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4 abril 2019 4 04 /04 /abril /2019 23:00
Fuente Viñeta: ATTAC

Fuente Viñeta: ATTAC

Ciertamente, todos necesitan los medios básicos para sustentar sus propias vidas, como una base mínima. También creo que necesitamos disminuir la importancia del empleo para el significado individual y el valor social, y rechazar la idea de que el ingreso es una función del mérito. Necesitamos más tiempo libre y menos trabajo por el trabajo mismo. Necesitamos romper el dominio absoluto que la “creación de empleo” tiene sobre las propuestas políticas. Necesitamos no solo “elevar el suelo” para los ingresos, sino también “bajar el techo”. Necesitamos, esto es, cambiar radicalmente las formas de vida construidas en torno a una economía en constante crecimiento que de alguna manera nunca tiene suficiente para todos

Alyssa Battistoni

El trabajo asalariado ya no es garantía de salvarse de la pobreza. Los trabajadores y trabajadoras pobres son una figura hoy día constante en prácticamente todos los países "desarrollados". Este incremento de la clase obrera pobre es una constatación a raíz de los ataques que sobre todo desde la última crisis de 2007 hacia acá han venido llevándose a cabo sobre las clases populares y más vulnerables. Y así, desregulaciones laborales, recortes en prestaciones sociales, desuniversalización de los servicios públicos, ataque a los servicios de empleo, preponderancia de la iniciativa privada, desmantelamiento de sectores productivos, políticas austericidas fomentadas por los organismos internacionales, y un largo etcétera estratégico de acoso y derribo a las conquistas sociales de la clase obrera mundial han traído consigo que, por ejemplo en Europa, en 2015 la tasa de trabajadores pobres fuese del 13,2%. Actualmente, será incluso mucho más elevada. Por su parte, la mecanización, automatización, informatización y robotización de muchos puestos de trabajo ha traído (y traerá consigo aún más) el paulatino descenso de trabajadores en muchos sectores industriales. La mayoría de estudios concluyen que, aunque es probable una evolución en la naturaleza de los puestos de trabajo que desempeñen los humanos en el futuro, será mucho mayor la cantidad de empleos que se destruirán debido al incremento de tareas mecanizadas. Todas estas razones, y otras muchas que hemos ido desgranando en las entregas anteriores, abonan la tesis de la importancia que la RBU puede y debe tener en un futuro próximo, como herramienta que contribuya a que esta escalada de la desigualdad, de la pobreza y de la exclusión social sea atajada de una forma eficiente.

 

Pero ojo, porque estamos viendo, sobre todo de un tiempo a esta parte, cómo se le llama renta básica a cualquier propuesta: al ingreso vital del PSOE, a las Rentas Mínimas de Inserción, a la propuesta de renta garantizada de Podemos, e incluso recientemente Ciudadanos también se ha apuntado a ella. Y así, la renta básica es la medida a la que todos se apuntan para ganar votos...Todas ellas son mentiras. La renta básica RBU que aquí proponemos no la contempla hoy día ninguna formación política en su programa electoral. Nadie se atreve a defenderla realmente, en la dimensión que aquí hemos explicado. Ello provoca una cantidad delirante de confusión, en torno a la medida en sí, en cuanto a su alcance, en cuanto a su financiación, etc. Como a todo se le llama "renta básica", con o sin más apellidos, con tal o cual matiz en su nombre (renta activa, renta mínima, renta garantizada, renta vital...), todo cae en un cajón de sastre que no somos capaces de diferenciar. Ninguna propuesta actual es la RBU que nosotros defendemos. Podremos estar más o menos de acuerdo con ella, pero lo que no podemos hacer es confundir. Y hoy día, lo que existe es confusión. El problema radica en que el enunciado de las propuestas es muy tibio, generalista y demagógico, poco preciso, y después, cuando desarrollan la medida, comprobamos que no tiene nada que ver con la verdadera RBU. En cuanto accedemos al detalle de las diversas medidas que se proponen, ya empezamos con la confusión: no son individuales sino familiares, hace falta no superar cierto margen de recursos, son limitadas en el tiempo, y un largo etcétera de condicionantes que desvirtúan la medida, y que nos ofrecen más de lo mismo. En resumidas cuentas, a los subsidios condicionados para pobres no les debemos llamar "renta básica", y así ganaríamos mucho tiempo, esfuerzo, y claridad. 

 

Y en cuanto al funcionamiento de las empresas, lo ideal sería, manteniendo el mercado, es decir, sin renunciar a él, cambiar la óptica, el prisma y la filosofía actual del "libre mercado" salvaje y desregulado (que pensamos es el caballo de batalla principal, causante y responsable de toda la barbarie empresarial descrita en anteriores entregas), por lo que bien ha sido denominado como la "Economía del Bien Común" (EBC). Como resumen de la misma, extraigo a continuación la fantástica explicación que de dicho paradigma realizó en este artículo Joan Ramón Sanchis para el medio Nueva Revolución: "Los valores de la EBC son los principios básicos y universales de los derechos humanos: la dignidad humana, la solidaridad, la sostenibilidad ecológica, la justicia social, la transparencia y la participación democrática. Según este modelo, la economía ha de estar al servicio de las personas y el dinero y el capital no han de ser un fin en sí mismo sino un instrumento. Para ello, las reglas de juego básicas del capitalismo, esto es, el afán de lucro y la competencia, se han de sustituir por la contribución al bien común y la cooperación. El fin último ha de ser la felicidad de las personas, por lo que los indicadores clásicos de la economía, el Producto Interior Bruto (PIB) de los Estados y el Balance Financiero de las empresas, ya no son útiles. La EBC propone como indicadores adecuados el Producto del Bien Común (PBC) y el Balance del Bien Común (BBC). El PBC sirve para medir el crecimiento de un país, incluyendo dentro del mismo aspectos como la cohesión social, la solidaridad, la participación, la calidad de la democracia, la política medioambiental, el justo reparto de los beneficios, la igualdad de género, la igualdad salarial, etc., valores que no recoge el PIB a nivel macroeconómico. La EBC propone que el crecimiento económico no sea un fin en sí mismo sino un medio para alcanzar los fines del bien común, que son reducir la huella ecológica y conseguir la sostenibilidad del territorio". 

 

Y continúa: "Se proponen como medidas concretas la reducción de la jornada laboral (entre 30 y 33 horas semanales), una cooperación monetaria global para el comercio mundial, el uso de monedas regionales como complemento de la moneda nacional (para evitar la especulación del dinero), la creación de una zona del comercio justo (Zona del Bien Común), la creación de un Banco Central Democrático controlado por la ciudadanía, el establecimiento de límites a los ingresos (máximo de 10 veces el salario mínimo) y los patrimonios y la aprobación de ventajas legales para todas aquellas empresas que cumplan con los criterios del Balance del Bien Común, entre otros aspectos. También se propone completar la democracia representativa con la democracia directa y participativa, de manera que la ciudadanía pueda participar de forma directa en las decisiones que les afectan y controlar también directamente a sus representantes políticos". Con esta semblanza rápida que nos hace este autor sobre los parámetros donde se mueve la EBC, no hacen falta muchas más explicaciones para entender que con ella, la arquitectura de la desigualdad se revertiría en gran medida. Y por otra parte, también entendemos que la propia filosofía de los empleos, de los trabajos humanos, tiene que cambiar. A la luz de la globalización neoliberal y del poder inmenso de las grandes corporaciones, han surgido toda una pléyade de tipos de actividades, trabajos y empleos absolutamente inútiles, que hoy día copan una parte importante de la actividad laboral de muchas personas. Hay que cambiar también aquí el chip mental con el que funcionamos, y echar abajo algunos tópicos, así como derribar algunas falacias. Por ejemplo, los trabajos improductivos no son inútiles. Hay que volver a recuperar la función y el valor social del empleo, erradicar los empleos estúpidos, y por tanto centrarse en la pregunta del millón: ¿qué es un empleo socialmente útil?

 

En el mundo laboral actual, los tipos de puestos de trabajo y los salarios que perciben no están relacionados con su utilidad social. ¿Realmente produce el valor y la utilidad un directivo de una sociedad como para ganar 300, 500 o 1000 veces lo que ganan sus empleados? El capitalismo llega un momento en que retribuye únicamente por el grado de influencia, de poder o de relación que dicha persona pueda ofrecer, por su grado de experiencia, pero no por el valor que realmente aporta a la empresa u organización. Por otra parte, existen gran cantidad de trabajos estúpidos, trabajos sucios, inútiles, o que simplemente no tienen ningún sentido. Curiosamente, los trabajos estúpidos a menudo están muy bien pagados y ofrecen excelentes condiciones, pero no sirven para nada, o están creados bajo premisas innecesarias. No hay que confundir estos trabajos con los trabajos precarios, que en su mayor parte, consisten en tareas que son necesarias e indiscutiblemente beneficiosas para la sociedad, pero aún así, están mal pagados y mal protegidos. Y todo ello apoya poderosamente la arquitectura de la desigualdad. La justa valoración de los trabajos por su utilidad social también ayudaría a revertir esta arquitectura laboral de la desigualdad. Hay que diferenciar también entre el trabajo productivo y el trabajo útil. Por ejemplo, el trabajo de los funcionarios públicos es útil pero no productivo, y no por ello dejan de ser trabajos muy importantes, con un valor social inestimable. Los trabajos de cuidados estarían también en este grupo. Nosotros hemos venido insistiendo, desde hace muchas entregas, en que debemos dejar de atender a los trabajos humanos según la escala de valores capitalista al uso, y por tanto, dejar de valorar únicamente los trabajos rentables económicamente (los que son "productivos" para el capitalismo), para comenzar a valorar más y mejor los trabajos que son únicamente rentables socialmente (no productivos, y por tanto, inútiles para el capitalismo). Su utilidad social es precisamente la que conforma su necesidad, su validez y su justificación, y la que los hace necesarios e imprescindibles en una sociedad democrática, justa, avanzada e igualitaria que se precie de serlo. Continuaremos en siguientes entregas.

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2 abril 2019 2 02 /04 /abril /2019 23:00
Viñeta: Vasco Gargalo

Viñeta: Vasco Gargalo

En el informe “Alerta 2018!” (Icaria), la Escola de Cultura de Pau contabiliza 33 conflictos armados en el mundo en 2017 (14 concentrados en África) y 88 “escenarios de tensión”. El 40% de los conflictos son de “alta intensidad”, es decir, con más de mil víctimas mortales al año y graves impactos en el territorio; por ejemplo en Libia, región Lago Chad, República Democrática del Congo (región de Kasai), Somalia, Sudán del Sur, Afganistán y Filipinas (isla de Mindanao). Asimismo, ACNUR calcula que hay 68,5 millones de desplazados forzosos en el mundo (44.400 nuevos desplazamientos diarios durante 2017) por los conflictos y la violencia generalizada

Enric Llopis

Y al hilo de la cita de Enric Llopis que hemos destacado, resulta que los Gobiernos occidentales, siempre ávidos a desviar sus responsabilidades, suelen echar gran parte de la culpa de las muertes de refugiados y migrantes a las organizaciones que los trafican, a las mafias. Evidentemente no dudamos de su existencia, está documentado perfectamente que las hay y hasta dónde llega su perversión, pero en este asunto, entendemos que se magnifica su influencia. Con todo lo que llevamos expuesto sobre la propia esencia perversa de las fronteras, podemos concluir que dichas muertes son parte integral del propio régimen fronterizo, y que por tanto, la responsabilidad última de tanta barbarie corresponde a los Estados, que son también en última instancia los responsables de luchar contra ellas. Si las fronteras fuesen libres y seguras, si los trayectos fuesen garantistas y las personas tuviesen formas seguras de viajar de un país a otro, no recurrirían a las mafias, a los traficantes. Precisamente recurren a dichas mafias porque les "prometen" encargarse de su viaje a cambio de dinero (bastante dinero), pero esto es fomentado precisamente por la inseguridad y hostilidad de las fronteras, y por la peligrosidad de los trayectos. Recce Jones, en la entrevista que estamos tomando como referencia, afirma que por ejemplo les cuesta cinco, seis o siete mil dólares viajar de Bangladesh a Europa. Pero un simple billete de avión se consigue por mil. El hecho de que no existan vías seguras para el viaje es lo que arroja a los migrantes en brazos de los traficantes. Su negocio se basa precisamente en la existencia de esos peligros fronterizos, y de esa inestabilidad de los trayectos. Pero la auténtica responsabilidad de estos hechos corresponde a la Unión Europea y sus Estados miembro, que son los que implementan las políticas que obligan a la gente a valerse de intermediarios, y a tomar rutas cada vez más peligrosas. 

 

Y como venimos contando desde varias entregas atrás, lo que prima (como siempre bajo el sistema globalizado capitalista) es el negocio, el beneficio de las empresas, que han visto un filón y un nicho de mercado fantástico en el sector de la "seguridad fronteriza". Todo lo demás les da igual. Ello es fomentado por eslóganes políticos que aluden a las "invasiones" de migrantes, a la "perdida de nuestra identidad cultural europea", y demás chorradas por el estilo. Pero lo cierto es que quien gana es dicho sector. Hoy día se estima que la industria de la seguridad fronteriza alcanzará el astronómico volumen de 107.000 millones de dólares de facturación para el próximo año 2020. Como sabemos, es una industria relativamente joven, que ha emergido hace unos 30 años. La inmensa mayoría vienen del sector armamentístico, que además se han especializado en desarrollar tecnología de seguridad para las fronteras. Como ocurre en el resto de sectores industriales en alza, a medida que dicho sector crece, se crea un círculo vicioso en el cual las empresas obtienen grandes ingresos, que a su vez utilizan para hacer tareas de lobby y conseguir que el negocio aumente, es decir, que los países gasten cada vez más dinero en seguridad fronteriza, lo cual aumenta más sus ingresos. Estamos acostumbrados a ver que cada vez que ocurre un atentado terrorista, el miedo social que se provoca se canaliza hacia la adquisición de más seguridad en las fronteras, pero también ahora en las propias ciudades. De esta forma, ha emergido todo un fantástico mercado dedicado a la seguridad, del mismo modo que en su tiempo emergió el complejo militar-industrial cuando las empresas vieron el filón de fabricar armas para las guerras, más o menos tras la Segunda Guerra Mundial. Al final de la segunda Gran Guerra, existían únicamente cinco muros fronterizos en el mundo. En 1990, tras la caída del Muro de Berlín, había 15, y hoy, treinta años más tarde, hay más de 70. Ello nos da buena idea de la proliferación de esta perversa Política de Fronteras, que hay que erradicar. 

 

La solución, como venimos expresando en esta serie de artículos, es la plena eliminación de dichos muros, la apertura total de las fronteras (lo cual debilitaría y haría desaparecer las mafias de traficantes) para permitir la libre circulación de las personas, y el establecimiento de toda una serie de condiciones laborales y protecciones medioambientales globales, que controlen las mercancías, y sobre todo, los capitales. Ellos, los capitales, representan el poder del dinero, el verdadero poder fáctico del neoliberalismo, y es el último responsable de toda esta locura fronteriza, y sus peligrosas consecuencias. Por supuesto, ello requeriría también, como igualmente hemos explicado, dejar de practicar políticas injerencistas en terceros países, que son las que provocan las guerras por los recursos, las guerras geopolíticas, o las interesadas simplemente en derrocar cierto tipo de Gobiernos que son incómodos para Occidente. Todo ello configura la razón de un mayoritario porcentaje de los flujos migratorios. En lugar de eso, deberíamos comenzar a practicar verdaderas políticas de ayuda al desarrollo, de cooperación y de responsabilidad internacional, teniendo como fin que ningún país sea inviable para la vida digna de sus habitantes. Y por supuesto, el último paso es integrar convenientemente, de manera justa, ordenada y equitativa, a todos los extranjeros que vengan a nuestros países. Ello requiere, por ejemplo, conseguir la plena igualdad de derechos en los territorios, evitando los guetos, las desigualdades de oportunidades y las injusticias. Porque si mantenemos las diferencias de derechos según nacionalidad, los que tengan plenos derechos en un lugar concreto podrán abusar de quienes no los tienen. Hay que poner palos en las ruedas a la globalización, intentando fomentar la idea de un salario mínimo global, que disminuyera los incentivos que tienen las grandes empresas para deslocalizar sus negocios, y obtener mayores beneficios recurriendo a la mano de obra barata de otros lugares con salarios devaluados. 

