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10 febrero 2020 1 10 /02 /febrero /2020 00:00
Filosofía y Política del Buen Vivir (78)

El PIB no mide ni nuestra sensatez ni nuestro valor, ni nuestra sabiduría ni nuestro aprendizaje, ni nuestra compasión ni nuestra devoción por nuestro país. En una palabra: el PIB lo mide todo, excepto lo que hace que valga la pena vivir la vida

Robert F. Kennedy (1968)

El nivel, la composición y la extrema importancia del producto interior bruto están en el origen de una de las formas de mentira social más extendidas

John K. Galbraith

En el artículo anterior nos quedamos exponiendo algunas características de ese omnipresente indicador, el PIB, y hasta qué punto su valoración exagerada bajo la lógica capitalista nos induce a migrar a otro sistema de indicadores. Nos estamos basando en la exposición que realiza Dan O'Neill dentro del texto "Decrecimiento: Vocabulario para una Nueva Era", de carácter colectivo. Fioramonti (2013) sostiene que el PIB no es solo una cifra, sino que representa toda una forma de organizar la sociedad basada en la idea de que los mercados son los únicos generadores de riqueza. Según esto, cuestionar el PIB equivale a cuestionar a la propia economía de mercado. Si esto es correcto, reemplazar al PIB es fundamentalmente un proyecto político, no de orden técnico. Veámoslo de esta otra forma: no existe ninguna relación entre el crecimiento del PIB y el bienestar de las personas. Un simple ejemplo: en Francia, el PIB real ha crecido 12 veces entre 1900 y 2000, es decir, durante todo el siglo XX. ¿Significa eso que sus ciudadanos viven 12 veces mejor? Es una conclusión ridícula que no guarda ninguna relación entre las dos realidades. El PIB es un indicador sin sentido, como un gran charco al que únicamente le interesa tener más agua, sin preocuparse de la calidad ni del origen de ese agua que contiene. Carlos Taibo, en su monográfico "Decrecimiento, Crisis, Capitalismo" explica: "Recordemos al respecto, sin ir más lejos, que si un país retribuye al 10% de sus habitantes por destruir bienes, hacer socavones en las carreteras, dañar los vehículos..., y a otro 10% por reparar carreteras y vehículos, tendrá objetivamente el mismo producto interior bruto que un país en el que el 20% de los empleos se consagren a mejorar la esperanza de vida, la salud, la educación y el ocio. Una de las secuelas del ejemplo que acabamos de proponer queda bien reflejada en un cálculo realizado por la Academia de Ciencias de China: los costos ocultos del crecimiento económico vinculados con la contaminación y la reducción de los recursos naturales obligarían a reducir entre un 6,5% y un 8,7% el incremento registrado en el producto interior bruto chino entre 1985 y 2000".

 

Y es que debe subrayarse, afirma Taibo, que los indicadores al uso contabilizan como crecimiento (y cabe suponer que también como bienestar) todo lo que es producción y gasto: las agresiones medioambientales y los procedimientos orientados a ponerles freno o corregirlas, la fabricación de cigarrillos, los fármacos y las drogas, las secuelas de los accidentes de tráfico en forma de vehículos remolcados, reparaciones, transfusiones de sangre, médicos y abogados, o claro, el propio gasto militar. Pero todos esos indicadores apenas nos dicen nada, en cambio, de elementos que se nos antojan vitales para entender la condición de una sociedad. Tal es el caso, en primer lugar, del trabajo doméstico, en virtud de un criterio a menudo impregnado de machismo. Con toda la razón, Christine Delphy ha apuntado que "si cultivar una pera es producción, prepararla en la cocina también lo es". En este sentido, el cuidado amoroso de niños y de ancianos es cualitativamente superior a todo lo que pueda hacer un trabajador asalariado, por mucho que no se compute para el "crecimiento" del país. Y así, por ejemplo, llevar un niño a una guardería acrecienta el producto interior bruto, mientras que cuidarlo en casa no tiene ese efecto. Pero es también la condición, naturalmente, de la preservación del medio ambiente: un bosque arrasado y convertido en papel acrecienta el producto interior bruto, en tanto que ese mismo bosque, indemne y bien cuidado, decisivo para garantizar la vida en el planeta, no computa como riqueza. Hemos llegado por tanto a un auténtico absurdo en cuanto a lo que consideramos riqueza. Otro tanto cabe decir de la calidad de nuestros sistemas educativo o sanitario, y en general de las actividades que generan bienestar aunque no impliquen producción y gasto. Para el PIB contabilizan, además, todo tipo de negocios, sin tener en cuenta la ética ni la moralidad de sus actuaciones. Las guerras, el tráfico de armas o la prostitución, da igual si contribuyen a que nuestra gran cuenta anual aumente. La Comisión sobre la Medición del Desempeño Económico y del Progreso Social, establecida por el ex Presidente francés Nicolas Sarkozy y presidida por dos Premios Nobel de Economía, concluyó que una de las razones de por qué la crisis económica mundial cogió a la gente por sorpresa es que nos estábamos fijando en los indicadores equivocados.

