Blog de Rafael Silva. Presenta artículos de opinión basados en la actualidad política, cultural y social.
Una TTF (Impuesto a las Transacciones Financieras) del 0,05% podría recaudar 300.000 millones de euros anuales en todo el mundo; en España, esta cifra se situaría alrededor de los 5.000 millones de euros, un 150% más que el presupuesto español de AOD (Ayuda Oficial al Desarrollo) en 2011. Si la TTF se aplicase en todo el mundo, en sólo ocho días se recaudaría lo suficiente como para garantizar la educación primaria universal a los 72 millones de niños de todo el mundo que actualmente siguen sin escolarizar (entre 10.000 millones y 15.000 millones de euros al año)
Pero las graves desigualdades económicas se proyectan aún a más ámbitos y facetas de las ya expuestas, tales como los problemas de salud, las oportunidades en educación y la igualdad en cuanto a las proyecciones de futuro. Porque la cruda realidad es que el estatus económico determina las posibilidades y oportunidades de futuro. De entrada, las personas pobres viven menos. Se trata de un problema que afecta a ricos y pobres. En el Reino Unido, por ejemplo, los hombres nacidos en las zonas más ricas del país pueden disfrutar de una vida nueve años más larga (de media) que los hombres nacidos en zonas más deprimidas. La brecha entre ricos y pobres, que está aumentando rápidamente en la mayoría de los países, resulta preocupante no sólo en sí misma, sino por la forma en que interactúa con otras desigualdades y con la discriminación, excluyendo a unas personas en mayor medida que a otras. Y así, la desigualdad económica añade nuevas dimensiones a antiguas disparidades y desequilibrios, como aquéllos motivados por el género (ya expuestos en el artículo anterior de esta serie), la geografía o los derechos de los pueblos indígenas. En todos los países, las tasas de supervivencia infantil, educación y acceso al agua potable son considerablemente más altas entre los hombres que entre las mujeres. Las mujeres que pertenecen a hogares pobres tienen bastantes menos probabilidades de recibir atención prenatal cuando están embarazadas y durante el parto que sus vecinas ricas.
Y la cadena continúa, porque sus hijos tienen más posibilidades de sufrir desnutrición, y muchos de ellos no pasarán de los 5 años de vida. Si lo hacen, es menos probable que terminen la educación primaria. Si encuentran trabajo cuando sean adultos, probablemente tendrán un salario mucho más bajo que los hijos de las familias con rentas más elevadas. Este ciclo de pobreza y desigualdad se transmite de generación en generación. La casta, la raza, la procedencia, la religión, la etnia, así como otras identidades y discriminaciones que se "atribuyen" a las personas desde que nacen desempeñan un papel importante a la hora de generar divisiones entre ricos y pobres. Por ejemplo en México, la tasa de mortalidad materna de las mujeres indígenas es del orden de seis veces más alta que la media nacional, y tan elevada como en muchos países africanos. En Australia, los pueblos aborígenes y los isleños del Estrecho de Torres siguen siendo los colectivos más desfavorecidos del país, y son los principales afectados por la pobreza, el desempleo, las enfermedades crónicas, la discapacidad, una menor esperanza de vida y mayores índices de encarcelamiento. Como estamos viendo, la desigualdad actúa como un peligroso resorte que dispara otros fenómenos sociales que inciden en la calidad de vida de la población, y que se relacionan entre sí de forma muy estrecha. En todo el mundo, estos distintos tipos de desigualdad se aúnan para definir las oportunidades, los ingresos, la riqueza y la propiedad de los bienes de las personas, e incluso su esperanza de vida.
