La escuela pública se inventó para salvarnos de nuestros padres. Es un invento tan bueno, que no sólo te facilita salvarte de tus padres fachas, sino también de tus padres progres. Porque lo que es aplicable a los padres del Opus, es aplicable igualmente a esos padres acrátas alternativos que se empeñan en educar a sus hijos en una casa okupa, según su catecismo ideológicamente correcto, al tiempo que se niegan a vacunarles y les alimentan con quinoa. Los padres, nadie lo niega, tienen el derecho de elegir la educación de sus hijos. Pero no de manera totalitaria. Sus convicciones educativas tienen que pasar por la prueba de la escuela pública. Someterse a la reválida de la democracia, la diversidad social y la pluralidad ideológica
Como estamos exponiendo durante estas primeras entregas de la serie, existe una relación de interdependencia casi total entre escuela concertada y laicismo, en el sentido de que para alcanzar el segundo es necesario reducir la primera. Y ello porque aunque haya centros concertados que cumplen su función educativa de forma correcta, lo más significativo es que el 63% de este sector privado (que representa un tercio de la oferta de enseñanza en su conjunto) corresponde a centros docentes de la Iglesia Católica, que al decir de Enrique Díez y Agustín Moreno en este artículo para el medio El Diario de la Educación, constituyen un auténtico subsistema consolidado y con gran poder. Si la media de centros privados financiados públicamente alcanza el 32,7% en el país, en algunas de las Comunidades en las que han gobernado partidos conservadores éste porcentaje supera ampliamente el 50% (Cataluña, Madrid, Valencia, Navarra y País Vasco). Esta tendencia se justifica desde los sectores conservadores y neoliberales en función de una supuesta "mayor demanda" de las familias, no por una mayor calidad educativa, sino por las características socioeconómicas de la población de esas escuelas concertadas. Pero démosle la vuelta al argumento, para poder comprenderlo mejor: si la escuela se mercantiliza, entramos de lleno en la dinámica del capitalismo. Y el capitalismo funciona bajo las leyes del mercado, y el mercado funciona bajo las leyes de la oferta y la demanda, y la demanda surge de unas necesidades, que bajo el capitalismo no suelen ser reales, sino interesadamente creadas. Luego por tanto...¿no es mejor y más fácil suponer que los intereses de las familias que llevan a sus hijos e hijas a estudiar a estos centros hayan sido creados por el propio sistema que promueve las escuelas concertadas? ¿Y ello cómo es posible? Pues simplemente demonizando la escuela pública, dejándola sin recursos, y manteniéndola como un sistema donde van a estudiar las familias con menos recursos económicos. En última instancia, por tanto, las familias son inducidas a creer que los centros concertados son mejores que los centros públicos, como un elemento de una interesada política para favorecerlos, la misma que también interesadamente desacredita y olvida a la escuela pública.
Estos autores desmontan muy bien el argumento: "La primera hipotética razón nos haría pensar que los centros concertados pueden ofrecer una mayor calidad en la educación académica, pero los datos no dicen eso, una vez que se descuenta el efecto de las características socioeconómicas del alumnado. En segundo lugar, tampoco los resultados respaldan una hipotética mejor formación en comportamientos sociales en los centros concertados con respecto a los centros públicos. En tercer lugar, el factor religioso (católico) tiene una cierta relevancia, aunque no parece determinante en último extremo para la elección de centro (Fernández y Muñiz, 2012; Rogero y Andrés, 2014). Es más, los centros públicos presentan condiciones objetivas más favorables para la educación de calidad al contar con aulas menos masificadas, más participación de la comunidad educativa y un profesorado seleccionado en pruebas objetivas que respetan igualdad, mérito y capacidad". La escuela concertada, por tanto, no es mejor escuela que la pública. Simplemente, es una valoración política que la derecha conservadora, católica y neoliberal se ha empeñado en difundir. Pero lo que sí respalda la evidencia estadística es la creencia de los padres y las madres en que los contactos sociales y los compañeros y compañeras de aula pueden influir de forma positiva en los resultados educativos y en el futuro sociolaboral de sus hijos e hijas, motivos por los cuales suelen preferir los centros concertados (en opinión de Fernández y Muñiz, 2012; Rodríguez, Pruneda y Cuerto, 2014). Lo cierto es que, como opina Gimeno Sacristán (1998), detrás de muchos manidos y falaces argumentos a favor de la "libre elección", más que fervor liberalizador, lo que esconden las familias privilegiadas es el rechazo a la mezcla social, a educar a los hijos e hijas con los que no son de su misma clase social. Todo ese fenómeno no se da en la escuela pública, que es universal, integradora e intercultural por definición, y por tanto, antielitista y no segregadora, como hacen la escuela privada y la concertada. El clasismo, por consiguiente, es un eje fundamental en la labor de la propia escuela concertada.
