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9 diciembre 2019 1 09 /12 /diciembre /2019 00:00
Viñeta: Osval

Viñeta: Osval

Ha llegado el momento de romper con el mandato global del desarrollo y construir alternativas al mismo para que todos los seres humanos podamos discutir y pensar en otras formas de organización de la sociedad

Alberto Acosta

…en su desesperación, las grandes corporaciones y poderes mundiales ponen los ojos en los casquetes polares, los océanos profundos, los atolones, las selvas tropicales, los recursos enterrados, los bosques y montañas, la estratosfera... Todo, absolutamente todo lo que pueda ser apropiado y destruido es objeto económico, estratégico y por tanto también militar. Añadiendo con ello más fuego a la hoguera de la guerra, además de hacer más visible la creciente incompatibilidad del capitalismo con la Naturaleza

Wim Dierckxsens y Andrés Piqueras

Retomamos de nuevo la exposición que estamos llevando a cabo sobre los ocho principios básicos que forman la base del Ecosocialismo, siguiendo a Jorge Riechmann a través del magnífico texto de Luis Tamayo "Aprender a decrecer - Educando para la sustentabilidad al fin de la era de la exuberancia". Bien, hemos examinado en entregas anteriores los cuatro primeros principios (lógicamente, una exposición somera), tales la Biomímesis, el Principio de Precaución, la Ecoeficiencia y la Autocontención. Continuaremos a partir del quinto principio:

 

V.- La imprescindible Justicia Socioambiental. La humanidad que hemos construido no es, en la inmensa mayoría de los casos, justa. La desigualdad, fruto de la avaricia y de la corrupción, es la norma en innumerables países. El capitalismo neoliberal que reina en el mundo nos ha acostumbrado a ella hasta tal punto que en muchos lugares del planeta los seres humanos son capaces de contemplar cómo otro muere de hambre en la calle sin inmutarse. El paisaje urbano está muchas veces plagado de personas que piden en la calle, que venden u ofrecen cualquier cosa con tal de ganar algún dinero. Algunos casos son realmente patéticos. Sin embargo, nuestra oscura civilización no se inmuta ante estas escenas. Y por su parte, en el otro extremo, los grandes magnates financieros pueden llevar a cabo fraudes millonarios sin ser perseguidos gracias a su connivencia con gobiernos y sistemas económicos. La humanidad ha comenzado a morir ante nuestros propios ojos y no somos capaces de reconocerlo. Es una radiografía indigna que nos muestra el sitio al que hemos llegado. Sus enfermedades han sido diagnosticadas y son por ende conocidas de todos: injusticia, desigualdad, corrupción, apatía, falta de visión de largo plazo, insolidaridad, búsqueda rápida y frenética del beneficio a toda costa. Muchas corporaciones, aliadas a verdaderos criminales del mundo financiero y perversos gobernantes que los cobijan, nos han acostumbrado a aceptar y normalizar esta aberrante situación. Y nosotros, alienados, embrutecidos y "entretenidos", lo damos por hecho como si fuese natural. 

 

Afortunadamente, ya comienzan a aparecer, por todo el orbe, las comunidades autónomas, las redes de productores orgánicos, las ecoaldeas, las monedas locales (como el Timún veracruzano), los gobiernos ciudadanos e incluso las naciones que decidieron no entrar al macabro juego de las corporaciones (como la Bolivia de Evo Morales, esa que expulsó a MacDonald's y a Coke) o al de los criminales financieros (como la Islandia de Ólafur Ragnar Grímsson). El dinero, desgraciadamente, compra conciencias y por tal razón el mundo futuro requerirá de hombres de verdad, de políticos verdaderamente preocupados por el bienestar de sus conciudadanos, de padres preocupados por el futuro de sus hijos, de militares que cuiden a su pueblo y no a funcionarios corruptos y a las corporaciones que cobijan. Sin ellos no será posible construir una sociedad justa y convivial. Por tanto, este quinto principio alude a la valentía, al honor y a la integridad de nuestras élites, políticas, económicas, sociales y culturales, para que sean capaces de renunciar al modo, a la forma de entender la gobernanza de estas décadas pasadas, y garanticen a sus pueblos unos mínimos estándares de verdad y de justicia social y ambiental. 

