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4 noviembre 2019 1 04 /11 /noviembre /2019 00:00
Viñeta: Enrico Bertuccioli

Viñeta: Enrico Bertuccioli

La humanidad está en una encrucijada donde una ruta lleva a la extinción de nuestra especie y la otra a la desesperación. La primera es la ruta que hemos tomado. La segunda es la ruta del crecimiento negativo, que genera hambrunas, guerras, pandemias y probablemente sea controlada por un poder ecofascista o ecototalitario. El decrecimiento representa una tercera ruta: elegir la sobriedad. Para ello, tendremos que crear una nueva manera de relacionarnos con el mundo, la Naturaleza, con cosas y seres que tendrán que ser universalizados en escala humana

Serge Latouche (2008)

Hemos de volver a conceder importancia a cosas a las cuales hemos ido infravalorando, nos hemos ido despojando de ellas, desvinculándonos de ellas. El Buen Vivir, al basarse en el pensamiento indígena, retoma parte de estos valores. La sabiduría indígena tiene necesidad de estar anclada en la relación con lo sagrado. Las cosas de la Naturaleza no son solo cosas, ellas conforman el panorama de la vida y al poseer también vida, son sagradas, un término no religioso sino espiritual. Los animales, los árboles, las piedras, los ríos y las montañas responden a esta concepción. Se trata de conceder a la propia vida un valor máximo. La tierra, el agua, la comida, los recursos en general son un ofrecimiento de la Pacha Mama. Todo lo que viene de la naturaleza no puede ser patentado por el trabajo y menos por la explotación, en realidad la vida es un ofrecimiento. La Pacha Mama es la dadora de la vida y a ella es a quien le arrebatamos la vida por medio de la lógica del extractivismo y la explotación, hijos a su vez de la lógica del capital. Y así, destruimos las fuentes de vida, creando una muerte generalizada garantizada por el propio goce del capitalismo. El Buen Vivir es contenido por una visión holística: buenas condiciones de vida, buenas relaciones con los demás, consigo mismo y con la naturaleza. Para arribar al Buen Vivir se requieren menos cosas de las que nos ofrece la sociedad capitalista, y las más importantes están en nuestra mano, dentro de nosotros mismos. Disfrutar de nuestras capacidades, de nuestras relaciones sociales, son parte de todo ello. El dinero deja de representar, en el Buen Vivir, ese nexo de unión entre todo lo que somos y lo que tenemos. El dinero ha sido central para definir los valores que circulan alrededor del tener como el egoísmo, la acumulación y la ostentación. El afán de lucro ha llegado a ser muchas veces desmedido. Hemos creado una especie de sociedad fantasma movida únicamente por valores monetarios. Dentro de las sociedades capitalistas, la felicidad ha estado ligada al tener, por eso somos tan infelices cuando no hay dinero. 

 

El dinero ha ido asociado igualmente a los valores del bienestar personal, de una vida plena, llena de lujos y de confort. El Buen Vivir no necesita nada de eso. En general, el énfasis que el capitalismo puso en el dinero nos condujo a olvidarnos de nuestra vida, de nuestra verdadera vida. Los indicadores del Buen Vivir, tales como la felicidad, la vida austera y frugal, el respeto por la naturaleza, las relaciones sociales con otros pueblos y personas, no son los mismos que la economía capitalista convencional establece para determinar el bienestar de los ciudadanos dentro de un Estado. Los niveles de consumo han sido y siguen siendo cruciales para medir la "vitalidad" y el "crecimiento" de una nación, conduciéndonos a modelos de sociedades sonámbulas y manipuladas. Cuando el éxito de una economía reside en los automóviles que se venden, en el ahorro, en la cantidad de dinero circulante, hay algo que anda muy mal. Pero la economía capitalista funciona de esa forma, y para continuar funcionando así es capaz de traspasar todos los límites. La alternativa es recuperar el Buen Vivir, alcanzar el Buen Vivir. Pero para ello debemos cambiar nuestros imaginarios culturales, porque el capitalismo también colonizó nuestros deseos y ambiciones. La convivencia universal, la fraternidad universal que el Buen Vivir nos propone, gira bajo otros pivotes. El Buen Vivir propone un amor sin posesión, lo que implica que la vida no puede tener dueño precisamente porque la vida nos fue donada por la Pacha Mama de igual manera. No es que a unos les dieran más vida que a otros o que algunos obtuvieran el derecho para tener una vida mejor que la de otros. La vida nos fue distribuida a todos por igual, en consecuencia, nadie puede hacerse dueño de la vida de otros, ni de personas, ni de animales, pero tampoco de la vida de un cerro o de una montaña, con objeto de extraerle sus minerales, porque estamos ante una apropiación indebida de la vida de otros seres. Bajo el capitalismo lo único que es sagrado es la propiedad privada. Para el Buen Vivir, lo sagrado es la propia vida. El Buen Vivir se centra más en los derechos colectivos y de la naturaleza. 

