Las políticas de expropiación de las clases populares se realizan mediante la transformación de la deuda privada en deuda pública
En efecto, como explican nuestros autores de entradilla en la cita que hemos seleccionado, los mecanismos de transferencia y de conversión de deuda son los responsables de la inmensa bola de nieve (que también presenta nuestra imagen de entradilla) en que se va convirtiendo la deuda de un país. Pero hoy día todos estos mecanismos, pertenecientes al ala más dura del neoliberalismo, no están apoyados sólo por los Gobiernos de los países en cuestión, sino también por las propias instituciones supranacionales, que son las que realmente vigilan la estricta implantación de los requerimientos de todos los países que se suman a este sistema-deuda que venimos describiendo. En nuestro caso europeo, tenemos a las instituciones de la Unión Europea (Parlamento, Comisión y Consejo Europeo), que junto al Banco Central Europeo (BCE), conforman el tándem antidemocrático (pues nadie los ha elegido, salvo a los miembros del Parlamento Europeo, que curiosamente es el único Parlamento sin capacidad legislativa) que implanta, controla y desarrolla la implementación de tales medidas. Podríamos pensar que siendo el BCE un Banco Central, como su propio nombre indica, tendrá funciones de reserva federal europea, y que prevendrá y corregirá los desequilibrios financieros y monetarios de los países que forman la UE, y sobre todo, que vigilará que la deuda pública de estos países no se dispare. Nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que el BCE actúa como un lobby de la gran banca privada europea, está absolutamente a su servicio (sobre todo del Deustche Bank alemán), y todas las medidas y políticas que diseña están pensadas para favorecer a la banca, no a la ciudadanía ni a las pequeñas y medianas empresas (aunque sí a las grandes).
Yago Álvarez lo expresado en los siguientes términos: "Una Europa con un banco central que funcionara para solventar los problemas económicos de la ciudadanía europea y de los países podría comprar directamente la deuda emitida por éstos o prestarles dinero a esos tipos de interés nulos, eliminando a ese incómodo y egoísta intermediario en el que se ha convertido la banca privada y los "mercados". Los gobiernos podrían invertir ese dinero a coste cero en reactivar la economía real de los países, enfocando la inversión donde más se necesite y donde ejerza un efecto positivo sobre la población, en lugar de dejar en manos de la banca que acepta invertir basándose en meros parámetros de retorno económico. Los países no necesitarían ir a los mercados a pedir dinero con un ojo puesto en la prima de riesgo o en índices variables (y manipulables) como el EURIBOR. Las administraciones podrían obtener dinero al 0% que les ofrecería la posibilidad de aplicar políticas de crecimiento sin tener que depender de la banca privada ni sentirse ahogados por los intereses. Y puestos a soñar, el BCE podría cancelar las hipotecas de muchas familias para sustituirlas por préstamos a un interés del 0%, lo que descargaría una enorme cantidad de intereses sobre las economías familiares que podrían conseguir ese efecto sobre el consumo que las medidas de Draghi llevan buscando durante años sin mucho éxito. Pero todo esto ocurriría en una Europa diferente, donde las decisiones de las políticas económicas y monetarias no dependieran de un organismo no democrático como el BCE presidido por un ex-banquero al que nadie ha votado. Una Europa donde sus instituciones y sus políticas sirvieran a la ciudadanía y no a la banca privada. Una Europa democrática, pero no en la actual del señor Draghi". Creo que Yago Álvarez lo ha explicado con tal claridad que no se necesitan comentarios añadidos.
