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4 febrero 2016 4 04 /02 /febrero /2016 00:00

Lo que la gente ve, lee y escucha, lo que viste, lo que come, los lugares adonde va, y lo que cree estar haciendo, han pasado a ser responsabilidades de un sistema de información que fija gustos y valores en función de sus propios criterios de mercado, los cuales, a su vez, se refuerzan a sí mismos

Herbert Schiller (“Los manipuladores de cerebros”)

Continuando desde el artículo anterior, y a tenor de la concienciación de la propia clase trabajadora, es lógico encontrarse, en multitud de ocasiones, con trabajadores/as que se olvidaron de la lucha obrera, de la dignidad, de la conciencia de clase, para pasar a ser fieles aliados del capital, amigos íntimos de sus jefes, cómplices de sus dueños. Pero observemos el siguiente dato: frente a un ínfimo porcentaje de trabajadores/as afiliados hoy día a organizaciones sindicales, tenemos un altísimo porcentaje de empresas afiliadas a sus correspondientes asociaciones patronales. Ello nos conduce a una única conclusión: la clase dominante posee mucha más conciencia de la necesidad de su organización y de su defensa que la clase dominada. Es, por tanto, una guerra que estamos perdiendo. Más bien, entre la clase trabajadora se conforman con ciertas migajas que les conceden sus superiores, con tal de renunciar a su libertad como hombres y mujeres, y a su dignidad como trabajadores y trabajadoras. Y es que el pensamiento dominante crea continuamente nuevos aliados. Aquél trabajador o trabajadora (o ciudadano/a en general) que no entre por dichos parámetros, que no acepte tales reglas del juego, simplemente queda aislado/a. El ciudadano ideal para el sistema sabe que, para integrarse en el mismo, para ser parte de él, debe ser sólo uno más, no debe destacar, no debe "señalarse", no debe ponerse en evidencia, no debe cuestionar el sistema, es decir, debe practicar el pensamiento único. 

 

Y así, hoy por hoy, la rebeldía está mal vista. En la sociedad del egoísmo y del individualismo imperante, la rebelión contra el sistema, si no estamos mínimamente organizados, nos conduce al aislamiento, y a ser considerados por los demás, cuando menos, como un/a triste ingenuo/a. El pensamiento alternativo se convierte, de esta forma, en el mejor pasaporte para la exclusión social. Para la sociedad capitalista, para esta sociedad de la alienación, pensar por uno mismo se convierte en una práctica antisocial en sí misma. No está bien visto, es algo raro, extremadamente inusual, muy poco frecuente, porque las personas obedecen los patrones del sistema a carta cabal. Destacaremos por extraños si vertimos nuestras opiniones y planteamientos, y éstos se alejan de  lo que el sistema considera la "normalidad". Quien no siga estrictamente las normas sociales, quien se aparte del guión establecido, quien cuestione las reglas del sistema, se convierte en una persona incómoda, non grata. Se convierte en un raro, y es un claro candidato o candidata a la marginación. Por ejemplo, ¿cuántas personas conocemos en nuestro entorno cercano que opinen que hemos de salir del euro como moneda común? ¿cuántas son verdaderamente ateas? ¿cuántas manifestan abiertamente que deberíamos estar fuera de la OTAN? Seguramente muy pocas. Y así, podríamos extender el cuestionario a muchas más preguntas. 

 

Para integrarse en la sociedad del pensamiento único, los ciudadanos deben estar alienados, como sus conciudadanos. Nadar contra corriente puede salirnos muy caro. Es más cómodo no cuestionar el sistema, no "pasarnos de listos", no hacer preguntas demasiado incómodas, limitarnos a sobrevivir y competir en nuestro mundo globalizado, limitarnos a contemplar cómo miles de ricos se vuelven cada vez más ricos, mientras despiden de sus fábricas y empresas a otros tantos miles, que se volverán pobres. Y aceptar todo ello, porque, simplemente, "es lo que hay". Contemplar cómo los pobres refugiados que huyen de sus países en guerra son tratados como perros sarnosos cuando intentan llegar a países "civilizados" o "desarrollados". Pues si en esto consiste la civilización, es preferible ser un hombre primitivo. Es más cómodo, por tanto, no rebelarse ante el sistema, porque de lo contrario, puede llegar a costarnos muy caro. El ciudadano/a ideal del capitalismo es, en definitiva, un ser individualista, egoísta, narcisista, superficial, hipócrita, corto de miras, comodón, simple (por muchos títulos universitarios, méritos, reconocimientos, experiencia o premios que acumule), materialista, obediente, sumiso, cobarde, gregario, pasivo (por lo menos, en cuanto a las cuestiones más trascendentales), conformista (salvo en cuanto a la acumulación de dinero y posesiones materiales, donde siempre quiere más), corrupto y mediocre.

