Y bastante a menudo pienso sobre nuestra respuesta [de EE.UU.] a todo esto, la que hemos practicado durante los últimos 15 años: más bombas, más misiles, más ataques con drones, más asesores, más irrupciones con unidades de operaciones especiales, más entregas de armamento y, pese a todo ello, ni un solo éxito ni victoria mesurable por cualquier estándar imaginable; solo más desestabilización de cada vez más regiones del mundo, más proliferación de grupos terroristas y la producción de todavía más seres humanos desarraigados, niños perdidos y refugiados... esto es, constantemente más y más gente aterrorizada y más terroristas
En el último artículo de esta serie estábamos exponiendo cómo la política exterior estadounidense dio prioridad a la organización y el fomento del fundamentalismo islámico como su respuesta contra las revoluciones sociales que se estaban llevando a cabo en muchos países africanos y de Oriente Medio. De hecho, gastaron ingentes sumas de dinero en operaciones especiales dirigidas por la CIA y el Pentágono. Les suministraron ayuda, estrategia y entrenamiento, alimentando ese fanatismo religioso. La principal fuente de financiación del fundamentalismo islámico procede del tráfico de drogas ilegales, sin contar la actual extensión de ISIS, que también se financia mediante el petróleo de los lugares que arrasan, y los bancos que actúan a su servicio. Y aunque todo este proceso, como decimos, fue iniciado por el imperialismo estadounidense, lo cierto es que ahora todo este monstruo se le está volviendo en contra, no sólo mediante la invasión de partes muy significativas de Oriente Medio, sino también por toda la oleada de terrorismo yihadista que se está perpetrando contra poblaciones occidentales.
Y además, en sociedades donde el Estado es incapaz de proporcionar los servicios básicos a su población (salud, educación, empleo...), bien por incapacidad o corrupción de sus gobernantes, o bien (caso más típico) porque el Estado se halle en completo proceso de descomposición, mediante el caótico gobierno de tribus rivales, de etnias enfrentadas o de sentimientos religiosos contrarios, el fundamentalismo islámico ha utilizado y utiliza estas privaciones para construir sus propias fuerzas. Con apoyo de algunas potencias, y aprovechándose del caos causado por sucesivas guerras, atentados y conflictos, la propuesta fundamentalista ha creado escuelas religiosas para entrenar y desarrollar todo un ejército de fanáticos desde muy temprana edad, y de cualquier procedencia, que después se convertirán en materia prima de los atentados terroristas que se perpetúan a lo largo y ancho del globo. Esta opinión de que este fundamentalismo no es casual, de que su aparición obedece a motivaciones geopolíticas, es también compartida por el economista egipcio Samir Amin. Retomemos sus palabras: "Imperialismo y fundamentalismo cultural marchan juntos. El fundamentalismo de mercado requiere del fundamentalismo religioso. El fundamentalismo de mercado dice: "subviertan el Estado y dejen que el mercado en la escala internacional maneje el sistema". Esto se hace cuando los Estados han sido desmantelados completamente. Sin Estados nacionales, las clases populares son minadas por la carencia de su identidad de clase. (...). El fundamentalismo étnico y el religioso son instrumentos perfectos para propiciar y dirigir el sistema político. Estados Unidos, como muestra el caso de Arabia Saudita y Pakistán, siempre ha apoyado el fundamentalismo islámico".
Definitivamente, en ese clima de desesperación de grandes masas de musulmanes (y más aún de su juventud), la salida violenta puede aparecer siempre como una tentación. Los líderes religiosos insisten en sus mensajes del retorno a la pureza de la práctica del Islám, de forma torticera y manipulada, y al convertirse en pensamiento dominante, la perversa acción sobre las masas es inmensa. Y en ese complejo caldo de cultivo, hunden sus raíces los movimientos integristas, y la muerte no tarda en aparecer, creando el contexto terrorista, el campo de la acción armada y violenta. Pero nos hacíamos al principio estas preguntas: ¿A quién beneficia este fundamentalismo violento? ¿Representa realmente un camino de liberación para las desesperadas y empobrecidas masas de musulmanes? Durante una entrevista en 1998, Zbigniew Brzezinski, el que fuera Asesor de Seguridad Nacional durante la presidencia de Jimmy Carter, admitió claramente que Washington había fomentado deliberadamente el fundamentalismo islámico para tenderle una trampa a la Unión Soviética buscando que ésta entrara en guerra: "Llenarle su patio trasero de mierda", fueron sus palabras textuales. Cuando se le preguntó si lamentaba haber ayudado a crear un movimiento que cometía actos de terrorismo por todo el mundo, declaró: "¿Qué es lo más importante para la historia mundial, los talibanes o el colapso del imperio soviético? ¿Varios musulmanes fanáticos o la liberación de Europa Central y el fin de la Guerra Fría?". Esos "varios musulmanes fanáticos" están pasando ahora una factura descontrolada no sólo a USA, sino al resto del mundo, tanto oriental como occidental.
Por tanto, es preciso desmentir falacias, y comenzar a colocar las cosas en su sitio. En realidad no estamos ante un "choque de civilizaciones" entre Islam y Occidente como cínicamente se ha presentado desde los medios de comunicación dominantes, ni desde los líderes políticos de las mayores potencias mundiales. Si hoy día este "terrorismo islámico" es el nuevo demonio, esto no responde más que a un maquiavélico e interesado montaje mediático. La relación entre el imperialismo estadounidense y el terrorismo del fundamentalismo islámico es simbiótica. La llamada "guerra contra el terror" (y de otras formas) no es más que una cubierta para la violencia militar que persigue lograr los objetivos geoestratégicos mundiales de los Estados Unidos. Esta reacción, como afirmábamos en los primeros artículos de la serie, sólo generará más reclutas para los ejércitos fundamentalistas islámicos, más odio, más terror y más barbarie. Se desencadenarán nuevos actos de terror contra objetivos occidentales, que serán a su vez la excusa para nuevas escaladas de agresión por parte de dichas potencias occidentales en todo el mundo. La paranoia ha invadido a Occidente, que ya declara "estar en guerra" contra el "terror islamista", y una población aterrada resulta ciertamente manejable.
Los intereses para mantener toda esta histeria colectiva están claros. El papel que siguen jugando es absolutamente funcional a la nueva estrategia del complejo militar-industrial estadounidense, así como las grandes corporaciones transnacionales, que son las beneficiadas últimas de toda esta escalada. La situación está clara: un monstruo despiadado, feroz y ávido de sangre amenaza a Occidente, a cada nación, en cada rincón. Hoy día todos estos grupos o facciones fundamentalistas (ISIS como la principal de ellas) amenazan a toda la civilización humana, poniendo bombas, inmolándose o empujando camiones contra grupos de personas. Da igual la estrategia, el fin último es sembrar el terror. Ahí están esos fanáticos fundamentalistas musulmanes constituyéndose en enemigos de Occidente, del mundo libre, de nuestros valores, de nuestra cultura, y de nuestras libertades. Y ahí están las Fuerzas Armadas de ese gran país que es Estados Unidos, teniendo la legitimidad y la justificación universal para ejercer su proyecto de defensa planetaria. El miedo está instalado. Ahora hay que perpetuarlo. Bien, este es el relato oficial. Este es el relato dominante, el que nos cuentan la inmensa mayoría de medios de comunicación, pero....¿es el relato correcto? Dejo la reflexión a los lectores, a tenor del material que hemos puesto sobre el tapete. Continuaremos en siguientes entregas.