 

Hay que pensar que si pusiéramos todo esto en marcha como Política de Fronteras (apertura de las fronteras, libre circulación de las personas, limitaciones al capital y a las mercancías, condiciones laborales y ambientales globales, salario mínimo global, practicar políticas de cooperación con terceros países, olvidarnos de las guerras y conflictos armados, integración justa de los extranjeros en nuestras sociedades, igualdad de derechos en todos los lugares, entre otras muchas que irían complementando a las anteriores), otro gallo nos cantara. La situación sería inmensamente más justa y humana, pero perderían (y mucho) las grandes corporaciones, que son, como decíamos más arriba, el poder fáctico de esta interesada globalización. Hemos de enfrentarnos a ellas, ese es el reto que tenemos como sociedades. ¿Existe por ahí algún Gobierno digno que quiera seguir este rastro? Mucho nos tememos que no. Pero estamos convencidos de que es la única solución. Mejor que eso: la verdadera solución. Porque con todo ello se mejorarían considerablemente las condiciones de trabajo en todos los territorios, con lo cual serían bueno para los trabajadores de Europa y de Estados Unidos, pero también para la clase obrera de los países pobres del Sur global. Los únicos actores que saldrían perdiendo, como decimos, son las grandes corporaciones, que perderían la capacidad de aprovecharse de las divergencias en regulaciones y en salarios, y de esa cultura de las fortalezas, de las fronteras seguras, de "controlar las invasiones", y de toda la falsa parafernalia que se ha ido generando alrededor de este asunto. Un mundo sin fronteras sería lo ideal. Está en nuestra mano. No es una utopía, ni una ilusión inalcanzable. Sólo tenemos que pelear por ello. Pelear y enfrentarnos a los grandes gigantes de la industria, que son los enemigos de este escenario. 

 

Porque estas grandes industrias, que se lucran con las desgracias humanas, son las primeras interesadas en que todo el panorama actual continúe como está: a ellas, a estas grandes empresas, les interesa que continúen las guerras y conflictos armados, que continúe la fortificación e inexpugnabilidad de nuestras fronteras, que se levanten muros, que se militaricen sus instalaciones, que los pueblos pobres no puedan avanzar, que las rutas continúen siendo peligrosas, que las mafias trafiquen con las personas, que los mercados laborales sean dispares y desiguales, que no exista la integración de los migrantes, que los capitales sean cada vez más libres de actuar, que sus posibilidades comerciales cada vez estén sujetas a menos restricciones, que puedan explotar los recursos naturales de cualquier sitio del planeta, que los refugiados y migrantes sean encerrados (en Estados Unidos existe el mayor porcentaje de empresas privadas que se dedican al encierro de personas), que la violencia estructural de las fronteras continúe, que las políticas de cooperación al desarrollo sean prácticamente inexistentes, que no existan las políticas de interculturalidad, que se fomente la política del odio, del rechazo, de la intolerancia, del racismo y del miedo, que se fomente el discurso de la persecución al extranjero, al diferente, que existan seres humanos considerados "ilegales", que continúen los éxodos dantescos de población, que la inmigración sea considerado un problema de "seguridad", que se identifique a los migrantes con delincuentes, criminales y asesinos (porque así criminalizan la misma pobreza), que se instalen las políticas racistas globalizadas, que aumente el racismo institucional, que los discursos identitarios crezcan, y que, en fin, se continúe diseñando un mundo hostil para los muchos, y un mundo plácido, cómodo y lleno de riquezas para los pocos. ¿Nos quedamos de brazos cruzados ante sus bárbaros intereses, o luchamos por Políticas de Fronteras humanas, justas y seguras? Continuaremos en siguientes entregas. 

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31 marzo 2019 7 31 /03 /marzo /2019 23:00
Viñeta: Iñaky y Frenchy

Viñeta: Iñaky y Frenchy

Me parece que todas las consecuencias de la crisis ecológica que se avizoran en el futuro próximo, especialmente el de la posibilidad de la extinción casi total de la vida sobre la Tierra, convierten al ser humano en un ser trágico pero privilegiado al mismo tiempo. Esto se debe a que pesaría sobre aquel el destino no solo de su propia especie, sino de una gran parte de las formas de vida en el planeta, pudiendo su práctica revolucionaria contribuir (o no) con la aminoración de dicha carga. Una práctica revolucionaria que incorpore una visión realista y no negadora de tal situación podría dar, por ejemplo, visos de esperanzas a la humanidad y a ciertas especies; aunque no creo que pueda ya revertir una gran parte del desastre que se ha alcanzado con el capitalismo. La desaparición de más de la mitad de animales, como muchos estudiosos predicen, condiciona así para siempre nuestro destino como especie. Nadie puede saber realmente cuánto nos queda de tiempo sobre la Tierra, pero sí estoy seguro de que la práctica revolucionaria podría alargar un poco más nuestra estadía sobre este paraíso “perdido”

Lucho Torres (fundador del Blog “Un Marxismo para el planeta”)

Continuando con la exposición de la corriente ecosocialista que ya comenzamos a esbozar en el anterior artículo con la ayuda de este fantástico artículo de Michael Löwy, hay que indicar que el ecosocialismo también proclama un incremento sustancial del tiempo libre. En este asunto también coincide con la filosofía propia del Buen Vivir, que sostiene que una mayor dedicación a la propia libertad, al ocio, al recreo, a la contemplación, al pensamiento y a la reflexión, al disfrute de lo que nos rodea, al cultivo de nuestras pasiones, redundará siempre en una mejora del ser humano, tanto en su interior (felicidad) como en su exterior (relación con los demás). La planificación, reparto y reducción del tiempo de trabajo influyen poderosamente en que podamos dedicar más tiempo a estas tareas, que hemos ido perdiendo según iba acrecentándose la alocada vida capitalista, sobre todo en las grandes urbes. Un aumento significativo del tiempo libre es, de hecho, una condición para la participación de las personas trabajadoras en la discusión y administración democrática de la economía y de la sociedad, lógicamente en sus aspectos más locales (que es donde la población se ve más afectada), pero también en sus aspectos más globales o generales. El tiempo libre es dedicación a tareas diferentes a (la que sea) nuestra ocupación principal (trabajo o proyecto personal), pero es también una puerta abierta a poder dedicar tiempo a temas que la sociedad actual no nos permite, debido al ritmo de vida frenético que nos impone. Sobre todo, más tiempo libre es fundamental para aposentar con calma nuestras vivencias, nuestros pensamientos y reflexiones, algo que parece que hemos perdido bajo los parámetros de la sociedad de la "inmediatez" a la que nos someten las nuevas tecnologías y redes sociales de comunicación. 

 

De este modo, esa "planificación ecológica democrática" (que ya habíamos introducido en el artículo anterior) representa un ejercicio por parte de la sociedad completa de su libertad para controlar las decisiones que afectan a su destino. Hoy día solemos dejar estos aspectos a nuestros representantes políticos, que además suelen incumplir sus promesas electorales, y sumergirnos en un maremágnum de planes, decisiones y medidas que no solemos comprender, o al menos, que no analizamos con la profundidad que sería deseable. Si bajo un ideal democrático no se entregaría el poder de decisión político a una pequeña élite, ¿por qué no debería aplicarse el mismo principio a las decisiones económicas? Bajo el capitalismo, el valor de uso (el valor de un producto o servicio para el bienestar) sólo existe al servicio del valor de cambio, o valor en el mercado. Así, muchos productos en la sociedad contemporánea son socialmente inútiles, o diseñados para su rápido recambio (mediante la llamada obsolescencia programada, que pondrá fin a la vida útil de tal producto en un tiempo predeterminado). Al contrario, en una economía planificada ecosocialista, el valor de uso sería el único criterio para la producción de bienes y servicios, con consecuencias económicas, sociales y ecológicas de largo alcance. La planificación pondría el foco en las decisiones económicas a gran escala, no en las decisiones a pequeña escala que podrían afectar a empresas más locales. Es importante señalar que una planificación así es consistente con las decisiones de la ciudadanía, pero también con el control democrático de los trabajadores de dicha empresa.

 

La decisión, por ejemplo, de transformar una planta desde la producción de automóviles a la producción de autobuses, metro o tranvías sería tomada por la sociedad en su conjunto, pero la organización interna y el funcionamiento de la empresa serían controlados democráticamente por sus trabajadores/as. Dicho control democrático debería realizarse a todos los niveles (local, regional, nacional, continental e internacional), según los ámbitos de gestión, actuación o funcionamiento. Por ejemplo, asuntos ecológicos de alcance planetario tales como el calentamiento global, deberían ser abordados a una escala mundial, y por lo tanto requieren de alguna forma de planificación democrática internacional. El debate democrático y pluralista debería ocurrir a todos los niveles. A través de partidos, plataformas u otros movimientos políticos, las diversas propuestas serían presentadas a las personas, y los y las delegados/as serían elegidos/as de forma consecuente con ello. Sin embargo, para ello, la democracia representativa debe ser complementada (y corregida) por una democracia directa ejercida por Internet, a través de la cual las personas elijan (a nivel local, nacional, y después mundial) entre las opciones sociales y ecológicas presentadas. Y así, se podrían decidir cuestiones como: ¿Debería ser gratis el transporte público? ¿Deberían los dueños de automóviles privados pagar impuestos especiales para subsidiar el transporte público? ¿Debería subsidiarse la energía solar para poder competir con la energía fósil? ¿Debería reducirse la semana laboral a 30, 25 o menos horas, con la consiguiente reducción de la producción? Al respecto, y para una mayor información de las posibilidades reales de planteamiento concreto, remito a mis lectores y lectoras a la serie de artículos que publicamos bajo el título "Objetivo: Democracia", donde reflexionamos y exponemos las diversas posibilidades de implementación. 

 

Evidentemente, una planificación democrática como la que aquí presentamos necesita contribuciones expertas, pero su rol es educativo, es presentar visiones informadas sobre resultados alternativos a la consideración en procesos populares de toma de decisiones. Es decir, necesitamos expertos que nos informen sobre las materias en cuestión objeto de las decisiones, pero dejando siempre éstas al foro ciudadano. ¿Tenemos garantías de la que el conjunto de la ciudadanía elegirá siempre las opciones correctas? En absoluto. El ecosocialismo apuesta por que las decisiones democráticas se vuelvan cada vez más razonadas e ilustradas, a medida que la cultura, la ciencia y el conocimiento avanzan, y rompemos con las ataduras y la hegemonía de los mercados. Los altos niveles de conciencia socialista y ecologista sólo se podrán conseguir a través de la lucha, de la auto-educación y de la experiencia social. Cualquier renuncia a estos objetivos democráticos (por ejemplo, bajo una especie de "dictadura ecológica de expertos" simplemente sería dejar el gobierno en manos tecnócratas, que pueden obedecer a otros intereses). Lo que debe garantizarse siempre y en todo momento, y para cualquier asunto, es la igualdad de condiciones y oportunidades para exponer todas las visiones, posibilidades y propuestas. Michael Löwy explica: "La gran transición desde el progreso destructivo capitalista hacia el ecosocialismo es un proceso histórico, una transformación revolucionaria y permanente de la sociedad, la cultura y las mentalidades. Promulgar esta transición lleva no sólo a un nuevo modo de producción y una sociedad igualitaria y democrática, sino que además a un modo de vida alternativo, una civilización ecosocialista, más allá del reino del dinero, más allá de los hábitos de consumo producidos artificialmente por la publicidad, y más allá de la producción ilimitada de mercancías inútiles y/o dañinas para el ambiente".

 

Y concluye: "Un proceso de transformación como éste depende del apoyo activo de la vasta mayoría de la población para un programa ecosocialista. El factor decisivo en el desarrollo de la conciencia socialista y la preocupación ambiental es la experiencia colectiva de la lucha, desde las confrontaciones locales y parciales hasta el cambio radical de la sociedad mundial como un todo". Así mismo, el ecosocialismo pone en debate el verdadero significado de los clásicos términos "progreso", "bienestar", "desarrollo", etc., contaminados de forma tóxica por la influencia nociva del capitalismo desaforado, por unos conceptos más coherentes con el resto de la filosofía del ecosocialismo. Debemos optar por otro paradigma de desarrollo, enfrentando el pernicioso "crecimiento" actual. Un nuevo paradigma de desarrollo significa poner término al escandaloso desperdicio de recursos bajo el capitalismo, impulsado por la producción a gran escala de productos inútiles y dañinos. La industria de las armas es, por supuesto, un ejemplo dramático, pero más en general, el propósito primario de muchos de los bienes producidos es generar y maximizar beneficios para las grandes corporaciones. El tema no es el consumo excesivo de forma abstracta, sino el tipo de consumo predominante, basado como está en el desecho masivo y la búsqueda compulsiva de novedades promovidas por las modas. Una nueva sociedad, bajo otro paradigma productivo y de consumo, orientaría toda la producción hacia la satisfacción de las auténticas necesidades humanas, incluyendo el agua, la comida, el vestido, la vivienda, y servicios y suministros básicos como la salud, la educación, el transporte o la cultura. Un paradigma ecosocialista debería compaginar que todo el mundo tuviese garantizados dichos servicios, suministros, bienes y productos básicos, pero a la vez bajo los parámetros de una clara conciencia ecologista, que no dañara al planeta, al medio ambiente, a los animales ni a la propia naturaleza. Continuaremos en siguientes entregas.

