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4 abril 2019 4 04 /04 /abril /2019 23:00
Fuente Viñeta: ATTAC

Fuente Viñeta: ATTAC

Ciertamente, todos necesitan los medios básicos para sustentar sus propias vidas, como una base mínima. También creo que necesitamos disminuir la importancia del empleo para el significado individual y el valor social, y rechazar la idea de que el ingreso es una función del mérito. Necesitamos más tiempo libre y menos trabajo por el trabajo mismo. Necesitamos romper el dominio absoluto que la “creación de empleo” tiene sobre las propuestas políticas. Necesitamos no solo “elevar el suelo” para los ingresos, sino también “bajar el techo”. Necesitamos, esto es, cambiar radicalmente las formas de vida construidas en torno a una economía en constante crecimiento que de alguna manera nunca tiene suficiente para todos

Alyssa Battistoni

El trabajo asalariado ya no es garantía de salvarse de la pobreza. Los trabajadores y trabajadoras pobres son una figura hoy día constante en prácticamente todos los países "desarrollados". Este incremento de la clase obrera pobre es una constatación a raíz de los ataques que sobre todo desde la última crisis de 2007 hacia acá han venido llevándose a cabo sobre las clases populares y más vulnerables. Y así, desregulaciones laborales, recortes en prestaciones sociales, desuniversalización de los servicios públicos, ataque a los servicios de empleo, preponderancia de la iniciativa privada, desmantelamiento de sectores productivos, políticas austericidas fomentadas por los organismos internacionales, y un largo etcétera estratégico de acoso y derribo a las conquistas sociales de la clase obrera mundial han traído consigo que, por ejemplo en Europa, en 2015 la tasa de trabajadores pobres fuese del 13,2%. Actualmente, será incluso mucho más elevada. Por su parte, la mecanización, automatización, informatización y robotización de muchos puestos de trabajo ha traído (y traerá consigo aún más) el paulatino descenso de trabajadores en muchos sectores industriales. La mayoría de estudios concluyen que, aunque es probable una evolución en la naturaleza de los puestos de trabajo que desempeñen los humanos en el futuro, será mucho mayor la cantidad de empleos que se destruirán debido al incremento de tareas mecanizadas. Todas estas razones, y otras muchas que hemos ido desgranando en las entregas anteriores, abonan la tesis de la importancia que la RBU puede y debe tener en un futuro próximo, como herramienta que contribuya a que esta escalada de la desigualdad, de la pobreza y de la exclusión social sea atajada de una forma eficiente.

 

Pero ojo, porque estamos viendo, sobre todo de un tiempo a esta parte, cómo se le llama renta básica a cualquier propuesta: al ingreso vital del PSOE, a las Rentas Mínimas de Inserción, a la propuesta de renta garantizada de Podemos, e incluso recientemente Ciudadanos también se ha apuntado a ella. Y así, la renta básica es la medida a la que todos se apuntan para ganar votos...Todas ellas son mentiras. La renta básica RBU que aquí proponemos no la contempla hoy día ninguna formación política en su programa electoral. Nadie se atreve a defenderla realmente, en la dimensión que aquí hemos explicado. Ello provoca una cantidad delirante de confusión, en torno a la medida en sí, en cuanto a su alcance, en cuanto a su financiación, etc. Como a todo se le llama "renta básica", con o sin más apellidos, con tal o cual matiz en su nombre (renta activa, renta mínima, renta garantizada, renta vital...), todo cae en un cajón de sastre que no somos capaces de diferenciar. Ninguna propuesta actual es la RBU que nosotros defendemos. Podremos estar más o menos de acuerdo con ella, pero lo que no podemos hacer es confundir. Y hoy día, lo que existe es confusión. El problema radica en que el enunciado de las propuestas es muy tibio, generalista y demagógico, poco preciso, y después, cuando desarrollan la medida, comprobamos que no tiene nada que ver con la verdadera RBU. En cuanto accedemos al detalle de las diversas medidas que se proponen, ya empezamos con la confusión: no son individuales sino familiares, hace falta no superar cierto margen de recursos, son limitadas en el tiempo, y un largo etcétera de condicionantes que desvirtúan la medida, y que nos ofrecen más de lo mismo. En resumidas cuentas, a los subsidios condicionados para pobres no les debemos llamar "renta básica", y así ganaríamos mucho tiempo, esfuerzo, y claridad. 

