La política tiene raíces morales
BLOQUE VIII. DESIGUALDAD Y CORRUPCIÓN.
Este octavo bloque temático que hoy comenzamos va a intentar exponer la relación que posee la corrupción con la arquitectura de la desigualdad. Comenzaremos intentando llegar a las fuentes reales de la corrupción, y en ese sentido, estamos de acuerdo con Fernando Hugo Azcurra y Modesto Emilio Guerrero, cuando en su texto sobre Venezuela afirman: "La fuente originaria fundamental de todas las operaciones actuales de corrupción en el mundo es el capital financiero mundial que la propaga a todos los órdenes de la vida económica, social e institucional de gobiernos y países. Es la "cultura" mercantil burguesa por excelencia más extendida de sus negocios e "inversiones", que contamina y corroe todos los estratos de la sociedad burguesa como una pandemia para la cual pareciera que no hay antídoto eficaz". En efecto, en nuestro Blog siempre hemos colocado a las entidades financieras en general, y a los bancos en particular, como los tipos más perversos de empresas que existen. Su colaboración con los más oscuros intereses está más que probada, y por tanto, es perfectamente lógica la definición que nos hacen estos autores. La corrupción, entonces, es causa principal para la arquitectura de la desigualdad, ya que no sólo la permite y la potencia, sino que además la genera en su naturaleza más primigenia. Y mientras estos indecentes personajes y toda la ralea que les acompaña se esfuerzan en ofrecer discursos altisonantes aludiendo a la transparencia, honestidad, credibilidad y confianza que deben regir el funcionamiento de los mercados e instituciones, tanto públicas como privadas, ello sólo es un descarado y un cínico ejercicio de la hipocresía más brutal. En la realidad, su conducta está plagada de especulación, fraudes, trapacerías, estafas, tráficos de influencias, latrocinios, mentiras y cadenas de favores, que se extienden hasta el infinito. Una enorme masa de corruptos nos enseñan y muestran todos los tipos de truhanerías, ardides y triquiñuelas para instalar el engaño como núcleo estructural y transversal de sus actividades.
Sin embargo, se nos presentan como un ejército de "triunfadores", expertos en "astucia" e ingeniería financiera, seres símbolo y prototipo de la "libertad del individuo" (libertad para pisotear a los demás) y su capacidad de desarrollo personal en una sociedad "libre" de mercado (como dicen estos autores, más bien una sociedad "libre de decencia"). En realidad, despliegan todo un muestreo de conquistas, dominio, sojuzgamiento, extorsión, sobornos, latrocinios y expoliación de individuos, empresas, gobiernos, etc., para lograr sus objetivos, que no son otros que beneficios económicos, poder e impunidad. Podemos definir a la corrupción en este sentido como todo el conjunto de prácticas que se despliegan de forma ilegal, antiética e ilícitamente para conseguir estos objetivos. Y para explicar estas conductas y comportamientos aberrantes, podríamos aludir a la "intrínseca perversidad humana", a la maldad "natural" del individuo, a la inveterada mala voluntad y al oportunismo de parte de quienes ejercen determinados cargos y responsabilidades. Y entonces nos valdrían todas esas frases huecas y vacías que muchos dirigentes políticos escupen, así como gran parte de la población: "Todos son iguales", "Si tú estuvieras en el poder también lo harías", "Es la condición humana", y otras por el estilo. Es lo más fácil: pensar en esto nos impone un mismo rasero para todas las personas, y nos condena a un grado de desconfianza en el sistema y en el ser humano de por vida. Pero también hay quienes no opinamos así. Pensamos más bien que el fundamento profundo hay que buscarlo y es posible encontrarlo en el mantenimiento de las relaciones burguesas de producción, circulación y consumo de nuestro modelo de sociedad capitalista. Con ello no queremos sostener tajantemente que el ser humano no tenga tentaciones, digamos, poco éticas (hecho que admitimos), pero entendemos que es más bien el sistema el que estructuralmente provoca y mantiene la corrupción, como elemento para esta arquitectura de la desigualdad que se proyecta.
La corrupción no ha de contemplarse por tanto como la fatalidad de un hecho "natural" e insoslayable, sino como el producto de las relaciones que el sistema crea, proyecta y mantiene. Y así, la arquitectura de la corrupción despliega agentes corruptores (típicamente, el poder económico) y agentes corruptos (típicamente, el poder político). Y es que en el sistema capitalista, el verdadero poder, al que se consagran todos los demás, es el poder económico, y el poder político es un simple peón a su servicio. Lo hemos explicado más a fondo en este otro artículo de este Blog. Por ello, nosotros pensamos, desde la izquierda transformadora, que no hay que descender a la "naturaleza humana" para ir erradicando la corrupción, sino que lo que hay que hacer es ampliar al máximo la democracia, para nivelar al máximo la participación igualitaria de todas las personas, grupos, colectivos, sectores, estamentos e instituciones, para de esta forma tener "controlados" esos impulsos de la naturaleza humana que les llevan a dichas prácticas corruptas. De esa forma podríamos impedir que corruptores y corruptos vengan a la sociedad para aprovecharse de ella. En el artículo de nuestro Blog dedicado a exponer "Los peligrosos valores del neoliberalismo", dedicamos uno de esos puntos a la corrupción, y allí explicamos: "De cara a la galería, el pensamiento neoliberal y sus adalides fomentan un discurso contrario a la corrupción, la atacan y dicen velar por minimizarla, e incluso erradicarla, pero en el fondo, el neoliberalismo normaliza, suaviza y disculpa la corrupción como no puede ser de otra manera, pues prácticamente el conjunto de sus valores tienden a introducir o permitir cierto grado de corrupción. Y ello porque la corrupción sí que es parte inherente del sistema (y no las desigualdades, tal como ellos creen), la corrupción (o al menos cierto grado de ella) es la materia prima del pensamiento capitalista y neoliberal, pues desde el punto de vista en que se legitiman la competitividad, el emprendimiento, la competencia, el individualismo y el desprecio al bien común, la mercantilización de todas las actividades y el culto fanático al consumismo, todo ello no puede sostenerse sin que la corrupción sea siquiera mínimamente tolerada y auspiciada".
