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24 enero 2019 4 24 /01 /enero /2019 00:00
Viñeta: JRMora

Viñeta: JRMora

La liberación de los animales es, también, la liberación de los humanos

Peter Singer

El progreso no puede seguir entrañando el juego de suma nula en el cual los humanos “ganan” a costa de los animales y el medio ambiente. Por el contrario, un concepto más profundo de progreso elimina la contraposición entre animales humanos y no humanos, entre sociedad y naturaleza, comprende las profundas interrelaciones entre todos los aspectos de la ecología planetaria, y nos permite llegar a ser buenos ciudadanos de la biocomunidad, en lugar de hunos, bárbaros e invasores que destruyen toda su morada

Steven Best

Muchas veces, desde la confusión o el desconocimiento, desde la información insuficiente, y por supuesto desde el corsé que nos proporcionan nuestra educación y nuestros prejuicios, ocurre que determinadas personas se hacen adeptas a una corriente determinada de pensamiento, sin darse cuenta de que forma parte de un ente mayor, más completo, que la incluye y la integra, pero el cual ignoramos, no queremos ver, no nos interesa, o incluso (en los casos más incoherentes) rechazamos. El animalismo es un buen ejemplo de lo que decimos. La verdadera visión animalista no puede ser aislada, ni tampoco puede quedarse en ese animalismo “de andar por casa” que se reduce a tener un perro o un gato viviendo con nosotros, y al cual cuidamos y alimentamos. Una mirada profunda al animalismo nos conduce también al ecologismo, o mejor dicho, al ecosocialismo, al decrecimiento, incluso al Buen Vivir, como revoluciones en nuestros modos de vida en sociedad. El Animalismo se integra absolutamente en ellas, y por tanto, forma parte del conjunto de disciplinas de pensamiento que completan al Marxismo clásico, al igual que lo hacen el feminismo o el pacifismo. El Animalismo entroniza con un modelo de sociedad empática, de derechos, de solidaridad y de cuidados. Pero veamos por qué con un poco más de calma.

 

Comencemos por los antecedentes jurídicos, porque al igual que existe una Declaración de los Derechos Humanos promulgada por la ONU, también existe una Declaración Universal de los Derechos de los Animales aprobada primero por la ONU, y posteriormente ratificada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). Pero tenemos un hito todavía más reciente. En Colombia, en agosto de 2012, la Sección Tercera del Consejo de Estado se pronunció favorablemente a una demanda interpuesta por el magistrado Enrique Gil Botero, que sentó un precedente fundamental en la jurisprudencia universal, reconociendo a los animales como seres vivos titulares de derechos, como una muerte digna sin sufrimiento, o a no ser maltratados. Y concluyó el Doctor Gil Botero para redondear su razonamiento: “Nos beneficiamos de los animales, pero no es lícito que los torturemos, o que su muerte se convierta en un espectáculo”. La sentencia enfatiza que la naturaleza animal, pese a no tener la capacidad de expresar su voluntad, “como seres vivos, tienen dignidad en sí mismos”, por lo que se les exige a los hombres, que sí están regidos por la Ley, la obligatoriedad de asumir una responsabilidad frente a ellos, otorgándoles cuidados, y respetándoles su dignidad. 

 

Desde las investigaciones de Charles Darwin, sabemos que los sentidos y las intuiciones, las diversas emociones, y algunas facultades, como el amor, la memoria, la atención, la curiosidad, la imitación, la razón, etc., son poseídas también por los animales. Darwin lo resumió de esta forma: “Las distintas emociones y facultades de las que el ser humano se cree único dueño se encuentran de modo naciente y a veces bien desarrolladas en los animales inferiores”. Por otra parte, estudios científicos de todo tipo han demostrado hasta qué punto los animales sufren como nosotros, ya que sus estructuras sensoriales son bastante parecidas. Visto lo visto, hemos de seguir, en principio, ese dicho popular que dice que “deberíamos dejar de estudiar cuán inteligente es un mono, para comenzar a estudiar cuán estúpido es el ser humano”. Esta es la primera barrera mental, es decir, no creernos “superiores” a los animales. Si comenzamos a vernos de igual a igual, quizá también comprendamos que somos (todos, los humanos y el resto de animales) seres vivos que habitan y que necesitan la naturaleza, y que por tanto no podemos disponer de ella ilimitadamente, como si fuera infinita.

 

En la plena asunción de ese principio también comenzaríamos a respetar a la naturaleza, a los ecosistemas naturales, y a vernos como parte de un todo que necesita preservar sus equilibrios para poder funcionar, y que no podemos expoliar a nuestro antojo. Ni los animales ni la naturaleza están a nuestro servicio. Debemos aprender a valorar y a respetar todo lo que nos rodea, a cuidarlo y por qué no, a amarlo. Si llegamos hasta este estadío mental, seremos sensibles a comprender el concepto de “Especismo”, y el “principio de igual consideración de intereses”, es decir, que hay que considerar por igual los intereses de todas las especies que habitamos la Madre Tierra. Peter Singer, filósofo australiano y activista pionero por los derechos de los animales, nos explica en su tratado “Liberación Animal” (1975) que “El especismo (…) es un prejuicio o actitud parcial favorable a los intereses de los miembros de nuestra propia especie y en contra de los de otras”.

