"Ciudadano es quien puede participar del poder público"
(Aristóteles, "Política")
Para conseguir la democracia participativa, el problema no es tanto tener claro el sujeto político que ostenta el poder, lo cual puede estar más o menos definido, sino la existencia y el desarrollo de mecanismos que permitan de facto ejercerlo. Partiendo del ensayo titulado "Democracia sin intermediarios" de Juan Carlos Calomarde, que puede descargarse de la página (http://razonypolitica.blogspot.com), donde plantea una implementación muy concreta de la democracia ateniense trasplantada a nuestros días, vamos a realizar algunas reflexiones. Los griegos, que seguramente ya pensaron en esta controversia, dieron al concepto de Democracia el justo significado, pues en un sentido riguroso, la palabra griega "Kratos", segundo término del compuesto, significa fuerza, poder, dominio, soberanía efectiva. Esta noción aclara cómo ese poder no debe ser entendido como algo pasivo que se limite a residir formalmente en el sujeto pueblo ("Demos"), sino que además implica que sea ejercido activamente por él.
Sobre la participación popular en la democracia participativa, José López se expresa en los siguientes términos: "Hay que intentar tender a la situación en que los ciudadanos se impliquen lo máximo posible en los asuntos públicos, en la política, pero hay que tener en cuenta las limitaciones. Los ciudadanos no pueden, ni probablemente quieren, dedicar su tiempo libre en exceso a los asuntos públicos. Esto es en parte lógico. Sobrevivir ya consume mucho tiempo. Y el tiempo libre está para disfrutar de la vida. Aunque también es cierto que las nuevas tecnologías, como Internet, permitirían usar el tiempo de forma más eficiente. Los ciudadanos podrían participar mucho más en el control de los asuntos públicos sin perder demasiado tiempo. Se puede discutir si en determinado momento será posible que el pueblo ejerza directamente el control o no, pero lo que es indiscutible es que actualmente esto no se produce, ni podrá producirse a corto plazo. Además de medios técnicos, que actualmente quizás ya se den, sobre todo hace falta un cambio de mentalidad de la mayoría de los ciudadanos".
Tomemos como ejemplo el nivel local, la política municipal, para comprobar si esta filosofía sobre la participación y decisión popular se cumplen. El nivel de nuestra ciudad puede considerarse el más cercano al ciudadano/a, así que tendríamos aún más razones que en ningún otro nivel para justificar la implantación de una serie de mecanismos de democracia directa. Pero en cambio, son demasiadas las decisiones importantes que recaen sobre la exclusiva aprobación de una minoría. Los plenos municipales, y esto puede comprobarse diariamente en cualquier Ayuntamiento, son una representación en la que los miembros de los partidos escenifican lo que han acordado entre bastidores. Mientras tanto, la ciudadanía que acude de público queda atónita cuando se aprueban puntos del orden del día que van claramente en contra de los intereses de la mayoría social de dicho municipio, sin que además hayan contado con ellos y ellas. La única vía de escape de los ciudadanos/as se reduce a la simbólica toma de la palabra en el turno final de ruegos y preguntas, en la que durante un tiempo ínfimo será posible denunciar los abusos de la oligarquía electiva local, la cual con clara ventaja podrá cerrar el turno de palabra sin ninguna posibilidad de réplica por parte del público asistente. A tenor de todo ello, nos podríamos preguntar: ¿de verdad es el pueblo soberano quien decide?
Juan Carlos Calomarde, en la obra citada más arriba, y que tendremos ocasión de estudiar más a fondo en su momento, razona en los siguientes términos sobre la asunción del concepto de democracia en las sociedades actuales: "De esta manera, los griegos fueron los primeros en gozar de democracia, y en darle un contenido; es decir, no solamente unas Instituciones, sino también unos cimientos sobre los que reposar. Sin embargo, en la modernidad surge un sistema político diferente, que no comparte con aquélla ni sus Instituciones, ni sus principios, pero acaba recibiendo el mismo nombre. ¿A qué se debe esta especie de homografía? (...) es cierto que llamar de la misma manera a dos elementos que no son lo mismo es una incongruencia. Es posible que, con la intención de ganar algo de sentido, se decidiera apellidar como "representativa" a esta nueva "democracia", aunque deliberadamente la inclusión de este complemento se suele omitir, por lo que el régimen liberal representativo se acaba identificando como "democracia".
"Lo llaman Democracia y no lo es", rezaban las pancartas populares del movimiento 15-M, y efectivamente, cada día que pasa, cada acontecimiento que nos ocurre, cada noticia que sale a la palestra informativa, nos refuerza y nos lleva en el camino de dicha idea. No tenemos realmente una democracia participativa, no poseemos una democracia real donde el pueblo sea el sujeto soberano de sus decisiones. Las decisiones son tomadas por los representantes de la clase dominante, siervos del auténtico poder, el poder económico, en una especie de farsa participativa donde todo gira en torno a una jornada de votación cada cuatro años. De ahí que la incipiente formación política "Podemos" haya ideado el nombre de "casta" para esa élite económica, política, social y mediática que realmente nos gobierna. Pero está claro que el tipo de "Democracia" que disfrutamos se basa únicamente en la libertad, o si se quiere, en la capacidad o poder de elegir a sus representantes que (supuestamente) tiene el pueblo. Pero una vez elegidos, toda la acción y decisiones políticas descansan en ellos, y el pueblo pasa a un segundo plano.
Muchas veces el pueblo, incluso, no pasa a ningún plano, ya que sus deseos y preferencias son expresamente ignorados por nuestros políticos. Es una democracia recortada, limitada y encorsetada a sus funciones. Es una democracia en "play-back", donde otros deciden, mientras el pueblo hace como que participa. Incluso grandes medios de comunicación de nuestro país defienden esto como una democracia, legitimando el derecho para los representantes elegidos a que puedan gobernar "como les dé la gana" durante su etapa de legislatura. Está claro que esto se aleja mucho del concepto original de democracia, como gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. ¿De qué le sirve entonces al pueblo detentar el poder, si luego no puede ejercerlo? El pueblo, el soberano, como sujeto político, debe tener a su disposición todos los cauces, todos los mecanismos para ejercer dicho poder, o en caso contrario, estaremos hablando de otro régimen, sin duda no de una democracia (Peter Jones propone el término "oligarquía electiva", que nos parece muy correcto). Continuaremos en siguientes entregas.