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20 octubre 2019 7 20 /10 /octubre /2019 23:00
Filosofía y Política del Buen Vivir (62)

A menudo la mejor forma de orientar nuestros pasos es desechar los peores caminos equivocados (docta ignorantia). Me refiero a creencias tan básicas para nuestra sociedad productivista-consumista como: a) la economía puede crecer indefinidamente dentro de una biosfera finita; b) los mercados competitivos permiten hacer frente eficientemente a las situaciones de escasez; y c) nuestra tecnología, a efectos prácticos, nos hace omnipotentes. Si dejásemos de engañarnos respecto a estas cuestiones básicas, estaríamos en mejor situación para avanzar rápidamente hacia la sostenibilidad

Jorge Riechmann

Asumiendo la segunda Ley de la Termodinámica (cosa que nuestros economistas actuales ni nuestros políticos asumen, salvo honrosas excepciones), y asumiendo que nuestro mundo es finito (precepto que, aunque parece que se asume teóricamente, no se hace en la práctica), nos deberíamos encontrar ante otras premisas económicas nuevas y distintas a las convencionales, que deberían responder a los siguientes 5 principios generales, enunciados por Manfred Max-Neef (uno de los creadores de la teoría del Desarrollo a Escala Humana, ya presentada en entregas anteriores): 

 

1.- La economía está para servir a las personas, y no para que las personas sirvan a la economía. Los economistas convencionales suelen simplemente argumentar que no son posibles ciertas acciones políticas, porque van en contra de los postulados económicos fundamentales, pero se olvidan de que la economía no es una ciencia exacta, sino una ciencia social, y por tanto delante de la economía está la política, es decir, se puede y se deben tomar las medidas para poner la economía al servicio de las personas. 

 

2.- El desarrollo tiene que ver con personas y no con objetos. Ya lo estudiamos en la teoría sobre el Desarrollo a Escala Humana, a cuya tabla sobre necesidades y satisfactores remito a los lectores y lectoras. 

 

3.- Crecimiento no es lo mismo que desarrollo, y el desarrollo no precisa necesariamente de crecimiento. En efecto, ciertos conceptos-fetiche del capitalismo se han globalizado bajo una carga conceptual errónea, y hoy día se entiende que la base del progreso es un desarrollo permanente y continuado. Craso error. 

 

4.- Ninguna economía puede subsistir sin los servicios que prestan los ecosistemas. Los ecosistemas son la base de la vida, no solo de la vida humana, sino de todas las formas de vida que alberga nuestro planeta. Por tanto, si atacamos los ecosistemas y su equilibrio, pocas posibilidades de subsistir tendrán los sistemas económicos que diseñemos. 

 

5.- La economía es un subsistema de un sistema mayor y finito que es la biosfera, por lo que el crecimiento permanente es imposible. Esa biosfera es finita, con todo lo que contiene, así que no podemos abusar, expoliar ni saquear sus recursos permanentemente. 

 

Todo ello nos conduce a un principio fundamental, que podría enunciarse de esta forma: Bajo ninguna circunstancia, desde ningún punto de vista, ningún interés económico o proceso para llevarlo a fin, puede estar por encima de la reverencia por la vida. La máxima "Poner la vida en el centro" es quizá la que comparten de forma común todas las disciplinas que hemos ido introduciendo hasta ahora, tales como la Economía del Bien Común, el Decrecimiento, el Ecosocialismo, el Ecofeminismo, el Desarrollo a Escala Humana, etc. Para entenderlo, debemos partir de comprender y asumir la crisis del patrón civilizatorio hegemónico: se trata de un patrón antropocéntrico, monocultural y patriarcal, de crecimiento sin fin y de guerra sistemática contra los factores que hacen posible la vida en la Tierra. Este patrón, imperante en la economía de la civilización industrial-capitalista, atraviesa una crisis terminal. Nuestra civilización de dominio científico-tecnológico sobre la Naturaleza, nuestra tecnolatría (confianza en que dichos avances científico-técnicos serán capaces de crear nuevas alternativas salvadoras del abismo), y ese mantra del crecimiento, que identifica el bienestar humano con la acumulación de objetos materiales y con el crecimiento económico sin medida tiene los días contados (los meses, los años, como mucho varias décadas). Su dinámica destructora, su desprecio hacia los recursos naturales, su permanente explotación del trabajo humano, de mercantilización de todas las esferas de nuestra vida, está socavando profunda y aceleradamente todos los fundamentos que hacen posible la vida, generando sufrimientos y destrucción, y exportando modelos de vida que no merecen la pena ser vividas. Hay que acabar con ese paradigma, o será él el que acabe con nosotros. La incorporación de nuevos territorios para la explotación de bienes, la apropiación del conocimiento de otros, así como la manipulación de los códigos de la vida (biotecnología) y de la materia (nanotecnología), aceleran la aproximación a los límites, en un planeta finito. No es posible seguir manteniendo esta dinámica. 

