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3 febrero 2020 1 03 /02 /febrero /2020 00:00
Viñeta: Martirena

Viñeta: Martirena

La naturaleza y la humanidad pueden sobrevivir sin la civilización industrial, pero ni la civilización industrial ni la humanidad pueden sobrevivir sin la naturaleza

John Michael Greer

Decrecimiento es una forma de nombrar esa última llamada a hacernos cargo del mundo futuro al que aspiramos. Es una apuesta por tener un futuro. Es un camino en pos de una utopía que se reconstruye mientras caminamos. Es un tránsito cimentado en la construcción de una responsabilidad colectiva en hacer posible una vida que merezca la alegría ser vivida para todas, todos, todes

Amaia Pérez Orozco

En la educación para el Buen Vivir que hemos de proporcionar a nuestros escolares, es fundamental experimentar con las (posibles) alternativas. La escuela es el mejor foro para ello. La marcha atrás en la historia es imposible, así que está por inventar cómo podrá ser (si es que somos capaces de construirlo) ese mundo sostenible que nos toca construir en el futuro (pero desde el presente), y pensarlo en todos y para todos los aspectos de la vida. Aunque ya partimos de la base de algunas intuiciones: "Vivir mejor con menos" podría ser una de sus máximas, que además ha inspirado textos de algunos autores. "Pisar ligeramente sobre la tierra", la esencia de su modo de vida. La equidad, el equilibrio ecológico y la vida buena (no entendida como una vida de lujos y despilfarro, sino en el sentido del Buen Vivir que aquí propugnamos), algunas de sus metas y condiciones. Como venimos contando, urge detener el crecimiento económico reduciendo nuestros consumos exagerados de materiales y energía, pero no de otros bienes que se han mostrado centrales para el logro de la felicidad como pueden ser las relaciones humanas, la conversación o la creatividad. La imagen de una vida sencilla, austera y frugal no tiene por qué ser la imagen de una vida apagada y triste, sino que más bien al contrario, puede y debe ser la imagen de una vida luminosa, activa, tranquila y desde luego, en compañía. Para dibujar el futuro habrá que pensar cómo sería una "vida buena" que pueda ser generalizada a toda la humanidad. Algunas propuestas educativas como la de Summerhill o las escuelas Waldorf trabajan explícitamente en pro de la felicidad y la citan como uno de sus objetivos esenciales. Ambas representan dos buenos ejemplos de pedagogías alternativas, que rompen con los esquemas clásicos de la educación vigentes hasta entonces. En nuestro país también podemos tomar como referencia los postulados de la Institución Libre de Enseñanza, inspiradora de todo el sistema educativo vigente durante la Segunda República. Y en sentido general, podemos inspirarnos en el proyecto y la labor educativa conformada por Paulo Freire, uno de los mejores referentes mundiales. 

 

Cabe poner en marcha en la escuela, a partir de la escuela o fuera de la escuela, pequeñas alternativas locales que ya se están experimentando en diferentes lugares: participar en cooperativas de consumo que aproximan a productores y consumidores para resolver la alimentación diaria, reducir la velocidad como recomienda el movimiento de ciudades lentas, facilitar el acceso al centro en bicicleta, usar la energía del Sol para todo lo que podamos, apoyar y promover leyes contra el despilfarro, montar un huerto y a ser posible comer algo de él, comprender el efecto del consumo masivo de carne y del sistema agroalimentario, vivir con menos electricidad, organizar mercadillos o sistemas de trueque o intercambio solidario que favorezcan la ayuda mutua y la reutilización, hacer proyectos de micropolítica para transformar el espacio próximo, y mil posibilidades más. La lista puede extenderse hasta donde alcance nuestra fuerza y nuestra imaginación. El incipiente movimiento por el Decrecimiento está comenzando a desarrollar propuestas para vivir de modo más austero, más armónico con el medio, que pueden servirnos de inspiración. Después de este largo recorrido de propuestas, muchas de ellas enlazadas entre sí, pendientes de experimentación y contraste, queda al fin un interrogante esencial: ¿se pueden construir fragmentos de sostenibilidad? ¿Es posible una educación sostenible en un planeta insostenible? ¿Podría la educación remover un mundo asentado estructuralmente en la insostenibilidad? No tenemos certezas. Solo una: tenemos la responsabilidad de intentarlo, cambiar el rumbo suicida de la historia y reinventar un mundo social y ecológicamente sostenible. En fin, finalizamos aquí los aspectos relativos a la educación para el Buen Vivir, resaltando de nuevo la importancia que tiene que formemos a nuestros escolares (los futuros adultos del mañana) en todos estos valores, para que las nuevas generaciones no continúen reproduciendo las mismas conductas que las generaciones actuales. 

