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10 mayo 2020 7 10 /05 /mayo /2020 23:00
Viñeta: Jorge Kostinger

Viñeta: Jorge Kostinger

El tiempo lineal es una creación de la modernidad occidental y capitalista. Todas las sociedades han construido el tiempo de forma cultural y en esa forma el tiempo tiende puentes con su pasado y con su futuro, de tal manera que es “circular”. Los eventos de ahora explicarán y contextualizarán al futuro, porque estos eventos de ahora fueron ya construidos, de cierta manera, en el pasado

Pablo Dávalos

El Sumak Kawsay contradice a la teoría económica y al paradigma cartesiano del hombre como “amo y señor de la naturaleza” (…). Existimos millones de seres humanos, alejados de las figuras del consumidor, de los mercados libres, competitivos y de la mercancía; seres humanos cuyas coordenadas de vida las establecemos desde la ética; seres humanos que pertenecemos a pueblos diversos con una memoria de relacionamiento atávica, ancestral, diferente a la razón liberal

Mónica Chuji (2011)

Bien, llegado este momento, quizá sea conveniente hacer un pequeño alto en el camino. Hasta ahora, hemos expuesto los síntomas fundamentales en que se manifiesta esa enfermedad llamada capitalismo, que a su vez ramifica en un montón de vertientes (desarrollo, progreso, bienestar, riqueza...) donde dicho sistema se concreta. Dichos síntomas fundamentales radican en el evidente caos climático que padecemos (y que se incrementará vertiginosamente), en el agotamiento de los combustibles fósiles y de los recursos naturales asociados a dicho modelo civilizatorio (picos del petróleo, del gas natural, del carbón, de determinados materiales...), y en una paulatina pero muy agresiva destrucción de los hábitats naturales, así como de la biodiversidad en ellos alojada (especies animales y vegetales, fundamentalmente). Con todo ello sobre la mesa, hemos advertido desde las primeras entregas de la serie sobre el colapso civilizatorio que se avecina, y a partir de ahí, venimos exponiendo (de forma espiral, es decir, tratando los temas de forma sucesiva en oleadas de profundidad creciente) la variada cantidad de corrientes de pensamiento que confluyen en lo que podemos denominar como el Buen Vivir (aportaciones originales indígenas, enriquecidas mediante aportaciones de corrientes occidentales tales como el ecosocialismo, el ecofeminismo, el decrecimiento, la ecología profunda, el desarrollo a escala humana...). Continuaremos en esta dinámica, porque aún tenemos muchas cosas que contar, pero el alto en el camino al que nos referíamos anteriormente viene a responder básicamente a la siguiente pregunta: ¿Por qué usted no se lo cree? Es decir, si estamos poniendo sobre la mesa las profundas motivaciones donde descansan todas las fallas estructurales del sistema, y además estamos exponiendo datos concluyentes que avalan nuestras tesis...¿Por qué este asunto no está en primera plana de todas las revistas, manuales, programas informativos, debates populares, etc.? Tomaremos como referencia, para intentar responder a esta pregunta, este artículo del sitio web "USTED NO SE LO CREE", dedicado a la divulgación científica y a la comunicación sobre el cambio climático y la escasez energética, desde una visión multidisciplinar. Se trata de un sitio web tremendamente interesante que recomiendo a todos mis lectores y lectoras. Nos centraremos a continuación en un artículo aquí alojado, cuyo autor es Ferran P. Vilar, titulado precisamente "Por qué usted, probablemente, no se lo cree". Pues bien, vayamos a la cuestión. 

 

