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6 enero 2020 1 06 /01 /enero /2020 00:00
Viñeta: Osval

Viñeta: Osval

El decrecimiento analiza la falsa moneda del crecimiento económico mediante la acumulación de capital y la cuestiona sin ambages: No hay mayor riqueza que la vida, y para proteger la vida en el planeta y asegurar un futuro para todos es necesario salir del actual sistema de producción. Tal es el mensaje esencial de nuestra época

John Bellamy Foster (Profesor de Sociología en la Universidad de Oregón)

Si el crecimiento y el desarrollo son creencias, y por lo tanto, significaciones imaginarias al igual que el «progreso» y todas las demás categorías fundadoras de la economía, entonces salir de ellas, abolirlas y trascenderlas (…), implica descolonizar nuestro imaginario; cambiar realmente el mundo antes de que el cambio del mundo nos condene

Serge Latouche

En la entrega anterior dimos con la base de nuestro problema: nuestros gobernantes realmente no gobiernan el mundo, sino que bajo este cruel, depravado y senil capitalismo neoliberal, son un puñado de grandes corporaciones transnacionales las que lo hacen, siendo la inmensa mayoría de los políticos y líderes mundiales sus meros representantes. Y tales corporaciones no solo consideran posible lo imposible (el crecimiento infinito, la infinitud de los hidrocarburos y demás recursos del planeta), sino que son capaces de destruir el planeta al completo sólo para poder ofertar sus productos a un "buen" precio para que la fiebre consumista continúe su loca carrera. Nosotros, sin embargo, sabemos que no podemos seguir creciendo sin parar, no podemos seguir reproduciendo los aberrantes patrones de consumo a los que nos ha acostumbrado el capitalismo globalizado, no podemos seguir con el modelo de "compra y tira" o con el de una humanidad que crece sin parar exigiendo cantidades crecientes de recursos energéticos y demás recursos naturales. No podemos seguir haciendo el juego a las empresas productoras de agroquímicos y transgénicos, las cuales envenenan rápidamente a campesinos y lentamente a todos los demás. No podemos seguir contaminando mares y océanos, ríos y afluentes, el aire que respiramos, la comida que comemos, las semillas que sembramos. No podemos seguir talando árboles, arrasando millones de hectáreas año tras año, para sostener los niveles de producción de ciertas industrias madereras. No podemos seguir alentando el crecimiento propio del modelo de capitalismo de libre mercado, de ese fundamentalismo de mercado, donde todo es mercancía, donde todo tiene precio, donde todo se compra y se vende. Como muy bien indica Jorge Riechmann en su ensayo "El socialismo solo puede llegar en bicicleta": "Técnicamente es posible fabricar bombillas eléctricas que duren 100 años, o lavadoras eléctricas que duren más de medio siglo. Y esa posibilidad técnica se convierte en una necesidad, si es que queremos conservar los beneficios de eso que llamamos civilización y generalizarlos al conjunto de la humanidad, en el dificilísimo trance histórico donde nos hallamos". 

 

