Ante la poca sensibilidad social de este Gobierno con respecto a las personas y familias que lo están pasando muy mal en la actualidad, debido a la pérdida de su puesto de trabajo, a las precarias prestaciones, ayudas o subsidios por desempleo, al paro galopante, a los deshaucios masivos o a la pérdida de poder adquisitivo mediante las reducciones a sus salarios, el Grupo Parlamentario de La Izquierda Plural ha presentado en el Congreso una iniciativa (concretamente, una PNL, Proposición No de Ley) muy interesante, de cara a elaborar una especie de Código de Buenas Prácticas (en adelante, CBP) en torno al tema de la distribución de excedentes de alimentos. Pensamos que hasta tanto no exista una Agencia Pública de Servicio Alimentario (o similar) a nivel de cada Comunidad, que sea la responsable de asegurar este servicio público, iniciativas como la que presentamos aquí pueden contribuir a conseguir un panorama más justo y humano.
Damos por tanto difusión desde aquí a esta inteligente iniciativa, a ver si es posible que llegue a buen puerto, y ayudemos a dar un pasito hacia adelante en la protección de las personas más necesitadas. La pobreza y la exclusión social son las consecuencias más dramáticas de la crisis laboral y económica que sufren millones de personas en todo el Estado. El empobrecimiento ya no afecta solamente a los sectores que tradicionalmente engrosaban esta estadística, ya que cada día se nutre vorazmente de miles de personas a las que la violencia estructural de la crisis ha abocado a la exclusión social sin que los poderes públicos les garanticen un nivel mínimo de subsistencia.
Se produce pues la incorporación a los umbrales de la pobreza de miles de personas que han hecho lo indecible por integrarse junto a sus hijos en la sociedad del llamado Estado del Bienestar, y que hoy sin embargo, se encuentran sin recurso alguno. Según el Informe del Parlamento Europeo sobre "Cómo evitar el desperdicio de alimentos: estrategias para mejorar la eficiencia de la cadena alimentaria en la UE", cada año se pierden en Europa más alimentos sanos y comestibles – según algunas estimaciones hasta el 50%- a lo largo de los eslabones de la cadena agroalimentaria hasta llegar al consumidor, que se convierten en residuos.
En España, más de un 20% de la población activa está en paro y más de un millón de
personas pasando hambre, según recoge la “Encuesta de Condiciones de Vida” que
realiza cada año el INE, cuyos datos señalan que un 2,4% de los residentes en España “no
puede permitirse una comida de carne, pollo o pescado al menos cada dos días”.
De igual modo, informes recientes de organizaciones como la Fundación FOESSA o UNICEF han identificado tendencias parecidas, que afectan de manera particular al bienestar de los niños y de las personas mayores.
Las necesidades de alimentos y de otros productos básicos, de limpieza o aseo personal,
se han ido extendiendo a segmentos de la población que no encajan en las categorías
tradicionales de excluidos. Las nuevas necesidades no se concentran sólo en personas sin
techo, sino en familias con un grado considerable de vulnerabilidad a las que la crisis
ha empujado a la pobreza. Esta situación de pobreza, agravada en los últimos meses por los efectos de la crisis, ha llevado a algunas organizaciones sociales a denunciar el despilfarro de alimentos aptos para la distribución y el consumo humano.
Ante esta realidad, las acciones simbólicas de organizaciones como el Sindicato
Andaluz de Trabajadores (SAT) en las últimas semanas, han reactivado el debate sobre qué deberían hacer los supermercados y grandes superficies con los alimentos a punto de
caducar, y a cuestionarse el sistema alimentario actual, exigiendo el aprovechamiento
de los alimentos aptos para el consumo en lugar de convertirlos en desperdicios. En este sentido, acciones simbólicas como la expropiación de carros de alimentos básicos para familias necesitadas, han puesto el acento en visibilizar este problema, y el Gobierno no sólo no debe criminalizar acciones de esta naturaleza, sino que ha de tomarlas como caldo de cultivo para diseñar unas políticas acordes y más sensibles con este problema.
Según el último informe del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio
Ambiente, la gran mayoría de las cadenas de distribución de alimentos (un 78%) considera como desechos la comida que está a punto de caducar, y tan sólo el 20% se la entrega a un Banco de Alimentos o a una ONG para su aprovechamiento. Estos Bancos de Alimentos existen desde hace tiempo (de hecho, acaban de concederles el Premio Príncipe de Asturias a la Concordia, véase http://www.fesbal.org), y junto con otras interesantes iniciativas sociales hacen una labor fundamental, pero no llegan a cubrir todo el problema (sólo el año pasado, distribuyeron entre la población necesitada más de 100 millones de kg. de alimentos).
En este sentido, desde la izquierda pensamos que el Gobierno debe tomar la iniciativa para promover en la ciudadanía, las Instituciones y las empresas, no sólo hábitos de consumo razonables en los ciudadanos, sino también este CBP en las cadenas de distribución de alimentos, y un sistema de distribución de los mismos aptos para el consumo, que evite que acaben en la basura convertidos en desperdicios. Visibilizar la labor que llevan a cabo estos Bancos de Alimentos, y proyectarlos hacia la iniciativa pública, de tal forma que haya un compromiso y un empuje por parte de las propias Instituciones.
La PNL insta concretamente al Gobierno a promover, en el plazo máximo de 6 meses, la elaboración de este CBP para la distribución de estos excedentes de alimentos, con la participación de todos los agentes implicados, con los objetivos básicos de mejorar la eficiencia de los procesos para reducir los excedentes de alimentos aptos para el consumo pero no para la comercialización, establecer mecanismos para que los excedentes de estos productos sean entregados a organizaciones sociales y distribuidos entre las personas con más necesidades, y contribuir a concienciar a toda la cadena, desde productores a consumidores, de la necesidad de realizar un consumo responsable y de reducir el derroche de alimentos y extender al máximo razonable su aprovechamiento.