presentadas a las personas, y los y las delegados/as serían elegidos/as de forma consecuente con ello. Sin embargo, para ello, la democracia representativa debe ser complementada (y corregida) por una democracia directa ejercida por Internet, a través de la cual las personas elijan (a nivel local, nacional, y después mundial) entre las opciones sociales y ecológicas presentadas. Y así, se podrían decidir cuestiones como: ¿Debería ser gratis el transporte público? ¿Deberían los dueños de automóviles privados pagar impuestos especiales para subsidiar el transporte público? ¿Debería subsidiarse la energía solar para poder competir con la energía fósil? ¿Debería reducirse la semana laboral a 30, 25 o menos horas, con la consiguiente reducción de la producción? Al respecto, y para una mayor información de las posibilidades reales de planteamiento concreto, remito a mis lectores y lectoras a la serie de artículos que publicamos bajo el título "Objetivo: Democracia", donde reflexionamos y exponemos las diversas posibilidades de implementación. 

 

Evidentemente, una planificación democrática como la que aquí presentamos necesita contribuciones expertas, pero su rol es educativo, es presentar visiones informadas sobre resultados alternativos a la consideración en procesos populares de toma de decisiones. Es decir, necesitamos expertos que nos informen sobre las materias en cuestión objeto de las decisiones, pero dejando siempre éstas al foro ciudadano. ¿Tenemos garantías de la que el conjunto de la ciudadanía elegirá siempre las opciones correctas? En absoluto. El ecosocialismo apuesta por que las decisiones democráticas se vuelvan cada vez más razonadas e ilustradas, a medida que la cultura, la ciencia y el conocimiento avanzan, y rompemos con las ataduras y la hegemonía de los mercados. Los altos niveles de conciencia socialista y ecologista sólo se podrán conseguir a través de la lucha, de la auto-educación y de la experiencia social. Cualquier renuncia a estos objetivos democráticos (por ejemplo, bajo una especie de "dictadura ecológica de expertos" simplemente sería dejar el gobierno en manos tecnócratas, que pueden obedecer a otros intereses). Lo que debe garantizarse siempre y en todo momento, y para cualquier asunto, es la igualdad de condiciones y oportunidades para exponer todas las visiones, posibilidades y propuestas. Michael Löwy explica: "La gran transición desde el progreso destructivo capitalista hacia el ecosocialismo es un proceso histórico, una transformación revolucionaria y permanente de la sociedad, la cultura y las mentalidades. Promulgar esta transición lleva no sólo a un nuevo modo de producción y una sociedad igualitaria y democrática, sino que además a un modo de vida alternativo, una civilización ecosocialista, más allá del reino del dinero, más allá de los hábitos de consumo producidos artificialmente por la publicidad, y más allá de la producción ilimitada de mercancías inútiles y/o dañinas para el ambiente".

 

Y concluye: "Un proceso de transformación como éste depende del apoyo activo de la vasta mayoría de la población para un programa ecosocialista. El factor decisivo en el desarrollo de la conciencia socialista y la preocupación ambiental es la experiencia colectiva de la lucha, desde las confrontaciones locales y parciales hasta el cambio radical de la sociedad mundial como un todo". Así mismo, el ecosocialismo pone en debate el verdadero significado de los clásicos términos "progreso", "bienestar", "desarrollo", etc., contaminados de forma tóxica por la influencia nociva del capitalismo desaforado, por unos conceptos más coherentes con el resto de la filosofía del ecosocialismo. Debemos optar por otro paradigma de desarrollo, enfrentando el pernicioso "crecimiento" actual. Un nuevo paradigma de desarrollo significa poner término al escandaloso desperdicio de recursos bajo el capitalismo, impulsado por la producción a gran escala de productos inútiles y dañinos. La industria de las armas es, por supuesto, un ejemplo dramático, pero más en general, el propósito primario de muchos de los bienes producidos es generar y maximizar beneficios para las grandes corporaciones. El tema no es el consumo excesivo de forma abstracta, sino el tipo de consumo predominante, basado como está en el desecho masivo y la búsqueda compulsiva de novedades promovidas por las modas. Una nueva sociedad, bajo otro paradigma productivo y de consumo, orientaría toda la producción hacia la satisfacción de las auténticas necesidades humanas, incluyendo el agua, la comida, el vestido, la vivienda, y servicios y suministros básicos como la salud, la educación, el transporte o la cultura. Un paradigma ecosocialista debería compaginar que todo el mundo tuviese garantizados dichos servicios, suministros, bienes y productos básicos, pero a la vez bajo los parámetros de una clara conciencia ecologista, que no dañara al planeta, al medio ambiente, a los animales ni a la propia naturaleza. Continuaremos en siguientes entregas.

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