 

El Buen Vivir es un pensamiento colectivo porque implica relaciones con los otros y con la naturaleza. La relación con la vida es una sabiduría colectiva, es decir, no patentada, y de la que nadie puede intentar apoderarse. El pensamiento es colectivo porque la vida es colectiva y planetaria. Pero cada geografía humana posee su propia complejidad. Pensar el Buen Vivir en la Amazonía no es igual que pensarlo en Europa, en África o en Oceanía. La naturaleza en cada sitio se nos manifiesta distinta, aún siendo siempre una. De ahí que cada pueblo o nación tenga que implementar su propia versión del Buen Vivir, es decir, tenga que hacer una adaptación de los valores generales que aquí estamos exponiendo, para adaptarlos o versionarlos a su lugar de origen, y a sus propias manifestaciones y realidades económicas, sociales y culturales. Por eso no existe un solo Buen Vivir, sino que existen Buenos Vivires, o Buenos Convivires, tantos como expresiones distintas adaptadas a cada geografía humana podamos experimentar. Pero la lógica del pensamiento occidental también nos ha jugado malas pasadas. El pensamiento occidental se ha considerado a sí mismo como un pensamiento universal, es decir, válido en todas partes del mundo. Su ciencia, su tecnología, su filosofía, su supuesta humanidad, eran universales. Jamás se estudió Filosofía Zen, por ejemplo, en facultades occidentales. El universalismo occidental fue la matriz del colonialismo, es decir, la imposición de nuestra cultura por la fuerza a otros pueblos. ¿Por qué una cultura se considera universal? ¿Qué les hizo pensar que sus pensamientos eran válidos para todo el mundo? Para arribar a la universalidad, se requirió de la renuncia a la contextualidad, tal como afirma Freddy Javier Álvarez González, en su texto de referencia que estamos siguiendo. Afirmar "yo pienso" implicó la negación de que otros y otras, diferentes al hombre occidental, también pensaban. Si el yo individual que piensa era universal, entonces podía decidir por otros, pensar por ellos, determinar sus verdades, sus formas políticas y sus códigos morales de conducta. Podía imponer entonces su religión, su ciencia y en definitiva, su cultura y su visión del mundo. Ciertamente el universalismo fue la base del tutelaje y de la creación de auténticos sistemas coloniales dentro del marco de la civilización, la humanidad y ahora el desarrollo. 

 

Frente a esta visión occidentalista y universal, el Buen Vivir se alza como un pensamiento colectivo (de la comunidad, no del individuo), contextual (no universal, sino dependiente de cada lugar del mundo) e histórico (no original, sino derivado de los saberes y vivires ancestrales de nuestros antepasados). La historia no es algo importante para el pensamiento occidental, más allá de ser una disciplina de estudio, entre otras. Otro de los falaces puntales donde se ha desarrollado el pensamiento occidental (y la lógica capitalista en su seno) es la prevalencia de la mente sobre el corazón, de las ideas sobre el sentimiento. En cierta forma, sin corazón es muy difícil que exista compromiso. Un pensamiento sin corazón es mucho más peligroso que un corazón sin pensamiento. El resto de los animales no humanos piensan menos que nosotros, pero sienten mucho más. Se dejan guiar por sus sentimientos, mucho más que por sus ideas. Alcanzan soluciones emocionales más que soluciones racionales. En cambio, el ser humano intercepta erróneamente, mediante sus ideas, una buena parte de lo que sus sentimientos emanan. El sentir es fundamental para la construcción de un paradigma civilizatorio diferente, y distinto al paradigma capitalista. Para tener un solo corazón necesitamos comenzar por descolonizar nuestra educación occidental, que ha visto en el sentir una fuente de errores para la razón. Pensar con el corazón ha estado mal visto, era algo que no se podía hacer pues el amor estaba lleno de cegueras. En cambio, para las culturas y los pueblos indígenas pensar con el corazón es un aspecto central para la vida, sentir para ellos es más importante que para nosotros. Hemos de aprender de ellos. A las situaciones a las que se coloca solo la cabeza, el razonamiento, las ideas, les hace falta vida. El corazón es el compromiso y la orientación fundamental en la vida. Sin renunciar por supuesto al pensamiento, concedámosle de nuevo al sentir el enorme valor que posee, y restauremos la fuerza del corazón como guía para nuestras vidas. 

 

Otra de las bases del Buen Vivir, en lo que respecta a su sistema económico, es el fundamento de la reciprocidad. Dicho principio nos revela un sistema organizativo basado en una nueva visión del mundo en donde las sociedades siempre tienen algo para intercambiar entre ellas, esto es, algo para dar y algo para recibir. Bajo el Buen Vivir, la acumulación material no está permitida, y el intercambio no está medido por el dinero. Hay que volver a recuperar la función social de las cosas que necesitamos, y dar más importancia al valor de uso que al valor económico. La autosuficiencia no existe. Los pueblos intercambian con otros lo que poseen y lo que producen, desde su especificidad y sus diferencias, en el respeto a todo ello. El trabajo se origina en la dinámica del intercambio, y no como una obligación capitalista de "trabajar para vivir". Todos los tipos de trabajos cuentan para el Buen Vivir: los productivos y los reproductivos, los obligados y los voluntarios, los interiores y los exteriores, y los rentables y los improductivos. Todos los trabajos han de ser rentables socialmente, aunque no lo sean económicamente, es decir, han de tener un valor para las personas. La reciprocidad parte del principio de que aquéllo que hacen otros nos sirve también a nosotros, y aquéllo que nosotros hacemos también les sirve a otros. ¿Qué cosas de las que yo hago les sirven a otros? ¿Qué cosas hacen los otros que me sirve a mi? La reciprocidad es inversamente numérica, pues su valor descansa en las personas y sus necesidades. De hecho, el que más tiene recibe menos, y el que menos tiene recibe más. Cada uno se interrelaciona de acuerdo a sus propias necesidades. La reciprocidad es dar en la medida en que queremos recibir, y recibir en la medida en que nosotros podemos dar. Todo esto es imposible en las sociedades capitalistas, que se guían por otros parámetros de explotación y de desigualdad. La reciprocidad del mercado capitalista es falsa porque en realidad la explotación y el robo institucionalizado es el que prevalece en todo tipo de transacción económica. En el capitalismo no se da ni se ofrece, ni tampoco se acepta, bajo el capitalismo se usurpa, se roba, se expolia, se saquea, se explota y se destruye cualquier posibilidad de equilibrio y de justicia con la naturaleza y con los otros. Continuaremos en siguientes entregas.

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