Además de los efectos que el aumento de la desigualdad económica tiene sobre la reducción de la pobreza y el crecimiento, cada vez resulta más evidente que la creciente división entre ricos y pobres está desencadenando toda una serie de consecuencias sociales negativas que nos afectan a todos. Porque las sociedades están constituidas por multitud de elementos que poseen entre sí intrincadas relaciones que los definen y determinan. De ahí que sostengamos que el crecimiento de las desigualdades se debe a la toma de decisiones políticas concretas, es decir, a la adopción de una serie de medidas que van a afectar de un modo u otro a los diversos parámetros que condicionan todos esos factores. Y se trata de decisiones políticas adoptadas desde un prisma ideológico determinado, desde una posición y un enfoque que no contempla la reducción de las desigualdades, precisamente porque quienes las adoptan entienden que dichas desigualdades siempre han existido, y siempre van a existir, ya que lo consideran una característica derivada de la propia actitud de los individuos, cuando estamos viendo claramente que no es así. Tal y como hemos afirmado en anteriores entregas, en países con una desigualdad elevada, la mayoría de los hijos de los ricos reemplazará a sus padres en la jerarquía económica, al igual que los hijos de los pobres ocuparán el lugar de sus padres. Y ello no se debe a que los hijos de los ricos sean más inteligentes, sino simplemente, a que acceden a un mayor rango de oportunidades.
En países con mayores niveles de desigualdad, es más fácil que los hijos hereden los privilegios de sus padres, privilegios que los padres con menos recursos no pueden permitirse. El ejemplo más claro es el gasto en educación. Los padres más ricos suelen pagar a sus hijos caras y elitistas escuelas privadas que a su vez les facilitan el acceso a Universidades de élite, lo que a su vez les permite tener mejores relaciones sociales, y poseer trabajos mejor remunerados. Esto se ve reforzado por otras ventajas, como los recursos y las redes sociales que los padres más ricos comparten con sus hijos, y que les facilitan aún más las oportunidades educativas y laborales. Así, los más ricos se apropian de oportunidades que se niegan a quienes no cuentan con recursos para pagarlas. Esta es la retrógrada deriva a la que nos viene conduciendo en educación el Gobierno del Partido Popular, para lo cual se ha empleado a fondo en reducir recursos de la escuela pública (aulas, profesores, ratios...), en endurecer las políticas de becas y ayudas al estudio, y en encarecer el acceso a los mismos (matrículas, másteres, etc.). Al final, todo ello conduce a una expulsión en masa de estudiantes de la escuela pública con menos recursos, para convertir la educación en un lujo para estudiantes que se lo puedan permitir. A su vez, se dedican ingentes recursos públicos a escuelas concertadas y Universidades privadas, para que su alumnado (procedente de las clases pudientes) disfrute de las más amplias ventajas. Aquí tenemos un perfecto ejemplo de un conjunto de medidas pensadas y ejecutadas para disparar la desigualdad, y reducir la igualdad de oportunidades en el acceso a un derecho humano fundamental como es la educación.
¿Qué habría que hacer entonces en este ámbito (el educativo) para reducir las desigualdes (y proyectar esta reducción en el resto de ámbitos sociales)? Pues está muy claro: unas políticas dirigidas a reducir la desigualdad pueden y deben ofrecer a los niños pobres las oportunidades que se negaron a sus padres. En general, se considera que la educación es el principal motor de la movilidad social, ya que las personas con un mayor nivel educativo suelen conseguir empleos mejor remunerados. Los países que dedican más recursos a ofrecer una educación pública de calidad proporcionan a los estudiantes pobres los medios para competir de forma más justa en el mercado de trabajo, y a la vez reducen los incentivos de los padres más ricos para educar a sus hijos en escuelas privadas. Se trata por tanto de revertir las actuales tendencias y medidas políticas que se adoptan, se trata de caminar en la dirección contraria, se trata de eliminar prejuicios y de extender, fomentar y generalizar un modelo social (educativo en este caso, extrapólese a otros ámbitos) lo más igualitario posible, que favorezca por igual a todo el alumnado, que no sea discriminatorio, que garantice el derecho (a la educación) como un servicio de forma pública, gratuita y universal, contribuyendo de esta forma a la inclusión, a la colaboración, a la cooperación, a la igualdad, en vez de al elitismo, a la discriminación, al individualismo, al egoísmo, o a la competitividad. Reducir las desigualdades es una tarea política, que se proyecta en medidas concretas que obedecen a una determinada ideología. Por tanto, o creemos firmemente en que hay que hacerlo, o no creemos en ello. Continuaremos en siguientes entregas.