 

Y se pregunta posteriormente: “Si la posesión de una inteligencia superior no autoriza a un humano a que utilice a otro para sus propios fines, ¿cómo puede autorizar a los humanos a explotar a los no humanos con la misma finalidad?”. El especismo se nos presenta entonces como un tipo de discriminación, tal como el racismo o el sexismo. Y entonces, si el sufrimiento importa, habrá de importarnos independientemente de quién sufra. Debe importarnos sea cual sea la especie de individuo que está sufriendo. Y así, concluimos que las mismas razones que tenemos para prevenir y reducir los daños y maltratos que sufren los seres humanos, son también razones para prevenir y reducir el maltrato y el sufrimiento que puedan ser infligidos a los animales de otras especies. Una visión animalista, por tanto, reconoce e integra los derechos de los animales y de la propia naturaleza, los reconoce como sujetos de pleno derecho, y vela por su cumplimiento. Y ello implica, a su vez, trabajar activamente por la abolición de toda forma de maltrato, sufrimiento o explotación animal. Por ejemplo, no podemos ser animalistas siendo taurinos, o defendiendo la caza o el comercio con animales. Pero tampoco podemos defender, desde posiciones animalistas, la experimentación clínica masiva con animales, o su explotación intensiva en granjas o ganaderías. La visión animalista, como estamos comprobando, debe ser asumida desde la estética, la ética y la política. Y en este sentido, lo personal es también político, como afirmábamos en un reciente artículo.

 

Comenzamos a ver entonces posturas antagónicas. No podemos ser animalistas ni estar por la defensa de sus derechos si no estamos también por la defensa de los nuestros. ¿Tendría sentido entonces el Animalismo desde posturas políticas simpatizantes con el fascismo, o simplemente que rechazaran la defensa escrupulosa de los Derechos Humanos? No parece que desde posturas que se dicen animalistas se pueda defender la injusticia, la discriminación ni la opresión de ningún colectivo, ni de ninguna especie. Tampoco el sacrificio ni la humillación, y por tanto, la visión animalista es contradictoria con la defensa de esos bárbaros festejos populares que en honor a la “tradición” se llevan a cabo en multitud de localidades. Porque amar y cuidar del perro o del gato que vive con nosotros es incompatible con defender la tauromaquia, la matanza de ballenas en Japón, la industria de la peletería, o la masacre de crías de focas en Canadá. La visión animalista introduce una nueva relación con los humanos, las plantas y la naturaleza. La filosofía Zen ya lo enunciaba desde hace miles de años: “Ser uno con la naturaleza”. De hecho, todos los monjes Shao-Lin eran veganos, y no montaban en caballos, por ejemplo. Nuestra civilización occidental, sobre todo desde la introducción del industrialismo-desarrollismo-consumismo, verdadera punta de lanza de la globalización del capitalismo neoliberal, se ha posicionado en contra de todos aquellos valores, que ahora nos parecen, cuando menos, extraños.

 

Hemos de entender que el bienestar animal es parte del cuidado del medio ambiente. El ser humano ha tomado conciencia del hecho del maltrato animal dentro del conjunto de sus actividades humanas, y todo ello hay que erradicarlo desde una visión animalista completa. Ello incluye, entre otras muchas medidas, una mayor regulación de las actividades agropecuarias para limitar al máximo el sufrimiento animal, erradicando los métodos execrables que se emplean en la cría de ganado y en las explotaciones avícolas. La visión animalista ha de ser consecuente en un Código Penal mucho más adaptado a las malvadas prácticas que el ser humano ejecuta contra los animales, desde el abandono de un animal de compañía hasta el crecimiento en condiciones de encierro permanente en granjas o mataderos. La visión animalista es incompatible con la existencia de espectáculos donde se utilicen animales, para simple diversión del público. También nos deben preocupar las salvajes condiciones de transporte para muchos animales, la experimentación biológica con animales en laboratorios, y la existencia de perversas actividades como la caza y la pesca. La visión animalista implica también retirar toda subvención pública para el mantenimiento de canódromos e hipódromos, así como cualesquiera otros centros de recreo o diversión donde existan animales.

 

Las ciudades y su entorno también deben contemplarse desde la visión animalista, y en ese sentido, deberíamos fomentar la implantación de medidas que favorezcan el acceso y el viaje de animales en espacios públicos (autobuses, trenes, aviones, etc.), minimizar los molestos ruidos para los animales (especialmente los provenientes de petardos), así como también fomentar la creación y mantenimiento de espacios de recreo, juego y esparcimiento para animales domésticos en nuestras ciudades (parques animalistas, etc.). En definitiva, todo el conjunto de medidas que sean necesarias, de carácter social, ético, penal, científico, sanitario, cívico, ecológico, etc., para conseguir una sociedad que deje atrás la violencia, una sociedad en la que perjudicar y matar a otros animales no se considere ocio, tradición, cultura, deporte, espectáculo, arte o diversión. Hemos de corregir el déficit moral que todavía arrastramos hacia el mundo animal. En resumen, la visión animalista es incompatible con corrientes de pensamiento o actitudes que vayan en contra de la defensa de los derechos humanos, del resto de animales y de la naturaleza.

 

Y así, no se puede rescatar a un gato de una alambrada para después criticar el desembarco de unos migrantes. No se puede ser voluntario en un refugio y defender la agresión bélica a un país. No se puede plantar un árbol y a continuación defender la caza. La visión animalista está imbricada con la visión ecologista, y ella con la visión pacifista, y todas ellas a su vez con la defensa de los derechos de todos los seres vivientes y sintientes. Hay contradicciones públicas escandalosas que hay que denunciar, como la de la popular actriz francesa Briggite Bardot, que es ¿a la vez? una fervorosa animalista y una seguidora del Frente Nacional de Marine Le Pen. Estas contradicciones chirrían por cualquier lado que se miren. No es mínimamente coherente. Porque…¿se puede ser animalista, y a la vez antifeminista y xenófoba? Parece que no. La sensibilidad no casa con la brutalidad. Simplemente no es de recibo. Pero el mundo está lleno de contradicciones que hay que denunciar. No existe un “animalismo capitalista”. La visión animalista es anticapitalista, pacifista, feminista, ecologista…o simplemente, no es tal.  

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