"La maleabilidad de las personas, la ceguera emocional y la anulación del pensamiento son los grandes éxitos del sistema capitalista en los últimos tiempos"
(Antonio José Gil Padilla)
Finalizábamos en nuestro último artículo de esta serie la exposición de las técnicas más frecuentes y fundamentales que se utilizan como estrategia psicosocial para extender el pensamiento dominante, y en realidad, si nos fijamos bien en los discursos o debates típicos de los actuales gobernantes y de sus voceros mediáticos, podremos detectar gran cantidad (prácticamente todas) de las figuras retóricas y métodos de intoxicación informativa que acabamos de describir. Las técnicas de propaganda y desinformación son muchas (aquí sólo se han indicado algunas de ellas, las más típicas) y bien conocidas (se basan en la psicología social y la sociología) por los profesionales del periodismo, de la política, del marketing, por todas aquéllas personas que trabajan para "vender" ideas o productos a grandes conjuntos de personas. La mercadotecnia recurre a ellas muy frecuentemente, y la política se ha alineado con ese conjunto de disciplinas que estudian la forma de vender y hacer llegar un mensaje a una determinada audiencia.
Incluso a veces, consciente o inconscientemente, cualquiera de nosotros recurre a dichas técnicas cuando necesita convencer a alguien de algo (sobre todo cuando no dispone de argumentos claros y convincentes). Es algo que podemos efectuar incluso sin darnos cuenta, porque lo tenemos muy asumido en nuestro interior, en nuestro subconsciente. En la prensa convencional se nos vende una idea de la realidad que parece creíble gracias a un hábil manejo del lenguaje, de las palabras, de las imágenes, de los sonidos. La prensa "oficial" deforma la realidad, la tergiversa, ocultándola, presentándola de cierta manera, mezclando sutilmente la información con la opinión y la propaganda, desviando la atención hacia cuestiones secundarias, evitando el análisis y el razonamiento profundo, y sobre todo, mostrando una única visión del mundo (justamente la del poder que controla la prensa), impidiendo que dicha visión pueda ser contrastada con otras visiones críticas (que perjudican al poder establecido). El filtro es tan eficaz, tan refinado y tan subliminal, tan perfeccionado, que no nos damos cuenta de que se utiliza (casi) constantemente.
Según los grandes medios, las medidas tomadas por los gobiernos, a instancias de ciertos organismos (de tendencia claramente neoliberal), son las únicas posibles. Y para asentar este pensamiento único, se evita la difusión de las discrepancias, que las hay y cada vez más, en los grandes medios. Tan sólo se les da voz de vez en cuando a las pequeñas discrepancias, pero no a las más importantes, nunca a las más interesantes. Así, la mayor parte de la población se cree el cuento de que no existen otras políticas posibles, y se va extendiendo el mantra de que hay que limitarse a vivir en el mundo que nos ha tocado. Se pueden realizar pequeñas mejoras, poner ciertos parches, pero nunca cambiar el sistema de verdad. Y ello se acepta de forma resignada por la inmensa mayoría social. Se recurre a expresiones engañosas para no tomar partido, como cuando se dice: "queramos o no queramos...". Normalmente, quien pronuncia esta expresión es porque en el fondo está defendiendo y legitimando el sistema y las políticas que se aplican. De esta manera, las medidas que se toman para supuestamente combatir la crisis no tienen nada que ver con las causas de fondo de la misma, que casi todo el mundo reconoce que están relacionadas con la desregulación de la economía financiera. Pero en vez de regular la economía financiera, se desregula el mercado laboral. Es decir, se pone el foco de atención en algo que no es realmente un problema, pero al que se le disfraza como tal, para evitar atacar el auténtico foco problemático.
Y por tanto, en vez de atacar a las causas de la crisis, se ahonda en sus efectos. Todo con tal de beneficiar cada vez más al insaciable capital. Las crisis se aprovechan para atacar a la clase trabajadora. Las medidas supuestamente tomadas para combatir las crisis son en verdad la continuación, la intensificación, la prolongación de las políticas que las provocan. Ocurra lo que ocurra las recetas son siempre las mismas. Antes, durante y después de las crisis. Uno puede preguntarse: si no existen otras alternativas, si las medidas tomadas son las únicas posibles, si son las mejores, ¿por qué se acallan en los grandes medios de desinformación (vamos a llamarlos por su verdadero nombre) las voces discrepantes? Por ejemplo, los mensajes de PODEMOS estuvieron censurados en la Televisión Pública durante varios meses una vez conocidos los resultados de esta fuerza política en las últimas Elecciones al Parlamento Europeo de mayo del pasado año. Pero es que incluso, algunas de las voces que también se acallan no pueden considerarse como anticapitalistas. Incluso reconocidos Premios Nobel de Economía como Paul Krugman o Joseph E. Stiglitz, que además colaboraron con los gobiernos estadounidenses de Reagan y Clinton respectivamente, advierten de que las medidas que están tomando muchos gobiernos, lejos de combatir la crisis, la están empeorando.
Sin embargo, en los grandes medios no se sabe casi de estas discrepancias. No sólo no es posible escuchar las voces anticapitalistas en dichos medios, sino que ni siquiera las voces de ciertas facciones del capitalismo, como los neokeynesianos. El dogma neoliberal domina abrumadoramente. Se margina cualquier idea crítica con él. Cuando uno tiene razón, cuando cree que está en lo correcto, cuando desea encontrar las mejores soluciones, no teme el cuestionamiento, no tema al enfrentamiento abierto y de igual a igual entre las distintas ideas, más bien al contrario, lo busca. El hecho de que en los grandes medios convencionales no se difundan más que ciertas ideas, siempre las mismas, prioritariamente las mismas, debe hacernos sospechar de sus intenciones. Es muy difícil no llegar a la lógica conclusión de que quienes nos afirman que sus políticas son las únicas posibles, son en realidad muy poco fiables, no actúan con honestidad. Como vemos, la intervención del Estado capitalista, del poder económico, de sus medios de comunicación aliados, es decisiva para la salvaguarda del capitalismo. Más allá de retóricas, de demagogias, los poderes del Estado actúan prioritamente a favor del gran capital y en contra de los intereses de los trabajadores, del conjunto de la ciudadanía. Nadie mínimamente informado y concienciado puede concluir nada distinto. Continuaremos en siguientes entregas.