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31 octubre 2016 1 31 /10 /octubre /2016 00:00
Viñeta: Vasco Gargalo

Viñeta: Vasco Gargalo

Respecto de los conceptos políticos decisivos, depende de quién los interpreta, los define y los utiliza; quién concretamente decide qué es la paz, qué es el desarme, qué es la intervención, qué son el orden público y la seguridad. Una de las manifestaciones más importantes de la vida legal y espiritual de la humanidad es el hecho de que quien detenta el poder real es capaz de determinar el contenido de los conceptos y las palabras

Carl Schmitt

Porque en efecto, el pensamiento dominante posee también esa capacidad de tergiversar, de manipular el lenguaje, y de asignar nuevos significados a los significantes que no se corresponden con ellos, creando nuevos imaginarios colectivos en torno a dichos conceptos. Con las guerras, las amenazas, los conflictos armados y el terrorismo ocurre también. Lleva ocurriendo durante décadas, está ocurriendo ahora, está ocurriendo siempre. Tomemos el caso actual de la guerra en Siria. Los medios de comunicación dominantes no nos explican correctamente lo que está pasando en dicho país, el verdadero caos que sufre, los orígenes de tanta devastación, los intereses en juego enfrentados, los actores que intervienen y sus diferentes roles. Un reciente artículo de Mike Whitney para el medio Counterpunch, traducido por Carlos Riba para Rebelion, al que remito a los lectores y lectoras interesadas, lo explica perfectamente, y nosotros vamos a tomarlo como referencia. Básicamente, Siria es el destino de otra operación de cambio de régimen lanzada por Washington para derrocar a su legítimo gobernante (por muy dictador que sea), e implantar allí, como lleva haciendo durante décadas en países cercanos, un gobierno servil y controlado por USA. Voy a retomar las palabras concretas de Mike Whitney, porque utiliza un ejemplo muy ilustrativo para poder entender lo que ocurre.

 

Este es el símil que nos propone: "A partir de esto, trate el lector de imaginar si los trabajadores del vestido en huelga en la ciudad de Nueva York decidieran armarse y tomar algunas zonas del sur de Manhattan. Y, permitásenos decirlo, el primer ministro canadiense Justin Trudeau resolviera que podría aumentar su influencia geopolítica mediante el reclutamiento de extremistas islámicos y su envío a Nueva York para que se unieran a los trabajadores en huelga. Eventualmente, el plan de Trudeau tendría éxito y las milicias rebeldes estarían en condiciones de apoderarse de una vasta porción del territorio de Estados Unidos incluyendo la mayor parte de la costa Este y extendiéndose hacia el Medio Oeste. Después --en el curso de los cinco años siguientes-- esas mismas fuerzas yihadistas proceden a destruir la mayor parte de la infraestructura civil en todo el país, a expulsar a millones de personas de sus casas y negocios y a exigir que el Presidente Obama renuncie a su cargo de modo que pueda ser reemplazado por un régimen islámico que impondría una estricta ley islámica o sharía. En una situación como ésta, ¿qué consejo le daría a Obama? ¿Le diría que negociara con la gente que invadió y destruyó su país o le diría que hiciera todo lo que considere necesario para derrotar al enemigo y recuperar la seguridad?".

 