 

Como explican Giorgios Kallis, Federico Demaria y Giacomo D'Alisa en su obra "Decrecimiento: un Vocabulario para una Nueva Era": "El decrecimiento no se ciñe solo a una reducción de los flujos de energía y materiales. Se trata de imaginar y construir una sociedad no capitalista diferente. Una sociedad que logre convencerse a sí misma de que ya tiene suficiente y de que no puede seguir acumulando. El capitalismo es un conjunto de instituciones --la propiedad privada, la corporación, el trabajo asalariado, y crédito privado y dinero a una tasa de interés-- cuyo resultado final es una dinámica del beneficio en búsqueda de más beneficio ("acumulación"). Las alternativas, los proyectos y las políticas que caracterizan a un imaginario decrecentista son no capitalistas: reducen la importancia de las principales instituciones capitalistas, como la propiedad, el dinero, etc., y las sustituyen por instituciones imbuidas de valores y lógicas diferentes. El decrecimiento significa una transición más allá del capitalismo". Y precisamente los indicadores que se utilizan en un contexto capitalista pertenecen también al imaginario colectivo que hemos de sustituir. Y en este sentido, el principal indicador es el Producto Interior Bruto (PIB), que ya hemos referido en infinidad de ocasiones en esta serie de artículos y en otros muchos de este Blog. Lo abordaremos a continuación con un poco más de calma. Como sabemos, el PIB es el clásico indicador que cuantifica la cantidad de productos y servicios que se crean en una zona geográfica determinada por unidad de tiempo (normalmente, un año). Por supuesto, bajo la lógica capitalista, lo deseable es que el PIB siempre aumente de un año para otro, sirviendo de testigo fundamental que certifica el crecimiento económico continuo e ilimitado. Pero como llevamos insistiendo, esta lógica es insostenible. Además de ello, el PIB es un indicador muy sesgado, que no sirve realmente para medir la riqueza auténtica de una sociedad, ni sus niveles de equidad ni de justicia. Está claro que habrá que migrar a otro conjunto de indicadores más acorde al tipo de sociedad al que pretendemos migrar. 

 

