Continuamos ofreciendo argumentos y puntos de vista para que se entienda el fundamento, la esencia de la sociedad capitalista, y el porqué hemos de abolirla. Abundando en el tema de la lucha de clases, que es el que nos ocupa, y tomando las palabras de Javier Terriente en su artículo "La derecha tiene un Plan": "El Plan de la derecha incluye una ruta precisa que persigue la implantación duradera de un modelo de maltusianismo social, garantizado por un Estado de excepción permanente, bajo los auspicios de una Europa neoliberal que camina en la misma dirección autodestructiva: Tratado de Lisboa dixit, Merkel interpreta. Con las bendiciones de la Conferencia Episcopal, esa estrategia no admite contemporizar con los más desfavorecidos ni con sus representantes, tampoco se permite la debilidad de la compasión ni el consuelo a las víctimas. Ni una sola lágrima. Los dirigentes conservadores de cualquier escala, han sido aleccionados sobre el castigo merecido a que se han hecho acreedores las clases trabajadoras por su desordenado e irrefrenable apetito de consumir por encima de sus posibilidades".
Y más adelante prosigue: "El didactismo calvinista de Merkel, sobre la inevitable condena y expiación por sus pecados capitales de los países del Sur, es definitivo. No les importa los ingentes sufrimientos de millones de ciudadanos masacrados por sus decisiones, los suicidios, las depresiones, la vergüenza y la ira que sienten quienes ahora, después de años de duro trabajo, ven recortadas sus pensiones, están en el pozo del paro, acuden al banco de alimentos, pierden la vivienda o están amenazados de desahucio. Mientras disfrutan de generosas indemnizaciones, sueldos y pensiones, fruto del latrocinio a que han sometido a este país, entran a saco en las arcas del Estado, de los municipios y Comunidades Autónomas, venden sospechosamente a precio de saldo el patrimonio público y viven felizmente entre risas en urbanizaciones cerradas, miles de jóvenes profesionales y científicos se dispersan en diáspora por el mundo en busca de trabajo, se suprimen becas, plazas de profesores, aulas, servicios hospitalarios y centros de salud, laboratorios de investigación, ayudas a la Dependencia; centenares de miles de niños padecen desnutrición y millones y millones de personas deambulan por las calles, derrotados, porque se les ha arrebatado sus sueños. ¿Quién les reparará su dolor, quién les aliviará sus duelos, quién les compensará las noches de insomnio, quién la rabia y las humillaciones, quién los días, los meses y los años de infinita vergüenza y soledad? ¿Quién les restituirá su antigua condición de ciudadanos?".
Podemos decir que el capitalismo neoliberal (en su momento daremos un acotamiento más formal sobre lo que llamamos "neoliberalismo") reduce la sociedad a la economía, sólo existen los valores económicos, las personas son en tanto que son sujetos económicos, mercancías, números para una estadística, con lo que dejan de ser personas y se convierten en objetos. En el neoliberalismo se despolitizan los problemas sociales y económicos, y se abandona al ciudadano, empujándole a encontrar soluciones individuales en el mercado privado. El lenguaje y sus adornos publicitarios son el hilo conductor de esta estrategia. Como ejemplo, Hermann Cain fue uno de los candidatos republicanos a la presidencia de los EE.UU. en 2011. En uno de los debates pronunció la siguiente afirmación, fiel reflejo de su ideología: “No eches la culpa a los grandes bancos, no eches la culpa a Wall Street. Si no tienes trabajo y no eres rico, échate la culpa a ti mismo.” Y otros políticos institucionales abonan la misma senda de abyección, herederos de la cruel escuela thatcheriana. Afirman, por ejemplo, cosas como que “los desempleados son como alcohólicos o drogadictos: no tienen motivación para cambiar”.
La sociedad actual ya ha dejado de ser de personas, es una sociedad de empresas, de sujetos jurídicos, de grandes corporaciones transnacionales, que son respetadas mucho más que el ser humano, y poseen más derechos que nosotros. De hecho, el marco jurídico empresarial contempla situaciones mucho más justas que para las personas. El cantautor Luis Eduardo Aute las denomina cleptocorporaciones, y reflexiona del siguiente modo: "Cleptocorporaciones que tienen como objetivo comprar países, comprar continentes, propiedad privada, sí. Y el resultado es éste: una sociedad que aterra. Yo soy incapaz de pensar en lo que puede ser esta sociedad de aquí a veinte años. Si sigue así, un auténtico horror. El ser humano habrá desaparecido. Y es curioso que haya tanta moda de películas de zombies. No es gratuito; yo creo que la sociedad perfecta para los intereses de esta economía global es que seamos todos unos muertos andantes. Ahí quieren que vayamos. Estamos ahí ya. China es la sublimación de esa sociedad de consumo en la que el ser humano es un personaje que trabaja 18 horas al día, que apenas vive, cobrando unos sueldos de miseria, sin capacidad ninguna de tener cierto tiempo para reflexionar. Por ahí va el tema. A mí me produce una angustia tremenda, no por mí ya sino por mis hijos y por las generaciones que vienen...".
¿Y qué podemos hacer? ¿Hay alguna salida dentro del capitalismo? ¿Se nos ofrece algún escape? ¿Dónde queda entonces la libertad humana en un sistema capitalista? Pues al igual que la Historia de la Humanidad es la historia de la lucha de clases (Karl Marx, Manifiesto Comunista), la “Libertad” que vivimos, o mejor dicho que tenemos la ilusión de vivir, no es más que la libertad de las clases dominantes. Es un concepto vertido con un claro interés por los que dominan el mundo. “Su” libertad no es más que la limitación de las libertades de la inmensa mayoría de los habitantes de este planeta. Ellos son los dueños de las riquezas, de los medios de producción que las elaboran y transforman en mercancías, de los medios de comercialización y servicio que devienen de ellas, de los bancos y entidades que financian esas actividades, de los centros de esparcimiento y de los medios de comunicación que difunden las bondades de la organización social que fomenta y sostiene sus privilegios. Tienen la potestad sobre todos los beneficios del desarrollo humano y de la naturaleza, son dueños de los ríos, de los mares, de las montañas, de los glaciares, de los bosques y de las selvas, de las plantaciones y del ganado, cotos privados a los que la mayoría de los seres humanos tienen negado el acceso o deben pagarles para tenerlo. Que cada lector reflexione profundamente sobre el alcance del capitalismo, de sus tentáculos, de su aberración, de sus límites. Continuaremos en siguientes entregas.