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29 marzo 2019 5 29 /03 /marzo /2019 00:00
Fuente Viñeta: https://www.periodistadigital.com/

Fuente Viñeta: https://www.periodistadigital.com/

Apoyo la RBU porque es incorrecto que alguien se interponga entre otra persona y los recursos que ésta necesita para sobrevivir. Está mal que alguien ponga condiciones al acceso de las personas a los recursos que ellas necesitan para sobrevivir. No debe ignorarse este hecho: la pobreza es la falta de acceso a los recursos que se necesitan para vivir una vida decente. Una persona sana con las habilidades adecuadas y el acceso a un entorno saludable puede hacer muchas cosas que son imposibles para una persona empobrecida en la sociedad actual. Ellos pueden construir su propia casa, pescar, cultivar o cazar su propia comida, pueden trabajar solos o con quien quieran. No necesitan un jefe. Nunca tienen que seguir órdenes

Karl Widerquist (Vicepresidente de la Basic Income Earth Network)

Uno de los motivos por los que las fuerzas políticas de la izquierda no se "atreven" a plantear abiertamente la RBU en sus programas electorales, es por el hecho de que no existe conciencia hacia la medida, porque pueda parecer de cara a la ciudadanía como una propuesta "insensata", y por tanto, pueda hacer retroceder electoralmente hablando a dicha formación política. Salvando las distancias, es justo lo que ocurre también con las propuestas decrecentistas de la economía, las cuales, aunque muchas veces se crea en ellas y se entiendan como estrictamente necesarias, no se plantean abiertamente en los programas electorales ni se defienden en los debates políticos precisamente por no perder votos y apoyos populares. Bien, vayamos al tema que nos ocupa, a ver si podemos salir de dudas. En este artículo para el medio digital Sin Permiso, sus autores (Jordi Arcarons, Daniel Raventós y Lluís Torrens) nos hablan de una encuesta popular que realizaron, la cual se encargó a la empresa especializada en estudios de opinión pública GESOP. Se realizó concretamente entre el 13 y el 17 de julio de 2015, entre una población de más de 16 años y residentes (con al menos un año) en Cataluña. El número de entrevistas repartidas por distintas áreas de Cataluña fue de 1.600. La pregunta principal en dicha encuesta fue la siguiente: "La renta básica es un ingreso de 650 [es la cantidad que se propuso por concretar en la pregunta] euros mensuales que recibiría toda la población como derecho de ciudadanía, que sería financiada mediante una reforma fiscal que supondría una redistribución de la renta del 20% de las personas más ricas al resto de la población. ¿Estaría usted más bien de acuerdo o más bien en desacuerdo de que se implantase en nuestro país?". Pues bien, los resultados a esta pregunta fueron los siguientes: un 72,3% respondió que "más bien de acuerdo", un 20,1% respondió que "más bien en desacuerdo", y un 7,6% respondió NS/NC. Por tanto, parece ser que no es tanta la oposición que se tiene en el conjunto de la ciudadanía a esta medida.

 

Como los autores concluyen, quizás es más sensato pensar que si se explican bien las propuestas cuando se tienen los medios y las oportunidades para hacerlo, la mayor parte de la población entiende perfectamente lo que se explica. Acabemos por tanto con todos estos prejuicios sobre la posible valoración de ciertas medidas de calado por parte de la ciudadanía. Nuestra responsabilidad es, como estamos haciendo aquí, difundir su conocimiento, explicar bien su alcance, sus ventajas y sus posibilidades, y que luego las formaciones políticas que lleven dicha propuesta en sus programas la expliquen y la defiendan valientemente. Y por supuesto, que la promuevan en cuanto tengan poder para hacerlo. Pero sigamos exponiendo los resultados de esta encuesta, muy ilustrativos por cierto. Del total de personas que disponían de un trabajo remunerado, sólo el 2,9% respondió que dejaría de trabajar. Y de las personas que estaban en desempleo, sólo el 2,2% manifestó que dejaría de buscar empleo. Los autores del artículo indican: "Parece que el sonsonete habitual de que con una renta básica incondicional la gente dejaría sus trabajos remunerados forma parte de la fantasía y del prejuicio. Una gran parte de la gente entrevistada opinaba lo contrario. Pero es que incluso hay encuestados inactivos o parados que declaran que con una RB iniciarían un proyecto personal de empleo. Cuando sumamos las horas dejadas de trabajar y las comparamos con las potenciales nuevas horas, ¡la cifra final da más actividad! y por supuesto menos paro involuntario". A la hora de la verdad, cuando manejamos datos concretos y no prejuicios ni valores morales, parece que los resultados son diferentes a los que pudiéramos imaginar. 

 

Los datos desmienten, como estamos viendo, todas las infantiles, reduccionistas y falsas predicciones de la derecha, y en general de los detractores de la medida. Creo que ya hemos rebatido, por activa y por pasiva, del derecho y del revés, los torticeros argumentos de estos detractores, tales como que "la RBU no se puede financiar", "¡cómo vamos a dársela a los ricos!", "las mujeres quedarían recluidas en el hogar", "se fomentaría la vagancia", "se necesitaría una revolución para llevarla a cabo", "significaría un ataque al Estado del Bienestar", "se produciría un pernicioso efecto llamada", "acabaría con la iniciativa individual", y demás razonamientos falaces, ignorantes y maliciosos. Pero volvemos a insistir en que, por sí sola, la medida de la RBU, tomada en forma aislada, no va a revertir la peligrosa arquitectura de la desigualdad laboral y económica a que estamos sometidos. Los lectores y lectoras pueden consultar entregas anteriores, correspondientes a los bloques temáticos que ya hemos abordado, para comprender que hacen falta muchas otras medidas que complementen a la RBU: los Planes de Trabajo Garantizado, la Renta Máxima, el reparto del trabajo, la reducción de la jornada laboral, el combate a las desigualdades laborales con perspectiva de género, la erradicación por ley de la precariedad laboral, el combate a los paraísos fiscales, la liberación con respecto a la deuda pública, y otros asuntos y temas de interés que ya hemos abordado en artículos previos formarían el conjunto de medidas de Política Económica que todo gobierno realmente decidido a desmontar la arquitectura de la desigualdad debería implementar. 

 

Pero volvemos a insistir en que no debemos permitir que nos engañen. De un tiempo acá, muchos grandes empresarios de todo el mundo (entre los que se encuentra gente tan conocida como Bill Gates, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, etc.) se han mostrado encantados con la propuesta de la RBU, pero el planteamiento de la RBU que estas personas puedan apoyar dista mucho del nuestro. Todos ellos, al igual que la OCDE (y en general todas las grandes instituciones internacionales que de entrada puedan apoyar la medida), plantean premisas inaceptables para el modelo de renta básica que aquí hemos formulado. Por ejemplo, suponen desembolsos desde los Estados de Bienestar muy significativos, suponen masivos incrementos de impuestos, suponen merma de determinadas protecciones sociales, o asumen que los gastos para financiar una RBU se dispararían, entre otros planteamientos. Como puede concluirse fácilmente, están hablando de otra RBU distinta a la que aquí planteamos. Este artículo de Diego Herranz para el medio Publico nos da referencias de algunos ejemplos claros y concretos de RBU que se han implementado hasta ahora por todo el mundo, y sus consecuencias. Recomiendo a los lectores su completa lectura para una mayor información. Destacamos los casos de Alaska, Finlandia, Kenia, Oakland (California), Utrecht (Holanda), Ontario (Canadá), India, Uganda y Livorno (Italia). También hay que hacer una referencia, aunque no atienda al modelo de RBU aquí propuesto, a la llamada "canasta alimentaria" cubana. Diversas estimaciones internacionales del Brookings Institution norteamericano, aseguran que la RBU erradicaría la pobreza en 66 países, beneficiando a 185 millones de personas, y que apenas costaría el 1% del PIB de esas economías. Y además, sin aportar nada de dinero extra de las cuentas de ayuda al desarrollo, es decir, de ayuda internacional. 

 

Planes de RBU podrían lanzarse de inmediato, para ayudar con coberturas anuales a los 650 millones de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza. Los experimentos mundiales que antes hemos citado no son antiguos (salvo el de Alaska), sino que se han implementado durante los años 2016 y 2017. En todos los casos, se ha podido comprobar la transformación y modernización que la RBU aporta a los sistemas de bienestar de dichos países, y la mejora de sus niveles productivos. La mayoría de dichos planes se están estableciendo a modo de pruebas piloto, es decir, de forma experimental durante un tiempo determinado, para luego estudiar sus resultados, y ampliar en su caso la experiencia. Hasta la fecha, ninguno de dichos casos ha emitido un informe negativo por parte de sus autoridades respectivas. También hay que decir que no todas esas experiencias se basan en el modelo de RBU que estamos exponiendo aquí, sino que algunas de ellas aportan algunas otras características o variantes. La RBU también es apoyada por grandes nombres de la economía mundial, tales como Yanis Varoufakis, Paul Krugman, Joseph Stiglitz, Thomas Piketty, etc. Varoufakis ha declarado al respecto que "La RBU es una urgencia inaplazable para civilizar el capitalismo y evitar los espasmos que generará por la nueva generación tecnológica". En Francia un total de 13 regiones están estudiando su implementación. El experimento italiano nos lo contaba Diego Mariño en este artículo para el medio La Información de finales del pasado año, que anunciaba que a partir del presente año la renta básica (un primer experimento) en Italia sería una realidad. Pero de la lectura del artículo en cuestión, se deduce que no se trata de una RBU, pues no es ni individual (aplica coeficientes familiares) ni incondicional (pues aplica determinantes por rentas). Pero como estamos viendo, el panorama internacional da pasos adelante hacia el modelo de RBU que aquí estamos proponiendo, de tal manera que cuando se consiga estandarizar y universalizar supondrá un gran hito histórico. Continuaremos en siguientes entregas.

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28 marzo 2019 4 28 /03 /marzo /2019 00:00
Viñeta: Josetxo Ezcurra

Viñeta: Josetxo Ezcurra

En Venezuela estamos en medio de una Guerra de Quinta Generación (G5G), donde se verifica el asesinato de la verdad y el intento de su sustitución por una realidad-virtual que sirve para adocenar, doblegar pueblos, asesinar ideas, y donde las viejas armas y herramientas ya no son útiles

Álvaro Verzi Rangel

Dictadura es dictadura. Pinochet era dictador, Videla era dictador, Somoza era dictador, Franco era dictador. Si en sus dictaduras hubiera aparecido un loco autoproclamándose presidente a las 2 horas era fusilado y tirado a una fosa común. ¿Se entiende?

Florencia Lagos (comunista chilena)

Viñeta: Antonio Rodríguez

Venezuela es hoy día un país acosado, hackeado, insultado, sancionado, embargado, bloqueado, atacado por las potencias occidentales, extorsionado, desabastecido, apagado, y bajo serias amenazas de invasión externa. Quizá pocos países en la historia, en semejante situación, continuarían luchando por su soberanía. Pero Venezuela resiste. Un grupo de países, cuyo nexo común es hacer continuo seguidismo a Washington, reconoció a Juan Guaidó como Presidente “interino”, cediendo a sus presiones. Se tiene constancia de que el gobierno de los Estados Unidos, a través de su cuerpo diplomático, presionó al conjunto de la Unión Europea (incluido el gobierno español de Pedro Sánchez) para reconocer al títere venezolano. El gobierno español está siendo comparsa de esta fechoría: cómplice y vasallo del imperialismo americano de siempre. Guaidó no es entonces el único títere, lo son todos los dirigentes de los países que lo han reconocido como interlocutor en Venezuela. Incluso presionaron al Ministro Borrell para que abandonara la idea de intentar crear un grupo en la UE para intermediar entre Maduro y la oposición venezolana. Podríamos pensar que a todos estos países, con Estados Unidos a la cabeza, le preocupan de verdad las condiciones de vida de los venezolanos, pero entonces…¿Por qué no le preocupan también las de Haití, Sudán, Yemen o el Congo? ¿Por qué no intervienen también en Honduras o en México, que son países más peligrosos que Venezuela, en cuanto a inseguridad ciudadana se refiere?

 

Viñeta: Moro

No, los intereses son otros. Hace mucho que la guerra se ha convertido en un suculento negocio, que las grandes potencias justifican por medio de mentiras. Que USA intente “instalar” la democracia en Venezuela (como ya lo hizo anteriormente en muchos otros países, que después de dicha “instalación” resultaron Estados fallidos) mientras proclama su amistad inquebrantable con Arabia Saudí (la dictadura sátrapa más asesina, corrupta e intolerante) o con Israel (el paria internacional que no tiene más amigos que el gigante norteamericano), es, cuando menos, sospechoso. Nazanín Armanian ha expuesto en este artículo para el medio Publico hasta 9 razones de peso para que USA se interese por Venezuela de un modo especial. A ellas me remito: la riqueza del país sudamericano en recursos naturales (Venezuela alberga el 24% de las reservas de petróleo de la OPEP), los lazos de relación económicos, culturales y militares que la unen a Rusia y China, los recientes fracasos en Oriente Próximo de la potencia estadounidense (tales como Irak, Afganistán, Yemen, Libia, Sudán o Siria), su permanente incursión en América Latina para obedecer a la doctrina Monroe (“América para los americanos”…del norte, claro, que le ha llevado desde hace décadas a invadir países o a derrocar gobiernos que no seguían sus dictados), acabar con el proyecto de integración económica del MERCOSUR (creado bajo los gobiernos de Hugo Chávez, con vocación de integrar a toda América Latina, con exclusión de USA), desmantelar el Petrocaribe (el suministro preferente de crudo a los países latinoamericanos), debilitar el ALBA (tratado comercial de los pueblos americanos y caribeños, que expulsó al ALCA de dicho territorio), evitar la desdolarización progresiva del mercado mundial, la aspiración de Donald Trump a tener y ganar su propia guerra, y la presión del lobby proisraelí contra la presencia de Irán en América Latina.

 

Viñeta: Ramses

Por supuesto, influye también la amistad venezolana con el vecino cubano (enemigo histórico de Estados Unidos), con el que además mantiene acuerdos preferenciales en suministros de petróleo, y en algunos aspectos sociales, como la sanidad. Pero incluso sin atender a todos estos motivos que hemos indicado…¿es que alguien medianamente informado y sensato puede creerse de verdad que Estados Unidos, el actor internacional más agresivo del mundo, está interesado en la calidad de vida de los venezolanos? ¿Es que alguien puede identificar a estas alturas al Imperio estadounidense como el paladín de la democracia, la libertad y los derechos humanos? ¿Es que no es algo que se cae por su propio peso, únicamente atendiendo al perverso historial belicista e injerencista norteamericano? Baste para ello el dato de que la Casa Blanca ha designado a Elliot Abrams, uno de los patrocinadores del terrorismo de los Escuadrones de la Muerte en Centroamérica, para organizar la “transición democrática” en Venezuela…¿De verdad sabe Abrams algo de democracia? Todo obedece a una patética y burda lógica de dominación imperial, para derrocar por la fuerza a uno de los pocos gobiernos que se resisten al dominio imperial, dentro de su “patio trasero”. Desde la llegada de Hugo Chávez al poder en 1998, han intentado por todos los medios posibles hacer fracasar a la Revolución Bolivariana, mediante sabotajes a su economía, acciones de terrorismo callejero, desabastecimiento de productos de primera necesidad, acciones callejeras violentas, estrangulamiento de la economía venezolana, embargo, bloqueo y sanciones de todo tipo.

 

Viñeta: Kalvellido

Todo ello ha ido acompañado de una terrible campaña mediática internacional para desprestigiar al país y a sus gobernantes, implementada por todo el ejército mundial de medios de comunicación que trabajan al servicio del capitalismo transnacional. Noticieros, reportajes y entrevistas de todo tipo para enseñarnos las calamidades que sufre el pueblo (mientras escondían los logros y avances sociales del chavismo), que serían escondidas si quienes gobernaran en Venezuela estuvieran al servicio del imperialismo norteamericano, como de hecho ha ocurrido en el pasado, y continúa sucediendo en la actualidad (¿acaso se cuenta el éxodo mexicano, hondureño o salvadoreño como se cuenta el éxodo venezolano?). Bien, ¿qué tenemos que hacer, entonces? Pues desmontar la mentira. Una mentira que posee muchas caras, muchos intereses, muchos instigadores. Para comenzar, la vida cotidiana en el país latino. En este artículo para el medio Counterpunch escribieron su experiencia el fotorreportero británico Alan Gignoux y la periodista y cineasta venezolana Carolina Graterol, que viajaron a Venezuela durante un mes para grabar un documental para una cadena de televisión. Lo que han recogido se puede resumir en que el retrato que pintan los medios mayoritarios sobre el país comparado con sus experiencias sobre el terreno, son dos cosas muy distintas. Ellos advirtieron una realidad muy diferente a la que nos cuentan estos medios. No existen indigentes ni pobres por las calles. Esto se debe a los diversos programas multidisciplinares del gobierno venezolano, que incluyen servicios sociales para sacar a los niños de las calles o devolverlos con sus familias.

