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12 noviembre 2018 1 12 /11 /noviembre /2018 00:00
Fuente Viñeta: El Captor (http://www.elcaptor.com/economia/)

Fuente Viñeta: El Captor (http://www.elcaptor.com/economia/)

Para algunos líderes políticos y económicos el cambio climático es un fenómeno lejano e incluso inexistente, fruto de teorías conspirativas que pretenden socavar el actual orden económico mundial, sin embargo, la realidad contundente es que el planeta está calentándose más rápidamente de lo previsto y al ritmo actual las peores consecuencias llegaran muy pronto

Edgar E. Quintero

En la última entrega ya hacíamos referencia al triste fenómeno del negacionismo climático, ofreciendo algunas explicaciones al respecto. Insistiremos aún más en ello a continuación, basándonos en este reciente artículo del Premio Nobel de Economía Paul Krugman para The New York Times. Krugman distingue tres etapas en el negacionismo climático: la primera consiste directamente en negarlo (en expresiones como "El cambio climático es un engaño"), la segunda acepta el hecho, pero intenta derivar o eximir responsabilidades ("El cambio climático está ocurriendo, pero no es provocado por el hombre"), y la tercera acepta que es nuestra responsabilidad, pero ve inconvenientes en afrontarlo ("El cambio climático es provocado por el hombre, pero hacer algo al respecto podría destruir empleos y acabar con el crecimiento económico"). El tan recurrido mantra de perjudicar a la economía es tan socorrido porque el pensamiento dominante lleva agitándolo durante décadas de despiadado neoliberalismo globalizado, así que entre los no informados o entre los dogmáticos neoliberales siempre tiene efecto. Pero al fin y al cabo, los negacionistas no abandonan jamás su argumento, aunque la evidencia científica los desmienta. Y es que el fundamentalismo económico y de mercado viene haciendo tanto daño que sus postulados son antepuestos a los avances y demostraciones científicas, pertenezcan éstas a cualquier campo del conocimiento humano. En general, la ciencia y la política no se llevan muy bien. No siempre es fácil que los políticos entiendan que aunque somos nosotros, los humanos, los que hemos de dirigir el mundo con nuestras decisiones, éstas no se pueden enfrentar de cara a la realidad científica. Pero esto siempre ocurre cuando los políticos ponen por delante sus propios intereses y convicciones, aunque sean erróneos, que la aplastante realidad. 

 

Y así, hemos llegado a una situación donde la conveniencia política y la salvaguarda de los intereses de los poderosos se coloca por delante de la evidencia científica, incluso si para ello hay que poner en peligro a la propia civilización humana. Ya dijo Albert Einstein que la estupidez humana era infinita, y en la actualidad asistimos a bochornosos espectáculos donde los dirigentes de grandes países (a los cuales debería suponérseles cierta cultura y sentido común), demuestran continuamente que son peligrosos imbéciles en grado sumo. Estas personas no están intentando comprender en realidad la gravedad del caos climático que nos afecta, ni la necesidad imperiosa de adaptarnos al declive que inexorablemente tendremos que soportar. No. Como afirma Paul Krugman: "Su meta es mantener a los contaminadores en libertad para que contaminen tanto como sea posible y se aferrarán a lo que sea con tal de servir a ese fin". Ningún argumento científico, ninguna tendencia demostrable los convencerá de que llevamos una deriva verdaderamente suicida. Cuando se quedan sin argumentos, afirman sin más que la situación se reconducirá, que regresaremos a los estados anteriores, sin aportar ninguna prueba ni razonamiento que pueda siquiera corroborar algún empirismo en sus absurdas declaraciones. Por ejemplo, tras admitir a regañadientes que la temperatura del planeta está cambiando, los negacionistas del clima aseguran que no están convencidos de que los gases de efecto invernadero sean los responsables. Todavía ven enormes conspiraciones en los científicos climáticos, de los cuales afirman que tienen intereses políticos (pero negando los suyos propios). Hace ya décadas, los expertos predijeron, mediante una metodología científica, que las emisiones aumentarían las temperaturas mundiales. Y entonces, gente como Donald Trump y sus compinches se rieron. Ahora las predicciones de los expertos se han hecho realidad, y los negacionistas insisten en que las emisiones no son las culpables, que algo más debe estar impulsando el cambio climático, que todo es una conspiración, y otras estupideces por el estilo.

 

