Tenemos que organizarnos para defender el derecho a la vida de la gente que, desesperada, escapa de sus países y viene buscando paz y salvaguardar nada más y nada menos, que su propia existencia y la de sus hijos. Los pobres y descastados no tienen nacionalidad. No hay pasaporte para la pobreza
Aportábamos datos, desde el artículo anterior, sobre la violencia estructural que se practica asiduamente en nuestra frontera sur, es decir, en la frontera hispano-marroquí, basados en el informe de las organizaciones Iridia, Novact y Fotomovimiento, y comentados por Enric Llopis en este artículo para el digital Rebelion. Como estas mismas organizaciones reconocen, su trabajo es tedioso, y presenta innumerables dificultades. Documentar lo que ocurre en nuestra Frontera Sur no resulta un trabajo fácil, cómodo ni sencillo. Los autores del informe afirman que su trabajo se encuentra continuamente con las trabas de las fuerzas de seguridad, tanto españolas como marroquíes. Parece ser que es algo común, ya que otras organizaciones, asociaciones y activistas también han denunciado en muchas ocasiones estas dificultades, debido a la represión policial. La conclusión lógica nos lleva a pensar que, desde los estamentos oficiales, no se ve con buenos ojos que lo que ocurre allí sea conocido y documentado, elevado a la opinión pública, y para ello recurren a todo tipo de injusticias y artimañas, amparados por una legalidad cómplice. Hoy día parece que los Estados tienen una extraña e indecente habilidad para dar la vuelta a la tortilla de los Derechos Humanos, y hacer aparecer como delincuentes a las personas que los reivindican y que luchan por ellos. Bomberos, activistas de ONG (Open Arms, por ejemplo), activistas que salvan vidas, aquéllos que luchan por sus derechos (como el caso de Helena Maleno, afortunadamente con final feliz), y otros muchos nos llevan a pensar en esta dirección. Otro ejemplo fue la multa de 1.500 euros impuesta a la Asociación Prodein, acusada de "actos vandálicos" y "concentración ilegal", cuando organizaron un acto con niños y niñas de la calle para despedirse de un compañero muerto en Melilla. El informe citado, cuyas conclusiones estamos presentando, incluye también el caso de la fotógrafa Ángela Ríos, detenida en marzo de 2015 cuando trabajaba en el entorno de la valla melillense. Fue acusada de un presunto delito de tráfico de inmigrantes. Un juez archivó posteriormente el caso. Podríamos poner cientos de ejemplos más, que están a la orden del día. ¿Es señal de comportamiento de una sociedad plenamente democrática? Nos parece que no.
Nos parece más bien la actitud típica de un Estado hostil, de unas Fuerzas y Cuerpos de Seguridad que no desean que sus verdaderas labores sean conocidas, que sus prácticas sean reveladas, y que para ello cuentan con la complicidad de todo un sistema represivo a su servicio. Pero en fin...¿qué vamos a esperar de un Estado donde aún posee vigencia la Ley Mordaza? Pero volviendo al tema que nos ocupa, que es la violencia estructural en nuestra frontera sur, el informe de referencia presenta también el conocido y triste caso de las porteadoras, ya que ellas también sufren acoso, violencia y abusos de forma sistemática. Las porteadoras son también protagonistas de la vida cotidiana en la Frontera Sur. En su inmensa mayoría mujeres y de nacionalidad marroquí, tienen edades comprendidas entre 35 y 60 años y muchas de ellas viven en las zonas de Tetuán y Nador. Estas porteadoras trabajan por su cuenta, o a cambio de una cierta comisión. Se trasladan a Ceuta y Melilla para recoger fardos que pueden pesar alrededor de 90 kilos, que después transportan a territorio marroquí. Entonces entregan el fardo con las mercancías al cliente (en caso de trabajar por una comisión pueden cobrar entre 3 y 5 euros por fardo). Uno de los mayores problemas para ellas radica en el propio diseño de los pasos fronterizos, que lleva invariablemente a las aglomeraciones y al hacinamiento. Además, desde la apertura de los pasos a las 6 de la mañana hasta el cierre, las porteadoras intentan atravesarlos el mayor número posible de veces, con el fin de aumentar sus escasos ingresos. En las zonas de Ceuta y Melilla donde trabajan estas mujeres, operan la Guardia Civil y las Unidades de Intervención Policial (UIP). El informe, citando como fuente a varias organizaciones sociales, señala que "uno de los puntos donde se produce mayor violencia policial es en los pasos desde territorio español a marroquí; los casos de violencia verbal son diarios y las agresiones físicas muy comunes". Como podemos comprobar, necesitamos una nueva Política de Fronteras que no se centre en los elementos, diseños y estructuras que generan violencia de forma estructural, salvaguardando y preservando los derechos humanos.