 

Viñeta: Kike Estrada

Es evidente que existe desgaste popular, y un cansancio generalizado debido a la situación del país, por el hecho de constituir el centro del foco mediático internacional. Pero el retrato no es el mismo de Colombia o Brasil, justamente los dos países cuyos gobiernos neoliberales (títeres de USA en este objetivo, como son Iván Duque y Jair Bolsonaro) no pueden impedir que sus calles estén llenas de niños. La pobreza extrema no parece comparable, por tanto, a la de otros países sudamericanos. Por supuesto existe delincuencia, pero mucho menor que la existente en El Salvador, por ejemplo. El problema es que si un país es hostigado, sancionado, extorsionado y bombardeado mediáticamente, los efectos se dejan sentir. Y por tanto, la inflación está por las nubes (ya superó el 300%), la comida está cara, pero el gobierno ha creado los CLAP (Comités Locales de Abastecimiento y Producción), que proporcionan alimentos básicos a 6 millones de familias todos los meses. Impera la dieta vegetariana, y tal vez la principal queja que mostraron los ciudadanos a los referidos periodistas fue que no podían comer tanta carne como antes. Pero antes del chavismo (bajo el gobierno de Carlos Andrés Pérez, por cierto muy amigo de Felipe González, que ahora se desgañita pregonando las tiranías de Maduro), Venezuela soportaba un índice de pobreza extrema del 40% y un 80% de pobreza. Otros suministros como la electricidad, el agua o el transporte público no han subido tanto, y representan un pequeño porcentaje del gasto familiar.

 

Viñeta: Adán Iglesias

Pero como decimos, las sanciones estadounidenses han afectado al país, y la vida ha empeorado desde entonces. Cualquier país es sensible a una guerra económica de estas dimensiones. La hiperinflación inducida y el bloqueo de todos los préstamos internacionales han debilitado la economía venezolana, pero son factores exógenos, no endógenos. Por supuesto, el gobierno de Maduro ha cometido errores de bulto durante estos últimos años (el propio PSUV lo ha reconocido), la Revolución Bolivariana no es perfecta, pero el país estaría mucho mejor si no fuera blanco de los ataques de la ira estadounidense, y del vergonzoso seguidismo de sus aliados. La comunidad internacional tiene bloqueados casi 10.000 millones de dólares del gobierno bolivariano. La tal “crisis humanitaria” es otro falso eslogan creado por Estados Unidos para justificar la intervención. Luis Hernández Navarro, en este artículo para el medio mexicano La Jornada, relata: “Cada mes, por conducto de los más de 32 mil comités locales de abastecimiento y producción (CLAP), se distribuyen toneladas de alimentos a los sectores populares a precios subsidiados. Su entrega no está condicionada a ninguna afiliación política. Los comités son una forma de organización popular que, junto al Ministerio de Alimentación, se encargan de entregar productos de primera necesidad casa por casa. Las familias tienen acceso por esta vía a arroz, lentejas, frijoles, aceite, atún, harina de maíz, azúcar y leche. Cerca de 11 mil CLAP reparten comida y artículos de higiene personal”.

 

Viñeta: Iñaky y Frenchy

Pero que no exista una crisis humanitaria no quiere decir que no existan problemas: los ingresos por petróleo han bajado (a lo que se añade que el Gobierno venezolano no supo diversificar su modelo productivo, haciéndose esclavo de la renta petrolera, lo cual provoca que sus ingresos estatales estén muy expuestos a los vaivenes del mercado), la hiperinflación devora los ingresos de los venezolanos, los precios están desfasados con respecto a los salarios, escasean muchos productos, existe dificultad para utilizar dinero en efectivo, escasean medicinas y otros productos de insumo, así como productos de higiene personal, etc. Pero para paliar en parte todo ello, existe esta red de protección social, que amortigua bastante todas estas carencias. Al ser un país cuya economía descansa en la exportación de crudo, la caída mundial de estos precios desde el año 2014 ha repercutido muy negativamente en las finanzas nacionales. El modelo productivo venezolano, como apuntábamos, no ha sabido diversificarse, de tal forma que la guerra económica y el bloqueo creciente por parte de los Estados Unidos y sus perritos falderos han agravado bastante la situación. El ataque contra la moneda nacional, el bolívar, es incesante.

 

Viñeta: Pavel Eguez

Se han congelado, bloqueado e incautado activos financieros del país por todo el mundo, por mor de la perversa influencia norteamericana en los mercados dolarizados. También se han bloqueado las cuentas de la petrolera estatal PDVSA, a través de su filial norteamericana, CITGO. Todo ello retrata un panorama ciertamente debilitado de la economía venezolana, pero como decíamos anteriormente, lo que se vive hoy es apenas nada comparado con la precariedad que vivieron hasta 1998. El chavismo les trajo más ambulatorios sanitarios, más educación integral, desayunos y almuerzos para los escolares, 42 nuevas universidades en el país, se erradicó el analfabetismo, se construyeron viviendas sociales, se potenciaron el trabajo, el recreo y la cultura, así como la participación ciudadana, y se instaló la libertad de expresión para el pueblo, así como un sistema electoral completamente garantista, avalado internacionalmente, por mucho que quieran desprestigiarlo desde la oposición. A todo esto es a lo que le tienen miedo los yanquis, a que su “patio trasero” se vuelva más libre. Le tienen miedo a la dignidad y a la libertad y emancipación de los pueblos. Por eso cualquier conato de evolución en esa línea es interceptado.

 

Todos los demás argumentos son excusas para esconder la realidad. ¿Cuál es entonces la realidad? Lo cierto es que Juan Guaidó es un falso líder, construido por el imperialismo, que trabaja a su servicio, representando una avanzadilla política a todo un ejército de ocupación en construcción cuyo fin es establecer en Venezuela un gobierno tutelado, como en el pasado, por la Administración norteamericana. Ello implica una agenda de destrucción de todos los avances sociales del chavismo, así como de los derechos humanos, de las libertades públicas y de la democracia en el país. Los medios de comunicación dominantes en Venezuela, así como los líderes de los países vecinos (Brasil, Colombia…) ya hablan abiertamente de liquidar todo rastro de socialismo, de prohibir la ideología de izquierdas, mediante una reforma constitucional que llevaría a cabo Juan Guaidó. El sostén lo proporcionarían las tropas imperialistas una vez que entraran al país, o bien abiertamente (si se opta por la intervención militar), o bien solapadamente, si se opta por caballos de troya como la falsa ayuda humanitaria. Sería el colofón de la guerra híbrida a la que llevan sometiendo al país latino desde 2013, combinando falsa propaganda, bloqueo económico, financiero y comercial, desabastecimiento de productos, inflación inducida por los capitales exteriores, actividades terroristas (paramilitares, guarimberos…) y guerra mediática internacional.

 

Frente a todo ese tren injerencista, digámoslo alto y claro: la democracia no está en juego en Venezuela. Lo que está en juego es el derecho de los países a su libre determinación, y a llevar a cabo su propio sistema y organización política, económica y social. Están en juego la dignidad, la emancipación, la libertad, la independencia y la autodeterminación. Está en juego todo aquello que proporciona la verdadera soberanía a los países, comenzando por la propia soberanía energética, que es lo primero que pretenden eliminar. Estados Unidos ya tiene sus planes de intervenir en los recursos energéticos del país a través de sus propias empresas, para que sean éstas las que abiertamente controlen y administren dichos recursos. La cercanía física del país latino a la superpotencia es la mejor credencial para un abastecimiento rápido y controlado. Pero no únicamente el petróleo: coltán, oro, uranio, bauxita…Venezuela es rica en todos ellos, y son materias primas imprescindibles para la construcción de todo tipo de tecnologías. Álvaro Verzi Rangel lo ha resumido brillantemente: “La cadena de mando está clara: los halcones de Washington mandan, Juan Guaidó y los cómplices del Grupo de Lima acatan, prontos para la repartija del botín venezolano. Todo esto con un ataque mortal por redes sociales y medios hegemónicos, para crear el imaginario colectivo de que se está liberando a un pueblo sometido”. El fin que se persigue está clarísimo: volver a tener al pueblo venezolano sumido en la ignorancia y bajo la influencia y el control del perverso neoliberalismo.

 

Viñeta: Shahid Atiqullah

Pero en Venezuela se han encontrado con un hueso duro de roer: aún con todas sus limitaciones y errores, Maduro es digno sucesor de Chávez, el Comandante que iniciara la Revolución Bolivariana, y que fuera capaz de concienciar a un pueblo digno que lucha por su futuro. Hoy día el chavismo ha conseguido tener un pueblo bravío con conciencia política (al igual que ya consiguiera Fidel Castro con el pueblo cubano), y en pie de lucha, en unión con su Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), nacida del pueblo mediante el proyecto de unidad cívico-militar, sin castas militares, y con un grado de conciencia popular y de democracia realmente envidiables. Por eso hasta ahora todas las iniciativas para intentar doblegar la Revolución Bolivariana han fracasado. Y eso que cada vez la oposición venezolana y el imperialismo juegan más sucio: han secuestrado helicópteros, han lanzado drones para asesinar a Maduro, se han gastado miles de millones de dólares en falsa propaganda en sus medios para hostigar al gobierno, han quemado vivas a personas en la calle, han acaparado alimentos para provocar el caos, han llamado a la intervención extranjera, han llamado a su propio ejército a sublevarse, e incluso han provocado apagones de varios días, teniendo a la población sin agua y sin luz, sin alimentos y sin actividad en los hospitales. Han desplegado todos los medios y posibilidades para crear en Venezuela un estado de excepción social tal, que haga imposible la convivencia cívica y pacífica, con el único objetivo de hacer caer al gobierno. Empresas, gobiernos, instituciones financieras, bancarias, políticas, diplomáticas, militares y mediáticas internacionales participan en esta guerra, pero Venezuela aún resiste a esta odisea.

 

Viñeta: Osval

Todo esto se produce, y se expande a escala mundial, cuando existen agentes interesados en ello. Estos agentes despliegan un doble e hipócrita rasero a la hora de juzgar o ignorar a determinados países, según quiénes sean estos, y a qué intereses sirvan. Los grandes medios de comunicación, piezas a su vez del gran capital transnacional, no están para informar, sino únicamente para actuar de voceros y servir a intereses claramente determinados por fines económicos y geopolíticos. De este modo, la atención se centra en un país determinado (por ser rico en recursos naturales pero no obediente al imperialismo), mientras se ignora, se omite y se invisibiliza mediáticamente a países que en verdad requieren el foco mundial, las ayudas humanitarias y la cooperación internacional para su desarrollo. Un buen ejemplo de esto último es Haití, un país cuya situación política, social y económica es infinitamente peor que la de Venezuela. ¿Cuántas noticias recibimos de Haití diariamente? ¿Cuántas horas de radio y televisión le han dedicado? ¿Cuántas páginas de la prensa internacional? ¿Cuántos conciertos de música se han organizado para su ayuda? ¿Cuántos músicos o artistas en general se han solidarizado con su situación? Hoy día Haití bordea la guerra civil bajo el continuo aumento de la protesta social, revueltas populares y manifestaciones callejeras, con episodios de rapiña incluidos. Pero mientras nuestros informativos nos dan día a día la última hora sobre Venezuela, no nos informan de que el 70% de la población haitiana vive en la profunda pobreza, no hay salud, ni educación, ni viviendas, ni trabajo, y donde una pequeña clase enriquecida y corrupta maneja el pequeño país como si fuera su cortijo. ¿Será tal vez porque el actual gobernante es cercano a Estados Unidos, y abraza el neoliberalismo? ¿O bien será porque esta pequeña nación caribeña no posee las mayores reservas petrolíferas del mundo?

 

Viñeta: Eneko

Pero no acaban aquí los desagravios: podríamos hablar por ejemplo de Honduras, país que ha organizado junto a El Salvador y Guatemala las Caravanas de Migrantes hacia Estados Unidos, porque sus vidas se han vuelto insostenibles en sus países de origen. Tampoco se organizan allí conciertos solidarios, ni ocupan titulares de prensa o televisión. ¿Por qué los medios de comunicación no se han hecho eco de los más de 380.000 muertos acumulados en México desde 2008? ¿Por qué no hemos encontrado ninguna noticia en portada que nos hable sobre el incremento en 2018 en un 166% de los homicidios en las favelas de Río de Janeiro? ¿Quizá porque no son dictaduras? ¿Lo es Venezuela? ¿Es el mandatario venezolano un dictador y no el déspota de Arabia Saudí que masacra a la población yemení y manda a asesinar a un periodista de su país en su embajada en Turquía? ¿Es el gobernante venezolano un dictador y no el que ostenta el poder en el régimen neofascista y genocida de Israel? ¿Es Venezuela una dictadura e Israel una democracia ejemplar, a pesar de violar los derechos humanos en los territorios ocupados y su negativa a obedecer las resoluciones de Naciones Unidas? ¿Es Venezuela una tiranía y Estados Unidos una democracia ejemplar, cuyo Presidente ha sido calificado como un trastornado por diversos estudios psicológicos de su personalidad, que ha despedido sin rubor a los más altos cargos de su gabinete cuando no estaban de acuerdo con él, o que provoca la muerte de los migrantes en su frontera con México? ¿Es que son todos estos ejemplos democracias mejores que Venezuela?

 

Como estamos comprobando, las mentiras se desmontan muy fácilmente. La crítica falsa e inducida también. La hipocresía también. La verdad es más difícil que salga a la luz. Requiere un estudio crítico y atento a la situación, y requiere también tratar los asuntos en perspectiva, y no quedarse con la foto fija, del momento. El hostigamiento que hoy sufre Venezuela, salvando todas las distancias, es el mismo (en realidad, muchísimo peor, pues han multiplicado sus medios y su poder bajo la globalización neoliberal) que ya sufriera el Chile de Salvador Allende en su época. Si entonces era el dúo formado por Richard Nixon y Henry Kissinger, hoy los halcones norteamericanos son Donald Trump, Mike Pence, Mike Pompeo, Marco Rubio, Elliot Abrams y John Bolton. Los hostigadores de hoy son aún peores que los de entonces. Sus métodos también. Su beligerancia no conoce límites. Sólo toleran la democracia cuando no afecta a sus intereses. Cuando esto ocurre la destruyen sin más miramientos, y colocan en su lugar los regímenes más fascistas, despóticos y racistas de que son capaces. Pero sobre todo, aúpan a regímenes obedientes a las consignas de Washington. Con la Revolución Cubana llevan 60 años intentándolo. Afortunadamente, no han podido con ella, y esperamos que tampoco puedan acabar con la Revolución Bolivariana, que comenzara ese gigante llamado Hugo Chávez Frías, y al que también prepararon todo tipo de boicots, amenazas y sabotajes.

 

Repasando los actores que hostigan a Venezuela tendremos una radiografía clara de la situación: el Grupo de Lima (auténticos vasallos del imperialismo en su propia tierra), la Unión Europea (la misma que impide que los barcos rescaten a los refugiados en el mar, y que también expolian a países de donde se ven obligadas a escapar miles de personas), y el propio Imperio representado por Donald Trump y sus secuaces, los mismos que llevan sembrando la semilla del horror y del odio por todo el mundo desde su fundación. La derecha local, mundial y el imperialismo sólo buscan ahondar aún más las penurias de la población, pues esto es exactamente lo que traerán los planes políticos y económicos de carácter injerencista en Venezuela, desde el momento en que comiencen a diseñarse los planes de ajuste y el sometimiento a los organismos internacionales como el FMI. Pero dicho esto, también hay que instar al Gobierno de Nicolás Maduro a que elimine sus ataques al pueblo trabajador, su represión a las legítimas protestas obreras y populares, y sus políticas centradas en la renta petrolera que mantienen al pueblo venezolano en una situación de pobreza, hiperinflación y desesperación.