 

Y en cuanto al funcionamiento de las empresas, lo ideal sería, manteniendo el mercado, es decir, sin renunciar a él, cambiar la óptica, el prisma y la filosofía actual del "libre mercado" salvaje y desregulado (que pensamos es el caballo de batalla principal, causante y responsable de toda la barbarie empresarial descrita en anteriores entregas), por lo que bien ha sido denominado como la "Economía del Bien Común" (EBC). Como resumen de la misma, extraigo a continuación la fantástica explicación que de dicho paradigma realizó en este artículo Joan Ramón Sanchis para el medio Nueva Revolución: "Los valores de la EBC son los principios básicos y universales de los derechos humanos: la dignidad humana, la solidaridad, la sostenibilidad ecológica, la justicia social, la transparencia y la participación democrática. Según este modelo, la economía ha de estar al servicio de las personas y el dinero y el capital no han de ser un fin en sí mismo sino un instrumento. Para ello, las reglas de juego básicas del capitalismo, esto es, el afán de lucro y la competencia, se han de sustituir por la contribución al bien común y la cooperación. El fin último ha de ser la felicidad de las personas, por lo que los indicadores clásicos de la economía, el Producto Interior Bruto (PIB) de los Estados y el Balance Financiero de las empresas, ya no son útiles. La EBC propone como indicadores adecuados el Producto del Bien Común (PBC) y el Balance del Bien Común (BBC). El PBC sirve para medir el crecimiento de un país, incluyendo dentro del mismo aspectos como la cohesión social, la solidaridad, la participación, la calidad de la democracia, la política medioambiental, el justo reparto de los beneficios, la igualdad de género, la igualdad salarial, etc., valores que no recoge el PIB a nivel macroeconómico. La EBC propone que el crecimiento económico no sea un fin en sí mismo sino un medio para alcanzar los fines del bien común, que son reducir la huella ecológica y conseguir la sostenibilidad del territorio". 

 

Y continúa: "Se proponen como medidas concretas la reducción de la jornada laboral (entre 30 y 33 horas semanales), una cooperación monetaria global para el comercio mundial, el uso de monedas regionales como complemento de la moneda nacional (para evitar la especulación del dinero), la creación de una zona del comercio justo (Zona del Bien Común), la creación de un Banco Central Democrático controlado por la ciudadanía, el establecimiento de límites a los ingresos (máximo de 10 veces el salario mínimo) y los patrimonios y la aprobación de ventajas legales para todas aquellas empresas que cumplan con los criterios del Balance del Bien Común, entre otros aspectos. También se propone completar la democracia representativa con la democracia directa y participativa, de manera que la ciudadanía pueda participar de forma directa en las decisiones que les afectan y controlar también directamente a sus representantes políticos". Con esta semblanza rápida que nos hace este autor sobre los parámetros donde se mueve la EBC, no hacen falta muchas más explicaciones para entender que con ella, la arquitectura de la desigualdad se revertiría en gran medida. Y por otra parte, también entendemos que la propia filosofía de los empleos, de los trabajos humanos, tiene que cambiar. A la luz de la globalización neoliberal y del poder inmenso de las grandes corporaciones, han surgido toda una pléyade de tipos de actividades, trabajos y empleos absolutamente inútiles, que hoy día copan una parte importante de la actividad laboral de muchas personas. Hay que cambiar también aquí el chip mental con el que funcionamos, y echar abajo algunos tópicos, así como derribar algunas falacias. Por ejemplo, los trabajos improductivos no son inútiles. Hay que volver a recuperar la función y el valor social del empleo, erradicar los empleos estúpidos, y por tanto centrarse en la pregunta del millón: ¿qué es un empleo socialmente útil?

 

En el mundo laboral actual, los tipos de puestos de trabajo y los salarios que perciben no están relacionados con su utilidad social. ¿Realmente produce el valor y la utilidad un directivo de una sociedad como para ganar 300, 500 o 1000 veces lo que ganan sus empleados? El capitalismo llega un momento en que retribuye únicamente por el grado de influencia, de poder o de relación que dicha persona pueda ofrecer, por su grado de experiencia, pero no por el valor que realmente aporta a la empresa u organización. Por otra parte, existen gran cantidad de trabajos estúpidos, trabajos sucios, inútiles, o que simplemente no tienen ningún sentido. Curiosamente, los trabajos estúpidos a menudo están muy bien pagados y ofrecen excelentes condiciones, pero no sirven para nada, o están creados bajo premisas innecesarias. No hay que confundir estos trabajos con los trabajos precarios, que en su mayor parte, consisten en tareas que son necesarias e indiscutiblemente beneficiosas para la sociedad, pero aún así, están mal pagados y mal protegidos. Y todo ello apoya poderosamente la arquitectura de la desigualdad. La justa valoración de los trabajos por su utilidad social también ayudaría a revertir esta arquitectura laboral de la desigualdad. Hay que diferenciar también entre el trabajo productivo y el trabajo útil. Por ejemplo, el trabajo de los funcionarios públicos es útil pero no productivo, y no por ello dejan de ser trabajos muy importantes, con un valor social inestimable. Los trabajos de cuidados estarían también en este grupo. Nosotros hemos venido insistiendo, desde hace muchas entregas, en que debemos dejar de atender a los trabajos humanos según la escala de valores capitalista al uso, y por tanto, dejar de valorar únicamente los trabajos rentables económicamente (los que son "productivos" para el capitalismo), para comenzar a valorar más y mejor los trabajos que son únicamente rentables socialmente (no productivos, y por tanto, inútiles para el capitalismo). Su utilidad social es precisamente la que conforma su necesidad, su validez y su justificación, y la que los hace necesarios e imprescindibles en una sociedad democrática, justa, avanzada e igualitaria que se precie de serlo. Continuaremos en siguientes entregas.

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