"Ya configurada la educación como un eficaz instrumento al servicio de la segregación social y la profundización de las desigualdades, a la educación pública se asigna el papel de instruir y adiestrar a los hijos de las depauperadas clases medias y de la fragmentada clase obrera, todas ellas convertidas cada vez más en precariado, mientras la educación privada y privada concertada se reserva el de formar a las élites
Así, la educación privada concertada quedará intocada por los recortes presupuestarios, gracias a la cobertura legal de ser considerada educación “sostenida con fondos públicos” y justificado su mantenimiento por la defensa de un inexistente derecho de las familias a elegir el tipo de educación para sus hijos, “derecho” que debe ser generosamente financiado por la administración pública y que supone un instrumento más de desvío de renta de las clases más necesitadas de recursos a las menos necesitadas. Una maniobra extractivista más de la economía neoliberal
Como decíamos en el artículo anterior, pensamos que la religión no debe formar parte del currículo, pero no por motivos antirreligiosos (cada cual es libre de cultivar sus propias creencias), sino desde un planteamiento pedagógico y social beneficioso para el desarrollo de la incipiente racionalidad del menor, de su independencia, libertad y autonomía personal. Lo que necesitamos en la escuela pública es la impartición de una ética cívica mínima, común para el conjunto de la ciudadanía, basada escrupulosamente en el respeto a los Derechos Humanos, que recoja todo aquello que une a la ciudadanía y desarrolle principios y valores de respeto y tolerancia, que hagan posible la convivencia en la propia diferencia, y también garantice el respeto, la integración y la pluralidad con las personas que no son fieles de ninguna religión, es decir, que no creen en ningún Dios. Sólo en una escuela verdadera y completamente pública y laica se pueden sentir representadas y cómodas tanto las personas creyentes como las no creyentes, tanto las musulmanas como las cristianas. Los centros de enseñanza deben servir para aprender y no para creer. Deben servir para reflexionar y formarse en el pensamiento científico y social, pero no para fomentar ninguna fe irracional. Precisamente por eso, la escuela pública ha de ser laica, para poder ser de todas y todos, para que en ella todas las personas podamos reconocernos al margen de cuáles sean nuestras creencias, que han de quedar como un asunto íntimo y privado. De ahí que educación concertada y religiosa tengan que ser progresivamente abolidas. Y precisamente hay que hacerlo, como nos argumenta Carlos Fernández Liria en este artículo para el medio Cuarto Poder, en nombre de la libertad de enseñanza. Continuaremos profundizando en estos aspectos, porque estamos abordando quizá la línea de flotación principal en cuanto a educación se refiere. Y es que existen una serie de premisas (sofismas los llama Fernández Liria) que se repiten sin cesar, como verdaderos mantras, como si fueran claras evidencias, cuando no es así. Por ejemplo, se dice que el Art. 27 de la Constitución protege la enseñanza concertada porque defiende la libertad de enseñanza contra el modelo de "escuela única". Y añaden a continuación que la escuela única se da solo en los países en donde existe el partido único, la prensa única, es decir, en las dictaduras, en los regímenes totalitarios. Esto es completamente falso. Pero además lo suelen decir quienes defienden el pensamiento neoliberal como pensamiento único.
