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7 julio 2015 2 07 /07 /julio /2015 23:00

Un Estado totalitario realmente eficaz sería aquél en el cual los jefes políticos topoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coacción alguna por cuanto amarían su servidumbre

Aldous Huxley

El neofascismo o fascismo de baja intensidad es ahora más inmediatamente económico y mediático que político o nacionalsocialista, dado que se apoya no tanto o no principalmente en las amenazas neonazis contra la democracia sino en los componentes neofascistas y totalitarios inscritos en un sistema global, supuestamente democrático y a la vez modelado desde la lógica excluyente y corrosiva de un capitalismo antisocial

Antonio Méndez Rubio

Pensamos que sí. Lo que ocurre es que, cuando hablamos de "fascismo", a secas, nuestra mente trae a colación otros escenarios, recuerda y asocia por ejemplo los fascismos clásicos de Hitler o Mussolini, que ahora remozan los movimientos de tipo neo-nazi. Estos nuevos movimientos surgen de la instrumentalización que tan eficazmente han sabido movilizar las fuerzas de extrema derecha, y representan el fascismo que aún permanece a flor de piel (aunque escondido) en muchas personas, en sus mentes y en sus comportamientos cotidianos, el fascismo que nos hace amar el poder, amar incluso aquéllo que es violento, criminal, aquéllo que nos somete y nos explota. Pero la pregunta es otra: ¿resulta esta nueva oleada de fascismo social del virulento capitalismo que vivimos en la actualidad? O expresado bajo otros términos, ¿es el capitalismo la cumbre evolutiva del totalitarismo? Véase por ejemplo lo que está ocurriendo entre la Troika y Grecia, y piénsese si no podemos llamar "fascismo" a la actitud autoritaria, intransigente, fanática, despótica, irracional y salvaje que los dirigentes comunitarios (y sobre todo el FMI) están teniendo para con el pueblo griego.

 

Y no hablamos ya sobre las nuevas apariciones de fuerzas políticas (en nuestro contexto europeo) de corte neofascista, o de extrema derecha, que de un tiempo acá florecen por doquier en el arco político del viejo continente. Hablamos de un fascismo solapado, subliminal, ligado a los pensamientos, a las opiniones, a las actitudes y a las acciones. Quizá un "fascismo de baja intensidad", como lo ha bautizado Antonio Méndez Rubio. En numerosas ocasiones hemos puesto de manifiesto que el neoliberalismo, como concepción política que soporta la actual fase del capitalismo (con todas las características que ya conocemos), descansa sobre un soporte social fascista. Boaventura de Sousa Santos lo ha expresado en los siguientes términos: "Vivimos actualmente en sociedades políticamente democráticas, pero socialmente fascistas". Y también podemos apoyarlo, como enunciara Pier Paolo Passolini, en que "El verdadero fascismo es lo que los sociólogos han llamado demasiado alegremente sociedad de consumo". ¿Pero vivimos verdaderamente bajo los efectos de una sociedad fascista? Pues parece que si lo asociamos a los conceptos de odio al diferente, de apología de la supremacía de un cierto tipo humano sobre otros, de culto obsesivo a diferentes valores en detrimento y exterminio de otros, y de las reacciones latentes de nuestra sociedad, bajo estas premisas, insistimos, parece que sí. 

 

Se ha dicho que en la lucha de clases no hay tanques ni fusiles, pero sí hay víctimas. Y es justamente la fase que estamos atravesando. Un reciente estudio del Observatorio Hatento alertaba de que un 47% de las personas sin hogar había sufrido ataques enmarcados en los denominados "delitos de odio", relacionados con una situación de exclusión social extrema. De este porcentaje, un 81,3% había pasado por la tremenda experiencia en más de una ocasión. Las víctimas principales son mujeres, personas con dependencia del alcohol y los denominados "sin techo", esto es, las personas que viven permanentemente en la calle. En un 28,3% de las experiencias analizadas, los responsables de las agresiones fueron chicos jóvenes durante una noche de fiesta. Preocupante sociedad la que habitamos, en la cual una de las diversiones de su juventud es aniquilar inocentes víctimas excluidas de la sociedad, cual parias desclasados esperando su cruel destino. Pero siguiendo el razonamiento, hay que concluir que los últimos responsables no son estos desalmados jóvenes que emprenden los ataques a los más débiles de la sociedad, pues ellos sólo son un reflejo de la maldad de la propia sociedad a la que pertenecen. Son las propias Instituciones las que maltratan a los más desfavorecidos, al dejarlos desamparados, permitiendo que lleguen a estas situaciones de precariedad, de abandono y de exclusión. 