 

Viñeta: Antonio Rodríguez

¿Qué busca el imperialismo en Venezuela? Situar el acceso a los recursos naturales del país de forma más cercana y rápida, desmontar todas las conquistas sociales del chavismo, implementar un programa de incremento del endeudamiento exterior y permitir una mayor penetración del capital imperialista, a través de sus empresas. La estrategia, una vez han fallado todos los intentos de materializar estos planes, es preparar el terreno para convertirlo en un Estado fallido, al estilo de Haití, que les proporcione una mayor autoridad moral para intervenir, con la connivencia de la comunidad internacional. El pasado 23 de marzo se han cumplido dos meses desde la ridícula autoproclamación de Guaidó, y todas las estrategias han resultado fallidas (el reconocimiento internacional generalizado, el intento de introducir una camuflada ayuda humanitaria, el intento de provocar un estallido social multitudinario tras el apagón de 3 días que dejó sin luz, agua ni energía al 70% del país, etc.). Los Servicios de Inteligencia detuvieron la pasada semana a Roberto Marrero, el número 2 de Guaidó, acusado de organizar un grupo criminal a base de mercenarios extranjeros, y a quien se le incautó un lote de armas de guerra y dinero en efectivo en divisas extranjeras. Su plan, según el Ministerio del Interior venezolano, era atentar contra la vida de líderes políticos, militares y judiciales, así como efectuar diversos actos de sabotaje.

 

Viñeta: Adán Iglesias

Para animar todavía más el cotarro, y fomentar entre las grandes masas la conciencia contra Venezuela, se organizó en Cúcuta un concierto, organizado por el magnate británico Richard Branson, y donde acudieron numerosos cantantes y grupos de derecha, tales (entre otros) como Miguel Bosé, Luis Fonsi, Carlos Vives, Juanes, Maná, Juan Luis Guerra o Alejandro Sanz. Se suponía que el concierto crearía el clima necesario para fortalecer la entrada de la “ayuda humanitaria” a Venezuela, pero no fue así. Nicolás Maduro ya había dejado claro que Venezuela no había solicitado dicha ayuda, que Venezuela merece respeto y dignidad, que era un show montado por el circo mediático internacional, y que era una ayuda “envenenada” (como después se ha demostrado fehacientemente). Estados Unidos utiliza “ayuda” que, bajo el falso pretexto humanitario, permite introducir armas, espías, agentes encubiertos disfrazados de médicos y agentes paramilitares que vayan preparando el terreno para una intervención. Si de verdad el gobierno estadounidense quisiera ayudar al pueblo venezolano que pasa penurias, tenía el recurso fácil de levantar las sanciones, pero sin embargo esto no se hace. Con una mano se hace sufrir al país, y con la otra se le presta ayuda. ¿Qué sentido tiene esto? La Administración Trump puede devolver los enormes activos de las empresas públicas venezolanas que están confiscados, y puede levantar los bloqueos comerciales y financieros que agobian al país. Al ver fracasada esta falsa operación “humanitaria”, los mismos que la enviaban quemaron sus propios camiones, seguramente para que no se descubriera lo que llevaban dentro.

 

Viñeta: Kalvellido

El cambio de régimen en Venezuela debe ser, “el primer paso para establecer un nuevo orden en América Latina”, titulaba el 30 de enero un artículo del Wall Street Journal. Los siguientes pasos serán derrocar a los gobiernos de Cuba y Nicaragua, explicaba. Se trata de expulsar las influencias chinas, rusas e iraníes de la región, romper el vínculo establecido entre Venezuela y Cuba, y hacer caer sus dos gobiernos, explicaba ya en noviembre el Consejero de Seguridad, John Bolton. Guaidó y sus seguidores han sido incapaces, porque se les ha visto claramente el plumero, de dividir a las fuerzas armadas, de provocar un golpe militar, de organizar una invasión extranjera (algo que no queda descartado por Washington), ni siquiera de provocar un levantamiento de masas en Venezuela. Creemos que su tiempo ha acabado, y que al final terminará como sus antiguos compañeros de viaje. No convoca elecciones (porque sabe que las perdería), ni posee poder administrativo interno, ni poder sobre los estamentos fácticos del país. No obstante, las presiones sobre el país se recrudecen, aumentan las amenazas, se endurecen las sanciones, y los bloqueos financieros y bancarios se extienden, ante la pasividad de la ONU. El aprovisionamiento de medicinas y alimentos cada vez es más débil, y escasean los insumos básicos necesarios. Pero aún así, no se ha producido el caos que Estados Unidos esperaba que se produjera. Y mientras el pueblo sufre, el fantoche Guaidó se aloja con su familia en toda una planta de un lujoso hotel del barrio de Las Mercedes, en Caracas.

 

Por cierto que allí, en sus lujosas habitaciones, no sufrieron (porque estaban preparados con generadores) uno de los últimos ataques de su terrible “hoja de ruta” hacia la “libertad” y “la democracia”, como fue el ataque cibernético contra la estructura energética del país, extendiendo la oscuridad a lo largo y ancho del territorio. Fallaron por tanto los dispensarios de gasolina, y se produjo un colapso colectivo de los transportes y la sanidad, el bombeo de agua corriente, la caída de las telecomunicaciones, Internet y la televisión, el control aéreo, etc. También tuvo como consecuencia la muerte de decenas de hospitalizados por imposibilidad de operarlos o aplicarles diálisis. La intención es deteriorar permanentemente a Venezuela, fomentando un clima social de odio y agresiones que justifique la intervención militar extranjera, por motivos “humanitarios”. Es el mismo guión que ya se pusiera en marcha en varios países desde la década de los años 70 del siglo pasado. Los venezolanos pasan a ser, bajo esta despiadada estrategia, “daños colaterales”. Por cierto que en el momento de finalizar este artículo, volvíamos a tener noticia de que de nuevo Venezuela ha quedado a oscuras. Sabotajes y terrorismo interno, provocaciones y presión, bloqueos económicos y financieros, todo con el fin de aumentar el descontento social, y el miedo entre la población hostigada. Si pudieran les quitarían hasta el sol. Nada les detiene en su perverso objetivo de derrocar el chavismo y hacer de Venezuela una nueva colonia estadounidense.

 

Viñeta: Kalvellido

Los métodos de ciberguerra, sabotaje y atentados selectivos están siendo los preferidos de Washington, antes que acudir a una intervención militar al uso, que podría representar una opción menos calculable en sus esfuerzos y en su éxito. A la Casa Blanca le interesa debilitar la Revolución Bolivariana, desgastarla, antes que enfrentarse a ella por la puerta grande. De esta forma, el caos y la anarquía de las masas ciudadanas pueden allanarle bastante el camino, y forzar el derrocamiento del Gobierno de Maduro. Lo llevan intentando desde el paro petrolero de 2002. El ataque contra la represa del Guri fue un ataque informático en toda regla, que requiere millones de peticiones por segundo, ejecutadas desde ordenadores externos, manejados por expertos hackers, de tal manera que anulan la casi totalidad de sistemas robotizados que controlan su funcionamiento. Es parte de lo que se llama en seguridad informática un “caos total”, es decir, anular por vía telemática el conjunto de servicios básicos de un país, atacando escalonadamente toda su infraestructura de red. Salvo algunos suministros que requieren para su anulación la presencia física, la mayoría de ellos (control del tráfico terrestre, suministros de agua y de luz, del gas, la telefonía, los satélites, los sistemas de pago electrónico, los edificios inteligentes, los transportes públicos…) pueden colapsarse por esta vía. Si este tipo de ataques llegan a consumarse al completo, pueden producir perfectamente la quiebra definitiva de todo el conjunto de servicios de un país, dejándolo absolutamente paralizado y presa del caos colectivo. ¿Alguien duda de que los halcones de Washington sean capaces de ejecutar dicho ataque en Venezuela?

 

Nos encontramos por tanto ante escenarios de guerra sofisticados y multifacéticos que engloban guerra económica, guerra psicológica, guerra comunicacional y guerra informática. Está demostrado que no hace falta ni un solo soldado para llevar a cualquier nación al abismo combinando todos estos factores. Sobre todo cuando ese criminal capitalismo está tan globalizado como ahora, y además se anhelan los recursos naturales de dicha nación. Estamos de acuerdo con Atilio Borón cuando califica estas acciones de “crímenes de lesa humanidad. Terrorismo puro y duro meticulosamente planificado por Washington”. Afortunadamente, todos estos ataques han fracasado hasta ahora en su intento de crear un clima social insostenible en el país, que cronifique y agrave los actos vandálicos, el pillaje y los disturbios públicos. Salvo algunas protestas puntuales, no se han registrado saqueos ni disturbios descontrolados. Y es que el imperialismo y sus secuaces han dado con un pueblo digno, unido y determinado a defender su nación de los ataques extranjeros. Si el pueblo venezolano resiste, sólo nos queda esperar a que más tarde o más temprano, los indeseables dirigentes estadounidenses, así como las “boliburguesías” locales que los han apoyado, terminen sentados en el banquillo de la Corte Penal Internacional.

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27 marzo 2019 3 27 /03 /marzo /2019 00:00
Viñeta: Silvano Mello

Viñeta: Silvano Mello

Las personas migrantes son la parte más golpeada de la clase explotada. Millones de personas son empujadas a migrar por causa del saqueo capitalista de sus países, porque las transnacionales desvían ríos, pulverizan montañas y aridifican el suelo, explotan y empobrecen a la población. Millones de personas son empujadas a migrar por causa de las guerras imperialistas con las que las burguesías de la UE y EEUU se aseguran el saqueo más absoluto de los recursos naturales del mundo. Y una vez en las metrópolis capitalistas (cuando logran llegar sorteando trayectos de espanto) esas personas migrantes (su fuerza de trabajo y sus cuerpos) son saqueadas, molidas en la esclavitud moderna: en el agroindustrial, en fábricas de espanto, en semiesclavitud

Cecilia Zamudio

Como una visión general del fenómeno de las migraciones y su perverso tratamiento a través de las actuales políticas de fronteras, tomaremos a continuación como referencia las opiniones y criterios de Recce Jones (Virginia, 1976), geógrafo y autor de la obra "Violent Borders", en entrevista realizada por Álvaro Guzmán para el medio Contextos. Su trabajo estuvo centrado en tres fronteras concretas, como son las que separan Estados Unidos de México, Israel de Palestina y la India de Bangladesh. Retrata la demoledora radiografía de la violencia en las fronteras de todo el mundo. Se basa en un minucioso análisis bajo los puntos de vista histórico, jurídico, sociológico y económico, pero también trufado de historias personales de los/as migrantes que tratan de cruzar esas fronteras. Con todo lo cual, su propuesta para resolver estos problemas va en la línea que nosotros llevamos dibujando desde el inicio de esta serie de artículos: dejar libertad de movimiento a las personas, y poner coto al capital, justo lo contrario de lo que ahora ocurre. El hecho de controlar y limitar la libre circulación de personas no es nuevo, existe una larga historia de Estados y gobernantes en posiciones de poder que han usado las restricciones a la libre circulación de las personas, sobre todo para limitar el acceso de los pobres a salarios más altos, es decir, prohibir que puedan acceder a mejores mercados laborales, de productos y de servicios. En dicho texto, el autor traza una conexión entre el sistema actual y sistemas del pasado como la esclavitud, la servidumbre, el feudalismo y las leyes contra pobres, vagos y maleantes. En esencia, cada uno a su manera, todos ellos eran mecanismos para limitar la capacidad de los pobres de desplazarse para buscar salarios más altos, y para obligarles a seguir viviendo en una zona concreta, y así explotar su mano de obra. Quizá la gran diferencia con el sistema actual sea que éste está globalizado, dentro de la ola predominante de capitalismo neoliberal. Y así, lo que antes sucedía dentro de cada país hoy sucede además entre países, de tal modo que los pobres están hoy contenidos en las fronteras por todo tipo de mecanismos legales: controles fronterizos, leyes de extranjería, pasaportes, concepto de ciudadanía, etc. 

 

En nuestro mundo capitalista, desde hace ya 100 años al menos se está limitando y erosionando el derecho de las personas a la libre circulación, pero esto no era así en la antigüedad. En Estados Unidos, por ejemplo, no hubo ninguna restricción sobre quién podía entrar en el país hasta la década de 1880, con la Ley de Exclusión China. Y hasta 1924, el país no tuvo un sistema universal que regulase quién podía entrar en él o convertirse legalmente en ciudadano/a estadounidense. Antes de esa fecha, muchos de los pobres que habitaban en Europa pudieron hacerlo a finales del siglo XIX. Hay que tener en cuenta que el capitalismo de entonces aún no había despegado en cuanto a la globalización y en cuanto a la consolidación del modelo industrial-desarrollista actual. Véase incluso el caso europeo, donde se ha pasado durante los últimos 50 años desde un desmantelamiento de las fronteras nacionales, hasta la creación de toda una fortaleza europea que la convierte en la más letal del planeta. La Unión Europea eliminó las fronteras internas de sus países miembro, pero nunca deshizo las fronteras externas. Más bien todo lo contrario: durante los últimos 20 años, mientras aumentaba el número de migrantes, la UE ha dedicado todos sus esfuerzos a restringir sus movimientos, en especial en el Mediterráneo. España, por ejemplo, permitió el libre movimiento de personas desde el norte de África hasta que se unió al Tratado de Schengen, durante los años 90. Francia permitía sin prácticamente restricciones la inmigración de África durante los años 80. Y tanto en la frontera sur de Estados Unidos, como en las fronteras de la UE, se va observando una tendencia clara: mientras se levantan muros, se militarizan fronteras, se endurecen los controles migratorios, se destinan más agentes a patrullar los espacios fronterizos, etc., no se consigue frenar el efecto de la inmigración, pero sí en cambio aumentan las muertes. En 2017 murieron dos personas de cada cien que intentó cruzar el Mediterráneo, pero en cambio esa cifra era de 0,3 en 2015. Hay muchísimos más barcos patrullando, pero cada vez menos barcos humanitarios, y se han construido muros, por ejemplo en los Balcanes, cerrando una ruta de acceso relativamente fácil a la UE. Todo este endurecimiento y control empuja a la gente hacia rutas realmente peligrosas y provoca muchas más muertes. Esta tendencia continúa. 