Y continúa Riechmann: "Pero lo que es técnicamente imposible, y necesario desde la perspectiva del bienestar y la emancipación humana resulta inviable desde el capitalismo. Socioeconómicamente imposible. Para que gire sin fin la rueda de la producción y el consumo, las mercancías han de incorporar su obsolescencia programada. Este sistema solo puede funcionar con bombillas que se funden a los seis meses de uso, con lavadoras que duran cinco años. Y por eso --en una biosfera finita, con recursos naturales finitos y con una población humana demasiado elevada-- el capitalismo es incompatible con el bienestar y la emancipación humana". Creemos que el Profesor Riechmann lo deja absolutamente claro: mientras el conjunto de la humanidad no sea autolimitada, biomimética, ecoeficiente y capaz de establecer verdaderos esquemas de convivialidad, mientras no nos preocupemos por el bienestar de nuestros vecinos y dejemos de lado el afán por enriquecernos, no lograremos abonar en la construcción de sociedades igualitarias en ingreso y responsabilidades; mientras no dejemos atrás el interés compuesto, la codicia y la estupidez generalizada a la cual nos conducen innumerables medios de comunicación; mientras no decrezcamos y dejemos atrás el capitalismo (que solo puede sostenerse creciendo sin cesar en el consumo de materias primas, lo cual es insostenible en un planeta finito) es imposible que logremos sobrepasar el terrible escollo que representa el calentamiento global antropogénico y el fin de la era del petróleo barato. Y todo ello nos permite sostener otro principio clave de las sociedades conviviales: si no todos pueden tener un determinado producto, entonces es inmoral poseerlo. Sabemos que no será sencillo, porque el reto es enorme. Afortundamente, cada vez somos más los que estamos convencidos de la necesidad de las acciones que conduzcan a la mitigación de los terribles efectos del calentamiento global, el fin de la era del petróleo barato y al fin de la depredadora economía financiera neoliberal. Cada vez somos más los que nos hemos dado cuenta de las mentiras de la "revolución verde" y sus dañinos pesticidas y herbicidas. Cada vez somos más, afortunadamente, los que nos damos cuenta del engaño y las cadenas que implican el uso de los transgénicos. Cada vez somos más los que nos damos cuenta de que es mucho más rentable y benéfica para el planeta la generación energética mediante renovables. 

 

Y cada vez somos más los que nos levantamos contra los crímenes financieros y los de los políticos y funcionarios que los cobijan. Cada vez somos más los que estamos en la lucha contra la minería de tajo a cielo abierto de metales preciosos, la depredación de los bosques, selvas y manglares, la injusticia y la desigualdad social. Esperamos, mediante la difusión de todos estos mensajes por parte de muchos medios alternativos, que pronto seamos muchos más, y cada vez más, los que pensemos y asumamos estos postulados, y comprendamos que necesitamos otro mundo, otro mundo posible y deseable. Aunque no debemos dejar de apreciar que la ampliación de dicha comunidad de conciencia no será sencilla, pues las masas de gente imbuidas en los preceptos y formas del vida del capitalismo es abrumadora, en todas partes del mundo. Desgraciadamente, la mayoría de las personas se han habituado a vivir en el adormecimiento, en el embrutecimiento, en el engaño, en el falso sueño, en la comodidad entretenida...aunque contribuyan cada día un poquito más a la destrucción del orbe, al envenenamiento de sus hijos y de todas las generaciones venideras, acabando con bosques, selvas, materias primas, alimentos y economías en aras de la falacia del "progreso". Un progreso que nos matará de éxito, y que liquidará todo atisbo de civilización si persistimos en el camino destructor que llevamos. La labor de difusión sobre la filosofía y las políticas del Buen Vivir puede alterar las mentalidades de las actuales generaciones, pero...¿qué hacemos con las futuras? Al igual que con el feminismo (para no continuar reproduciendo actitudes machistas), este asunto necesita buenas dosis de educación desde las etapas más tempranas, para ir concienciando a nuestras futuras generaciones, nuestros hijos y nietos. ¿Qué debemos enseñarles? Bien, para exponer este asunto de tanta envergadura e importancia, voy a seguir a continuación todo un capítulo del texto "Convivir para perdurar - Conflictos ecosociales y sabidurías ecológicas", coordinado por Santiago Álvarez Cantalapiedra, donde la Comisión de Educación de la organización Ecologistas en Acción de Madrid presenta el capítulo titulado "Educar en el Antropoceno", dedicado a los contenidos concretos que debiéramos difundir a las nuevas generaciones sobre todos estos asuntos, política y filosofía para el Buen Vivir. 

