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19 abril 2018 4 19 /04 /abril /2018 23:00
Fuente Viñeta: Wikipedia

Fuente Viñeta: Wikipedia

El cóctel en el que se mezclan empresas, subvenciones, créditos ventajosos, ingeniería fiscal, irregularidades contables y una agenda de nombres y cargos influyentes no es una charca en la que croan dos o cuatro “ranas”, sino el ecosistema imprescindible para que el establishment español se mantuviera intocable durante el franquismo y en la democracia, en mitad de la burbuja inmobiliaria y también tras el estallido de la misma

Jesús Maraña

Como venimos comentando, el mercado laboral es la expresión más salvaje de la desigualdad, y se manifiesta crecientemente en múltiples facetas. En este sentido, hasta la misma filosofía y concepto del trabajo humano ha sido prostituido, y ha dejado de representar lo que históricamente ha representado. Sobre todo jóvenes, mujeres, mayores de 50 años y autónomos sufren especialmente la precariedad laboral, que anula las tradicionales funciones del trabajo, resumidas en seguridad, bienestar, dignidad, salud, participación y realización. Nuestro país se ha convertido además en un auténtico paraíso de trabajadores pobres, ya que las últimas contrarreformas han dejado el panorama laboral absolutamente destruido. Los jóvenes trabajan hoy en condiciones de absoluta flexibilidad, sin poder llevar a cabo cualquier mínimo proyecto vital digno, sin poder emanciparse, sin poder formar una familia, sin poder atenerse a un futuro más allá de un mes o dos vista. Los derechos laborales que hace una década considerábamos absolutamente consagrados están siendo triturados a marchas forzadas en un agresivo proceso de desregulación de las condiciones de trabajo. La precarización no es un estadío intermedio, sino que es un fin. La precarización laboral es hoy día el único destino posible. La crisis-estafa ha servido como perfecta excusa para implantar una calculada estrategia que delimite una nueva reconversión del mundo laboral, un nuevo paradigma donde los derechos y la estabilidad no existen. Se han instalado los dogmas del empleo de baja calidad y de la precariedad normalizada. 

 

Y la cara más extrema de todo este fenómeno, como nos cuenta José A. Llosa en este artículo para el medio CTX, se encuentra en los trabajadores pobres, un nuevo concepto surgido a la luz de las nuevas contrarreformas laborales. Esta masa laboral la forma un segmento de población ocupada que vive por debajo del umbral de la pobreza. Personas que, pese a contar con "empleos" (la degradación de este concepto es ya harto evidente), sufren una situación económica extrema, no pudiendo desarrollar tampoco un proyecto de vida digno. La ocupación laboral en los mayores de 45 años se torna extremadamente dificultosa, pues la filosofía empresarial consiste en lanzar ERE masivos de trabajadores/as veteranos (que ya contaban con derechos consolidados), para albergar en su lugar a trabajadores/as jóvenes, a los cuales someten a las prácticas precarias que ya hemos comentado. ¿Y qué ocurre con las vidas de estas personas que superan la cincuentena? Pues veamos: al mermar considerablemente la posibilidad de nuevas oportunidades laborales a partir de dichas edades, y especialmente por encima de los 55 años, la salida tras el agotamiento de las insuficientes prestaciones por desempleo pasa por el acceso a las pensiones no contributivas, lo que penaliza sustancialmente la cuantía de la jubilación, condicionando el resto de la trayectoria vital de la vejez. En efecto, actualmente el subsidio indefinido hasta la jubilación se ha elevado desde los 52 años hasta los 55, ha bajado su cuantía hasta los mínimos vitales, y se ha endurecido el acceso al mismo. En nuestro país, más del 50% de los parados y paradas supera los 40 años, lo cual da lugar a una situación dramática, pues son personas que normalmente soportan cargas familiares, y a las cuales, como decimos, el sistema no sólo no provee de renta mínima digna, sino que además son castigadas por el propio sistema de relaciones laborales, que busca sobre todo personal joven para someterlo a la universal precariedad. 

 

