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18 diciembre 2014 4 18 /12 /diciembre /2014 00:00

"Incluso el poder de los gobiernos más fuertes se evapora como el humo en el momento en que el pueblo rehúsa reconocer su autoridad, inclinarse ante él y le niega su apoyo"

(Alexander Berkman)

 

 

 

 

 

Hablábamos en nuestra última entrega de esta serie de los peligros que encierra esa falsa "representación" del pueblo delegada en sus políticos, y de ahí que en sus discursos, los cargos electos hagan constantes referencias a entidades vagas o generalistas, tales como (en nuestro caso) "los españoles", "el pueblo español", "la soberanía nacional" o "la nación española". Últimamente incluso lo versionan de forma más moderna, como cuando hablan de la llamada "Marca España", una especie de egocentrismo patriótico-comercial, creado y desplegado por las élites para referirse a nuestra imagen exterior por todo el mundo, lo cual se aprovecha también como zafio argumento para desprestigiar algunos hechos o algunas medidas. Todo se sacrifica en función de esa "Marca España", o en función, si se quiere, de nuestra imagen en el exterior. De nuevo, absurdos argumentos que se esgrimen para manipular la voluntad popular. Y así llegamos a la situación actual, donde no sólo está desvirtuado el concepto de la representación política, sino que están también deslegitimados los Gobiernos (por no cumplir sus programas electorales), las Cortes Generales y Parlamentos Autonómicos (por funcionar bajo estrictos reglamentos cerrados a sus mayorías), y no hablemos ya de la delegación supranacional de funciones, como ocurre actualmente en nuestro entorno con la Unión Europea, donde la sobernía nacional de sus Estados miembros ha sido delegada a Instituciones y Organismos internacionales que no han sido elegidos por nadie (Comisión Europea, Banco Central Europeo, etc.).

 

objetivo_democracia101.jpgEl resultado es que, actualmente, las clásicas expresiones como "voluntad del pueblo", "voluntad expresada en las urnas", y otras tantas, han sido despojadas de todo su significado, porque se perdió la correlación entre esa capacidad del pueblo de ejercer el poder con las vías o métodos concretos para llevarlo a cabo. El concepto de pueblo como sujeto soberano se ha desvirtuado para estos menesteres, convirtiéndose en un mero recurso literario, en una construcción retórica de carácter instrumental. La falsaria asociación entre democracia y elecciones ha ganado la partida, y se nos lleva vendiendo la idea, desde hace más de 30 años, de que disfrutamos de una auténtica democracia, y de que además, ésta ha representado la época de mayor paz y bienestar de nuestra Historia. Mediante estas grandilocuentes declaraciones se acalla la voz del pueblo, que continúa resignándose a tener que contemplar cómo los representantes políticos toman las decisiones que les interesan (a ellos, a sus respectivos partidos, a sus compañeros de bancada, a sus familiares y amigos, etc.). En definitiva, la clase gobernada (el pueblo, la ciudadanía, como la queramos llamar) ha acabado asumiendo un rol pasivo en el campo de la acción y la decisión política, y justificando dicho rol en aras a la consecución de una falsa e incompleta democracia.

 

objetivo_democracia102.jpgEn última instancia, y lo hemos denunciado en otros muchos artículos, venimos (desde la época de la Transición) justificando, asumiendo y perpetuando un modelo de poder determinado, anquilosado y prostituido, que sirve únicamente para salvaguardar los intereses de una élite dominante. Pero dejaremos aún pospuesto el debate de quién es en definitiva dicha élite dominante (quedémonos por ahora con que es la que representa el poder político), para continuar centrados en cómo podemos implementar ciertos mecanismos de democracia directa y participativa, deliberativa, decisoria y revocatoria, para intentar lograr que nuestra democracia sea una democracia más robusta, y que responda mejor a su raíz etimológica. Resulta imprescindible, y ya ha sido comentado, romper para ello con la mentalidad capitalista, en el sentido de la predominancia del individualismo, del egoísmo, del consumismo, porque este aspecto dificulta en gran medida la celebración de procesos asamblearios fundamentados en la deliberación pública y abierta, desinteresada, porque para ello se necesita volver a recuperar una concepción política de la proximidad, de la cercanía, de la cooperación, de la colaboración, del interés del grupo, esto es, una visión comunitaria de la vida pública.

 

objetivo_democracia103.jpgHemos de incidir por tanto en un cambio de mentalidad para conseguir asentar estos principios en el imaginario colectivo democrático. El pensamiento liberal primero, el capitalismo después, y la filosofía, política y economía neoliberales últimamente, han erradicado prácticamente dichos valores de nuestra sociedad, para instalar el egoísmo, la competencia y el individualismo a mansalva para todos los aspectos de la vida. La traslación a la política está clara: nos limitamos a votar cada cuatro años, dando legitimidad después a lo que dichos representantes electos quieran hacer durante ese período. Juan Carlos Calomarde lo expresa en los siguientes términos: "Para el liberal, el hombre es un ser solitario, y esa manera de concebir a la persona le impide conocer que la verdad es un cierto producto de la vida colectiva, y así es difícil que comprenda la sociedad. De esta manera, mientras que para el liberal los individuos aplican sus verdades a las relaciones humanas, para el demócrata las personas contribuyen a la formación de verdades compartidas en su comunidad". Hemos de volver a recuperar los valores colectivos de cooperación, colaboración e interés común para que las prácticas democráticas que aquí proponemos no sólo tengan un sentido, sino que sean adoptadas e instaladas en el imaginario popular.

 

objetivo_democracia104.jpgEn este sentido, preparar el camino hacia todas las vertientes y manifestaciones de la democracia participativa incluirá un cambio de actitud, un cambio de mentalidad, una transfiguración del sistema actual, basándonos en una nueva escala de valores sociales, donde los individuos dejen de verse como objetos de competencia entre sí, deje de primar el consumo, y se reduzcan ampliamente los niveles de desigualdad y diferencias socioeconómicas. Sin sentar estas nuevas bases y valores sociales, quizá la democracia participativa nunca llegará de verdad a implantarse con ciertas garantías de éxito y estabilidad. Y sobre todo, necesitamos incorporar en nuestro comportamiento colectivo un principio que han difundido bastante los nuevos movimientos sociales del tipo "Ganemos..." que se enuncia y se resume muy bien bajo el paradigma "Mandar obedeciendo", esto es, los nuevos y futuros gobernantes deben entender la política no sólo como un servicio público, no sólo en función de las necesidades sociales, sino completamente al servicio continuo y directo del mandato popular, es decir, planteando a la ciudadanía y recibiendo siempre de ella misma la autorización, el feedback, la aprobación, el consenso necesarios para implementar y llevar a cabo las medidas planteadas. Sin el respeto a este sagrado principio, no avanzaremos realmente hacia una completa democracia. Finalizamos en esta entrega con los aspectos ligados a la democracia participativa, y desde la siguiente comenzaremos con las posibilidades para una democracia digital.

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