Bien, pero no perdamos de vista que nuestro análisis del sistema-deuda lo estamos llevando a cabo desde la perspectiva de la desigualdad. Es la desigualdad el eje central de esta serie de artículos, y lo que tenemos que explicar es qué relación tiene la deuda de los países con el hambre, el exilio, los desplazamientos forzados, el desempleo, la precariedad o la exclusión social. Yolanda Fresnillo ha escrito este artículo para el medio eldiario.es que vamos a seguir a continuación para esta exposición. En él desarrolla esta idea-eje que estamos analizado, intentando concretar y demostrar la relación de la deuda con el hambre. A finales de 2016, hace ahora un año más o menos, la deuda global ascendía a 152 billones de dólares. Esto suponía un 225% del PIB mundial. Una enorme bomba de relojería que afecta no sólo a los países de la periferia europea o a los emergentes, sino también a buena parte de los países más empobrecidos del planeta. De hecho, el nivel de crédito a los países del sur se ha multiplicado desde 2008. Yolanda Fresnillo nos cuenta la reciente historia de la deuda, y expone hasta qué punto los procesos, criterios y objetivos se vuelven a repetir, sin que se aprenda la lección (o por el contrario, parece que esté muy bien aprendida). En los años 80 estalló una crisis de deuda que dejó empobrecimiento y desigualdades en América Latina, África y Asia. Entonces la situación se afrontó desde los organismos internacionales de la misma forma que han afrontado la actual crisis en la periferia europea: con austeridad y más deuda. El resultado fue la llamada "década perdida", años de ajustes que hicieron retroceder buena parte de los indicadores en el ámbito social en los países del sur. Pero después de los 80 llegó la década de los años 90, y vuelta la burra al trigo, como se suele decir en el argot popular.
La década de los 90 supuso seguir con las políticas neoliberales que habían constituido la receta contra la crisis de la deuda. El Consenso de Washington se generalizó y el neoliberalismo se convirtió en dogma. Cada nuevo crédito del FMI, cada proyecto del Banco Mundial, incluso las reestructuraciones y cancelaciones de deuda que han recibido algunos de los países más empobrecidos, han estado condicionados, hasta hoy, a la aplicación de más ajustes, de más privatizaciones, eliminación de subsidios, desregulación de mercados laborales, liberalización de mercados financieros, reducción de aranceles, eliminación de barreras al libre comercio...En definitiva, políticas que tras décadas de aplicación han ido dejando a los países indefensos ante uno de los mayores problemas que deben afrontar: el hambre. Yolanda Fresnillo pone abundantes y documentados ejemplos de países como Zambia, Haití, Mali, Malawi, Vietnam, Uganda, Etiopía o Kenia, donde las recetas del FMI, después de su aplicación, consiguieron un mayor endeudamiento a la par que un empobrecimiento masivo de la población. No son casos aislados, ni depende de la infraestructura económica de los países. El neoliberalismo, y el sistema-deuda como parte esencial del mismo, se ha venido utilizando como palanca para introducir medidas como la reducción del papel del Estado y la cesión de la soberanía a los mercados, incluyendo la soberanía alimentaria, tan importante para los países en desarrollo. La deuda es un sistema de dominación económica, es parte del entramado neoliberal para favorecer a las grandes empresas privadas y a la banca, en detrimento de los recursos de las clases populares, trabajadoras o más desfavorecidas. La deuda, por tanto, es pieza esencial para perpetuar la desigualdad, y elemento facilitador de la misma.
El endeudamiento público se ha convertido en un peligroso sistema de funcionamiento, un perverso mecanismo que garantiza la extensión de las desigualdades económicas y sociales. El pago de sus intereses cada vez tiene mayor peso en los presupuestos públicos de los países, al mismo tiempo que deja menos recursos a disposición del interés general, y empuja cada vez más a la subordinación del país a los organismos financieros internacionales. Los problemas con la deuda socavan la democracia, limitan la libertad política y la autodeterminación de los pueblos, impiden el uso y destino de los recursos donde hace más falta, y asegura las ganancias de los más poderosos, empobreciendo a los más débiles. ¿Hay que pagar las deudas?, nos planteábamos al comienzo de este bloque temático. Creo que los lectores y lectoras tendrán ya al menos un esbozo de respuesta. En 2011, Argentina pactó con la mayoría de sus acreedores la quita del 80% de su deuda, ante la imposibilidad del país de generar ingresos suficientes como para pagar una deuda descomunal. Por tanto, existen precedentes del no pago (o negociación, o quita, o reestructuración...) de la deuda, y es posible y necesario hacerlo cuando se llega a una situación de clara insostenibilidad. Pero como siempre, el primer enfrentamiento lo tendremos que tener con la aplastante fuerza del pensamiento dominante, fruto a su vez del inmenso poder de la clase capitalista, expresada en los grandes poderes económicos, que son los que nos gobiernan de facto. El mantra de que "Las deudas hay que pagarlas" ha de ser derribado, entrando en una política de valiente y decidida desobediencia a las instituciones y organismos internacionales, y de claro enfrentamiento a sus antidemocráticos mandatos. Continuaremos en siguientes entregas.