En su obra "Colapso: Capitalismo terminal, transición ecosocial, ecofascismo", Carlos Taibo explica: "Habrá que operar, de cualquier modo, un cambio radical en lo que se refiere a los indicadores hoy empleados, y en particular al PIB. No se olvide que éste último privilegia la actividad económica de las ciudades y rebaja, por el contrario, la del campo. Tiran para arriba del PIB la especulación, la caducidad programada, el consumo de tabaco, las cárceles, el napalm, el gasto militar, la policía, los atascos de tráfico y los accidentes de automóvil. No contabiliza el PIB, en cambio, la reposición de los recursos naturales que gastamos, los derechos de las generaciones venideras, el trabajo doméstico que desarrollan preferentemente las mujeres o los alimentos destinados al autoconsumo". Y concluye: "...del PIB, que por lo demás, ni distingue entre el despilfarro y el lujo, por un lado, y la satisfacción de necesidades básicas por el otro, ni toma en consideración la distribución de costos y beneficios, ni presta atención alguna al reparto de la riqueza y a la igualdad". Pero quizá quien más a fondo atiende a la problemática del PIB y a la propuesta de nuevos indicadores es Dan O'Neill (del Instituto de Investigaciones sobre Sostenibilidad, de la Universidad de Leeds), dentro de la obra anteriormente referida ("Decrecimiento: Vocabulario para una Nueva Era"). Seguiremos a partir de aquí su exposición y sus propuestas. El PIB posee, de entrada, una característica muy especial, que no poseía su antecesor (PNB, Producto Nacional Bruto): las ganancias de una empresa multinacional son atribuidas al país donde está ubicada la fábrica y de donde se extraen los recursos, aun cuando luego los beneficios abandonen el país. Este cambio en la contabilidad nacional, como señala O'Neill, ha tenido importantes consecuencias, especialmente por favorecer la globalización. Esta consecuencia es bien sencilla y evidente: con el PIB, las naciones del Norte global están lisa y llanamente robando a las naciones del Sur, robándoles sus recursos, pero a esto lo llaman y contabilizan como ganancias para el Sur. El indicador de la deuda ecológica tiene bastante que ver con esto. Pero ya en 1934 Simon Kuznets advertía que "el bienestar de una nación difícilmente puede ser inferido midiendo el ingreso nacional". El problema básico es que el PIB no distingue entre la buena y la mala actividad económica, sino que otorga el mismo peso a todas las actividades. Tampoco atiende a la moralidad ni a la ética de la economía, tal como por ejemplo hacen los banqueros, a los que no les importa el origen del dinero que entra en sus bancos. 

 

Dan O'Neill explica: "Si compro una cerveza o una bicicleta nueva, esto contribuye al PIB. Si el gobierno invierte en educación, esto también contribuye al PIB. Son estos unos gastos que probablemente contaríamos como positivos. Sin embargo, si hay un derrame de petróleo cuya limpieza debe ser pagada con el dinero de los contribuyentes, tal cosa también contribuye al PIB. Si más familias pasan por costosos trámites de divorcio, el dinero gastado contribuirá al PIB. La guerra, el crimen y la destrucción del medio ambiente contribuyen igualmente a incrementar nuestro principal indicador del progreso nacional. Es como una calculadora con un enorme botón de "más", pero que carece de botón de "menos". Al mismo tiempo, el PIB no contabiliza muchas actividades beneficiosas, como el trabajo doméstico y el voluntario, porque no hay un dinero que cambie de manos. Si hago mi propia colada, esto no contribuye al PIB. No obstante, si yo te pago diez dólares para que laves mi ropa y tú me pagas otros diez para que yo lave la tuya, el PIB subirá veinte dólares, aún cuando el número de camisas limpias no haya variado". Creo que estas explicaciones son suficientes para que los lectores y lectoras se hagan una idea de la perversión de este indicador. Otro problema con el PIB es que no proporciona información sobre la distribución de los ingresos, y por tanto, no mide la justicia social ni la igualdad de una determinada sociedad. Aun en el caso de que el PIB per cápita aumente, la situación de la persona media puede no haber mejorado si ese ingreso adicional ha ido a parar a manos de la capa más alta. Una distribución desigual de los ingresos y de la riqueza implica oportunidades desiguales para las distintas personas que forman una sociedad. Una estrategia centrada en el permanente aumento del PIB es especialmente preocupante si tomamos en consideración que diversos indicadores sociales sugieren que el crecimiento ha dejado de mejorar la vida de la gente en las naciones ricas. El PIB es fruto de la instalación del pensamiento económico convencional, casi como un pensamiento único. Los políticos (asesorados por estos economistas de tendencia neoliberal) temen que un crecimiento insuficiente (manifestado en un PIB decreciente o estancado) conduzca a la inestabilidad económica del país en cuestión, y al aumento del desempleo, a pesar de que la evidencia empírica que apoya estas conclusiones es débil. Es preciso superar estos esquemas mentales infundados, y superar de paso la devoción por el PIB. Continuaremos en siguientes entregas.

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