 

Por su parte, la Patrulla Fronteriza estadounidense no se creó hasta 1924, que como hemos indicado, fue el mismo año en el que se aprobó por primera vez una ley migratoria nacional. Es decir, a partir de esa fecha se tiene amplia conciencia del hecho migratorio, pero ambos hechos están íntimamente relacionados. No cabe duda, en opinión de Recce Jones, de que hubo un proyecto coordinado para expulsar a los nativos americanos y a los antiguos ciudadanos mexicanos que se habían quedado en Texas. Pero la línea fronteriza en sí misma no se patrullaba. La gente podía cruzarla sin problemas. Pero además en Estados Unidos y desde los atentados en 2001 a las Torres Gemelas de Nueva York (el famoso 11-S), se reimaginó la frontera como un lugar en el que detener el terrorismo, los agentes fronterizos hoy en día piensan y actúan en la frontera como la primera línea de batalla contra el terrorismo. Y una vez que se produce ese cambio de mentalidad, cambia también la manera en la que interactúan con la gente. Entonces tienden a pensar en las personas migrantes como potenciales terroristas, y a recurrir a la violencia como primera opción, en lugar de respetar la presunción de inocencia, y asumir los verdaderos motivos que impulsan a la gente a migrar. Obsérvese el indecente discurso del Presidente Trump, tachando directamente a los migrantes de "criminales" que vienen a invadir su país. Durante las últimas décadas, lo que ha propiciado la globalización, en unión al avance de las tecnologías, es abrir completamente las fronteras para el capital. Se levanta una empresa cada vez en menos tiempo, y una transferencia electrónica hace viajar al dinero en un segundo de un extremo a otro del planeta. Se han levantado todas las barreras para las corporaciones mediante todos los acuerdos de libre comercio que permiten que las grandes empresas operen en múltiples jurisdicciones, buscando los salarios más bajos, pero en cambio esas mismas barreras no se han abierto para los trabajadores, que se ven "contenidos en bancos de mano de obra barata" (en expresión de Recce Jones). Los TLC han levantado igualmente casi todas las barreras regulatorias, con lo que las grandes multinacionales acceden a diferentes regímenes regulatorios en los que las condiciones laborales cada vez se relajan más, y donde no existen salarios mínimos, ni sindicatos que representen a los trabajadores, ni protección social para los mismos, ni protecciones medioambientales, todo lo cual permite que las corporaciones no sólo se queden con todos los beneficios, sino que no tengan ninguna oposición, obstáculo ni barrera para explotar y saquear los recursos, territorios y personas a su antojo. La globalización ha provocado que esos raseros regulatorios caigan en picado, gracias a la competencia mundial, lo que ha perjudicado a la clase obrera de todas partes del mundo. Se han disparado las desigualdades, y los capitales se han visto reforzados para actuar con plena libertad en los mercados. 

 

Las fronteras, tal y como las conocemos hoy día, y atendiendo a dichas características, no sirven para proteger a las actuales sociedades del siglo XXI. Generan discriminación, desigualdad y violencia para las personas, atacan al medioambiente, socavan la democracia y atentan contra los derechos humanos. Recce Jones lo explica en los siguientes términos: "Crear una frontera es un acto inherentemente violento, porque tras dibujar una línea en un mapa, uno tiene que imponer esa división sobre el terreno, estableciendo que un grupo de personas controla los recursos, la tierra y a la gente en ese espacio geográfico, lo que por definición excluye a otra gente del derecho a trasladarse a ese lugar. La única manera de imponer eso es, en último término, mediante el uso de la violencia. La violencia es producto de la frontera, no del movimiento de la gente". Lo que nos lleva a una evidente conclusión: si anuláramos las fronteras, desaparecería toda la violencia ligada a ellas. La gente tendría absoluta libertad de movimiento, y las sociedades se verían enriquecidas y complementadas. Si no existiera necesidad de proteger una frontera, desaparecerían también todos los delitos, violencias e inseguridades ligadas a ella. ¿Por qué a la globalización le interesan las fronteras? Pues veamos: si los trabajadores de todo el mundo tuviesen libertad de movimiento, podrían acceder a los salarios más altos trasladándose a donde estén esas condiciones de trabajo más favorables. Un gran número de economistas han demostrado que la manera más fácil de aumentar la riqueza de las personas en zonas pobres es precisamente eliminar las restricciones a sus movimientos. Pero si esto ocurriera, evidentemente el capital no podría tener el control, porque primaría la libertad de los trabajadores para moverse. A la globalización le ha interesado, por el contrario, restringir el movimiento de la mano de obra pero permitir al capital moverse de manera planetaria, de forma rápida, y aprovechando todos los recursos de las zonas ricas en los mismos, pero pobres en cuanto a condiciones laborales. Es decir, el actual sistema retiene a los trabajadores en ciertos lugares, y permite que el capital se mueva libremente para aprovecharse de las concentraciones de mano de obra barata. Y precisamente, una de las formas más claras de poner freno al movimiento humano es, precisamente, abrir, reforzar y vigilar fronteras. Lo que interesa en cambio es lo contrario, es decir, abrir las fronteras para el libre movimiento, permitiendo que los trabajadores se desplacen. 

 

Y aunque pueda parecer lo contrario (estamos presionados a creerlo dada la enorme difusión del pensamiento dominante), diversos estudios han demostrado que el libre movimiento de las personas traspasando las fronteras resulta beneficioso a ambos lados de la balanza: por un lado, es bueno para los trabajadores que se trasladan, pero también para las economías que los reciben. En Estados Unidos, por ejemplo, la inmigración ha tenido un impacto neto positivo en la economía del país. Lo mismo ha ocurrido en el resto de países del mundo, y continuaría ocurriendo si las fronteras se relajaran. ¿Por qué no interesa hacer esto? El discurso convencional, neoliberal y dominante ha intentado esconder esta realidad económica bajo el discurso nacionalista e identitario, cuando en realidad es un discurso vacuo, intolerante e históricamente indocumentado. Los ignorantes del pensamiento neoliberal, unidos a las corrientes ultraderechistas y neofascistas, vierten un discurso sobre el "peligro" que para nuestra cultura representa la posible "invasión" de extranjeros de otros países, cuando en realidad hoy día prácticamente no existen culturas "puras" sobre la tierra desde ese punto de vista. Todos los pueblos y culturas actuales se han forjado históricamente durante siglos por la interacción, la armonía y la convivencia de diversas razas y culturas en su seno, son los Estados-nación posmodernos los que han ligado a ese hecho una determinada "identidad". Eso no quiere decir que no existan los pueblos y las culturas, lo que estamos afirmando es que ese supuesto "peligro" de disolución de nuestra cultura en otra que venga a invadirnos es un bulo creado por la globalización neoliberal, a la que le interesan las fronteras por las razones que estamos explicando. De hecho, Recce Jones aporta un dato fundamental y muy curioso, que ha comprobado experimentalmente, cruzando el PIB per cápita de diversos países con los sitios donde existen o se construyen más muros. Y en este sentido, existe una clara correlación que nos muestra que se levantan muros allá donde existe un país más rico al lado de otro más pobre. El caso de la India y Bangladesh es muy ilustrativo: el PIB per cápita de la India es mucho más alto que el de Bangladesh, y hay 20 millones de bengalíes trabajando en la India. Pues precisamente, en la frontera entre estos dos países es donde más gente muere, y la India resulta el país del mundo con más kilómetros de vallas y muros. El aspecto económico es, pues, fundamental. Continuaremos en siguientes entregas.

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25 marzo 2019 1 25 /03 /marzo /2019 00:00
Ilustración: Javier Ferrero

Ilustración: Javier Ferrero

La lucha feminista y la ecologista están íntimamente relacionadas y tienen que ir de la mano para caminar hacia un mundo verde y en paz. El modelo de vida y de consumo capitalista y patriarcal se sostiene por la explotación del planeta, sus recursos y la violación sistemática de los DDHH, donde las personas más vulnerables son mujeres y niñas por la feminización de la pobreza, los roles asociados de cuidados y la violencia machista

Ana Arias y Mónica Parrilla (Equipo de Género de Greenpeace España)

La corriente ecofeminista, en este sentido, realiza muchas aportaciones, y sintoniza absolutamente, como venimos contando, con los parámetros generales donde se encuadra el Buen Vivir. El ecofeminismo surge de un diálogo permanente entre el feminismo y el ecologismo, toma de ambos y construye un nuevo ideario, destacando nuestra ecodependencia y nuestra sociodependencia. La vida humana en solitario es vulnerable, necesitamos a la sociedad, al resto de las personas, y además lo necesitamos actuando sobre una naturaleza limitada. La lógica de los cuidados se integra con la lógica ecologista, se amplía y se inserta en ella, ofreciéndonos puntos de vista complementarios, y lógicas distintas a la capitalista. Se sostiene bajo un panorama social donde unas personas cuidan a otras, sobre todo en determinados momentos del ciclo vital. El pensamiento ecofeminista encuadra nuestra vida y la del resto de seres vivos bajo otro prisma, y puede ayudarnos a abordar una deconstrucción del imaginario colectivo actual, para sustituirlo por otras vías de salida más justas y sostenibles, que ataquen a las raíces del sistema capitalista actual, profundamente colonial, patriarcal, ecocida y genocida. El ecofeminismo cobra cada vez más fuerza dentro del pensamiento alternativo. También implica a la ciencia y la tecnología, igualmente dedicadas bajo el actual modelo a servir de muletas para consagrar y perpetuar el sistema. ¿Necesitamos la ciencia y la tecnología? Evidentemente. Por supuesto que sí, pero la destrucción generalizada del planeta es resultado del modelo de desarrollo científico y tecnológico utilizado por el capitalismo, es decir, también a su servicio. La ciencia y la tecnología, como el propio pensamiento humano, no son neutras, sino que están al servicio de un modelo. Es el modelo el que hay que abatir. 

 

El estado actual del deterioro de los ecosistemas y los recursos no es un problema técnico que pueda resolverse con una ciencia más avanzada ni con una tecnología más potente (como acostumbran a creer los tecnoutópicos), porque es un problema real de carácter político, de redistribución de la riqueza, de control sobre los recursos, de agotamiento de modelos energéticos. Pero como el capitalismo es incapaz de comprender estos problemas, de asumirlos y de combatirlos, porque ello iría en contra de su propia filosofía (crecentista), entonces lo que plantea es siempre una huida hacia adelante, hacia ninguna parte, o mejor dicho, hacia el precipicio, hacia el colapso. Nosotros afirmamos que debemos abandonar determinados sectores productivos por insostenibles, porque continuar dependiendo de ellos nos abocará al suicidio. Y mientras, el capitalismo suicida y miope continúa por la senda del crecimiento a costa de lo que sea, incluso de nuestra propia desaparición como especie (como de hecho ya está ocurriendo con miles de especies de plantas y animales). Hasta tal nivel de absurdo llegan las propuestas de los organismos internacionales que rigen el capitalismo, que nos animan a que continuemos por la senda "reformista" actual, so pena de que la economía pierda fuerza. Es decir, que el camino contrario, es decir, el que requiere redistribuir la riqueza, dignificar salarios, pensiones, o cubrir sistemas de dependencia para todas las personas que lo necesiten, va en contra de una economía saneada. La conclusión no necesita mucho esfuerzo: si para que la economía vaya bien las personas tenemos que vivir cada vez peor...¿qué clase de economía es ésta? Si para que estos organismos nos feliciten tenemos que seguir masacrando vidas, fomentando guerras, recortando prestaciones sociales, desmantelando el bienestar humano, amenazando las especies animales, y expoliando los recursos naturales de los territorios...¿hacia dónde nos dirigimos? ¿Es que no ven el abismo? 

 

Todo ello es resultado de esta profunda crisis civilizatoria a la que asistimos, se ponen en crisis los modelos de producción, de desarrollo y de consumo, y mientras se diseñan otros nuevos (si es que somos capaces de hacerlo), hemos de atravesar profundos desiertos de ideas, de rechazos, de sentimientos, de imaginarios, de aceptaciones, de reconversiones...Incluso el resurgir de ciertos modos de fascismo (con el ascenso de ciertas ultraderechas por todo el mundo) es resultado directo de este tiempo de crisis, de replanteamientos, de pugnas por modelos distintos, de luchas por los recursos, por falsas apropiaciones de identidades, de sentimientos, de soluciones simples para problemas complejos...pero no podemos perder el norte. Cuando la razón y el pensamiento humanos de desvinculan, se separan de la ética, de los afectos, y dejan de poner en el centro de atención el mantenimiento y sostenimiento de la vida, comienza a crecer un monstruo que es fácil de alimentar, pero muy difícil de destruir. Necesitamos volver a poner en el centro el amor por la vida, por los demás, el sentimiento de lo colectivo, de lo común, la protección de nosotros mismos y de todo lo que nos rodea. Si todo ello no se coloca como prioridad en las relaciones sociales y en los motores económicos y de producción, esos monstruos se harán cada vez más grandes, más incontrolables, y nos llevarán a situaciones destructoras del conjunto de la vida. Y junto al ecofeminismo, el ecosocialismo también ofrece otra visión, otra alternativa radical que ubica el bienestar social y ecológico en primer lugar, en el centro de atención. Porque consciente de los vínculos de la explotación del trabajo humano y de la explotación de los recursos y del medio ambiente, el ecosocialismo se erige en contra tanto de uno como de otro.

 

El ecosocialismo requiere, no obstante, que se adopte masivamente un nuevo modelo de producción, a través de un modelo de planificación estrictamente democrático, donde la sociedad en conjunto pueda tomar el control de lo que se fabrica, cómo y para qué. Reparto del trabajo, jornadas laborales más cortas, redistribución de la riqueza, modelos energéticos sostenibles, energías limpias y democráticas (soberanía energética, como base para el resto de soberanías), énfasis en las auténticas necesidades de la comunidad, que faciliten (como Javier Ferrero nos ilustra en su imagen) la elevación del ser por encima del tener, la dimensión del ser por encima del estar, la dimensión humana por encima de la riqueza, la valoración del compartir por encima del poseer, la dimensión común por encima del individualismo, y el logro de un sentido de libertad más profundo para todos los seres humanos. Seguiremos a continuación el fantástico artículo de Michael Löwy para la web Great Transition Iniciative, y replicado por www.15-15-15.org y por el digital español Rebelion, entre otros. Löwy explica en dicho artículo los grandes fundamentos del ecosocialismo, como disciplina que emerge dibujándonos un nuevo imaginario productivo, económico, político, científico y cultural. Sintetizando los principios básicos de la ecología (ya principiados en Marx, y seguidos por otros autores como Manuel Sacristán o John Bellamy Foster), y la crítica marxista de la economía política, el ecosocialismo ofrece una alternativa radical a una situación insostenible. Lo primero que debemos enfrentar es la visión capitalista del "progreso" basada en el crecimiento infinito del mercado y la expansión cuantitativa (a costa del agotamiento de los recursos naturales), porque esa visión es destructiva. Necesitamos defender políticas basadas en criterios no monetarios, como el bienestar individual y colectivo, las necesidades sociales y el equilibrio ecológico. El ecosocialismo abandona, por supuesto, las versiones timoratas, dulcificadas o ingenuas de un "capitalismo verde" o de un socialismo productivista, que no llevan a ningún sitio útil, sino que únicamente persiguen disfrazar bajo un rostro más humano las execrables prácticas capitalistas al uso. 

 

Las crisis económica y ecológica están entrelazadas, la una surge por la otra y se retroalimentan barajando los mismos parámetros. Hemos de buscar entonces una reestructuración radical de la economía de acuerdo a los principios de la planificación ecológica democrática, ubicando las necesidades planetarias y sociales en primer lugar. ¿Qué es esto de la planificación ecológica democrática? Es un nuevo modo de plantear las bases de un modelo productivo, donde la población misma (no el mercado, ni una burocracia al uso, ni un Gobierno, ni una organización, ni un club, ni un Estado, ni una entidad supranacional) toma y planifica las principales decisiones sobre la economía. Al comienzo de la gran transición hacia este nuevo modo de vida, con su nuevo modelo de producción y consumo, algunos sectores de la economía deberán suprimirse, como por ejemplo el de la extracción de combustibles fósiles (por ser causante del cambio climático), y otros, en cambio, deberán potenciarse. Deberán también crearse nuevos sectores económicos fieles al modelo. Pero todo este planteamiento, evidentemente, es incompatible con la visión actual del control privado de los medios de producción. En particular, para que las inversiones y las innovaciones tecnológicas sirvan al bien común, la toma de decisiones debe alejarse de los bancos y las empresas capitalistas que dominan actualmente, y ser ubicada bajo el control y el dominio público. Entonces, la sociedad misma, y no una pequeña oligarquía de propietarios, ni una élite de tecno-burócratas, decidirá democráticamente qué líneas productivas van a ser apoyadas, y cómo se van a invertir los recursos en educación, salud, cultura...Será el voto popular directo el que decida las prioridades de inversión social que más convienen, organizado en cuerpos electos a escala nacional, regional o local, según corresponda. Bajo este modelo ecosocialista el precio de los bienes públicos comúnmente compartidos no serían dejados al albur o los vaivenes de las leyes de la oferta y la demanda, sino que reflejarían las prioridades sociales y políticas, con el uso de impuestos y subsidios para incentivar bienes sociales y desincentivar perjuicios o males sociales. Idealmente, a medida que avanza la transición ecosocialista, más productos y servicios críticos para satisfacer las necesidades humanas fundamentales serán libremente distribuidos, de acuerdo a la voluntad del conjunto de la ciudadanía. Continuaremos en siguientes entregas.