Enrique Díez y Agustín Moreno explican, apostillando este fenómeno: "De hecho, la más reciente investigación en sociología de la educación, de la Universidad Autónoma de Madrid (Rogero y Andrés, 2016), corrobora que "la libertad de elección de centro no existe, es un término falaz para justificar un sistema que segrega al alumnado y que sirve a las clases medias y altas para alejarse de los alumnos extranjeros y de las clases bajas". El 82% del alumnado inmigrante, de minorías y con necesidades educativas específicas está escolarizado en la escuela pública (Sáenz, Milán y Martínez, 2010). Por tanto, "no cabe hablar de calidad de la enseñanza, sino de calidad social de la clientela" (Feito, 2002). Con ello nos encontramos ante un círculo vicioso de segregación social que, de continuar, aboca a una importante merma de la equidad y la cohesión social". Actualmente, de facto, la mal llamada "libertad de elección" no es un derecho sino un privilegio, además de una estrategia para situar la educación dentro del proceso neoliberal de privatización de derechos fundamentales, para situarla como una mercancía más. Siendo razonable no obstante que todas las familias puedan acceder al centro educativo que deseen, no se puede equiparar la preferencia de elección de colegio con un derecho fundamental. Las preferencias personales o familiares las debe sufragar cada cual, no pudiendo dedicarse la iniciativa pública a atender los intereses particulares. Si la educación es un bien público no puede mantenerse como un negocio privado. El Estado debe velar por el bien común y no fomentar un mercado educativo con rankings de escuelas, en donde las familias compitan para conseguir la mejor oferta, como de si un gran supermercado de la enseñanza se tratara. Hoy día hay que practicar exactamente el movimiento contrario al que se viene ejecutando desde la década de los 80, esto es, revertir el proceso de depauperización de la escuela pública en favor de la concertada, reforzar la escuela pública, dotarla de recursos, ampliar sus plazas, mejorar la calidad de su profesorado, y respetar escrupulosamente sus características de calidad, gratuidad, laicidad, universalidad, integración, inclusividad e interculturalidad. En definitiva, como concluyen dichos autores, el sistema de "elección de centro" se basa en la lógica individualista de la "ética del más fuerte" y no en la lógica igualitaria de la pluralidad y la convivencia, una lógica denostada y despreciada por el neoliberalismo rampante y hegemónico.
La escuela neoliberal asienta sus raíces en un modelo económico y social capitalista basado en el egoísmo competitivo y fundamentado en la ideología de la competitividad y la mercantilización. Para esta ideología el interés colectivo no tiene por qué ser la finalidad de la política educativa (Fernández Soria, 2007). Aboga por un mundo de competición descarnada y cruel, donde el mercado sea el único actor que regule quién sobrevive en esta lucha permanente, y desaparezcan los mecanismos de protección del bien común. Esta filosofía educativa parte del axioma que sostiene que las personas son responsables individualmente de su posible malestar o bienestar. Depende únicamente del mérito y del esfuerzo propio lo que se consigue en la vida (obviando que la sociedad ya proyecta una arquitectura de la desigualdad, como hemos explicado a fondo en esta serie de artículos, recientemente finalizada). Sólo los más aptos sobrevivirán, puesto que los débiles y pobres no han sabido o querido esforzarse lo suficiente para triunfar, según esta filosofía neoliberal y fundamentalista de mercado. La pobreza y la desigualdad son inevitables según ellos, y en todo caso, algo se puede paliar con caridad y misericordia, gracias a la solidaridad personal canalizada a través de las ONG. Este detestable modelo neoliberal, a pesar de la desigualdad mundial creciente que ha generado, continúa siendo defendido de manera fanática por sus adeptos. Y es el responsable de haber convertido la educación, de un derecho fundamental garantizado, a una oportunidad de negocio de corporaciones empresariales y determinados grupos de presión (en España, ligados fundamentalmente a la jerarquía católica), e impone cada vez con mayor ahínco un modelo de gestión de las escuelas como si fueran empresas privadas que exigen beneficios y rentabilidad. La lucha que tenemos por delante en el terreno educativo, por tanto, es una lucha ideológica entre dos visiones situadas en las antípodas. De una parte, los que entendemos la educación como un derecho humano fundamental, y abogamos por un modelo de escuela pública reforzado y universal, laico y de calidad, inclusivo e integrador. De otra parte, los que defienden un modelo de escuela concertada (y privada) elitista, clasista y segregacionista, religioso (católico) y adoctrinador, y que entiende la escuela como un negocio.
Nosotros abogamos por el modelo que considera que la finalidad de la educación es conseguir el amor y el gusto por el saber, el desarrollo moral y la formación de ciudadanía crítica y comprometida con la mejora de la sociedad en la que viven (Moreno, 2016). Busca la mejora de todas las escuelas públicas, su difusión y universalización, y hacerlas aceptables a todas las familias, en vez de incitarlas a elegir y a competir, ya que no solo es menos costoso, sino que preserva los fines sociales de la educación. Entendemos la educación como un bien común, en el que las familias deben participar, pero no como clientes, sino como copartícipes activos en la construcción social de una escuela beneficiosa para sus hijos/as y los hijos/as de los demás (Fernández Soria, 2007). El Foro de Sevilla (http://porotrapoliticaeducativa.org/), junto con otras muchas organizaciones educativas y sindicales, propone para cualquier posible acuerdo en torno a una Reforma Educativa para todos que se pueda articular para una nueva Ley de Educación (tras la derogación de la actual LOMCE del PP, expuesta en esta serie de artículos), establecer como un eje fundamental la supresión progresiva de la financiación pública de los actuales centros privados concertados. Esto hay que proponerlo sin complejos, de una forma clara y valiente, bien fundamentada. La actual financiación pública de una doble red conduce al desmantelamiento progresivo del modelo de escuela pública como un proyecto solidario de vertebración social. Es urgente e imprescindible, por tanto, la apuesta clara por una red única de centros de titularidad y gestión pública que progresivamente y de manera voluntaria y negociada, integre a los centros privados concertados. Mientras ello se consigue, no debe haber ni un solo concierto más para la educación privada, ni un solo euro público más para la educación concertada, y debe suprimirse de inmediato la financiación pública para los centros que practiquen cualquier tipo de discriminación, segregación, o no aseguren la gratuidad. Costará esfuerzo, valentía y mucha determinación, porque estamos ante un asunto crucial que la derecha considera un puntal fundamental en su política de control social para las nuevas generaciones, posibilitando así poder perpetuar su perverso modelo. Continuaremos en siguientes entregas.