A pesar de que la mayoría de las personas intuyen que la actual civilización no va por buen camino, no parece muy afectada ni preocupada por ello. ¿Cómo es posible esto? Frente a un conjunto de convicciones científicas alarmantes, la inmensa mayoría de las personas tiene problemas para creerlo de verdad, para interiorizarlo y actuar en consecuencia. La conclusión se nos ofrece nítida y clara como el cristal: simplemente, hemos sido engañados. Se nos ha ocultado información trascendental. La información negacionista u ocultista ha sido extendida a través de mecanismos muy sofisticados (pero también muy burdos), haciendo uso de las técnicas de persuasión de masas más eficientes. El nivel de desinformación al que estamos sometidos es realmente impresionante. Estas mismas técnicas fueron empleadas, durante más de 50 años, para generar dudas sobre la toxicidad del tabaco y su poder adictivo. Las grandes corporaciones tabacaleras tenían profundos y millonarios intereses en ello. Hoy día, cerca de un millón de documentos (que pueden ser rastreados en Internet) muestran el engaño masivo que la industria del tabaco ejerció sobre nosotros. Porque ellos, los que tenían los intereses en extender la desinformación y la ocultación, lo sabían. Con el cambio climático han hecho lo mismo, pero mejor y más masivamente aún. Nos podemos imaginar los intereses tan poderosos que existen para conseguir que el modelo de civilización actual (explotador y depredador para muchos, enriquecedor para unos pocos) se mantenga, y de ahí el interés por desacreditar a la ciencia, por ocultar sus conclusiones, y por extender bulos y mentiras. De hecho, estas actividades de negación, desinformación y contrainformación constituyen una industria en sí misma. Como titula el libro de David Michaels, "La duda es su producto". No es, por tanto, una cuestión de cultura ni de inteligencia, sino de una campaña mundial a la que muy pocos escapan. Por cada artículo o reportaje de un medio que cuente la verdad en toda su crudeza, existen miles que se encargan de negarla, suavizarla o esconderla. Son maestros en usar este arte para sus fines, no reparan en medios, y son muy eficaces. No hablamos únicamente de fake news y de información ocultada, sino de completos informes de think tanks muy poderosos, al servicio de los lobbies interesados, para emitir datos, informaciones y conclusiones que van en contra de la evidencia científica. El asunto, como se ve, es tremendamente serio y preocupante. En ello intervienen diferentes factores, que el autor del artículo de referencia agrupa en los siguientes: limitaciones de nuestros sentidos, dinámica no intuitiva del sistema climático, credibilidad de la propia ciencia, modelos mentales adquiridos, aspectos de orden religioso, componentes emocionales, aspectos psicológicos e información escasa e inadecuada. 

 

Para empezar, la casi totalidad de los famosos GEI (gases de efecto invernadero) son invisibles. El dióxido de carbono (CO2) no es visible, ni tiene olor. No es por tanto perceptible para nuestros sentidos, por lo menos en las cantidades y concentraciones atmosféricas actuales. El ozono no estratosférico, los compuestos nitrogenados que emiten los automóviles y la industria, así como otros compuestos residuales de la combustión del carbón en las centrales eléctricas, nos resultan invisibles. Quizá lo más impactante sean, en este sentido, las boinas de contaminación del aire que se forman en el cielo de grandes ciudades, pero que son combatidas con algunas medidas de emergencia por las autoridades, hasta que se vuelven a formar. Otro factor en contra de la evidencia de los fenómenos climáticos es la lentitud en el avance del fenómeno en sí. Pero vayamos por partes: nuestro exagerado antropocentrismo nos conduce a desarrollar muchos hábitos y conceptos erróneos, entre ellos el de considerar el tiempo bajo nuestro mundo humano. Pero el tiempo de la Naturaleza y de nuestro planeta no tienen nada que ver con el tiempo humano. Van a otro ritmo, necesitan otros intervalos, la inmensa mayoría de las veces mucho, muchísimo más extenso. ¿Crece un niño al mismo ritmo que crece un árbol? Lo que para nosotros es un tiempo extraordinariamente largo, como un siglo por ejemplo, para la Tierra no es más que un soplo. Y así, nuestros sentidos están adaptados para captar determinados estímulos según nuestros ciclos vitales, pero como decimos, los ciclos vitales del planeta van a otro ritmo muy distinto. Cuando el sistema climático de la Tierra es forzado por cualquier causa, al principio el fenómeno es lento, imperceptible (incluso para varias generaciones de humanos). Como cuando observamos un reloj, debe pasar cierto tiempo antes de que nos demos cuenta de que ha habido variación. En este sentido, el mundo que percibimos (el mundo físico) es solo una pequeña instantánea para la historia del planeta, aunque nosotros (por nuestro obsesivo antropocentrismo) nos creamos que el mundo ha sido así siempre. Ese es también el motivo de que (a no ser que los científicos climáticos nos lo cuenten) no "sepamos" (porque no lo hemos vivido) que la temperatura media de la Tierra ha aumentado entre 0,15 ºC y 0,2 ºC en cada una de las últimas cuatro décadas. 