La obsesión por parte de las grandes empresas de reconvertir su personal veterano en personal joven es absolutamente irracional. Existen casos absolutamente paradigmáticos, como el de la empresa Ericsson, a la cual dedica Jairo Vargas este artículo en el medio Publico, resumiendo que ha llevado a cabo cinco ERE's en diez años, y que sigue teniendo el mismo número de trabajadores que cuando comenzó dicho proceso. Increíble, ¿verdad? Porque la lógica más elemental nos indica que si una empresa implanta un Expediente de Regulación de Empleo es porque no necesita (por razones organizativas o de producción) el número de trabajadores actual, y necesita quedarse con menos personal. Pero como estamos viendo, esta elemental lógica no casa con las mafiosas e indecentes prácticas empresariales. Los sindicatos con representación en la multinacional sueca de telecomunicaciones denuncian una clara estrategia para precarizar las condiciones laborales de la plantilla, al echar a empleados con salarios consolidados para contratar a jóvenes más baratos, mientras los directivos de la compañía aumentan sus retribuciones. Básicamente, la cantidad de trabajadores/as no ha variado, y se mantiene en el entorno de las 3.000 personas. Y mientras todo esto ocurre, la empresa continúa ofreciendo beneficios. ¿Será desigualdad? Creemos que sí. ¿Será una arquitectura laboral que la permite? Creemos que sí. Y creemos que todas estas prácticas tienen un nombre: Terrorismo Empresarial (una de las modalidades que ya definimos en nuestro célebre artículo, uno de los más seguidos de nuestro Blog). Porque en efecto, estas medidas indiscriminadas e injustificadas generan en el grueso de las plantillas un estrés y un terror muy difíciles de soportar sin que afecte a las vidas íntimas y personales de los/as empleados/as.

 

Malestar, incertidumbre y desmotivación son otros efectos que se provocan en el personal, lo que a su vez incide en la productividad laboral y en la felicidad de los empleados y empleadas de la compañía. Todas ellas también son manifestaciones de esa precariedad vital de la que hablamos. Todo este terrorismo empresarial, sus variantes y manifestaciones son perfectamente estudiadas en el libro "La empresa criminal", de los autores Steve Tombs y David Whyte, que agregan además el sugestivo título "Por qué las corporaciones deben ser abolidas". Una estupenda reseña de dicha obra fue realizada por Pedro López, Profesor de la UCM, y publicada en el medio Crónica Popular, artículo del que tomaremos referencias a continuación. La obra repasa el historial criminal de muchas empresas y corporaciones emblemáticas. Pedro López relata textualmente: "La lista de empresas que se beneficiaron del trabajo esclavo en el nazismo y en el franquismo es extensa: entre las más conocidas, Siemens, Daimler-Benz, Deustche Bank, Siemens-Schuckertwerke, Volkswagen, Bayer, BMW, Krupp, Shell o Ford lo utilizaron en los campos de concentración alemanes; en la España franquista, constructoras como Dragados y Construcciones, Banús, Hermanos Nicolás Gómez, Construcciones ABC y otras, así como empresas de otros sectores como Los Certales (muebles), Compañía de Autobuses de Barcelona, Babcock & Wilcox (estadounidense dedicada a la electricidad), Minas de Almadén y Arrayanes, Astilleros de Cádiz, La Torrassa (fábrica de cristal) y un largo etcétera. Por otro lado, la eficaz colaboración de la estadounidense IBM con los nazis para identificar y llevar al exterminio a los judíos, de la General Motors para fabricar tanques alemanas, de la ITT para dirigir las telecomunicaciones nazis a cambio de una futura recompensa después de la guerra, o la colaboración de bancos suizos (Credit Suisse, Union Bank of Switzeland, Swiss Bank Corporation) en el robo de las propiedades de estos, casos citados en este libro, muestran que el capitalismo colaboró de manera entusiasta con las dictaduras más extremas".

 

Y es que el capitalismo, máximo adalid de la desigualdad, nunca se implantó democráticamente, sino que se impuso en principio a sangre y fuego, y después ha ido envolviendo su oscura capa con diferentes disfraces. Y poco a poco nos ha ido imponiendo su propia visión de la vida y del mundo, inculcando falaces mantras como el de la eficiencia empresarial, el valor de la emprendeduría, la autonomía del mercado, la autorregulación corporativa, la seguridad jurídica, la responsabilidad social, la regulación estatal o la protección pública del interés general. Conceptos que pueden quedar muy bien en un seminario teórico, pero que en la práctica se comprueba diariamente que sólo sirven para proteger los intereses de las grandes corporaciones, su obtención máxima de beneficio, y la protección de sus directivos y accionistas. Hasta el lenguaje concede a las corporaciones una mayor benevolencia, ya que por ejemplo mientras al individuo se le imputa intención, a las empresas como mucho se les imputa negligencia o imprudencia, categorías mucho más leves de condena social y legal. Pedro López indica textualmente: "Al referirse a actividades criminales corporativas, el lenguaje de los medios y del poder suaviza los matices; lenguaje anestésico lo llaman Tombs y Whyte: hablamos de escándalos en vez de crímenes, de venta abusiva en vez de robo o fraude, de accidentes en vez de homicidios o lesiones. Todo ello contribuye a formar un velo corporativo que aparta a los responsables criminales de toda responsabilidad penal". Y mientras las empresas no tienen patria (su patria no es donde reside su sede social, sino que suele ser donde más intereses poseen), se asocia ingenua y equivocadamente la "nacionalidad" (española, francesa, italiana, etc.) a las empresas, y se difunde en el imaginario colectivo que defender a dichas empresas es defender a tu país. Craso error. Continuaremos en siguientes entregas.

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