¿Interesante, no? Pues esto es exactamente lo que está ocurriendo en Siria, y es el motivo principal (también existen muchos otros motivos secundarios) del derramamiento de sangre durante más de cinco terribles años, así como del éxodo de refugiados sirios que intentan llegar a nuestro continente europeo en busca de asilo y refugio (que, dicho sea de paso, nosotros los europeos se lo impedimos). La realidad es así de cruda y de terrible. Pero evidentemente, no es esto lo que nos cuentan los medios de comunicación, ni nuestros indecentes gobernantes. Por tanto, cualquier persona razonable estará de acuerdo en que el Presidente Bashar Al Assad tiene derecho a defender su país y a mantenerlo seguro. De hecho, la soberanía y la seguridad de las naciones son un pilar básico del derecho internacional, que prohíbe la expresa injerencia de gobiernos extranjeros. Los gobiernos tienen el legítimo derecho a defenderse de las invasiones extranjeras, salvo si el actor implicado es Estados Unidos, porque entonces, parece que el derecho internacional no cuenta para él, y se extiende la falsa creencia (apoyada por el servil mundo occidental donde vivimos) de que el gigante norteamericano posee, por gracia divina, el inalienable derecho a intervenir cada vez que decida hacerlo, donde desee, cuando lo desee y todas las veces que lo desee. Y los demás a callar. Este es el diabólico escenario internacional que hemos creado. Para una mayor documentación sobre la trayectoria belicista estadounidense, recomiendo a mis lectores nuestra serie de artículos "USA: Estado de Guerra Permanente", donde dimos cumplida cuenta de ella. 

 

En el caso de Siria, por tanto, Washington está recurriendo a mercenarios yihadistas nacidos en otro país para derrocar a un gobierno soberano, el mismo procedimiento que empleó en Ucrania (donde se valió de neonazis para derrocar al gobierno de Viktor Yanukovich), el mismo que utilizaron las fuerzas armadas estadounidenses para voltear el gobierno soberano de Irak (bajo el falso pretexto de las "armas de destrucción masiva" y su colaboración con el terrorismo de Al-Qaeda), y el mismo procedimiento que han usado las fuerzas de la OTAN para hacer caer al gobierno soberano de Libia, con el asesinato de su otrora amigo y colaborador, Muammar El Gadaffi. Y podríamos citar muchos más casos. Siempre se trata de variantes del mismo planteamiento de fondo. Pueden cambiar los métodos, pero la política y los objetivos son siempre los mismos. Y esa política obedece a que a Washington le gusta elegir los líderes de los países extranjeros, sobre todo si pueden serle útiles desde una perspectiva geoestratégica. Necesita unos líderes que invariablemente sirvan a los intereses de la potencia norteamericana, que se alineen con sus valores y con sus ideales, que son básicamente los del capitalismo y el imperialismo. Y si por cualquier motivo intentan desviarse de esta línea, bajo gobiernos auténticamente democráticos, o simplemente no acatan los designos de EE.UU., esos líderes y esos gobiernos serán derrocados, de una forma u otra. Así es como funciona el sistema. Un sistema avalado, jaleado, secundado y apoyado por nuestros indecentes gobiernos "libres" occidentales. 

 

Es inútil negar la evidencia. Los hechos lo demuestran. La trayectoria estadounidense, a través de sus gobernantes, de la Cámara de Representantes y del Senado, y de sus terroríficas instituciones (CIA, Pentágono, NSA...), lleva funcionando así desde el final de la Segunda Guerra Mundial, habiendo derrocado (o intentado derrocar) a más de 50 gobiernos de países extranjeros. Ellos creen firmemente en su "excepcionalismo" en el escenario internacional, piensan que son el país elegido por Dios para desempeñar ese papel de gendarme internacional, y ello le ha llevado a estar en guerra durante la inmensa mayoría de su triste historia como nación. Creen solemnemente que si Estados Unidos lo hace, está bien, y además, todos sus países "aliados" (esos países del mundo libre occidental que poseen tantos y tan buenos "valores") deben secundarlos. Y la misma historia se repite una, y otra, y otra vez. Una machacona repetición de violencia, terror, destrucción, sangre, horror y muerte, que deja a terceros países absolutamente devastados, y que si no somos capaces de parar, es posible que nos conduzca a una nueva (la tercera) conflagración mundial. De hecho, existen muchos pensadores e intelectuales que afirman que ya estamos en ella. Pero dejémoslo sentado desde ya (aunque tendremos que retomar este asunto cuando abordemos los bloques temáticos dedicados a la OTAN y al imperialismo): Estados Unidos es el principal actor guerrerista mundial. Posee una idiosincrasia bélica por excelencia. Y nosotros le seguimos el juego. Continuaremos en siguientes entregas.

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