 

La educación de las y los menores se considera uno de los brazos esenciales de todo sistema sociopolítico. En la escuela se construye una cultura común que facilita el gobierno de la ciudadanía y se prepara a las personas para su integración al mundo que les rodea. Si juega un papel esencial (aunque no sea el único agente, pues también están las familias, el entorno, los medios de comunicación...) a la hora de configurar la mirada que tenemos sobre el mundo, es imprescindible preguntarse para qué y con qué objetivos se educa en nuestras escuelas en estos tiempos de crisis civilizatoria global, y cuáles deberían ser los principios rectores que organicen la práctica educativa en el aula. Hoy día, la humanidad se encuentra en una situación de encrucijada. El momento histórico actual presenta unos elevadísimos niveles de incertidumbre y la posibilidad de un colapso socioecológico de dimensiones mundiales es cada vez mayor. Es evidente que la humanidad tiene que cambiar para adaptarse a este momento de transformaciones graves y profundas, y cada vez más aceleradas. Y la escuela, donde se forman las nuevas generaciones de personas, de seres humanos, no puede ser ajena a todo ello, difundiendo los mismos contenidos de siempre. El cambio climático avanza sin que los discursos institucionales desemboquen en una reducción real de las emisiones (ya hemos visto a qué se debe dicha situación); la biodiversidad disminuye a un ritmo acelerado; los recursos naturales se agotan, con especial mención a los combustibles fósiles, de los que depende ahora mismo el sistema económico global y la producción de alimentos; el acceso al agua potable cada vez se complica más para una buena parte de la población mundial; y además, esta crisis ambiental se da en unas circunstancias de desigualdad social enormemente injustas, que suponen un inquietante caldo de cultivo para la violencia y la explotación humanas y animales. La magnitud de los cambios que ha originado la especie humana es tal que hace ya algunos años, desde el mundo científico se proponía que la era geológica actual pasara a denominarse Antropoceno, puesto que es la especie humana la principal "ingeniera" de los procesos naturales, y de los cambios que experimentan nuestros ecosistemas. Esta crisis es ecológica, pero también política, económica, cultural y social. Los modelos de desarrollo, injustos desde el punto de vista social, e incompatibles con los procesos de la biosfera que los sostienen, son en gran medida los que la causan. 

 

Y la educación como subsistema social no es ajena a todas estas crisis, y por ello hay que repensar su sentido y las líneas que deben orientarla. No podemos dejar de formar a una generación futura consciente, informada y formada para este mundo que se nos cae, concienciada en la imperiosa necesidad de construir otro mundo, que funcione mejor que el actual. O al menos, de formar a futuras generaciones que sepan y puedan adaptarse mejor que nosotros al mundo que se les viene encima. Una educación enfocada a la resolución de los problemas sociales, económicos y ecológicos puede jugar un importante papel en el cambio de paradigma civilizatorio necesario para poder afrontar el cambio. Sin embargo, si dicha educación contribuye a perpetuar el sistema establecido y a consolidar conocimientos erróneos y valores y actitudes que puedan conducir al colapso, entonces el sistema educativo más bien se convierte en parte del problema. El sistema educativo no puede, por tanto, permanecer ajeno a la necesidad de modificar drásticamente la percepción y la relación de los seres humanos con el territorio, pero por el momento, parece estar más volcado en formar individuos que asuman los valores imperantes: la competitividad, la tecnología y el ansia ilimitada de acrecentar los beneficios de sus negocios como motores del progreso y del bienestar. Los parámetros de la educación deben ser, pues, cambiados. Necesitamos sembrar en la mente de nuestros escolares la semilla del pensamiento libre, del libre debate de ideas, de la comprensión del mundo que les rodea (a través de la explicación de sus bases y fundamentos), la semilla de la actitud crítica y reflexiva sobre qué clase de mundo deberíamos construir. No necesitamos un sistema educativo que se limite, como hasta ahora, a alinearse en la reproducción de los motores de un mundo injusto, sino que debemos aprovechar la oportunidad que nos ofrece el sistema educativo para funcionar como generador de un nuevo discurso, como cuestionador de las normas y visiones imperantes, y como difusor de nuevas culturas y escalas de valores que nos conduzcan hacia un mundo que funcione bajo otros parámetros. Si pretendemos que las futuras generaciones reproduzcan, conduzcan e integren ese mundo, todo ello ha de ser preparado desde los cimientos que proporciona el sistema educativo. Continuaremos en siguientes entregas.

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