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26 agosto 2015 3 26 /08 /agosto /2015 23:00

Un Estado Republicano, plurinacional, solidario, participativo y laico, debe contar con una nueva estructura territorial federal, con un modelo de financiación y de política fiscal viable; que incorpore mecanismos que garanticen el Estado social, en el que la universalidad de los servicios públicos esté sustentado por principios y valores de libertad, igualdad, justicia social y solidaridad, que fortalezca y amplíe los derechos fundamentales de los ciudadanos, equiparando derechos civiles y políticos blindados, para evitar que los gobiernos de turno, ataquen los fundamentos del Estado de Derecho

Víctor Arrogante

En fin, creo que ya hemos dado un detallado y exhaustivo repaso a la práctica totalidad de los fundamentos que deberían cambiar en nuestra sociedad con la instauración de la Tercera República, respondiendo justamente a la pregunta que da título a esta serie de artículos: ¿Qué República queremos? Ya lo hemos ido explicando. No queremos cualquier República, porque para eso, quizá lo mejor sería quedarnos como estamos. Si comenzamos el nuevo Proceso Constituyente que deseamos, y conseguimos formalizar una idea de la Tercera República que deseamos, esta idea debiera ser plasmada en la nueva Constitución Republicana, y desarrollada en ulteriores leyes que garantizaran el nuevo orden social surgido del nuevo escenario. Porque desde la clase dominante se nos quiere hacer ver que la única diferencia entre nuestro modelo actual y el modelo republicano sería el cambio del Rey por la figura del Presidente de la República, pero como ya hemos ido exponiendo durante todos los artículos de esta serie, esto no es así. Una sola pregunta puede demostrarlo: si fuera así, si el único cambio fuese el cambio cosmético de la sustitución del Rey...¿por qué se dio el levantamiento fascista de 1936, al que siguió la cruenta Guerra Civil y la posterior dictadura?

 

Si todo ello ocurrió, fue porque el contexto republicano de 1931 consagraba un nuevo status social que amenazaba los privilegios de la que había sido hasta entonces la clase dominante, y así queremos que vuelva a ser la Tercera República. Como argumenta José López en su obra "Rumbo a la democracia": "Los monárquicos intentan evitar siquiera el planteamiento de una posible Tercera República del futuro criticando la Segunda República del pasado (y además falseando la historia, comparándola con la dictadura, como si la Segunda República fuera comparable al franquismo, como si hubiera sido también condenada internacionalmente, como si también hubiera dirigido una dura represión, como si en ella hubieran existido también campos de exterminio, como si no hubiera sido instaurada democráticamente por el pueblo, como si hubiera sido también el resultado de un golpe de estado ilegal). Intentan achacar a la propia República los problemas que ésta sufrió y de los que fue la principal víctima política. Pero al mismo tiempo, y esto es lo curioso y contradictorio, justifican ESTA monarquía idealizándola, recurriendo al concepto teórico de LA monarquía (...). Intentan deslegimitar el propio concepto general de República (...) criticando una experiencia concreta del pasado y diciendo que por esa experiencia ya no tiene ningún sentido en nuestro país el modelo de Estado existente en la mayor parte de países del mundo en la actualidad, y al mismo tiempo, defienden un modelo de Estado claramente anacrónico (y en retroceso en el mundo) por una experiencia del presente idealizada, y a la vez olvidando las experiencias pasadas (...) de la monarquía española". 

 

Bajo un claro chantaje ideológico, intentan convencernos de que la República no merece la pena, porque su intento fue fallido en el pasado, sin contarnos que precisamente fueron ellos, los antepasados de los que ahora argumentan así, los que impidieron por la fuerza que la Segunda República continuara su camino de igualdad, su camino democrático. Porque aquéllos mismos que fomentan la "amnesia" histórica reciente (apelando a la actitud de mirar hacia adelante, de no mirar al pasado, de pasar página) son precisamente los mismos que recurren a hechos históricos anteriores cuando les conviene, hechos que además falsean interesadamente. Pero lo cierto, y lo saben, es que las estructuras básicas del Estado, las estructuras del poder fáctico, del poder establecido, nos afectan a todos, y no podremos aspirar a mejorarlas, a cambiar nuestras condiciones de vida, a garantizar una mejor justicia, sanidad, vivienda, etc., sin cerrar definitivamente la página de la Transición, y ello implica, más temprano que tarde, la declaración del franquismo como ilegal en su totalidad, y el inicio de un nuevo Proceso Constituyente que nos conduzca a una Tercera República completamente garantista con los Derechos Humanos, con los derechos de los pueblos que forman el Estado Español, y con la naturaleza y su entorno. Un nuevo concepto de convivencia, que alcance mayores cotas de igualdad y redistribución de la riqueza. Por ello no nos sirve cualquier República, porque además la República no es un fin en sí mismo, sino la propia consecución de un Estado donde primen la justicia social y la democracia.

 

La República debe garantizar todo ello, y de ahí la necesidad de dotarla de un contenido, y de proclamar que no queremos cualquier República. Queremos y necesitamos una República plural, democrática, de pleno derecho, federal, solidaria, social, participativa, laica e igualitaria. Sólo ésta es la República que estamos buscando, y no descansaremos hasta conseguirla. Se lo debemos a nuestros antepasados que lucharon por ella, y fueron violentamente reprimidos, y también se lo debemos a nuestros hijos y nietos, a las futuras generaciones, para marcharnos con la cabeza bien alta, y dejarles un país mejor que el que nosotros encontramos. Esta es la razón de que no sólo se trata de posibilitar que el Jefe del Estado pueda ser elegido democráticamente (lo cual de por sí ya es un gran avance), sino sobre todo de conseguir un modelo de sociedad donde la democracia esté plenamente desarrollada, hasta sus últimas consecuencias. La Tercera República que queremos debe ser, en sí misma, un estadío continuo de democracia, un proceso sin fin encaminado a desarrollar continuamente la democracia, a garantizar su evolución permanentemente. Y gracias a ese nuevo contexto garantizaremos (porque la democracia tampoco es un fin en sí misma) una nueva sociedad justa y libre, avanzada y plural, en paz y en armonía, sin grandes desigualdades, con auténtica redistribución de la riqueza, y con pleno respeto a los Derechos Humanos. Este es el auténtico fin último de la República que queremos. Finalizaremos en la próxima y última entrega de esta serie. 

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