Fernández Liria lo deja muy bien explicado. Retomo sus palabras: "Así pues, si suprimir la escuela concertada es imponer el modelo de "escuela única" y eso solo se da en las dictaduras totalitarias, habría que concluir de inmediato que en Europa hay una buena cantidad de países totalitarios: en realidad, casi todos. Se lleva la palma, desde luego, Finlandia, que durante las últimas décadas ha sido el milagro educativo europeo, donde la escuela concertada se reduce a un 2,9% y la escuela privada a un impactante 0,0%. Noruega es también un país muy totalitario, con un 96,4% de escuela pública. Peor es en Irlanda, donde la concertada y la privada juntas suman un 0,4%. Otras dictaduras totalitarias serían Alemania (la que más, junto con Austria, un 0,0%), los Países Bajos (0,9%), o Italia (5,1%). En realidad, según esta especie de catecismo del PP, solo tres países europeos se librarían, por tanto, del totalitarismo: España, donde la suma de la concertada y la privada es del 31,8%; Reino Unido, con un 39,1%, y Bélgica, con un 55,7%. Todos los demás serían dictaduras totalitarias que cercenan la libertad de enseñanza imponiendo un modelo de "escuela única". Y añade que el disparate es tan mayúsculo y el truco ideológico tan grotesco que se cae por su propio peso. En realidad son ellos/as, los defensores del modelo público-concertado (defensores igualmente de la escuela privada, segregacionista, clasista y elitista) los que persiguen la escuela única, a tenor de la evolución que va teniendo en nuestro país, y del interés por dejar a la escuela pública como un porcentaje residual. En realidad, lo que estas personas de la "derecha liberal" persiguen no es ninguna libertad de enseñanza, sino la libertad de los padres a imponer a sus hijos su propia ideología personal, y además, de hacerlo de forma absolutamente totalitaria hasta que alcancen la mayoría de edad (cuando ya las mentes estén absolutamente colonizadas). A eso le llaman "libertad de las familias". ¡Cuánto daño está haciendo el neoliberalismo doctrinal y sus nuevos derechos! Precisamente, las cosas son justamente al revés de como esta gente las cuenta.
Precisamente, la escuela pública es el mejor invento contra el totalitarismo ideológico. Se inventó, sobre todo, para liberar a los niños y niñas, a los hijos e hijas, de la dictadura ideológica a la que los respectivos padres podrían someterlos, educándolos según sus convicciones (en ocasiones repugnantes o incluso a veces criminales, añade Fernández Liria), pero no en la intimidad, sino institucionalizando todo este sistema, globalizándolo, e instando a que tuviera ayudas públicas. De este modo, además, dicha ideología se extendería mucho más que si solo la cultivamos en el entorno familiar. Los niños y niñas del franquismo, por ejemplo, fueron vetados, ni siquiera les dejaron por un momento asomarse a la pluralidad ideológica y a la diversidad social y de pensamiento que existe. Fueron (fuimos) adoctrinados desde pequeños de una forma brutal. Lo que pretendemos es que, ahora que supuestamente vivimos en "democracia", esto no siga ocurriendo. Los niños y niñas pueden, por supuesto, ser educados en casa de manera más o menos asfixiante. Corresponderá a los padres dicha tarea. Ese es el derecho de los padres. Pero en el colegio, en la escuela, en el Instituto, en la Universidad, deben tener una ventana abierta al mundo, reflexiva, a otros mundos que sus padres no tienen derecho a censurar. Y así, unos serán cristianos, otros musulmanes, otros ateos, otros agnósticos, otros budistas. Un Estado democrático no puede coartar la libertad de las familias EN EL SENO FAMILIAR, pero sí debe hacerlo en el contexto de la escuela pública, porque la escuela pública es de todos. En la escuela pública no caben dichos planteamientos, no caben dogmas, ni fe, ni religión, ni adoctrinamiento. Por supuesto que unos padres del Opus Dei tienen derecho a llevar a sus hijos a una escuela que los adoctrine en dicho pensamiento, pero nunca con fondos públicos. Habrán de llevarlos, si pueden pagarla, a una escuela privada. Y aquí reside la grandeza, la belleza y la universalidad de la escuela pública y laica, donde cada niño y cada niña se puede sentar junto a alguien diferente, que se viste diferente o que piensa diferente, que siente y cree diferente, pero donde se aprende desde el respeto y la tolerancia hacia la diversidad y la riqueza ideológica.
