Bien, otro de los aspectos donde los contenidos curriculares escasean es el relacionado con los Derechos Humanos. Si durante la infancia y la adolescencia no somos formados en el escrupuloso e integral respeto a los mismos, es muy fácil que después, de adultos, llevemos a cabo reflexiones, digamos, de cierta frivolidad al respecto. Tomaremos como referencia a continuación este artículo publicado en el digital Rebelion de Pedro López, Profesor de la Universidad Complutense y Miembro de la Junta Directiva de la Asociación Pro Derechos Humanos de España. Durante la etapa del ex Presidente Zapatero, la asignatura de Educación para la Ciudadanía contenía algunos aspectos sobre derechos humanos, pero las fuerzas políticas de la derecha anularon dicha asignatura cuando tomaron el poder (gesto harto elocuente de su "humanismo"). Y lo cierto es que el sistema educativo ha de poseer un papel especial en la construcción de ciudadanía, en este caso en la formación de una ciudadanía que contribuya a mejorar y ampliar la democracia y la sociedad en general. La ausencia de ésta y otras materias fomenta en cambio que construyamos una sociedad sin ciudadanía (solo con individuos que pululan peleando por sus propios intereses), o si se prefiere, una democracia sin ciudadanos, que facilita los preocupantes fenómenos y opiniones que después oímos a muchas personas. La escuela ha de desarrollar en el alumnado el sentido de la justicia y de la solidaridad, formando de esta manera a ciudadanos respetuosos con los derechos humanos, conscientes de su importancia, y construyendo las defensas democráticas para frenar y hacer retroceder cualquier intento de vulnerar los derechos humanos por parte de cualquier ley, sector u organización. La escuela formará, desde este punto de vista, el mejor parapeto posible para que conductas u opiniones contra los derechos humanos no puedan ser admitidas por la sociedad.
Pedro López explica: "El deterioro de la conciencia ciudadana en favor de individuos delirantemente consumistas, adictos a las chucherías tecnológicas, inconscientes en gran parte de un modelo de producción y consumo que condena a millones de habitantes del planeta a la pobreza más absoluta y que condena al propio planeta a una seria destrucción; este deterioro, digo, ha ido en paralelo con los avances de un sistema educativo que en gran parte se ha convertido en una expendeduría de títulos enfocados casi exclusivamente a las habilidades demandadas por el mercado laboral. La formación del ciudadano ha quedado arrinconada en favor de la formación del productor-emprendedor y del consumidor que responde como un hámster a la sobreestimulación programada por todo el aparato publicitario". En efecto, todas las últimas reformas educativas han estado direccionadas a la consecución de dichos objetivos, y para ello, entre otras cosas, reforzaron las asignaturas científicas en detrimento de las artísticas y humanitarias (más física, química o matemáticas, a cambio de menos música, plástica o filosofía). Se ha roto por tanto el equilibrio educativo absolutamente preciso para una formación humana integral, equilibrio que hay que volver a recuperar. Si no volvemos a recuperar dichas asignaturas, más los cambios a los contenidos ya analizados en entregas anteriores, más los nuevos contenidos que aquí estamos proponiendo, la escuela dejará de promover el pensamiento crítico y la ciudadanía activa, para pasar a formar a estrictos consumidores y trabajadores obedientes. Pero entonces estaremos fallando, porque la escuela debe contribuir a la educación de ciudadanía comprometida con la construcción de la paz, la defensa de los derechos humanos y los valores de la democracia, entre otros muchos objetivos que ya resaltamos desde las primeras entregas de esta serie. La formación en derechos humanos es por tanto imprescindible no solo para ser conscientes de los propios derechos y poder ejercerlos como ciudadano, sino también para promover y luchar por los derechos de los demás y poder desarrollar la profesión que se elija con responsabilidad social, sabiendo que nuestra profesión, la de cada persona, es también un medio para que los ciudadanos vean satisfechos sus derechos.
Así mismo, necesitamos también una formación para la democracia en nuestra escuela. Lo explica muy bien Cándido Marquesán Millán en este artículo para el medio Nueva Tribuna, que tomamos como referencia a continuación. La educación es fundamental a la hora de enseñar a nuestros alumnas y alumnos una serie de valores, una forma de pensar y de actuar a la ciudadanía, en definitiva un modelo de sociedad. Actualmente, en la inmensa mayoría de las "democracias representativas" que existen en el mundo, lo que se fomenta es una educación impregnada de los peligrosos valores del neoliberalismo, para el que la democracia es superflua, y en todo caso, subordinada al mercado. Marquesán Millán nos recuerda una frase muy ilustrativa de Fredrick Von Hayek, uno de los padres del neoliberalismo: "La libertad de mercado es una necesidad, la democracia una conveniencia. La primera imprescindible, la segunda aceptable en tanto no perjudique a la primera". Nuestros alumnos y alumnas, por tanto, sufren en la actualidad en la escuela pública (en la privada y concertada mucho más aún) un claro adoctrinamiento neoliberal. En los regímenes dictatoriales el adoctrinamiento es todavía más claro. En nuestro caso tenemos el ejemplo del franquismo: mientras que el adoctrinamiento en la escuela durante el franquismo era transparente, claro y sin tapujos, directo y brutal, caía como una tempestad. Pero en las actuales democracias liberales, dicho adoctrinamiento cae como una lluvia fina, es mucho más sutil. Se presenta (lo hemos visto en las entregas anteriores, cuando hemos repasado los contenidos de los libros de texto) edulcorado, con eufemismos, con bellas palabras. El del franquismo provenía directamente del Estado, el de la "democracia" es más diversificado y se ejecuta a través de think tanks, medios de comunicación, empresas, familias, y sobre todo, como decimos, a través de la escuela. La educación, a través de sus contenidos curriculares y sus libros de texto, alecciona al alumnado en los peligrosos valores del neoliberalismo de una forma sutil, subrepticia, subliminal. Pero lo hace al fin y al cabo de una forma efectiva, pues no hay más que ver las ideas que de adultos y adultas tienen las personas sometidas a dicho lavado de cerebro, a no ser que hayan "despertado" de tanto adoctrinamiento, hayan aprendido a pensar por otras vías, y sean capaces de construir mecanismos críticos hacia la realidad de nuestro tiempo.