Si muchos líderes mundiales ofrecen estos mensajes, las poblaciones respectivas no se concienciarán del problema. Igualmente, cuando decimos que el petróleo se agota, que sólo queda para un par de décadas, y que tenemos que prepararnos para otros modelos productivos y energéticos, si los dirigentes políticos, económicos y sociales no se creen estos mensajes, la población nunca estará lo suficientemente concienciada. La negación de la ciencia está haciendo mucho daño en el plano político, y los más vulnerables serán los que peor lo pasen en esta encrucijada, como de hecho ya está ocurriendo. De nuevo aquí se anteponen los intereses económicos de grandes grupos de poder. Los argumentos apocalípticos sobre el coste de reducir las emisiones de GEI son particularmente extraños dado el tremendo avance tecnológico que han experimentado las energías renovables. El coste de la energía eólica y solar ha disminuido considerablemente. Mientras tanto, las plantas de energía que funcionan con carbón se han vuelto tan poco competitivas que los gobiernos han de subsidiarlas a expensas de las industrias de las energías limpias. Si se hiciera caso a los datos, cambios y evoluciones científicas, hace tiempo que el reciclaje industrial de los nichos de mercado y de negocio donde estas empresas operan (y sus respectivos empleados) se hubieran producido, y ya no sería traumático que fueran desapareciendo. Pero en cambio, ahora se aduce como una razón de peso que miles de personas se quedarían sin empleo, para seguir subsidiando determinados modelos energéticos caros, peligrosos, caducos e insostenibles. Los negacionistas climáticos son peligrosos defensores de un modelo que nos conducirá no ya a las consecuencias del colapso (que ya estamos viviendo), sino a que dicho colapso nos atropelle de la peor forma posible. No les demos cancha. 

 

En este artículo para el medio Socialist Worker, Phil Gasper explica perfectamente las verdaderas razones del negacionismo climático. Reproduzco sus palabras a continuación: "El tamaño de la industria de los combustibles fósiles es alucinante. Cuenta con más capital que cualquier otra industria. Las principales compañías de gas y petróleo obtienen decenas de miles de millones de dólares de beneficio cada año, y el valor conjunto de toda la infraestructura de energía nuclear y combustibles fósiles excede los 15 billones de dólares. La mayor parte de esta infraestructura tiene todavía decenios de posible vida útil. Pero para resolver la crisis climática necesitamos cerrarla casi inmediatamente e invertir en energía renovable. Es evidente que las personas que poseen y se benefician del sistema existente no van a dejar que eso ocurra sin luchar con uñas y dientes para evitarlo. Esa es la razón por la que llevan décadas financiando el negacionismo climático, mediante el patrocinio de think tanks y grandes contribuciones económicas a las campañas de políticos de derechas. Tal y como sabemos ahora, Exxon, Shell y otras de las principales compañías petroleras conocían los riesgos del calentamiento global ya por los años setenta, gracias a sus propias investigaciones, pero lo ocultaron para poder continuar obteniendo beneficios". Éstas y no otras son las razones del negacionismo climático, por lo que podemos concluir que sus adalides sólo están movidos por el egoísmo, la codicia y la perversidad. Pero en honor a la verdad, no solo las derechas (política, social y mediática) están poniendo palos en las ruedas ante este fenómeno, sino también, desgraciadamente, las izquierdas poco concienciadas ante el problema. Muchos textos nos lo explican desde todos los puntos de vista. Quizá uno de los mejores en este sentido sea el ensayo "La Izquierda ante el colapso de la civilización industrial", del activista y experto gallego Manuel Casal Lodeiro, texto que recomendamos a todos nuestros lectores y lectoras y que seguiremos en muchos momentos de esta serie de artículos.

 

De forma magistral, Casal Lodeiro expone hasta qué punto la mayoría de las formaciones políticas que se adscriben al arco político de las llamadas "izquierdas" no están reaccionando como deberían ante este enorme problema, y cómo anteponen también sus propios intereses cortoplacistas en la elaboración de sus programas y propuestas electorales. Continúan en cierto sentido comprando el discurso de la derecha sobre la necesidad del "crecimiento económico", en vez de asumir y proclamar que nos enfrentamos a una brusca reducción en el nivel de complejidad de nuestra sociedad (que es lo que realmente llamamos colapso).  Ante el próximo agotamiento de los combustibles fósiles y sus consecuencias climáticas, experimentaremos "una simplificación rápida de la sociedad a todos los niveles" (en expresión de Casal Lodeiro), que nos obligará a revolucionar nuestros modos de producción, fabricación, consumo, desecho, etc. Habremos de adaptar nuestras formas de vida a una necesidad imperiosa de decrecimiento, y si no estamos preparados para ello, puede implicar cambios drásticos y radicales que serían más trágicos de lo que realmente han de ser si nos mentalizamos para ello y ponemos en marcha estos cambios civilizatorios a tiempo. Donde la izquierda tiene que insistir es en aprovechar estos cambios (que constituyen una oportunidad única en la historia) para evolucionar hacia una sociedad más justa y libre. Como hemos avanzado en entregas anteriores, lo que denominamos "colapso civilizatorio" no tiene por qué implicar una enorme tragedia a nivel social, y es precisamente aquí donde la izquierda ha de intervenir para conseguir que los moldes de la nueva civilización estén basados en mayor grado en la igualdad, la libertad y la justicia social. Pero para ello, ha de abandonar de una vez por todas las proclamas fundadas en los postulados capitalistas de la economía de mercado, y asumir de forma valiente y decidida (aún a costa de perder determinado nicho electoral) que hay que hacer una llamada de atención para alertar de forma seria sobre la necesidad de enfrentarnos a las consecuencias y efectos de nuestra perversa civilización industrial. En caso contrario, la izquierda pecará igualmente de deshonesta y a la larga perderá toda su credibilidad. Continuaremos en siguientes entregas.

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