"Estamos todos dispuestos a ser salvajes por alguna causa. La diferencia entre un buen hombre y uno malo es la elección de la causa"
(William James, 1842-1910)
Y en efecto, tenemos que ser radicales (salvajes, en expresión de James) por esta causa, por la causa del Proceso Constituyente. En palabras de Pedro L. Angosto, extraídas de su artículo "¡Muera la inteligencia!": "Desde que esos inútiles llegaron al poder, en su afán por analfabetizar al mayor número posible de ciudadanos, el Gobierno ha subido el IVA del cine y del teatro al veintiuno por ciento mientras mantiene el del fútbol al tipo básico del diez por ciento; transmite corridas de toros por la televisión pública en horario infantil; sube tasas y elimina becas en todos los niveles educativos mientras da barra libre a la creación de Universidades católicas reaccionarias que no exigen la selectividad para ingresar en ellas, pero si una buena cartera de euros calientes que servirán, en cualquier caso, para obtener un título con toda tranquilidad; proclaman el derecho a la vida de quienes no han nacido mientras condenan a la exclusión y a la miseria que conduce a la muerte a millones de personas que han sido apartadas del mercado laboral y tienen todas las papeletas para no regresar a él...".
Y continúa: "...recortan en Sanidad Pública hasta obligar a los enfermos a endeudarse para acudir a una de sus clínicas particulares y así saltarse las listas de espera que son la antesala de la privatización del sistema; dejan acéfalo al país obligando a sus mejores jóvenes a emigrar privándonos de los beneficios de su sapiencia; eliminan líneas de investigación enteras en el Centro Príncipe Felipe de Valencia, en el CSIC, en las Universidades y en los Hospitales, y en su lugar imponen el dogma católico como asignatura computable en la enseñanza secundaria conscientes de que la superstición mata la crítica y la rebeldía ante las injusticias; auspician que las cadenas de televisión generalistas y las tedetés emitan un porcentaje altísimo de programación basura que embrutece a los ciudadanos, liquidan las enseñanzas humanísticas de todos los ciclos formativos porque consideran que el saber si ocupa lugar, que formar seres humanos con un nivel cultural elevado es un peligro social; cuentan, venden y divulgan una historia que nunca ocurrió y ocultan nuestra realidad histórica para que los crímenes de Lesa Humanidad del franquismo desaparezcan para siempre en la noche tristísima del olvido, y enuncian, con otras palabras pero con el mismo objetivo, otro muera la inteligencia que mata nuestro presente e hipoteca nuestro futuro por muchas décadas".
Y muchos se preguntan: ¿porqué tenemos que romper con Europa? ¿No se puede hacer la revolución desde dentro? O son extremadamente ingenuos, o desconocen que dentro del sistema capitalista no existe posibilidad alguna de una "tercera vía", de un camino intermedio que aúne lo bueno del capitalismo y del socialismo en una nación oprimida, echando lo malo al basurero. No existe esta posibilidad ni en la hipótesis de que triunfasen las presiones de la UE en el sentido de "desmembrar" una parte del Estado Español porque la UE dejaría bien atada la cuestión de la propiedad privada, la de la pertenencia a la OTAN, la del dominio de la Instituciones burguesas, del pago de la deuda correspondiente a ese pueblo, de la presencia en su interior de ciertos aparatos del Estado Español, etc., de modo que, como hemos dicho, se saldría de una cárcel para entrar en otra. En el fondo de esta creencia y de otras fantasías, lo que existe es una ignorancia absoluta de lo que es el modo de producción capitalista, y como dijo Spinoza: la ignorancia no es argumento.
Me baso a continuación en un extenso artículo sobre la cronología de la construcción europea, elaborado por Agustín Morán, del CAES (Centro de Asesoría y Estudios Sociales), del que reproducimos algunos extractos de interés, para situarlos en el contexto que nos ocupa. Con el Acta Única Europea de 1986, se hizo visible la lógica dominante en el proceso de construcción europea: la creación de un Mercado Único. Y éste necesitaba de una Moneda Única. Ese objetivo se consagró con el Tratado de Maastricht de 1992, que dibuja una unidad europea, no política, ni cultural, ni social (ni siquiera económica ni fiscal), sino sólo monetaria. Una Europa para el Capital. En ella, lo que se unifica es la universalización de la forma mercancía, y su fetiche, el dinero. En la Europa del Euro las informaciones más relevantes para los políticos son las que se expresan en términos monetarios. La Institución que sobresale en poder e independencia sobre todas las demás es el Banco Central Europeo (BCE), que sin estar obligado por ningún poder democrático, obliga a todos los demás. De esta forma, no ha sido pensado para que se comporte como un auténtico Banco Central, al modo en que lo hace la Reserva Federal de EE.UU., ni el Banco de Inglaterra, ni el Banco de Japón, sino para ser simplemente un lobby de la banca privada europea.
El Euro es necesario para el buen funcionamiento del mercado único, verdadero contenido del proyecto europeo. Las condiciones macroeconómicas que imponen a los Estados miembros desde las Instituciones europeas, hacen imposible su propia soberanía porque impiden la aplicación de las políticas que necesitan sus ciudadanos, no sólo para salir de esta crisis, sino para prevenir crisis futuras. Ninguna medida de este tipo está siendo tomada, ya que no hay ni voluntad política para hacerlo, ni hueco dentro de los Tratados que definen la propia arquitectura de la Unión Europea. Sólo hay que comprobar con cuánto gusto busca Rajoy la aprobación de sus políticas por parte de los Comisarios Europeos, ya que todos están en el mismo barco, un barco que no incluye a la propia ciudadanía, a la que se relega cada vez más a condiciones de vida indignas. Se fomenta el mercantilismo, el desempleo, la precariedad y la pobreza, en aras a una supuesta disciplina fiscal que nunca acaba, y que es situada como coartada para la privatización de todos los servicios públicos, para el desmontaje del Estado del Bienestar, y para la eliminación de todos los derechos económicos y sociales de la población.
De esta forma, lo que los Gobiernos deciden, se presenta luego como un marco insuperable. Prisioneros de la jaula de hierro que ellos mismos han creado, desisten de medidas encaminadas a la creación de empleo, la protección social y ambiental, y la devaluación de la propia moneda, para ganar competitividad en los mercados internacionales. La debilidad de las Instituciones comunitarias, más intergubernamentales que europeas, junto a sus menguados recursos para limitar los efectos devastadores de la economía especulativa, contrastan con la independencia del BCE. Sin atenerse a control político alguno (ni de Gobiernos ni de Parlamentos, tanto nacionales como supranacionales), el BCE tiene como misión fijar la política monetaria (fundamentalmente, los tipos de interés) y velar por la estabilidad de precios que necesitan los capitales para moverse sin distorsiones en el espacio económico del Euro. Los objetivos prioritarios de esta política monetarista son la estabilidad monetaria a toda costa (precariedad, paro, pérdida de poder adquisitivo, pensiones, privatización de servicios públicos), y la estabilidad presupuestaria como un dogma sagrado (reducción del déficit público, objetivo de déficit cero, inclusión como mandado constitucional). Continuaremos en siguientes entregas.