El capitalismo, lejos de lo proclamado por sus apóstoles, no es el fin de la historia, es, al contrario, el fin de la prehistoria humana, es la antesala de la verdadera historia humana
Y ello, porque, en efecto, hemos de cambiar el objetivo de la rentabilidad económica, esto es, la maximización del beneficio (materializado después en la propia sociedad mediante la acumulación de una serie de propiedades, por las cuales se mide la "prosperidad", el éxito y la valía de las personas), por el objetivo de la rentabilidad social, esto es, por la consecución de una serie de fines sociales, encaminados al verdadero progreso social, bien entendido éste como el bien común, materializado (entre otras formas) en la máxima, como nos dejara dicho E. F. Schumacher, de que "El acceso a las cosas es más importante que la propiedad sobre ellas", o bien, en la máxima de que "No hemos de maximizar el consumo, necesitamos maximizar la satisfacción". Estos objetivos son radicalmente contrarios a los objetivos por los cuales hoy día se mueve la sociedad, fomentados por el salvaje capitalismo globalizado, y bajo el cual, la búsqueda del beneficio es la prioridad, es un bien en sí mismo, representa el poder, quedando en planos secundarios la redistribución de la riqueza, la satisfacción de las necesidades de la colectividad, y la propiedad común.
El giro social que hemos de dar está bien claro, pero también el giro personal, individual, de cada persona que formamos la sociedad. Ambos giros se alimentan mutuamente, se necesitan, se complementan, ya que uno no podrá darse sin el otro. Debemos abrir el paso a la idea de que no sólo es importante crear la riqueza (de forma sostenible, pues de lo contrario estaremos aniquilando el planeta), sino que igual de importante (incluso más) es la propia redistribución de la misma. En el Socialismo de este siglo XXI, hemos de dar prioridad a la tarea de reparto de la riqueza que a la tarea de generación de la misma. El Socialismo ha de buscar la racionalidad, la proporcionalidad, la sostenibilidad, pero también la ética, la igualdad, la justicia social, parámetros que definirán de verdad a una sociedad avanzada y civilizada. Y éstos serán los auténticos mimbres para una sociedad de progreso, ese adjetivo ("progresista") que tanto se usa últimamente, pero la mayoría de las veces despojado de su auténtico sentido. Y así, bajo los objetivos de conseguir una sociedad "moderna", y una sociedad "progresista", en realidad nos continúan vendiendo los mismos objetivos neoliberales que nos hunden cada vez más en la miseria social, en la barbarie, en el caos. Quien dice Socialismo dice Democracia. Quien dice Socialismo dice Civilización. Quien dice Socialismo dice Progreso.
Nos debe quedar absolutamente claro que sólo un sistema (globalizado, a ser posible) donde TODA la sociedad decida, y no sólo una élite privilegiada, podrá controlar los destinos de la Humanidad, y decidir con absoluta garantía y legitimidad. Ésos que nos intentan convencer de que la democracia plena es un camelo, un imposible y una utopía, son los mismos que contribuyen diariamente a que la democracia se pervierta, se prostituya y acabe convertida en un engendro que sólo beneficia a los de siempre, a los ricos y poderosos. El sistema actual, al estar dominado por estas élites, pone en grave peligro el bienestar de la mayoría. De hecho, hoy día, el bienestar de la inmensa mayoría social no está ya garantizado, y las personas son abandonadas a su suerte. El sistema actual tiende hacia el empobrecimiento de la mayoría de la población, tiende hacia su alienación (para poder implantarse gradualmente, controlando los posibles estallidos sociales), y tiende también hacia la extinción de nuestro hábitat natural, poniendo en peligro al planeta, y por tanto, a todas sus especies vivas, incluyendo a la especie humana. Es un sistema absolutamente demencial e insostenible. Sólo puede ser defendido desde el fanatismo, desde la irracionalidad, desde el despotismo, desde la ignorancia o desde la inmadurez intelectual, además de por los propios privilegiados que forman la élite que se beneficia del sistema.
El sistema, creo que lo estamos dejando bien claro mediante múltiples razonamientos y ejemplos, ha de ser gradual y progresivamente sustituido. No queremos abolir el capitalismo de un día para otro, esto no es una decisión que se tome por Decreto-Ley, no es algo que aparezca en el BOE, en uno de cuyos apartados podamos leer: "Queda prohibido el capitalismo". No es algo que un pregonero de pueblo nos pueda anunciar en la plaza, o que se publique desde el bando de una alcaldía. Hemos de ir evolucionando poco a poco, transformando las mentalidades colectivas e individuales, transformando nuestros modelos productivos, transformando nuestras escalas de valores, pero todo ello, por supuesto, apoyado desde políticas activas y concretas que sí vayan, poco a poco, abordando ciertos aspectos de funcionamiento de nuestra sociedad capitalista. Deben irse apoyando nuevos modelos comunales de participación, de cogestión y de propiedad, tales como el cooperativismo, el colectivismo, el estatismo, y otras variantes donde las empresas comiencen a pertenecer al ámbito público, bien al Estado, bien a sus propios trabajadores, para ir expropiando el poder a los grandes capitalistas. Todo ello deberá confluir, al final del recorrido, en modelos de propiedad social, que mezclan la pertenencia pública, esto es, la titularidad del Estado, pero la administración y la gestión por parte de los trabajadores, y de la propia sociedad. Entendemos que la propiedad social es el último escalón, el escalón definitivo, que garantiza además la plena democracia económica.
Y ello, por supuesto, dando por sentado que no queremos prohibir la existencia de pequeños capitalistas, pues de lo contrario, estaríamos bajo una dictadura. Bajo el socialismo aún pueden quedar pequeños capitalistas, con sus propias empresas, con sus propios negocios, donde se cultive la iniciativa privada, pero siempre bajo una óptica de rentabilidad social, de reparto de la riqueza, y de equidad y justicia social. Podrán pervivir ciertas dosis de capitalismo, a pequeña escala, pero limitado, y siempre controlados por el Estado. Cuando el sistema fomenta y permite la existencia de grandes capitalistas, ya estamos viendo que se degenera hacia la barbarie social. Los grandes capitalistas absorben el poder, e imponen su excluyente y egoísta visión del mundo y de la sociedad. Hemos de romper ese poderío, garantizando que el Estado (bajo una óptica democrática, bajo un enfoque de participación ciudadana) controla y garantiza que todas las personas satisfacen todas sus necesidades básicas. De lo contrario, el Estado, como ocurre ahora, adelgaza, degenera e involuciona peligrosamente, realimentando el capitalismo, la corrupción y la espiral autodestructiva. Hay que conseguir cambiar la propiedad sobre los medios de producción, democratizar los poderes del Estado, planificar la economía con participación social, de acuerdo al interés general, de la inmensa mayoría social, del conjunto de la población. Continuaremos en siguientes entregas.