Lo que hay que matizar, por tanto y para que se entienda, es esa supuesta "libertad" de las familias, que no es tal. Los padres y madres, nadie lo niega, ni tampoco la Constitución, tienen el derecho de elegir la educación que quieran para sus hijos, pero no es una libertad plena ni ilimitada. Sus convicciones educativas y sus creencias personales pueden ser impartidas a sus hijos e hijas en el seno familiar, e incluso en una escuela privada si pueden y quieren pagarla. Pero nunca en la escuela pública, porque la escuela pública debe ser el templo de la diversidad y de la pluralidad. Y para ello, no puede entrar en ninguna cuestión religiosa. Ha de mantenerse al margen, en la más estricta laicidad. Insiste Fernández Liria: "Cuando se repite ese mantra absurdo del control ideológico estatal se olvida la cuestión fundamental: la de si se está hablando de un Estado con división de poderes o no. En la medida misma de que haya un control gubernamental de lo público, ya se trate de la escuela pública (donde es casi impracticable) o de la prensa pública (donde por supuesto que lo hay) o de la justicia (que no puede ser privada), eso no es más que una demostración de que la separación de poderes no está funcionando correctamente. Y en esos casos, el problema no es lo público, sino el hecho de que lo público no está suficientemente blindado frente a las presiones privadas o gubernamentales. Es algo que, por ejemplo, se observa en la sanidad pública, mucho más que en la escuela pública. Y no digamos ya en el terreno del periodismo, donde la libertad de expresión está secuestrada por unas cuantas corporaciones mediáticas económicamente muy poderosas". En nuestro país, la enseñanza concertada está dañando muy seriamente a la educación pública. Y esto es lo más grave que puede ocurrir para las clases más desfavorecidas. Se está practicando una selección del alumnado, y condenando a un gueto de marginados a la población más necesitada de recursos para su educación. Se perpetúa de esta forma el clasismo y el elitismo. En algunos barrios, incluso, llevar a tus hijos a la escuela pública es como llevarlos a un reformatorio carcelario. Y no precisamente porque la escuela pública sea eso, sino porque en eso la estamos convirtiendo, con tanta transferencia de recursos de la pública a la concertada. Mientras la concertada recibe fondos al por mayor, a la pública se le destinan barracones. Mientras las nuevas parcelas de las nuevas barriadas son reservadas para la escuela concertada, van careciendo cada vez más de educación pública. Hemos de revertir este peligroso camino. Es una tendencia criminal y perversa.
Y así, mientras las políticas neoliberales de derechas están favoreciendo la enseñanza privada con recursos del Estado (que en eso consiste justamente el sistema de conciertos educativos), durante las dos últimas décadas no han dejado de recortarse los recursos de la escuela pública. Se trata de un darwinismo social que se impone en nombre de la mal entendida "libertad de enseñanza", entendida así por el rampante neoliberalismo. Y encima intentan vendernos el discurso de que estas medidas y decisiones están amparadas por la Constitución. Es simplemente grotesco y vergonzoso. La escuela pública, finaliza Fernández Liria, no es un determinado "modelo educativo", sino precisamente la institución que garantiza que ningún modelo educativo pueda imponerse sobre los demás. Los alumnos de la escuela pública tendrán compañeros diversos, profesores de diversa ideología, padres y madres de convicciones distintas, asociaciones de un ámbito y de otro, directivos de unas creencias y de otras, conocerán personal de las diferentes tendencias, siempre desde el debido respeto, y es esta riqueza estructural de la escuela pública lo que no podemos perder, porque vuelve impracticable cualquier intento de control ideológico. Las verdaderas dictaduras ideológicas se imponen en las escuelas concertadas, donde cualquier profesor o profesora puede ser despedido o despedida simplemente por no encajar con el ideario doctrinal del centro, por ser homosexual, por ser lesbiana, por casarse con una persona divorciada, o por cualquier otra circunstancia personal o social, que por cierto, es justamente lo que protege la Constitución (que no haya discriminaciones por estos motivos). La escuela concertada, por ello, con los debidos y progresivos planes de adaptación (no se trata de entrar como elefante en cacharrería), debe ir siendo paulatinamente desmantelada, dejando paso a la escuela pública y laica. De esa forma nos habremos librado de esta anomalía democrática que nos afecta desde hace ya varias décadas, desde que nos asomamos a la tan ansiada democracia. La escuela concertada es una rémora del pasado, y su fundamentalismo religioso un cáncer para cualquier sociedad libre y democrática que se precie de serlo. La odisea de migrar a miles y miles de alumnos de la escuela concertada (y religiosa) a la escuela pública (y laica) será una de las aventuras democráticas más plenas e interesantes que nos quedan por experimentar en nuestra sociedad. Continuaremos en siguientes entregas.