 

El fascismo, por tanto, continúa hoy vivo, lo que ocurre es que permanece arraigado de forma latente, somatizado en nuestro subconsciente, por lo cual es difícil convertirlo en discurso. Se trataría en la actualidad de un tipo de fascismo "ambiental" (difícilmente perceptible aunque atraviese todos los aspectos de la vida), global, incluso tecno-mediático. No hace falta ni siquiera raparse la cabeza, tatuarse raros símbolos ni disfrazarse de neonazis. Las razones para su práctica tienen que ver con este fascismo visceral (soportado y legitimado, insistimos, bajo los postulados del neoliberalismo y del capitalismo más brutal) que criminaliza al pobre, al necesitado, al fracasado, a los débiles de la sociedad. No es totalmente igual a lo que ocurría en los años 30 del siglo pasado, pero tampoco es absolutamente distinto. Ciertamente, en opinión de Méndez Rubio, para mantener su dominación, el sistema ha sabido corregir sus disfunciones y madurar, de manera que el fascismo no sea fácilmente perceptible. Es decir, no sea tan descarado. José López nos regala un perfecto análisis de la situación: "El capitalismo es la dictadura económica.  Dictadura que es posible porque los medios de producción son privados, pertenecen a ciertas personas que, gracias a dicha posesión, ejercen su dictadura y acaparan gran parte de la riqueza generada. Pero es una dictadura descentralizada. Tal vez en esta peculiar característica resida su fortaleza. Es una dictadura no sólo ejercida por la clase empresarial, sino que asumida por gran parte de la población como algo natural e inevitable".

 

Y concluye: "Es una dictadura en la que no es tan necesario que unos pocos. muy pocos (ya sea un rey, un caudillo, una burocracia, un partido) repriman al resto, sino que esos pocos tienen muchos colaboradores distribuidos a lo largo y ancho de la sociedad. Toda dictadura necesita una serie de colaboradores. Pero la "democracia" burguesa es la dictadura con más colaboradores. En ella colaboran distintas clases sociales, incluso las oprimidas. En ella no sólo domina cierta minoría, la oligarquía capitalista, sino que dicho dominio es mucho más sutil y logra incluso la colaboración de una gran parte de la mayoría oprimida. En esto radica el verdadero éxito del capitalismo. De aquí proviene la principal dificultad para derrocarlo" (José López, "La dictadura casi perfecta"). Por su parte, Carlos Fernández Liria y Luis Alegre, en su obra "Comprender Venezuela, pensar la democracia" han concluido: "Nuestros actuales sistemas parlamentarios son, mucho más esencialmente, dictaduras económicas encubiertas bajo la fachada del parlamentarismo". Es muy fácil detectar el fascismo social existente bajo el "disfraz" de aparente democracia. La prueba más palpable de que el capitalismo necesita evitar, encubrir la auténtica democracia es que cuando ésta de verdad se intenta, surgen los conflictos sociales, y en última instancia los Golpes de Estado, patrocinados por la clase dominante, miedosa de perder sus privilegios. Ello demuestra que, cuando ese disfraz de democracia no sirve a la gran burguesía simplemente se lo quita, temporalmente, para no perder el control de la sociedad. El neofascismo capitalista ha de otorgar pequeñas dosis de poder popular, pero siempre que éste no ose cuestionar profundamente el sistema. 

 

De este modo, podemos concluir que el capitalismo ha llegado a tal grado de evolución, a tal estadío de sofisticación, que representa la dictadura más inteligente, es decir, la forma de fascismo más elaborada, porque, simplemente, no existe dictadura más eficaz que aquélla que aparenta no serlo. Vivimos en ese fascismo social que el capitalismo nos impone, pero sin ser conscientes realmente de ello, sino que más bien al contrario, refrendamos cada varios años en las urnas a la siguiente hornada de representantes de los auténticos "dictadores" capitalistas que van a gobernarnos, es decir, a explotarnos. El sistema se retroalimenta y se perpetúa de esta forma, vendiéndonos esta "democracia" capitalista (que es formalizada incluso en la Constitución) y llevándonos a asumir de modo natural este fascismo social que nos oprime. Y votamos por inercia, por tradición, por miedo, por cobardía, por comodidad, revalidando constantemente un macabro sistema de dominación e imposición de valores sociales decadentes, donde las víctimas consagran a sus verdugos. En efecto, no podría ser inventada una dictadura mejor, un fascismo más perfecto. Nos acercamos peligrosamente al panorama de la cita inicial de Aldous Huxley...¿seremos capaces de reaccionar algún día?

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