 

Pero supongamos que usted se cree realmente que se está produciendo un cambio climático (como así es). Entonces es muy posible que piense que, precisamente por ser lento, por ir a este otro ritmo, no va a afectarle ni a usted ni a sus hijos ni muy probablemente a sus nietos, y que en cualquier caso, o bien estamos a tiempo de detener el proceso, o bien de adaptarnos progresivamente a las nuevas condiciones, porque además usted puede pensar (la mayoría lo hace) que el clima siempre ha sido cambiante de una forma u otra, y la humanidad se las ha ingeniado para adaptarse. Entonces se recurre al famoso mantra tecnoutópico del "Ya inventarán algo". Craso error. Estamos enseñados a percibir los fenómenos como si fueran todos proporcionales, de forma que usted puede creer que si en los últimos 150 años la temperatura ha aumentado en 0,8 ºC, pasarán alrededor de otros 150 años para que vuelva a subir en la misma proporción. Pero resulta que esto no es así. El comportamiento del sistema climático se rige por leyes exponenciales, no proporcionales. De hecho, la función exponencial es la que se presenta con mayor frecuencia en los fenómenos físicos observables. Cuando ese comportamiento exponencial es creciente (como es el caso del sistema climático), el caso más simple es el de la función parabólica. Se trata de un comportamiento acelerado, en el que, pasado un tiempo, la respuesta es prácticamente infinita. Pero esto tampoco nos lo cuentan, y ese es el motivo de que no nos creamos que nos va a afectar, ni a nosotros ni a nuestra descendencia. Otra característica en la dinámica de un sistema es el retardo experimentado entre las causas y los efectos que se desencadenan debido a las mismas. De hecho, los niveles de concentración de GEI que sufrimos hoy día no se deben a las emisiones de hoy, sino a las que se han venido lanzando durante las últimas décadas. No se ha podido determinar todavía con certidumbre cuánto es este retardo en el sistema climático, pero parece estar entre 30 y 100 años, dada la intensidad de la perturbación y su velocidad de crecimiento. Lo que importa es que este retardo del sistema provoca a su vez una percepción errónea entre causa y efecto. Y esto es así porque nosotros estamos preparados (una vez más los ritmos son diferentes) para considerar causa y efecto, si no simultáneos, por lo menos con un retardo mínimo. Nuestra civilización nos ha educado para responder a los peligros más próximos en el tiempo y en el espacio. Algo parecido ocurre también cuando vemos que dichos efectos se manifiestan en lugares muy lejanos (olas de calor, sequías, lluvias torrenciales, huracanes, aumento del nivel del mar...), y cuya influencia en la población es debida a su escaso desarrollo. Tendemos a pensar que eso no nos va a pasar a nosotros, y que si ocurre, tendremos mecanismos para contrarrestarlos. Nuevo error. 

 

La credibilidad de la ciencia y de los propios científicos es otro aspecto a considerar. Los científicos, y la ciencia en general, han perdido autoridad en el mundo actual. Las personas que usan las mejores herramientas que la humanidad ha desarrollado para encontrar y deducir verdades no son hoy, por desgracia, los más escuchados. Hay bastante gente que piensa que "la ciencia también se equivoca" y que "existen opiniones diferentes entre los científicos", lo cual contribuye a desacreditar a la propia actividad científica. Todo ello es carne de cañón para el negacionismo, es decir, la puesta en duda de los avances y conclusiones científicas. Pongamos a este respecto las cosas en su sitio: es cierto que en el terreno científico, y en particular en las ciencias naturales, frente a un nuevo análisis o descubrimiento la comunidad científica pasa por diversas fases. Básicamente se establecen hipótesis que hay que validar o desmentir. En contadas ocasiones aparece alguien con la idea feliz y contrastada que todo el mundo debe aceptar en la medida en que no es posible rebatirla matemática y lógicamente. Pero lo normal es que, hechos los análisis, haya debate sobre los métodos, la corrección de las mediciones, la aplicación de las reglas, etc., y tenga lugar una discusión sobre la medida o el ámbito en que las hipótesis planteadas son o no son válidas. Algunas se quedan por el camino, y suele pasarse a una segunda fase en la que quedan dos planteamientos contrapuestos. En ese punto, uno de los dos resulta finalmente válido. Es pues crucial no confundir este debate de desarrollo científico con que el resultado final de este proceso sea el producto de una opinión mayoritaria o incluso unánime. ¿Por qué, entonces, hay tanto descreído? Hoy día, por ejemplo, la clase política (en prácticamente todos los países del mundo) leen los informes científicos con la misma actitud con la que se enfrentan a una encuesta de opinión o a un proyecto de ley. Dos factores pueden estar interviniendo aquí: de un lado, el afán mercantilista del capitalismo ha influido, de un tiempo acá, para que el desarrollo de la ciencia se dirija a determinados objetivos en detrimento de otros (piénsese por ejemplo en la industria farmacéutica); de otro lado, conectamos con lo que decíamos al comienzo: los intereses creados para que se difundan las ideas contrarias a las verdades científicas tienen mucho poder, y pueden llegar a mayor número de personas. Continuaremos en siguientes entregas.

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