 

VI.- La comprensión de la Función Exponencial. Una cualidad que diferencia claramente a los ecosistemas naturales de los artificiales es su capacidad (o no) de establecer equilibrio. Y ello determina elementos tan importantes como el crecimiento desmesurado de las especies o el agotamiento de los recursos de la tierra. El equilibrio presente en la mayoría de los ecosistemas naturales (y en particular en el que, con el predominio de los mamíferos, reina en nuestros días) es algo que la Naturaleza construyó a lo largo de siglos (incluso a través de millones de años) y que fue logrado gracias a cadenas tróficas que permiten, según las variables climáticas y estacionales, una relativa estabilidad en la cantidad de individuos de cada especie. En períodos de abundancia las especies crecen a su máxima capacidad, mientras que en períodos de "vacas flacas", las poblaciones decrecen, manteniendo un maravilloso equilibrio. En los ecosistemas saprótrofos (los de los organismos "descomponedores") o en los artificiales, es decir, en aquéllos derivados de la intervención humana, la situación ya no es la misma. El ejemplo más sencillo nos lo ofrece William Catton, Catedrático de Sociología Ambiental de la Universidad de Chicago, en su estudio "Rebasados". Según Catton, los seres humanos somos más parecidos a los detrívoros que a los mamíferos. Los detrívoros son esos animalitos que se alimentan de la materia en descomposición (los detritos) y son muy valiosos pues contribuyen a la descomposición y reciclado de los nutrientes. 

 

A diferencia de los mamíferos, los detrívoros se incrementan de manera exponencial en los períodos en los que abundan los detritos, y sin llegar a establecer equilibrio alguno ni simbiosis interespecies, desaparecen rápidamente tan pronto los consumen. Otros animalitos que se comportan de la misma manera, indica Catton, son las bacterias acidolácticas, las que producen el vino (mediante la fermentación maloláctica), y que cuando crecen en un tonel de jugo de uva se reproducen también de manera exponencial, consumiendo la glucosa de la uva y produciendo alcohol y CO2. Al cabo de un tiempo que está en función del tamaño del tonel y de las condiciones de temperatura y humedad, las bacterias mueren a consecuencia del CO2 y el alcohol que produjeron (pues le son venenosos), desapareciendo todas muy rápidamente. El ejemplo que proporciona el ecosistema artificial de las bacterias acidolácticas en el tonel de vino es, para Catton, un buen ejemplo del futuro de la especie humana, la cual también se ha reproducido de manera exponencial una vez que descubrió y utilizó de manera desenfrenada un recurso finito (no la glucosa del jugo de uva, sino en nuestro caso el petróleo). Gracias a las cualidades energéticas del petróleo, el ser humano construyó toda una civilización (la industrial, y sobre ella la militar-tecnológica), una era de exuberancia nunca antes conocida, por la especie humana, una era que nos ha presentado como de esplendor y "desarrollo". Se nos ha convencido de que el "bienestar" residía aquí, y que éste era el "progreso" que necesitábamos. Al constituir todo ello castillos en el aire, si no somos capaces de revertir urgentemente este caos civilizatorio, tenemos claro que la especie humana se extinguirá en pocas décadas debido a que el recurso es finito y ya en fase de decrecimiento, hecho que parece no ser comprendido por nuestra civilización. 

 

En el libro "The essential exponential! For the future of our planet" (un texto que recoge los ensayos sobre población y recursos energéticos escritos desde 1978 por el Dr. Albert A. Bartlett, Profesor Emérito de la Universidad de Colorado en Boulder), el autor cita una frase atribuida a Einstein: "The greatest failing of humanity is its failure to understand the exponential" (el mayor problema de la humanidad es que no entiende la función exponencial), o dicho a la manera de Bartlett: "The greatest shotcoming of the human race is our inability to understand variable rate compound interest" (el mayor defecto de la especie humana es nuestra inhabilidad para entender la tasa variable de interés compuesto). Y ello no puede ser más cierto. La función exponencial muestra de manera perfectamente clara cómo se genera, luego de un lentísimo inicio, un descomunal crecimiento al final de la curva, lo cual Bartlett aplica al crecimiento poblacional, a las burbujas financieras, al drástico crecimiento en el consumo de energía o al igualmente drástico decremento de los recursos naturales (petróleo incluido), ésos que gastamos en oleadas de agresivos procesos extractivistas para dedicarlos a la fabricación de los elementos tecnológicos propios de nuestra actual civilización. A continuación, Bartlett indica que la especie humana crece de manera exponencial. Y ello no puede ser más cierto: mientras que tardamos miles y miles de años en alcanzar el primer millar de millones (aproximadamente en 1830 según los demógrafos), el segundo millar lo alcanzamos en apenas 100 años (1930), el siguiente en solo 32 años (1962), el siguiente (4 mil millones de personas) en 14 años (1976), el siguiente (5 mil millones) en 11 años (1987), los siguientes 6 mil millones los logramos en 12 años (1999), y el siguiente (7 mil millones) en el año 2011, es decir, solo 12 años después. Como puede observarse, si bien la curva mengua, de todas formas la inercia de la misma eleva los números de manera desmesurada. De continuar esta tendencia, en 2024 seremos 8 mil millones de personas las que habitaremos el planeta, y en 2045 la misma tierra deberá alimentar a 9 mil millones de seres humanos. Es evidente que la (deseable) sociedad convivial futura deberá ser capaz de comprender la función exponencial para no repetir nuestros errores, o la supervivencia se volverá cada vez más difícil. Continuaremos en siguientes entregas.

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