 

Luego por tanto...¿cuáles son los indicadores adecuados, especialmente si nuestra meta como sociedad pasa de ser el crecimiento a ser el decrecimiento? Precisamente entender el decrecimiento pasa también por crear y trabajar con otra serie de indicadores, ya que no se trata de usar los mismos indicadores, pero al contrario. Porque en efecto, en principio podría resultar tentador utilizar al propio PIB como indicador de decrecimiento, cambiando solo el objetivo (por ejemplo, del +3 por ciento anual al -3 por ciento anual), pero no sería una buena idea. Y es que aunque un descenso del PIB pueda ser signo de una reducción de la presión sobre el medio ambiente, no aclararía si el nivel de actividad económica es ambientalmente sostenible. Además, un descenso del PIB no necesariamente nos diría algo sobre el progreso social. El PIB, como venimos asegurando, es un indicador pobre de progreso, y esto sigue siendo así si cambiamos de objetivo manteniendo el mismo indicador. Parafraseando al economista ecológico Herman Daly, lo mejor que podemos hacer con el PIB es olvidarnos de él. Pero esto, lógicamente, necesita mucha presión social para desbancar los postulados del neoliberalismo económico imperante. La inmensa mayoría de los economistas nos tomarían por locos si les proponemos que nos olvidemos del PIB. Pero lo cierto es que para medir el decrecimiento (una vez que hayamos vencido las resistencias, y se asume que es precisamente esto lo que hay que hacer) es necesario un enfoque diferente, que bien podría incluir dos conjuntos separados de indicadores: 1) Un conjunto de indicadores biofísicos para medir cómo varía con el tiempo el nivel de uso de recursos de una sociedad, y si tal nivel se halla dentro de los límites ecológicos, y 2) Un conjunto de indicadores sociales para medir si la calidad de vida de la gente está mejorando. Decimos "un conjunto de indicadores", en oposición a un indicador único, para enfatizar el hecho de que el decrecimiento puede tener muchas finalidades y manifestaciones, y cada una de ellas puede requerir un indicador propio.

 

Dan O'Neill, basándose en parte en la declaración de la Primera Conferencia Internacional sobre el Decrecimiento (que tuvo lugar en París en 2008), ha elaborado y propuesto un conjunto de "Medidas de Decrecimiento" para poder cuantificar si se está dando un cierto nivel de decrecimiento y qué tan ecológica y socialmente sostenible es éste. Estas medidas incluyen un total de 7 indicadores biofísicos (uso de materiales, uso de energía, emisiones de CO2, huella ecológica, población humana, cabezas de ganado y capital manufacturado), y hasta 9 indicadores sociales (felicidad, salud, equidad, pobreza, capital social, democracia participativa, horas de trabajo, desempleo e inflación). Como podemos observar, ninguno de ellos se refiere al PIB, ni tampoco deberían hacerlo ningún otro conjunto moderno de indicadores económicos. La propuesta de O'Neill es bastante completa, pero por supuesto es un asunto que queda abierto a propuestas de otros economistas, hasta conseguir consensuar el conjunto de indicadores que nos parezcan más adecuados. En ese momento, como venimos diciendo, las instituciones y gobiernos deberían dejar de tratar al PIB como lo hacen, relegándolo a un segundo plano, y prestándole la atención debida al nuevo conjunto de indicadores, así como proyectando el conjunto de políticas públicas para satisfacer sus valores lo mejor posible. El PIB es un indicador injusto, desfasado y anacrónico. El PIB evolucionó durante una época en que los desafíos que afrontaban las sociedades eran muy diferentes a los actuales. Ya no nos enfrentamos a la necesidad de maximizar la producción en tiempos bélicos; en su lugar, afrontamos la necesidad de mejorar el bienestar de todo el mundo dentro de las restricciones ambientales de un único planeta. Nos enfrentamos a la necesidad de dar respuesta a la crisis civilizatoria que nos acorrala, y al imperioso cambio de modelo económico que se olvide del crecimiento económico, y conceda prioridad a los fundamentos del Buen Vivir. Si las naciones ricas deciden cambiar su meta de búsqueda del crecimiento económico por la búsqueda del decrecimiento sostenible, necesitarán cambiar también sus medidores del progreso. En consecuencia, necesitarán abandonar el PIB y sustituirlo por información más apropiada y relevante. En fin, pensamos que hemos explicado con bastante profundidad el asunto del PIB, y hasta qué punto nos conduce a la medición de un mundo caótico, injusto e irracional. El crecimiento obsesivo e incondicional no tiene ningún sentido, y eso es exactamente lo que mide el PIB. Midamos otras cosas. Midamos de otro modo. Midamos el Buen Vivir. Continuaremos en siguientes entregas.

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