 

Y ahora que la humanidad precisa incorporar la diversidad y multiplicidad de culturas, formas de conocer, pensar y vivir, dentro del conjunto de las redes de la vida (integrar todos los mundos conocidos como alternativa para responder a esta crisis civilizatoria), paradójicamente los pueblos y las culturas indígenas y campesinas de todo el planeta están siendo acosados y amenazados por el avance inexorable de la lógica del proceso de acumulación por desposesión, bajo el declive de este capitalismo terminal. Veáse el caso tan actual de Ecuador, donde los indígenas llevan manifestándose en las principales ciudades, plantando guerra a los ataques del gran capital transnacional y sus poderosas organizaciones, representadas en la figura de su Presidente, Lenín Moreno. La Amazonía, en Brasil, atacada y devastada por cruentos incendios, cuyos focos se cuentan por miles, arrasando con todas las formas de vida de miles de especies de animales y plantas, así como de los modos de producción de cientos de tribus indígenas que conviven en dicho ecosistema. Podríamos poner muchísimos ejemplos más de cómo el ser humano, imbuido de la filosofía depredadora del capitalismo, atenta contra la propia vida para mantener un sistema agonizante. Hoy día por tanto, el asunto no es ya si este fanático capitalismo podrá o no sobrevivir a dicha crisis terminal, porque si en poco tiempo no logramos poner freno a esta inmensa maquinaria de destrucción sistemática, lo que está en juego es la propia supervivencia de la humanidad frente al colapso final del capitalismo. De hecho, como venimos afirmando desde las primeras entregas de la serie, existen ya ciertos aspectos irreversibles que hemos alcanzando, y ante los cuales solo nos queda la posibilidad de adaptarnos lo mejor posible. La crisis ambiental y los límites del planeta nos han puesto las cartas sobre la mesa, y son realidades absolutamente insoslayables. Debemos abandonar, pues, la lógica mercantil y del crecimiento económico como paradigmas fundamentales donde basar nuestra economía, y centrarnos en otros valores y objetivos, así como en otros indicadores. 

 

El Buen Vivir, como paradigma anticapitalista, se sitúa en el centro de las reflexiones actuales, quizá como una propuesta inclusiva y abierta, cuando las crisis confluyentes de la economía, de la energía, de los alimentos, de la naturaleza, de la desigualdad, etc., parecen avanzar conduciéndonos hacia el abismo. ¿Qué ha pasado con la vida, que hoy tenemos la necesidad de volver a repensarla y a redefinirla? El Estado de Derecho, tan cacareado y tomado como salvaguarda de toda nuestra vida, ya no es compatible con la filosofía totalitaria de mercado. Todos los cimientos que determinan la vida se tambalean, y provocan que tengamos que volver a preguntarnos: ¿Qué es la vida? ¿Cómo debemos vivir? El modelo imperante ya lo conocemos: se basa en la precariedad, en el miedo, en la incertidumbre, en el ataque a la naturaleza, en el desmontaje de los derechos, en la vida individual sin sociedad, en el ataque a todo lo común...Freddy Javier Álvarez González, en su texto "El Buen Vivir: un paradigma anticapitalista" lo explica en los siguientes términos: "El punto de partida de nuestra reflexión sobre la vida es la distinción entre el Vivir Bien y el Buen Vivir, una distinción indispensable en tanto en cuanto, la primera ha sido la promesa hecha a un sujeto definido bajo la condición de individuo/ciudadano dentro de una sociedad capitalista, usufructuando de sus beneficios, sin ser molestado por nadie, conviviendo con el derecho sagrado de la propiedad privada, dentro de un Estado que le protege de los otros y protege sus propiedades en la medida que paga sus impuestos. De este modo, lo público se construyó bajo la garantía de lo privado, así el Vivir Bien adquirió rasgos privatizadores. Ese Vivir Bien, no tenía necesidad de los otros, más bien se construía en oposición a ellos; el respeto por la naturaleza no implicaba necesariamente rebelarse contra las políticas internacionales que atentaban contra las selvas y los territorios del Sur, en realidad la conciencia ecológica seguía el principio de cuidar la domus entendida como lugar en el que se vive separado de los demás. El Vivir Bien no fue la opción por la vida, fue la calificación de la misma lo que importó". Un modelo, por tanto, que consideramos erróneo, y al que debemos enfrentar el modelo del Buen Vivir. Continuaremos en siguientes entregas.

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