Y continuábamos: "Porque...¿acaso no es corrupción un desahucio? ¿No es corrupción soportar una tasa de paro del 20%? ¿No es corrupción la privatización de un sector público rentable socialmente? ¿No son corrupción los recortes en sanidad o educación, ejecutados además por personajes que poseen enormes cuentas en paraísos fiscales? ¿No son corrupción las "puertas giratorias"? ¿No es corrupción rescatar a los bancos, mientras hay gente buscando comida en la basura? El neoliberalismo necesita corruptos y corruptores, así como un sistema que los encubra y los proteja. Hablamos entonces de una cierta corrupción institucionalizada". Rescatamos a continuación los dos párrafos finales del artículo de Arsen Sabaté "Las mil caras de la corrupción española", publicado por el medio La Izquierda Diario: "La corrupción endémica es un factor potente que retroalimenta la crisis de representación actual de los partidos del Régimen. Pero esto no debe confundirse con que sea la corrupción la verdadera fuente de los problemas. La corrupción es sólo una manifestación más de los mecanismos de dominación naturales de los capitalistas y sus representantes políticos, de un régimen profundamente antidemocrático. Un sistema capitalista podrido, donde mientras la clase trabajadora y los sectores populares intentan sobrevivir a duras penas entre el paro y la precariedad laboral, los políticos capitalistas viven como millonarios. Y, para colmo, después se retiran como asesores y gerentes de las mismas empresas que beneficiaron durante décadas desde sus puestos en el gobierno, el parlamento o los ayuntamientos". Y es que (y de esta forma volvemos a conectar con el primer bloque temático de la serie, donde ya hablamos sobre los ricos y su poder), la única minoría realmente peligrosa son los ricos y sus siervos, tal como afirman Paca Blanco, Jesús Rodríguez, María Lobo y Aziz Matrouch, todos ellos militantes de la corriente Anticapitalistas, en este artículo para el medio Publico, que tomamos a continuación como referencia. Esa minoría parásita es la que diseña las reglas del juego, de tal forma que siempre les favorezcan. "Una minoría acaparadora que esquilma los recursos de todos para lucrarse y vivir en la opulencia más escandalosa", en palabras de los autores.
Se trata de esa misma minoría que diseña, practica, tolera y ampara la corrupción como uno de los mecanismos de plasmación de la arquitectura de la desigualdad. Son los mismos que saquean los servicios públicos, que bajan los salarios, que precarizan el empleo, que especulan con la vivienda. Son los mismos que invierten en el indecente negocio de las armas. Son los mismos que tienen toda una batería legislativa para defenderlos, por eso hacen tantas proclamas a la ley, porque es "su ley". Tal como dijera Marx en su día, el Estado no es más que el Consejo de Administración de la clase dominante, es decir, de los ricos y poderosos, de las grandes empresas, de las grandes fortunas. Y es que el secuestro democrático por parte de estas élites poderosas ha agravado profundamente la arquitectura de la desigualdad. Este secuestro democrático precisamente es el que abona el campo libre para la corrupción. En su dossier "Acabemos con la desigualdad extrema", los investigadores de Oxfam Intermón describen el fenómeno con precisión: "Durante mucho tiempo, la influencia y los intereses de las élites políticas y económicas han reforzado la desigualdad. El dinero compra el poder político, que los más ricos y poderosos utilizan para afianzar aún más sus injustos privilegios. El acceso a la justicia también suele estar en venta, de forma legal o ilegal, y las costas judiciales y el acceso a los mejores abogados garantizan impunidad a los poderosos. Los resultados se manifiestan de forma obvia en las desequilibradas políticas fiscales y los laxos sistemas normativos actuales, que privan a los países de ingresos fundamentales para financiar los servicios públicos, además de favorecer prácticas corruptas y debilitar la capacidad de los Gobiernos para luchar contra la pobreza y la desigualdad". La corrupción, por tanto, está total, estrecha y completamente relacionada con la desigualdad, hasta tal punto que los países más corruptos suelen ser los más desiguales, y viceversa. Continuaremos en siguientes entregas.