Citado en algún artículo anterior de pasada, hemos de remarcar que uno de los episodios más trágicos de violencia ocurridos fue el de la playa de El Tarajal (Ceuta), el 6 de febrero de 2014. A aquél grupo de migrantes, a la orilla de esa playa, en territorio español, les esperaban en grotesco comité de bienvenida, personal de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, equipados con abundante material antidisturbios, pelotas de goma incluidas, a pocos metros de los náufragos. Existen imágenes de todo ello, así como de lanchas de salvamento marítimo que no pudieron llegar a tiempo para evitar aquélla inútil e injustificable masacre: la muerte de 15 personas, en su mayoría dentro del agua, en ese tramo de frontera que parece muy difícil de trazar. Los migrantes sin embargo lo trazan muy bien, porque para ellos significa la frontera entre el hambre y la ocasión de poder emprender un proyecto de vida digno. Pero al parecer, no se lo ponemos nada fácil. Este episodio ha sido relatado por diversas fuentes, nosotros hemos elegido el presentado por Antonio Martínez López, Profesor de Sociología de la Universidad de Granada, en sus reflexiones publicadas en el digital Rebelion, al mes siguiente de los tristes hechos. Se sucedieron un sinnúmero de declaraciones confusas, contradictorias, unas más presentables que otras. Los responsables institucionales no estuvieron a la altura, ofreciendo relatos, algunos de los cuales eran auténticamente surrealistas. Este macabro acontecimiento sirvió para prohibir el uso de pelotas de goma en las operaciones de control fronterizo y de salvamento de los migrantes náufragos. Antonio Martínez expresa lo siguiente, refiriéndose al entonces Ministro del Interior (PP), Jorge Fernández Díaz: "Para el Ministro son inmorales todos aquéllos ciudadanos que se atrevan a anteponer en su pensamiento la existencia de quince personas inocentes muertas a la intachable actuación desde siempre, ahora y para siempre de la Guardia Civil, que para él sólo responde ante Dios y la historia". En efecto, teníamos la desgracia en esas fechas de tener que soportar a un Ministro de Interior, digamos, muy especial, que alentaba, por ejemplo, a que todas las personas que discrepáramos de su política, les diéramos nuestra dirección y teléfono, para poder enviar los migrantes a nuestra casa. Toda una ocurrencia digna de su triste personalidad.
De nuevo, tirando de ironía, comenta Antonio Martínez: "Duele la muerte, pero puede doler más al ciudadano desarmado que subvenciona el gasto en municiones de las fuerzas del orden, que se produzcan estos derroches de recursos...en época de recortes. Duele mucho saber que los mismos guardianes de nuestra seguridad son los que están impulsando un código penal que podría llevarnos de nuevo a una edad de piedra con pelotas de goma, gases lacrimógenos, y escudos dispuestos en escuadrones de asalto al más puro estilo de la hollywoodiense Braveheart. Mal, muy mal asunto...la gente está muy asustada, y el miedo nunca es buen consejero de la democracia". Y concluye preguntándose: "¿Entendemos a día de hoy por derechos humanos, lo mismo que creo que entendían los que los pusieron en marcha y los centenares de miles de ONG's y movimientos sociales ciudadanos que les han dado cuerpo: un conjunto de derechos que tienen en su centro de gravedad el derecho a la vida de todos los seres humanos que existen en este triste, entristecido planeta?". Pues mucho nos tememos que no. Y no sólo que nuestra visión de los derechos humanos no es la misma, sino que además el escrupuloso respeto a los derechos fundamentales de todas las personas del mundo se viola constantemente, en aras a otros falaces eslóganes. Incluso son capaces (nuestros desalmados gobernantes, se entiende) de, en un ejercicio de cinismo sin límites, enarbolar la pancarta de la libertad, la justicia y la democracia, asentados sobre los pilares del desprecio a la vida humana en todas sus dimensiones. Es, por desgracia, el escenario al que actualmente asistimos. Y así, en el caso que nos ocupa del Tarajal, no solamente tuvimos que escuchar mil versiones distintas, falsas, incompletas y contradictorias entre sí, sino que además todo ello fue acompañado de una campaña mediática (de los medios de comunicación del régimen, cómo no) que se esforzaba en presentar (aún lo hacen) a las personas migrantes como auténticas hordas violentas.
Este artículo publicado en el medio vasco Naiz ofrece un resumido rosario de todas ellas, en él nos basamos a continuación. La sucesión de vergonzosas declaraciones debió llevar a dimisiones inmediatas, pero no ocurrió así. Unos hechos y unas declaraciones sólo explicables por el afán de ocultar una realidad que, sin embargo, poco a poco fue aflorando a la superficie gracias a diversos testimonios, contradeclaraciones y vídeos grabados por algunas personas. A continuación los políticos y gobernantes se enzarzaron en la burda polémica sobre si los migrantes habían alcanzado suelo español o no. Los hechos confirmaron, en cualquier caso, la devolución de personas migrantes sin expediente administrativo alguno (lo que se ha dado en llamar "devoluciones en caliente"), prohibidas por la legalidad internacional, la normativa española y la europea. Todo un absurdo y macabro serial para intentar ocultar unos hechos absolutamente reprochables e intolerables, fruto de una sociedad violenta, desquiciada y fuera de lugar. Un esperpento que llevó al propio Ministro del Interior a contradecirse en una misma frase, cuando habló de la muerte de "15 personas en Ceuta, perdón, formalmente ha sido en Marruecos". ¿De verdad tiene mucha importancia donde hubiesen muerto esos migrantes pobres? ¿De verdad necesitamos ir a medir con una cinta métrica si ha sido en el lado español o marroquí donde han fallecido? ¿De verdad este señor no tenía más argumentos para justificar tal aberración? Paralelamente a las mil y una versiones ofrecidas por las autoridades españolas, nuestras autoridades de entonces (2014) fueron tejiendo un discurso donde la Guardia Civil pasaba de verdugo a víctima, sosteniendo que "el grupo de inmigrantes ha mostrado actitudes violentas". El propio Director de la Guardia Civil de dicho Gobierno, Arsenio Fernández de Mesa, lamentó que las ONG se preocupen solo por los migrantes y no de las condiciones en que trabajan los uniformados, en un intento de justificar lo injustificable. Es como si nos dijeran que siempre nos preocupamos de los palestinos, y no de las condiciones de vida de los israelíes. ¿Cabe mayor desvergüenza? Intentar difundir una equidistancia entre el oprimido y el opresor es de cobardes, en el mejor de los casos. Continuaremos en siguientes entregas.