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22 marzo 2019 5 22 /03 /marzo /2019 00:00
Arquitectura de la Desigualdad (134)

La introducción de una renta básica representa un primer paso importante en la separación entre el trabajo asalariado y el ingreso. Desde un punto de vista económico, esta separación significaría un cambio drástico en la forma en que el capitalismo se reproduce actualmente: al convertir la fuerza de trabajo en un bien comprable que puede venderse en el mercado por un precio (un salario), el capitalismo ha vinculado el trabajo con la provisión de los medios necesarios para vivir. De hecho, la adopción de un sistema de renta básica puede ofrecer aspectos importantes que cambiarían fundamentalmente nuestro sistema económico actual

Danielle Guizzo y Will Stronge

En la última entrega pusimos como referencia de críticas desde la izquierda a la RBU un artículo de Eduardo Garzón, que nosotros ya, en esa misma entrega, comentamos, debatimos, y expusimos nuestros puntos de encuentro y desencuentro. Pues bien, otro autor que también respondió a Garzón fue Carlos G. Osto, en este artículo para el digital Rebelion, cuyos criterios más relevantes recogeremos aquí a continuación. Para la primera crítica (donde Garzón alegaba que la RBU monetarista continuaba bajo los parámetros del capitalismo), Osto aduce que no debemos tratar a las personas de forma tan infantil e irresponsable como para sospechar que alguien podría gastarse de forma (¿incorrecta? ¿en lujos?) la cantidad de la RBU (que como siempre decimos, está pensada como una prestación para erradicar la pobreza, no para hacernos millonarios). Por otra parte, también alega que las prestaciones en especie también se canalizarían a través del mercado capitalista, y por tanto, no cabe lugar para catalogarla de otra forma. Por otra parte, no entendemos muy bien las críticas de Osto a los Planes de Trabajo Garantizado (PTG), sospechamos que no ha entendido muy bien la idea. Estamos de acuerdo con él, no obstante, cuando le critica a Garzón el tercer inconveniente (basado en la posibilidad de crear inflación a través de la RBU), ya que la inflación no es inquietante desde el punto de vista económico, ya que de todos modos, la inflación es controlada por los grandes agentes del capitalismo, que la provocan atendiendo a sus intereses. También nos parece correcta su crítica al punto 4 de los inconvenientes expuestos por Garzón, en el sentido de que los empresarios siempre intentan bajar los salarios. Coincidimos con Carlos G. Osto en que parece que Garzón no ha entendido el significado de la incondicionalidad de la medida de la RBU.

 

También desmiente, como ya hicimos nosotros en el artículo anterior, la crítica sexta de Garzón a la RBU, en cuanto a lo que suponen los costes administrativos de la misma, en comparación con una Renta Mínima condicionada. Dicho todo lo cual, mostramos nuestra inquietud y preocupación, compartida con Carlos G. Osto, en que desde la izquierda se puedan verter este tipo de críticas a una medida tan revolucionaria como la RBU. Toda medida social, política o económica que cualquier Gobierno pueda tomar ha de verse siempre en modo relativo. Esto significa comparar los parabienes que se puedan identificar (ventajas y bondades de la medida en cuestión) con los inconvenientes o desventajas de la misma. Y en el caso de la RBU, las ventajas son tan inmensas, tan grandiosas, tan potentes, tan radicales, que creemos que minimizan todos los inconvenientes que se puedan detectar. Constatamos, por tanto, con profunda tristeza, cómo aún hoy día existen algunos sectores en la izquierda que miran con unos anteojos equivocados, con unas miras miopes, con una mirada de luces cortas. Porque en efecto, el calado de una medida como la RBU llega a ser tan profundo y positivo que nubla cualquier crítica que podamos efectuar sobre ella. Por supuesto, no es una medida definitiva, ni perfecta, ni el bálsamo de fierabrás para curar todos los males, ya lo venimos afirmando desde el primer artículo donde comenzamos a abordarla. Pero cumple su papel con bastante justeza, equilibrio, altura, justicia social y redistribución de la riqueza. De hecho, estamos seguros de que si no fuera así, no sería una medida tan demonizada por la derecha. Carlos G. Osto lo ha explicado en los siguientes términos: "Siempre ha existido un racionalismo económico entendido como necesidad de supervivencia, pero el capitalismo consigue llevar este racionalismo a la situación en la que el interés de apropiación de riqueza por unos pocos se normaliza en el pensamiento de los que son utilizados/consumidos. Si decimos que la filosofía es el ¿Por qué?, y la ética (no la que debería ser, sino la que hay) una racionalización de los actos humanos, está claro que dicho racionalismo económico encauza la práctica de los comportamientos hacia el interés egoísta de los poderosos". 

 

Y es que la ideología burguesa del Trabajo ha conseguido muy bien su objetivo, como también hemos reflexionado en anteriores entregas. Tal es la aceptación mental que tenemos sobre el concepto de trabajo que es extremadamente complicado variar los parámetros mentales donde se mueve un inmenso porcentaje de la ciudadanía. Pero en fin, tendremos que seguir intentándolo. Incluso una medida tan fructífera e inocente como el reparto del trabajo es mal vista entre la clase capitalista, que se aferran a continuar explotando la fuerza de trabajo de los hoy cada vez menos activos, ampliando horarios, cargándolos de horas extraordinarias no pagadas, mientras dejamos en el desempleo a cientos de miles de personas, tan cualificadas como aquéllas que trabajan. Hasta ahora no hemos conseguido siquiera que esta propuesta de reparto pueda ser entendida. Es tal el estrecho margen del pensamiento laboral dominante que no cabe ni siquiera una tímida idea de reparto del mismo. Y como Carlos G. Osto afirma en este otro artículo: "Si el paradigma no es capaz de asegurar las necesidades de la población, es necesario cambiar de paradigma". Estamos viendo que cada vez cae más gente en la pobreza, que los trabajos asalariados son insuficientes, que ya no permiten vivir dignamente, que las personas caen en la desolación más absoluta al no poder satisfacer sus necesidades y las de sus familias, que el modelo capitalista hace aguas por todas partes...pero no somos capaces de llevar a cabo una reflexión serena, hasta el fondo del asunto, poniendo en cuestión hasta los últimos fundamentos del sistema que nos explota y nos oprime. Nos hablan de crisis, de desempleo tecnológico, de robotización de la economía, y nosotros aún continuamos persiguiendo el ideal del "pleno empleo". Precisamente es hora de aprovechar el caudal de productividad que las TIC han introducido en el mundo laboral, para no dejar en la estacada a las personas expulsadas del mercado del trabajo. 

 

Aceptamos entonces la precariedad laboral, la existencia de trabajadores/as pobres, la expulsión de mucha gente de los mercados laborales, antes que el reparto del empleo existente, las condiciones dignas de trabajo, y una Renta Básica Universal que destierre la pobreza, la miseria y la exclusión social de nuestras sociedades. Esta es la auténtica paradoja que alimenta la arquitectura de la desigualdad laboral. No podemos continuar defendiendo por más tiempo, de forma acrítica, un sistema que no funciona, no podemos seguir legitimando el modelo capitalista de trabajo asalariado como tótem inevitable para la clase trabajadora, cuando tantas pistas nos ponen en el camino de su inviabilidad. Hay que superar la relación y dependencia salarial con la supervivencia de las personas que forman una sociedad. Hay que desligar la necesidad humana de los mercados laborales, hay que separar el fundamento de la cohesión social con los avances o intereses de tecnologías, mercados o agentes laborales. Hasta que no lo hagamos, continuaremos (incluso inconscientemente) abonando los perversos postulados capitalistas del trabajo humano, que nos han conducido a la situación que padecemos actualmente. Hemos de asumir la necesidad imperiosa y fundamental de cubrir las necesidades básicas de las personas al margen de la evolución de los mercados de trabajo, que responden a los intereses capitalistas de las empresas y corporaciones. De ahí que avalemos también la medida de los Planes de Trabajo Garantizado (PTG), estemos de acuerdo con ella, a un nivel diferente, con otros objetivos distintos, y bajo otros parámetros distintos a la RBU, pues ambas medidas no entran en competencia. Las dos medidas son buenas porque rompen los paradigmas capitalistas, pero cada una lo hace a su modo y manera. Ambas luchan contra la arquitectura de la desigualdad. No entran en conflicto, no se dirigen a los mismos objetivos, no se basan en los mismos problemas, no ofrecen las mismas soluciones. Cada una a su modo, son perfectamente defendibles y coexistentes. Debemos luchar por ambas, por su implantación lo más rápidamente posible, sin anular a la otra. 

 

La clase capitalista también teme a los PTG, pues aunque no cubrirían (al menos durante sus primeros años de implantación) a todas las personas demandantes de empleo, podrían cubrir progresivamente un arco más amplio del trabajo social humano, que no de los mercados capitalistas al uso. Los PTG también luchan contra el paradigma capitalista del empleo asalariado, y por tanto, son también una medida muy interesante. Con los PTG el trabajo se socializaría, se humanizaría, se colectivizaría, se transformaría en un instrumento al servicio del bien común, se alejaría de los intereses del gran capital. En este sentido, los PTG reflexionan y aplican el trabajo humano donde realmente hace falta, más allá de puntuales nichos de negocio o actividades rentables para el capital. Los PTG deberían además mirar cada vez hacia comunidades más locales, para ser dependientes de los recursos de dicha comunidad, y enfocados a los servicios y necesidades de dicha comunidad. Los PTG revolucionarían el trabajo humano hacia parámetros más sostenibles y sociales, más locales, y menos dependientes de grandes recursos económicos y de grandes infraestructuras energéticas. Pero insistimos: ambas medidas trabajan en círculos distintos. Los PTG reducirán la pobreza, lo cual la convierte en una buena medida, pero la RBU la eliminará completamente, ya que al ser incondicional y estar situada justo en el umbral de la pobreza, automáticamente ningún ciudadano/a estaría por debajo de dicho umbral. Los PTG mejoran la misma esencia del trabajo, pero la RBU nos libera y desliga del trabajo. Esto es algo muy importante, sobre todo porque como hemos dicho más arriba, los PTG no podrán llegar a toda la población trabajadora durante los primeros años (quizá tampoco durante los siguientes). Pero en cambio, la RBU es universal, para todo el mundo, los ricos y los no ricos (porque ya no habrá pobres), los que trabajan (en cualquiera de las modalidades que hemos distinguido) y los que no lo hacen, etc. Por todo ello, insistimos en que cualquier posibilidad de enfrentar en un discurso a ambas medidas sólo exhibiría una muestra de ignorancia, en el mejor de los casos. Desde la izquierda debemos defender ambas medidas, pero cada una para lo suyo, dejando bien claro que cada una se dirige a un ámbito de actuación, y combate problemas distintos. Continuaremos en siguientes entregas.

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20 marzo 2019 3 20 /03 /marzo /2019 00:00
Viñeta: Enrico Bertuccioli

Viñeta: Enrico Bertuccioli

Salvo algunos pueblos nativos que aún permanecen en sus territorios ancestrales, toda persona es migrante. Los actuales Estados nacionales de Europa se conformaron gracias a las migraciones de los llamados pueblos bárbaros que asolaban regularmente las fronteras del viejo Imperio Romano. Estados Unidos se levantó sobre el exterminio de los pueblos originarios y la usurpación de sus tierras, en lo que posteriormente llamarían Destino manifiesto; lo que fue iniciado en nuestra América por el imperio español, siendo esto repetido, durante el último siglo, en Palestina. Así, sin escudriñar mucho en la historia, la conclusión es una: ninguna nación contemporánea puede reclamar cierta pureza en cuanto a su población y, por tanto, no se justifica el repudio que hace de ciudadanos provenientes de otras regiones del planeta

Homar Garcés

En la última entrega ya comenzamos a comentar ciertas características y a desmontar ciertos bulos que se han extendido en relación con los migrantes y el mundo laboral. Continuaremos aún valorando ciertas medidas, limitaciones y defectos que encontramos en este aspecto. Pero es muy curioso hasta qué punto el capitalismo desecha a las personas y trafica con los materiales y recursos, dando plena libertad a los segundos (para los cuales al parecer no hay fronteras, y mucho más si se trata de activos y fondos financieros, que atraviesan en un segundo desde un extremo a otro del planeta), mientras limita y persigue a las personas migrantes, les impide el paso, les cierra las fronteras, y les hace la vida todo lo difícil que puede. En este sentido, la experta Yayo Herrero ha explicado en este artículo el indecente trasiego de materiales y recursos naturales desde terceros países en relación con la llegada de migrantes en los siguientes términos, que suscribimos completamente: "Nuestro modelo de vida es un modelo que ha generado una economía caníbal en el sentido de que se sostiene devorando otros cuerpos y otros territorios. En los países occidentales, la economía capitalista ha dilapidado todos los recursos que quedaban dentro del propio territorio y lleva ya mucho tiempo sosteniéndose gracias a inmensos flujos de energía y materiales y a la expulsión de residuos a otros lugares, pero también gracias a la captación de personas que vienen a trabajar desde esos mismos lugares. A mi me toca mogollón la moral, me remueve la conciencia, cada vez que se habla del tema de la valla de Melilla. Les ponemos a los africanos que intentan pasar esa valla con concertinas, y los ves que se dejan literalmente la piel intentando saltarla, y cada día entran toneladas de materiales que vienen de África para sostener la economía. Si se pusiera esa misma valla a esos materiales y a esa energía, duraba la economía occidental quince días. Es en ese sentido en el que se habla de economía caníbal: un proceso económico donde la economía y lo que se considera además mayoritariamente deseable crece con la lógica de un tumor, destruyendo lo que hay alrededor". 

 

Así que mientras saqueamos sus países, les cerramos luego las puertas si intentan venir aquí. Provocamos que sus vidas sean imposibles allí, pero también se las impedimos aquí. Los despreciamos tanto en sus países de origen como en los de destino. Hacemos de ellos unos indigentes sociales, en el más puro y amplio sentido del término. Pero criminalizamos las personas, no sus recursos. Criminalizamos su gente, su población, pero no sus mercancías. Una indecente práctica que llevamos muchos años ejerciendo, con total impunidad. Los migrantes que aquí se quedan, después de arduos e infructuosos periplos de vida, obligados administrativamente a ganarse la vida en los márgenes de la legalidad, tan sólo les queda dedicarse a ciertas tareas o actividades marginales, para poder subsistir. José Mansilla y Horacio Espinosa, en este artículo para el digital El Salto Diario, han abordado los aspectos laborales y de integración social de los migrantes, en relación a esa visión hipócrita y criminal que mantiene el mundo occidental hacia estas personas. Tomamos sus datos y opiniones como referencia a continuación. De entrada, la lógica económica se impone (aunque muchos dirigentes políticos y empresariales se nieguen a aceptarla), y nos muestra la decadente realidad demográfica de nuestro Viejo Continente. En efecto, y como muchos estudios demuestran, la tasa de natalidad disminuye y las personas en edad avanzada y sin capacidad productiva, aumentan. Los cálculos asumen un elevadísimo porcentaje de personas mayores para mitad del presente siglo. ¿Cómo podremos mantener, cada vez con menor fuerza laboral joven, todas las prestaciones y servicios del Estado de Bienestar? Pueden diseñarse políticas de redistribución de la riqueza más justas, pero aún así, necesitaremos un mayor contingente humano para continuar desarrollando tareas productivas. 