 

Destaca por su poca madurez intelectual. Puede poseer mucha cultura, muchos conocimientos, pero ello no le hace ser más útil, más valioso, más íntegro ni más valiente. Y es que el capitalismo amplifica las peores características del ser humano, al mismo tiempo que reprime las mejores, o en todo caso, las encauza para reafirmar las bases del sistema, como mínimo, para no ponerlas en peligro. Por ejemplo, la iniciativa y el espíritu de superación están bien vistos siempre que se utilicen para que el individuo se integre en el sistema, pero son el enemigo a combatir si el individuo las utiliza para intentar cambiarlo o transformarlo. Tomemos el ejemplo, tan de moda, de la caridad, que es (o suele ser) producto de la solidaridad individual, simbólica, anecdótica, es bienvenida mientras no "degenere" en la solidaridad colectiva, en la auténtica solidaridad social, pues ésta última pondría en serio peligro los fundamentos del sistema y del pensamiento dominante. Por ejemplo, de entre todos los voluntarios que se fueron a Galicia a limpiar las playas del chapapote cuando ocurrió la marea negra después del hundimiento del Prestige, seguro que había muchos empresarios que no sólo practicaban la explotación laboral y el autoritarismo con sus trabajadores, sino que además, en las próximas elecciones, votarían a opciones políticas que no ponían toda la carne en el asador para que tragedias como la del Prestige no volvieran a ocurrir....¿no es este comportamiento sumamente incoherente?

 

Pero podemos plantear muchas otras variantes de lo mismo: por ejemplo, ¿no es incoherente pertenecer al voluntariado de un Banco de Alimentos, y votar al Partido Popular, que es la formación política que mejor contribuye a que tengan que existir los Bancos de Alimentos? Practicamos muchas veces la solidaridad y la caridad porque es la forma más cómoda de hacernos aparecer como buenas personas y de limpiar la conciencia, pero en realidad, los comportamientos auténticamente valientes son los que se enfrentan de verdad al sistema, los que intentan erradicar del mismo las profundas injusticias sociales que padecemos. Pero claro, lo fácil es irse a Galicia a limpiar las playas, en vez de plantearnos seriamente qué ha ocurrido, porqué ha ocurrido, y adoptar las convicciones y acciones (a eso es a lo que llamamos coherencia) para evitar, desde nuestro grano de arena, que no vuelva a pasar. Otro ejemplo: así como en todo lo que respecta al ocio incluso se promociona la faceta social del individuo, por el contrario, en todo lo que tenga que ver con la supervivencia, se promociona la faceta más individualista del ciudadano. Por ejemplo, los ciudadanos/as se "unen" para celebraciones deportivas o culturales, convertidas en la mejor manera de controlar a las masas, necesitadas de vez en cuando de grandes eventos donde canalizar su carácter social, mientras que cuando se trata de luchar por las condiciones de trabajo y de vida, se procura que cada cual vaya por su lado. Y así, ante auténticas medidas de calado social, los apoyos populares son normalmente muy inferiores a los registrados para otras causas. 

 

 

Podemos poner varios ejemplos concretos de ello: hoy día, es muy superior el número de personas que se manifiestan ante la alegría de que su equipo de fútbol favorito gane algún trofeo, que el número de personas que se manifiestan ante la adopción de medidas de regresión social por parte del gobierno de turno. O bien, tomando el caso muy actual de Cataluña, es muy superior el número de personas que se manifiestan reclamando una "causa nacional" (la identidad de Cataluña como nación, y su derecho a decidir), a aquéllas que se manifiestan ante una "causa social" (degradación de la educación o de la sanidad públicas, pongamos por caso).  Todo ello ocurre porque quiénes controlan el sistema actual ponen todo su empeño a través de la educación y de los medios de comunicación para modelar al ser humano, con el objetivo supremo de evitar que el sistema cambie. El ciudadano/a ideal para el capitalismo es aquél que piensa y actúa de manera que no ponga en peligro el status quo de quienes dominan la sociedad. Incluso más que reprimir al ser humano, que evitar ciertas facetas de su esencia, se trata sobre todo de canalizarlas de la manera más adecuada, esto es, de la forma más inofensiva para el sistema. Así, la alienación del individuo pasa cada vez más desapercibida, y es por tanto más eficaz. Continuaremos en siguientes entregas.

 

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