En su obra "Políticas educativas y construcción de personalidades neoliberales y neocoloniales", Jurjo Torres advierte hasta cuatro dimensiones de este individuo neoliberal que se va formando desde la escuela, que se manifiestan tanto en el currículum explícito como en el oculto. Dichas cuatro dimensiones son identificadas por el autor como Homo economicus, Homo consumens, Homo debitor y Homo numericus. Veámoslas someramente: el Homo economicus considera el dinero como móvil fundamental de su comportamiento vital. El Homo consumens, obsesionado por el afán consumista, para satisfacer necesidades artificiales y muchas prescindibles. El Homo debitor, que se ve precipitado en la necesidad de la deuda. La importancia de la deuda bajo el neoliberalismo es fundamental, y ha sido analizada a fondo por autores como Eric Toussaint y Maurizio Lazzarato (ver "La fábrica del hombre endeudado"). Estar en deuda es la condición general para la vida social. Sobrevivimos endeudándonos y vivimos bajo el peso de pagar nuestras deudas. La deuda nos controla, disciplina nuestro consumo, nos impone la austeridad (mal entendida) y dicta nuestros ritmos de trabajo y nuestras elecciones. La deuda nos hace responsables y culpables por haberla contraído. Y además se da una sorprendente paradoja, consistente en que aunque estemos endeudados, el capitalismo nos anima a consumir sin parar, por ello suscribimos nuevos préstamos, por lo que nos encadenamos cada vez más a la deuda. En definitiva, la deuda es una fuente de sumisión para una gran mayoría de la población, de las empresas y de los propios Estados. Y por último, el Homo numericus, dimensión en la que todo se cuantifica, para prever comportamientos, para emitir diagnósticos, y sobre todo, para hacer evaluaciones. En la escuela, las notas son lo importante para poder competir con el alumno/a de enfrente, que se convierte en nuestro enemigo, según el valor de la competitividad. Por su parte, la educación como inversión financiera se antepone a la educación entendida como un derecho humano fundamental, y la escuela, el instituto y la universidad, entendidos como una empresa, sustituyen a la comunidad educativa democrática y solidaria. Entonces, el profesario (no es una errata), nuevo término que fusiona los roles de docente y empresario, sustituye al maestro, término que ya entra en desuso.
Es evidente que si la escuela pública inculca estos valores, está muy lejos de poder difundir valores democráticos. La filosofía de la competencia se traslada al estudiantado de forma obsesiva, y se resume en la nota final de la evaluación, es decir, en los resultados de los exámenes y de las pruebas. Marquesán Millán lo explica en los siguientes términos: "La obsesión enfermiza por la evaluación, uno de los paradigmas más emblemáticos del neoliberalismo, se ha impuesto en las pruebas nacionales e internacionales, como el Informe PISA. Lo importante son los resultados, los ránkings para competir y clasificar, que presionan a los centros educativos, y éstos se someten, seleccionando a los mejores y expulsando a los peores. El mercado ha entrado sin concesiones en la escuela, por lo cual ésta funciona como un supermercado en el que eligen las mejores ofertas. Esto es una catástrofe para una educación democrática, como señala Emilio Lledó: "La escuela debe crear seres humanos y no ansiosos por competir, por ganarse la vida, que es la forma más fácil de perderla". En esta educación, valores democráticos como la solidaridad, la empatía, el reconocimiento del otro o la inclusión estorban, de lo que se trata es de destacar sobre los demás, sin reparar en los medios. Lo importante es el individualismo, el egoísmo, la insolidaridad. Y éstos son los valores predominantes y casi exclusivos en nuestra sociedad". Una educación que intente propugnar valores democráticos es absolutamente incompatible con un modelo educativo como el descrito. En las escuelas e institutos de hoy día, la práctica democrática del conjunto de la comunidad educativa es muy baja, lo que significa que los alumnos acceden a la vida adulta con déficits democráticos importantes. La visión que poseen de la democracia es absolutamente restringida y formal, acaparada por la práctica de votar cada ciertos períodos, sin más preocupaciones ni implicaciones en la vida de la comunidad. La escuela debe corregir estos déficits. Continuaremos en siguientes entregas.