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10 agosto 2014 7 10 /08 /agosto /2014 23:00

"La crisis que el capitalismo vino cebando,

con su descarnado afán de lucro,

con su consentido estupro,

de las riquezas de la naturaleza,

de los castigados por la pobreza,

de los sometidos a sus bajezas,

de la burguesía local,

de todo el cuerpo social,

caciqueando, privatizando, expoliando,

desregulando, masacrando, endeudando,

el capitalismo ha venido largo tiempo alimentando,

el descontento laboral, el servilismo indigno,

el estado de malestar, el negocio fraudulento,

la crispación y la violencia, el estado policial,

el consumo banal, la riqueza innecesaria,

la desconfianza empresarial, el desequilibrio económico,

la burbuja inmobiliaria, y la crisis como tal"

(José Manuel Naredo, "Poema del capitalismo", Revista Archipiélago)

 

 

 

 

 

Y es que en el sistema capitalista, no nos cansaremos de repetirlo, el verdadero poder es el económico. En una "democracia" como la liberal, donde se incumple uno de sus principios elementales, como es la separación de poderes, todos los poderes dependen en última instancia del poder económico. El poder político es financiado por el económico (financiando a los propios partidos o a sus campañas electorales), el poder de la prensa depende del poder económico (los grandes medios de comunicación privados son conglomerados de grandes empresas detrás de las cuales hay grandes capitalistas, y los medios de comunicación públicos dependen del poder político), el poder judicial depende del poder político (como consecuencia de los cambios de Gobierno en España siempre asistimos al bochornoso espectáculo de ver cómo los principales partidos políticos se reparten los vocales del Consejo General del Poder Judicial, pues son designados por el Congreso y el Senado), el poder sindical es subvencionado por el Estado, es decir, por el poder político. Por consiguiente, de forma más o menos directa, todos los poderes del Estado dependen del poder económico. El gran capital se constituye en el auténtico poder, en el poder en la sombra, en el poder que lo decide todo. Entonces, la democracia (el gobierno del pueblo, de la mayoría) se convierte en oligocracia (el gobierno de unos pocos), y más en concreto en plutocracia (el gobierno de los ricos, de los poderosos). Y éstos, lógicamente, van a mirar sólo por sus intereses.

 

Sobre nuestra propia responsabilidad en el fin del capitalismo, recogemos las palabras de Bernardo Pérez Andreo: "Estamos necesitados de una nueva conciencia que nos permita creer, sí, creer, que podemos cambiar las cosas, que lo que vivimos es fruto de una estructura en la que participamos y que sólo con nuestro consentimiento, tácito o no, se puede llevar a cabo. Que los poderosos lo sean no es fruto de una fatalidad histórica, tampoco de una circunstancia meteorológica; los poderosos han sido constituidos como tales gracias al consentimiento de los gobernados, de los expoliados, de los sometidos, de los exclaustrados de sus conciencias. Los poderosos lo son porque muchos han dejado que les arrebaten su poder. Los poderosos son empoderados. Sólo hay poderosos porque se lo consentimos, por una pura y simple dejación de funciones de la dignidad humana. En puridad matemática, nosotros somos más y somos mejores, pero ellos han conseguido que creamos que ellos son los mejores, los buenos, los que todo lo merecen. Nosotros les hemos puesto ahí y nosotros los quitaremos de ahí, es nuestra obligación".

 

Y en este sentido, Camilo Valqui abunda: "La antihumanidad del capitalismo sienta las premisas reales de su destrucción dialéctica y los fundamentos objetivos de la necesidad consciente de la revolución comunista, como única vía para el reencuentro de los seres humanos consigo mismos. Entonces, no se trata de conservar, mejorar o humanizar al capitalismo, ni de darle un rostro humano a este sistema expoliador y dominante, como cínica o ingenuamente proponen y sueñan la pequeña burguesía, la izquierda agnóstica y los académicos social-liberales, sino de superarlo de raíz con el fin de fundar una comunidad superior de hombres y mujeres libres. Se trata estratégicamente de afirmar la humanidad humanizada". Y es que la actual versión del capitalismo, que pudiéramos denominar capitalismo imperialista (por su vocación de acaparar no sólo la fuente de riqueza que significa el trabajo humano, sino también de demoler los recursos de la naturaleza) ha cambiado radicalmente el mundo hasta volverlo violento, inhabitable y absurdo, pero al mismo tiempo lo ha minado de un ciclo largo de revoluciones en camino. Consecuentemente, ha avivado la disyuntiva: comunismo o barbarie. Es decir, la crisis, la barbarie, la decadencia del actual sistema imperialista, la descomposición social y el riesgo de exterminio global, ponen a la orden del día la revolución socialista y el comunismo como única alternativa radical.

 

Recurrimos de nuevo a José López, quien nos ilustra en el sentido siguiente: "El capitalismo se sustenta en el mercado, en la competencia entre los productores. Cuando esta competencia desaparece y se sustituye por una planificación sin control externo, tarde o pronto, el sistema colapsa. Todo sistema necesita ser controlado, regulado de alguna manera, para que funcione. El capitalismo se autorregula. Aunque de manera anárquica, tan pronto se produce el crecimiento como el colapso. Las crisis en el capitalismo son consecuencia directa de su autorregulación anárquica, son los estallidos de sus contradicciones inherentes que nunca se superan, más que temporalmente en un proceso continuo de construcción-destrucción. Pero, sin embargo, el capitalismo más o menos sobrevive, hasta que colapse por completo o se cargue el planeta y todo lo que contiene, si es que finalmente lo hace, nadie puede asegurarlo. O hasta que la Humanidad logre sustituirlo por otro sistema. El socialismo debe ser regulado explícitamente, conscientemente. En el capitalismo ese control lo ejerce más o menos el mercado (si bien el Estado también interviene para que el sistema no colapse, cada vez más pues el capitalismo poco a poco se va negando a sí mismo), sin olvidar el decisivo papel de las crisis que, como dice Víctor Serge, se convierten así en las grandes reguladoras de la vida económica; son las que reparan, a expensas de los trabajadores, de las clases medias e inferiores y de los capitalistas más débiles, los errores de los jefes de la industria".

 

Y añade: "Como suelen decir los propios economistas capitalistas, el sistema es regulado por la mano invisible del mercado. En el socialismo ese control lo debe ejercer el conjunto de la sociedad, mediante la democracia más completa posible. El socialismo no puede sobrevivir sin democracia. El capitalismo puede hacerlo perfectamente. De hecho, el capitalismo sobrevive si no hay democracia, si ésta es simbólica o insuficiente. El capitalismo necesita, para sobrevivir, evitar la democracia, reducirla a la mínima expresión. Al contrario que el socialismo. Por esto las dictaduras de derechas funcionan desde el punto de vista económico (aunque con graves "efectos secundarios"). Y las dictaduras de "izquierdas" no. Acaban colapsando o asumiendo economías de derechas, más o menos capitalistas. "Dictadura de izquierdas" es un contrasentido, encierra una profunda contradicción irresoluble. No es posible un sistema económico de izquierdas (democracia económica) conviviendo con un sistema político de derechas (dictadura política). Al contrario, el capitalismo (dictadura económica) convive armónicamente con la "democracia" burguesa (dictadura política disfrazada de democracia), con la dictadura fascista (dictadura política sin disfraz) o con la dictadura "socialista" (dictadura burocrática disfrazada de dictadura del proletariado)". Continuaremos en siguientes entregas.

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