"Aún nos queda mucho para ser verdaderamente humanos"
(E. Carbonell, Catedrático de Prehistoria y Codirector del Yacimiento de Atapuerca)
Estamos intentando, mediante este recorrido de las falacias capitalistas, de los mitos del mundo capitalista, ligados sobre todo al consumo, destacar las profundas contradicciones del sistema, y la peligrosidad de sus prácticas. En el artículo anterior de esta serie ya destacamos algunas, pero no acaban ahí. Aún tenemos más ejemplos. Se incita al ciudadano a reciclar las basuras, a no derrochar agua, a usar preferentemente el transporte público, a no aparcar en las zonas céntricas de las ciudades, a las empresas industriales a reducir las emisiones de gases contaminantes, pero por ejemplo, no se obliga a las empresas a invertir en energías limpias y no contaminantes. Mientras el mensaje oficial es de ahorro y previsión, las políticas gubernamentales son las primeras que inciden en un uso mayoritario de las fuentes de energía tradicionales, que son contaminantes, caras e inseguras.
Se habla hipócritamente de ecologismo mientras se consiente que las grandes empresas sigan contaminando...¿porqué sigue sin establecerse una inspección internacional sobre el tráfico de buques para evitar los vertidos y las catástrofes marinas, que se producen cada cierto tiempo, acabando con la flora y la fauna marinas, y con el equilibrio de los ecosistemas? Se hacen campañas para concienciar a los ciudadanos/as, pero se permite que los principales causantes de la contaminación, del cambio climático, como son las grandes empresas y las grandes fábricas, puedan seguir esquilmando y destrozando el medio ambiente. Se proyectan documentales y se nos informa de reuniones, al más alto nivel, donde no consiguen absolutamente nada, de cita en cita periódica. Se firman rimbombantes protocolos como el de Kyoto, que se convierten poco después de firmarlos en papel mojado, pues nadie los cumple. Hace tiempo que ya podrían usarse vehículos que no necesitan gasolina, como resaltamos en nuestro anterior artículo, pero se sigue dependiendo del petróleo, precisamente para atrapar a los conductores en las continuas fluctuaciones de su precio.
El capitalismo es inherentemente antiecológico. Su filosofía consiste en quemar todos los recursos, tanto naturales como humanos, que constituyen precisamente la única riqueza de que disponemos, la riqueza natural y el trabajo humano. Su obsesión por el crecimiento continuo provoca el agotamiento inexorable de todos los recursos, por más que no queramos darnos cuenta, debido a la lentitud con que se van agotando. La sumisión del capitalismo ante la obtención de beneficios a toda costa, a cualquier precio y a corto plazo, provoca inevitablemente la destrucción de la propia Humanidad, su paulatina deshumanización. El ecologismo y el capitalismo son, por tanto, realmente incompatibles. Su naturaleza es distinta, sus objetivos antagónicos. Un modelo económico acorde con el medio ambiente requeriría, por lo menos, una auténtica transformación radical del capitalismo. Requeriría, y esto es lo que no queremos ver, su sustitución por un modelo al servicio de la sociedad en su conjunto. A la Humanidad no le interesa la destrucción del medio ambiente, porque supondría su propia destrucción a medio plazo. Pero parece ser que aún no hemos entendido que el medio natural es nuestro hogar. Aún no estamos concienciados que el planeta es único, es nuestro medio de vida, es nuestra casa, y la estamos aniquilando.
Se necesita por tanto un modelo más responsable, y con unas perspectivas a largo plazo. El verdadero "desarrollo sostenible" (lo ponemos entre comillas porque ya de por sí es un oxímoron, una tremenda contradicción) pasa por la abolición del capitalismo, porque lo que es profundamente insostenible es el propio capitalismo. El capitalismo nos presenta un modelo económico irracional, y un sistema irracional está destinado al fracaso, no tiene futuro, no admite parches, debe ser erradicado. Una economía dirigida por una élite egoísta, irresponsable, insaciable, desalmada, con nula altura de miras, con profunda irresponsabilidad sobre el resto de los humanos, debe ser sustituida por una economía en la que la Humanidad en su conjunto se responsabilice de ella. Y una economía democratizada de tal manera, en tal grado, que no tome decisiones que atenten contra la habitabilidad presente y futura de nuestra especie. Necesitamos, en fin, la antítesis del actual capitalismo, caracterizado por el dominio y el poder de las minorías. Unas minorías a las que no les importa la destrucción de recursos, la explotación de las personas y de la naturaleza, la miseria, el hambre y la pobreza, con tal de continuar con su acumulación insaciable de riqueza.
La economía ecológica, con perspectivas globales tanto en el tiempo como en el espacio, con futuro, debe ser una economía democrática, no puede estar en manos de minorías. El destino del planeta, en manos de la minoría dominante, debe pasar a manos de la inmensa mayoría social. Debemos invertir los términos, democratizar el uso de los recursos naturales, devolver a la naturaleza a su sitio, respetar profundamente el medio natural, dejar de liquidar las posibilidades ligadas al extractivismo, que son las bases del actual consumismo. Y por otra parte, pasar a respetar profundamente el trabajo humano, dignificarlo, acabar con el esclavismo y la explotación laboral, que también es otro puntal de la economía consumista que padecemos. Como decía un viejo principio medieval: "Lo que incumbe a todos, debe ser decidido por todos". Y en el capitalismo, lo que incumbe a todos sólo es decidido por unos cuantos poderosos. Por consiguiente, creemos que ha quedado demostrado que no es posible una economía verdaderamente ecológica bajo el modelo capitalista. No es suficiente con el lavado de cara ecológico que practica el capitalismo para sobrevivir. La naturaleza ya nos está pasando factura. Y nos estamos engañando a nosotros mismos, acabando además con las futuras generaciones. El capitalismo puede hacer creer a la mayor parte de la población humana que es sostenible, pero no engaña a la naturaleza. El desastre ecológico que estamos sufriendo, en realidad, es la prueba más inequívoca del fracaso del modelo económico actual. Finalizaremos ya esta serie en la próxima entrega.