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6 abril 2016 3 06 /04 /abril /2016 23:00

La mayoría de la gente cree que las representaciones, ideas, sentimientos y conceptos salen del interior de sus cabezas. Ignoran que recorren el camino inverso, de fuera hacia dentro

Vicente Romano (“La formación de la mentalidad sumisa”)

El consumo desmedido es otra gran baza que juega el pensamiento dominante a su favor (recomendamos a los lectores la serie de artículos titulada "Capitalismo y Sociedad de Consumo", donde profundizamos en este modelo), y de esta forma, el ciudadano/a, trabajador/a o cliente/a endeudado/a, ofrecerá más garantías al sistema de ser un fiel y obediente súbdito de todos sus preceptos. Si consumimos sólo lo estrictamente imprescindible, entonces tendremos menos ataduras económicas, y por lo tanto, seremos más libres ante el sistema. Y llegados a este punto, no tenemos más remedio que hablar del auténtico cáncer del sistema capitalista actual, como son los bancos. El capitalismo globalizado, en su fase actual, se fundamenta en una cada vez mayor financiarización de la economía, lo que significa que prácticamente todas las actividades, tanto productivas como especulativas, utilizan el dinero bancario como soporte. Desde hace algún tiempo muchas asociaciones, incluso gobiernos, están permitiendo el uso de monedas virtuales, locales o alternativas, pero aún se trata de experimentos muy restringidos. El banco se ha convertido en elemento imprescindible en nuestras vidas, en pieza fundamental del sistema. Y el banco impone, cómo no, sus propias leyes. Leyes que regulan el funcionamiento del dinero bancario, de la dinámica de su generación, de su poderío social, y por ende, del poder que disfrutan sus accionistas y propietarios. De hecho, son banqueros los empresarios mejor pagados en la actualidad. 

 

Los bancos han impuesto unos modos y formas de actuar en nuestras sociedades, acaparando para sí toda una serie de transacciones que antes no pasaban por ellos. Y por su parte, la Sociedad de la Información, muy ligada a las Nuevas Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC), ha puesto también su aportación, de tal forma que las transacciones bancarias para cualquier proceso están hoy a la orden del día. Se va formando cierto perfil humano, ligado al modelo de conductas que los bancos imponen, que se basa en la autosuficiencia, empresarios de nosotros mismos, individuos de éxito en los mercados, que no necesitan a nada ni a nadie, individuos "hechos a sí mismos" (egoístas e insolidarios, que únicamente valoran el contexto privado), y que además, si es posible, suscriban su "plan privado de pensiones". La publicidad también aporta su granito de arena, mediante la difusión de modelos de familia y de conductas personales y sociales favorables a todos estos comportamientos. Pero este modelo de individualismo autosuficiente esconde una peligrosa moraleja, porque si todos actuáramos de la misma forma, buscando nuestro propio hueco, nuestro bien personal y los de nuestra familia, sin importarnos nada el de los demás, el mundo se nos hundiría rápidamente, porque la vida de la especie humana no se entiende sin lo común. Mientras los empresarios denigran al Estado y lo maldicen continuamente, son los primeros que están locos por introducirse en alguna actividad o servicio público. Y cuando las empresas se hunden, sobre todo esos bancos (últimos responsables de todas las fechorías), buscan desesperadamente el "rescate" del Papá Estado. 

 