 

Se estima que Europa puede necesitar del orden de 200 millones de personas inmigrantes en los próximos 30 años, si queremos que nuestra arquitectura de servicios públicos sea mínimamente sostenible. Pero a lo que asistimos impasibles es al suicidio demográfico del continente europeo. Mientras baja la natalidad y el número de personas mayores aumenta, el "austericidio" practicado contra las clases populares y trabajadoras precariza el empleo, y provoca que el sistema recaude menos de lo que debería (apoyado además por la existencia de los paraísos fiscales, y de las sucesivas rebajas de impuestos a los empresarios y grandes fortunas). Si mezclamos todo esto en una coctelera, obtenemos un brevaje muy peligroso para poder sostener los sistemas públicos de pensiones, y el resto de prestaciones del sistema. Ante todo ello, en vez de llevar a cabo buenas políticas de integración social y laboral para los extranjeros, lo que desplegamos es un racismo político, económico, social e institucional que los margina y los excluye. Los falsos tópicos a los que hicimos referencia en el artículo anterior tienen mucho que ver con esto. Si sumamos además la creciente robotización de muchas labores humanas (fenómeno parejo al crecimiento en las capacidades de las Nuevas Tecnologías), así como el impedimento para que estas personas puedan atravesar nuestras fronteras (bajo todos los artilugios y tecnologías empleadas para tal fin), el resultado es absolutamente desolador. Pareciera que no deseamos contar con la juventud y la fertilidad de estas nuevas generaciones de migrantes (que insistimos, vienen aquí por la degradación de las condiciones de vida en sus países de origen), que podrían ser una posible solución (o al menos un freno considerable) al envejecimiento progresivo de nuestro continente. Es necesaria, pues, que las políticas de fronteras no sólo se flexibilicen en cuanto a la posible llegada de estas personas, sino también en cuanto a la plena integración de las mismas en nuestras sociedades. 

 

La concesión del reconocimiento y de los derechos de ciudadanía a estas personas debería ser plena pasado un tiempo de adaptación, para que pudieran insertarse sin problemas en nuestro mercado laboral, o en nuestros planes de estudios. Lo que está claro es que no podemos utilizar a estas personas por un tiempo para que desarrollen ciertos tipos de trabajos, y olvidarnos de su plena integración en nuestros países. Desvincular el trabajo humano de los derechos de ciudadanía es una aberración jurídica y social que no debemos permitir. Cualquier persona que produzca y contribuya al bienestar de la sociedad donde reside ha de poder disfrutar de todos los derechos que ello conlleva. Sin embargo, en vez de ello, lo que proyectamos son los peores valores del capitalismo más descarnado, los más terribles elementos de la explotación capitalista, como son la libre circulación de capitales, el salvaje extractivismo de recursos desde terceros países, y el mantenimiento de un "ejército de reserva" de mano de obra barata, esclava o directamente desempleada, sobre todo de migrantes. Como explican José Mansilla y Horacio Espinosa en el artículo de referencia: "La migración de trabajadores de los países subordinados a las metrópolis globales es un claro ejemplo de fórmula win-win para las burguesías nacionales. Por un lado, los migrantes, sobre todo cuando son ilegales, ayudan a abaratar la mano de obra de los países capitalistas, minando los derechos laborales conseguidos por las luchas obreras de los trabajadores occidentales, pero también estos mismos trabajadores migrantes, con o sin papeles, son usados como chivos expiatorios cuando se suceden algunas de las crisis endémicas e inevitables que produce el propio sistema capitalista". No le interesa la integración plena de los migrantes al sistema capitalista, por lo que estamos observando, porque de cara a su máxima explotación y obtención de beneficio, sale más a cuenta mantenerlos en la situación actual de desempleo, abuso y marginalidad. 

 

Cuando el sistema, como justo ahora (desde la crisis de 2007 hacia acá), reproduce sus fatídicas y previsibles crisis, es más fácil (lo hacen muy bien las fuerzas ultraliberales, y sobre todo la extrema derecha xenófoba), echar la culpa a los migrantes, "que vienen a quitarnos el trabajo", o "que vienen a vivir de nuestras ayudas" (clásicos tópicos que ya discutíamos en la entrega anterior). Mansilla y Espinosa lo resumen de magistral forma: "El Estado-nación consigue comprar la fidelidad de los elementos de la clase trabajadora dentro de sus fronteras a expensas de los trabajadores de los países dependientes (los que en otro tiempo se llamaban en vías de desarrollo), al mismo tiempo que obtiene apoyo ideológico al propagar las ideas de orgullo nacional, Imperio, chovinismo y racismo". Eso es exactamente lo que ocurre. Concretando en nuestro país, y usando las sabias palabras de Daniel Bernabé: "Cuando en España los ricos se hacen más ricos, los pobres se hacen más...españoles". Básicamente, el proceso es el siguiente: las burguesías nacionales empobrecen a sus propias clases trabajadoras, y cuando éstas han obtenido ciertos derechos, favorecen la migración para abaratar los costes del trabajo y explotar mejor tanto a trabajadores/as nacionales como extranjeros/as. De esta forma, siempre tendrán a mano la coartada ideológica de agitar el nacionalismo y culpar a los de fuera, salvaguardando un sistema que sólo a los capitalistas beneficia. Eslóganes populistas como "Los españoles primero" denotan esta deriva xenófoba, tanto social como laboral. La situación es caótica por tanto, también en la dimensión de la integración de los migrantes. Conseguir trabajo sin contar con papeles es una tarea titánica si no imposible, y es ahí donde la venta ambulante (como ejemplo más significativo y frecuente) se convierte en una dura alternativa, pero también en una solución temporal, abocada a las degradadas circunstancias vitales de estas personas. Y así, desgraciadamente, la terrible experiencia de frontera para estas personas no termina al atravesar los límites del país que se trate, sino que en su calidad de paria, de "nadie", de inmigrante "ilegal", sin situación administrativa definida, se reproduce continuamente en nuestras ciudades, dando como resultado una experiencia de desarraigo tremenda, hostil e indefinida. Continuaremos en siguientes entregas.

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18 marzo 2019 1 18 /03 /marzo /2019 00:00
Viñeta: Falcó

Viñeta: Falcó

Al socialismo sólo se puede llegar en bicicleta

Jorge Riechmann

A medida que avanzamos en la presente serie de artículos, nos vamos dando cuenta de las profundas incompatibilidades existentes entre el capital y todas las formas de vida. De hecho, poner la vida en el centro (una buena vida, digna de ser vivida) es el reto común y principal que poseen todas las disciplinas que conviven (y de ahí quizá el nombre) en el Buen Vivir. Los dueños del capital llevan desde hace décadas sosteniendo una guerra sin cuartel contra la vida, contra todas las formas de vida, no solo la humana, sino la de todos los animales, todos los seres vivos, y hasta la propia naturaleza que nos alberga. O ganan ellos, lo que significa que la vida se orienta hacia la predominancia de los mercados, o ganamos nosotros, y ponemos como epicentro el mantenimiento, la conservación y la sostenibilidad de la vida, de todas las vidas. El Buen Vivir apuesta por un cambio radical, por la disputa de las hegemonías política, económica, y hasta cultural. Ecologismo y Feminismo nos muestran que existe una oposición entre la maximización del capital y el beneficio insaciable y todos los trabajos, y como consecuencia, todas las vidas. El Ecologismo Social, por su parte, nos viene demostrando con creces y en todas sus facetas la oposición entre el capital y la vida (el conflicto capital-planeta, que ya tratamos en este artículo). El capitalismo ha conseguido destrozar, durante su extensión y globalización, hasta nuestras últimas bases antropológicas que determinan la vida: nuestras necesidades básicas, nuestro marco de relaciones, las solidaridades, las reciprocidades entre humanos, nuestras escalas de valores, etc.

 

Y al toparse con los propios límites biofísicos del planeta, y ser incapaz de seguir ampliando la esfera material de la economía, ha entrado en sendas aún más voraces y peligrosas, como la financiarización, la especulación, las burbujas virtuales, la mercantilización de derechos humanos...De este modo, esta fase actual y enloquecida del capitalismo ha entrado en una diabólica espiral que devorará todos los seres vivos, todos los recursos naturales, y todas las formas de existencia en el planeta. Pero el capitalismo, contradictorio por naturaleza, se resiste a asumir las dinámicas de agotamiento, y continúa en su frenético avance destructivo. Y es destructivo porque, para sostener ratios de crecimiento económico, hace falta flujo de mano de obra y flujo de recursos naturales y materias primas. El primer factor necesita de tiempo de vida de las personas, y el segundo, tiempo de vida de la naturaleza. Ambos factores se complementan entre sí. Pero si aniquilamos ambos factores, precisamente por no respetar los ciclos y equilibrios de los ecosistemas naturales, ni tenemos vidas humanas (ni de resto de animales) ni tenemos naturaleza desde la que extraer lo que nos hace falta. Entonces llega el colapso. De hecho, como venimos afirmando, ya estamos asistiendo a él. Pero el colapso no hay que entenderlo como lo que vemos en el cine norteamericano, es decir, una especie de abrupto fin del mundo de un día para otro, sino como una degradación permanente y continuada del medio ambiente y de sus ciclos y recursos naturales, que harán imposible la vida en cierto lapso de tiempo, o al menos la vida tal como la entendemos hoy día, es decir, la vida dentro de la civilización industrial. 

 

Por otra parte, si el sistema prescinde de la mano de obra humana, porque gracias al avance imparable de las nuevas tecnologías muchos ámbitos pueden ser robotizados, entonces se requerirá un uso aún más intensivo de materiales y de energía, que alterará todavía más y a un mayor ritmo la dinámica natural, provocando mayores distorsiones, fruto del rápido cambio de los ciclos naturales, y del agotamiento de los combustibles fósiles. Si no programamos y asumimos este cambio de forma democrática, lo que se produzca llegará cada vez a menos personas, es decir, que habrá un estrechamiento del margen de personas a las que abarcará una economía, digamos, desarrollada. Si dejamos que ocurra esto, estaremos, incluso sin darnos cuenta, abriendo la puerta a los más perversos fascismos. La lucha por los recursos se volverá violenta y cruel. Los límites de la biosfera cada vez se alcanzarán y se sobrepasarán más, pero la producción llegará cada vez a menos personas. Desestabilizaciones y revueltas sociales, derivadas de situaciones de escasez, se producirán cada vez más frecuentemente, y serán cada vez más violentas. De hecho, ya existen muchas vidas colapsadas en nuestro planeta, en países y Estados fallidos resultantes de guerras y conflictos armados, conflictos que se programaron precisamente para eso, para acaparar los recursos naturales que allí hubiera, dejando al margen a la población de dichos países. Siria, Irak, Afganistán, etc., son hoy sociedades brutales, enquistadas, caóticas, colapsadas, donde existen atentados contra la vida casi todos los días, donde los recursos están controlados casi por mercenarios que trabajan para grandes empresas, cuyas instalaciones son vigiladas por poderosos ejércitos...ese es el mundo que se nos viene encima, si no somos capaces de frenarlo. Muchos países africanos se encuentran en caos social, económico y político porque los países occidentales, símbolo del capitalismo más descarnado, las principales potencias mundiales, han instalado allí sucursales potentes de acaparamiento de sus recursos, y utilizan únicamente a los nativos como mano de obra barata, casi esclava...

 

Si sus habitantes intentan llegar a nuestro mundo occidental, a este mundo mal llamado "desarrollado", esos migrantes son interceptados, les impiden su llegada, permiten que se ahoguen, los encierran, no los integran, les ponen mil trabas, los persiguen, pero sin embargo no hacen lo mismo con sus mercancías, con sus materias primas, con sus productos, porque éstos sí que interesan, y mucho, para que puedan continuar nuestras opulentas vidas, nuestras vidas derrochadoras y salvajes, insolidarias y destructivas. Hace ya décadas que vivimos bajo una especie de fascismo imperial, colonial o intercontinental, donde esos países "pobres" (ricos en recursos naturales, en agua, en petróleo, en coltán, en minerales, en gas...) alimentan a los países "ricos" (no lo son, sólo son poderosos para imponer a los otros su voluntad) de todo lo que necesitan, a costa de su propia destrucción. Vivimos como si no fuera a existir un mañana, el capitalismo y sus tecnologías nos han inculcado sus valores de inmediatez, de anulación de la reflexión, del acaparamiento rápido y cuantioso de recursos, del extractivismo salvaje y continuo, como si nuestro planeta fuese infinito, como si no se gastara nunca. La filosofía del continuo crecimiento es un mantra absoluto que impera en nuestras mentes, gracias al acopio constante de recursos y de mano de obra, pero el crecimiento como destino sagrado al que aspirar toca a su fin. Hay que desarmar el discurso capitalista que nos vende que si la economía no crece nos morimos de hambre. Precisamente lo insostenible es continuar creciendo. La vida sólo será posible si dejamos de crecer, si orientamos nuestra producción y nuestro consumo a otros parámetros, a otros objetivos. Y si toda esa enloquecida carrera la ilustramos con el pastel de la "creación de empleo", entonces ya tenemos cautivas cientos de miles de mentes, miles de millones en todo el mundo. 

 

Esa "creación de empleo" es un caramelo envenenado que nos han vendido, que basa su éxito en anular la ética del trabajo humano, es decir, en poner el trabajo por encima de todas las cosas. Entonces, validamos cualquier empleo porque "la economía tiene que crecer", para que todo el mundo pueda vivir, y legitimamos cualquier tipo de trabajo que podamos hacer: da igual si construimos un hotel a orillas del mar, o si fabricamos armas para la guerra, o si creamos tecnología para vigilar las fronteras, o si creamos un edificio para albergar residuos nucleares. La cosa es producir, emplear a personas, montar negocios, emprender, hacer crecer la economía, a toda marcha, a toda máquina, sea como sea, como sea...Una suicida carrera que nos lleva a la autodestrucción. Nuestros empresarios y políticos nos venden la construcción de un aeropuerto sin aviones, una incineradora que nos envenena el aire y la vida, la extensión hasta el último rincón del Tren de Alta Velocidad (un AVE innecesario, mientras abandonan el mantenimiento de los Talgo anteriores)...y por vendernos, nos venden hasta viajes ¡Al espacio interestelar! para quien los pueda pagar Y todo ello nos lo venden como progreso...¿qué progreso es éste? ¿El progreso para un bienestar humano o el progreso para engordar las cuentas de resultados de las grandes empresas implicadas? Esos proyectos deberían ir obligatoriamente a proteger todos los recursos para poder desarrollar vidas dignas para el conjunto de la población, en vez de incidir en la riqueza de los más poderosos. Hemos de parar ese infernal carro y asumir que todos somos ecodependientes y sociodependientes, lo que significa que estamos insertos en la naturaleza (no podemos vivir sin ella), e insertos en una sociedad (no podemos vivir sin los cuidados de otras personas). Cuidar ambos aspectos son fundamentos básicos para el Buen Vivir. Continuaremos en siguientes entregas.

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