En los anteriores artículos de esta serie hemos introducido la LOMCE, sus antecedentes, sus motivaciones, su visión general. A partir de ahora entraremos en materia, con un análisis un poco más pormenorizado de todo su contenido y enfoque. A grosso modo, podríamos distinguir para su análisis y exposición una serie de ejes básicos donde esta contrarreforma educativa ataca, a saber:
1.- Es una reforma mercantilista.
2.- Convierte la educación en una carrera de obstáculos con múltiples reválidas.
3.- Reduce la carga lectiva a unos contenidos mínimos.
4.- Opta por la recentralización y control del currículum por parte de la Administración.
5.- Es clasista y segregadora a través de itinerarios selectivos y tempranos.
6.- Somete a los centros a las exigencias del mercado competitivo, clasificándolos en ránkings.
7.- Recorta la financiación en función de los resultados.
8.- Apuesta por la gestión empresarial de los centros públicos.
9.- Socava la participación democrática de la comunidad educativa en los centros.
10.- Fomenta el negocio educativo y legaliza los conciertos con centros que discriminan por razón de sexo.
Bien, vayamos por partes, deteniéndonos con más calma en cada uno de estos aspectos. El primer gran enfoque de esta LOMCE es su visión economicista y mercantilista de la educación. En efecto, la orientación que se le da a la misma ya no es de servicio público, sino que se la considera en su vertiente de negocio educativo, no sólo abriendo las puertas a la iniciativa privada, sino también cambiando sus orientaciones de gestión. De hecho, el primer párrafo del anteproyecto, donde define la concepción de la educación que marca la Ley, muestra claramente cómo antepone las necesidades de los mercados a la formación integral de niños y niñas, y a la construcción de una sociedad más justa y cohesionada, orientada a formar personas, y no simples elementos o piezas del mercado neoliberal, desregulado y competitivo.
La LOMCE entiende el proceso educativo como un factor dependiente del resto de los procesos económicos, y que debe enfocarse, pues, a potenciar esos procesos. Se afirma textualmente y de este modo que la educación debe entenderse como "motor que promueve la competitividad de la economía y el nivel de prosperidad de un país [...] para competir con éxito en la arena internacional [...] y representa una apuesta por el crecimiento económico y por conseguir ventajas competitivas en el mercado global". Palabras, ideas y conceptos como "mercado", "competitividad", "resultados", "gestión", "rendimiento económico", etc., se repiten y marcan a lo largo de todo el texto del anteproyecto el horizonte de lo que por educación entiende la LOMCE.
A mi personalmente, que he tenido oportunidad de trabajar en el ámbito educativo para la empresa privada, me recordaba de forma calcada los planteamientos que sobre la formación y la educación tenía (tiene) el mundo empresarial, que no ve personas, sino números, que no ve procesos, sino resultados, que no ve formación y capacitación, sino rentabilidad, que no ve cooperación y solidaridad, sino competitividad. La educación se vuelve mecánica, insensible, inhumana, sólo guiada por un horizonte mercantilista, que sólo busca objetivos y rentabilidad.
Pues este es el mismo enfoque que tiene la LOMCE, por lo cual el mundo empresarial, ávido de entrar al negocio educativo con una mayor tajada, lo habrá visto con muy buenos ojos. Pero este enfoque es una auténtica barbaridad, es un total despropósito, una desvirtuación del proceso educativo como tal, y una usurpación a la ciudadanía de su derecho fundamental a una educación libre, abierta, completa y plural. Obsérvese que en el fondo lo que subyace es un planteamiento ideológico, que ellos además se empeñan en llevar a todos los ámbitos (véanse las recientes tasas que se han aprobado para su aplicación al mundo de la Justicia), porque en el fondo no creen en los servicios públicos, sólo en el valor del dinero y del mercado.
En efecto, la Educación no puede mirar al mercado, aunque pueda tenerlo como orientación o referencia. Pero tiene que mirar fundamentalmente a las personas. Y esta orientación debe extenderse además a todos los niveles educativos, desde el más elemental y temprano hasta el nivel universitario. Otra cosa es un auténtico disparate, que sólo demuestra que no se tiene ni idea de Educación, o lo que es aún peor, se quiere prostituir ésta para un mayor beneficio del mercado, anulando la función primordial educativa, su principal objetivo, que consiste en la formación de personas cultas, libres y críticas.
Por tanto, plantear una reforma educativa con la idea de formar trabajadores competitivos en el mercado local y global, no es simplemente una forma estrecha y encorsetada de entender la educación, sino que es una inversión completa de los principios y valores en que se fundamenta todo sistema educativo que se precie de serlo. Formarse como profesional es algo necesario, pero ha de estar subordinado a la prioridad fundamental del sistema, que es formarse como persona y como ciudadano o ciudadana crítica, para avanzar en la construcción de una sociedad más sabia, justa, cohesionada, culta y libre. Continuaremos en siguientes entregas con el desarrollo de los demás aspectos de esta Ley.