Estamos comprobando continuamente que cuando las cosas vienen mal dadas, a nivel individual, te apoyas en el resto de las personas que te quieren, o que simplemente pueden proporcionarte apoyo, es decir, se recurre a los colectivos que puedan tener algo que ver con los problemas que se padecen. Y ello porque la vida es en común, el Hombre es un ser que vive en sociedad, y que necesita de ella, por mucho que los neoliberales escupan continuamente a esa sociedad. Además, para que algunos brillen en su proyecto personal o empresarial, para que alcancen ese éxito tan soñado (bajo el modelo de "éxito" que nos impone esta alienante sociedad), otros han de prestar su ayuda, su colaboración, o han de sostenerles desde fuera. Sin contar con las personas que nos cuidaron cuando éramos niños, o con las que nos cuidarán cuando seamos mayores, o dependientes. La sociedad y la vida no tienen sentido sin lo común, sin lo público, por mucho que nos empeñemos, aupados por este insaciable capitalismo, en ignorarlo. Y así, a cierta parte "privilegiada" de la población se le impone ese ideal de autosuficiencia, mientras a otra parte subordinada (mujeres, y clases subalternas) han de proporcionar todo el apoyo, han de entregar su vida, para que ese individuo alcance "su éxito soñado" (como en la imbecilidad transmitida durante generaciones del "sueño americano", entendido como que USA es la tierra de las oportunidades, cuando es en el realidad el país más guerrero, agresivo, salvaje e insolidario del mundo). 

 

Todo por tanto está enfocado hacia el consumo masivo, y como decíamos antes, las operaciones bancarias son pieza clave de todo ese engranaje. El consumo incide en la macroeconomía (la economía de las grandes cifras) asociado al "crecimiento" económico (mejor dicho, a lo que el pensamiento dominante nos inculca que es el crecimiento), y a su expresión numérica, el PIB, y en la microeconomía (la economía de las pequeñas cifras, de la vida cotidiana) asociado al consumo privado, individual o colectivo, al consumo de bienes y servicios, y por tanto, a su sostenibilidad. ¿Y qué es lo que hemos recomendado? Consumir menos. Y es que con una de las grandes falacias del capitalismo nos hemos topado. Con aquélla que afirma que es necesario consumir mucho, incluso consumir cada vez más, para que la economía crezca continuamente, para generar riqueza y así posibilitar que la ciudadanía pueda disfrutar de ella. Y algunos podrán pensar: ¡Pero si no consumimos entonces no generamos trabajo a nuestros conciudadanos, contribuimos al desempleo, somos insolidarios con el resto de los trabajadores! Efectivamente, si nadie acude a la cafetería de la esquina a tomarse un café, probablemente el dueño tenga que comenzar por despedir a los camareros, y si la tendencia persiste, seguramente tenga que cerrar el negocio. Y algo de razón tendrían, lo que pasa es que hay que situar las cosas en su justo término, tampoco aquí podemos dejar que nos engañen. 

 

El capitalismo nos ha vendido la esperanza de que a mayor riqueza generada en general, mayores serán las posibilidades de que a la gente corriente le caiga algo de dicha riqueza generada. Pero los hechos han demostrado, sin duda, que la clave no está en generar más riqueza (aunque esto ayuda aparentemente y puntualmente) sino en repartirla. El problema no es tanto que haya mucha riqueza y que ésta crezca sin cesar (algo que por lo pronto parece bastante improbable), sino sobre todo que la que haya se reparta adecuadamente. Que el fruto del trabajo de todos sea disfrutado por todos de la forma más igualitaria posible. Por otra parte (aunque esto lo dejaremos para otra serie de artículos donde nos podamos extender en el tema), el crecimiento económico indefinido, perpetuo, no es posible, por mucho que nos lo quieran hacer ver los voceros del pensamiento dominante. Y ello porque la propia generación de productos, bienes y servicios requiere que el Hombre lleve a cabo una serie de tareas de explotación del entorno natural, de los ecosistemas que nos rodean, absolutamente insostenible, o si se quiere expresar de otro modo, no podemos crecer indefinidamente bajo un contexto físico (nuestro planeta) finito y limitado. Como se ve, muchas falacias, mentiras y manipulaciones nos vierte el pensamiento dominante, que además utiliza (como ya hemos referido en entregas anteriores) toda una serie de vocablos, términos y conceptos que están manipulados en su favor (por ejemplo, lo que ellos llaman "riqueza" no es el PIB, lo que ellos llaman "progreso" es en realidad involución, lo que llaman "reformas" son en la práctica recortes, y un largo etcétera). Continuaremos en siguientes entregas.

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