Cristóbal Colón, con su histórico viaje en 1492, sentó las bases de la dominación colonial, con consecuencias indudablemente presentes hasta nuestros días. Colón buscaba recursos naturales, especialmente especerías, sedas, piedras preciosas y sobre todo oro. Su viaje, en consecuencia, abrió necesariamente la puerta a la conquista y la colonización. Con ellas, en nombre del poder imperial y de la fe, empezó una explotación inmisericorde de recursos naturales, con el consiguiente genocidio de muchas poblaciones indígenas
Continuando con el asunto del mestizaje (siguiendo de nuevo el fantástico artículo de Carlos de Urabá), hemos de afirmar que el fruto de estas uniones violentas y bajo estado de shock no es otro que la existencia de niños y niñas bastardas, infantes huérfanos de padre y no reconocidos, cuya crianza tenían que asumir las madres indígenas sin ninguna posibilidad de reclamar sus derechos. Los historiadores monárquicos han pretendido hacernos creer que dichas uniones eran legales, y que ambos contrayentes (como si estuvieran en un plano de igualdad) habían dado un consentimiento mutuo. No es fácil imaginarse esa situación. ¿Se conocieron en qué lengua? Tendríamos que presuponer que los españoles dominaban las lenguas de los nativos (el quechua, el tzeltal, el chichimeca, el tolteca, el chibcha, el harauaco, el guaraní...). Más bien no. El mestizaje representó un verdadero trauma, un fenómeno biológico que generó gran inestabilidad emocional y un terrible complejo de inferioridad. Ramiro de Maeztu ha dejado dicho: "El hombre inferior admira y sigue al superior, para que lo dirija y proteja". En el virreinato los mestizos no tenían derecho a herencia, o a ejercer cargos públicos pues su sangre era considerada impura. La tendencia de ese fruto híbrido era la de identificarse más con el español o el europeo en general, despreciando por completo su "origen salvaje". Por paradójico que parezca, el racismo del mestizo hacia el indígena es mucho mayor que el del blanco hacia el negro. Los conversos se volvieron más fundamentalistas que los propios conquistadores y los frailes doctrineros. Pero existía un problema añadido: el virreinato tenía que mantener impoluto el rancio abolengo de los nobles castellanos, para lo cual la Corona española tuvo que comenzar a permitir, incluso estimular, los viajes de mujeres solas a las Américas. ¿Cuántas mujeres españolas viajaron solas a las Indias en ese período de 300 años de conquista y colonización? La emigración de mujeres peninsulares tenía por objeto evitar que los colonizadores se mezclaran con las nativas con el propósito de preservar la pureza racial (eugenesia) y mantener la hegemonía de la cultura española.
De entre las cifras conocidas, sabemos que entre 1493 y 1518 tan solo viajaron 308 mujeres españolas a América, pero ya en 1600 se contabilizaron un total de 10.000. Es difícil dar una cifra fidedigna, pero creemos seguro que durante el virreinato no superaron las 30.000. La población española en el siglo XVI no superaba los 6 millones de habitantes. Pero evidentemente, no cualquier mujer podía viajar en aquella época. A las mujeres se les prohibía viajar solas pues necesitaban una carta de autorización del esposo o del padre reclamándolas o un tutor masculino que las acompañara. La mayoría de las colonas pertenecían a la nobleza, eran esposas de virreyes, de militares, de oidores, de altos funcionarios reales, o bien eran mujeres soldado, gobernadoras, hijas de..., etc. No obstante, otras viajaban como doncellas, criadas, institutrices, y por supuesto, también viajaban las monjas adscritas a las órdenes religiosas invasoras. No existían por tanto permisos para solteras o mujeres solas, ya que podrían ser confundidas con prostitutas o vagabundas. ¿Acaso alguna española se casó con un indígena o con un negro? Creemos que no, ya que en aquella época los prejuicios religiosos y racistas impedían cualquier unión entendida como "anti natura" que sería vista como una provocación inaceptable. En aquellos tiempos, toda mujer decente estaba obligada legal y moralmente a imitar las vidas ejemplares de sor Juana Inés de la Cruz o de Santa Rosa de Lima. Por supuesto, no toda la población permaneció impasible ante el abuso y el genocidio que se estaba cometiendo. Una pequeña parte de la población española, la más culta y sensible, reaccionó ante toda aquella barbarie. Por ejemplo, los doctores de la Universidad de Salamanca, embebidos en la piedad y la caridad cristianas, se escandalizaron por el maltrato que recibían los nativos, y protestaron ante la Corona española. Como consecuencia de sus reclamos, se promulgaron en 1542 las llamadas "Leyes Nuevas de Indias", que prohibían expresa y tajantemente su explotación y toda forma de esclavitud de los gentiles. Pero esas leyes, que siguieron funcionando hasta 1748 (ya en tiempos del reinado de Carlos III), no eran más que papel mojado. En efecto, las Leyes de Indias ordenaban a los funcionarios coloniales, a las audiencias reales, los capitanes generales, gobernadores, corregidores, alcaldes y cabildos, que se ofreciera un buen trato a los nativos. Pero existe un dicho castellano muy conocido que reza: "Las leyes se acatan, pero no se cumplen".
La situación real era muy diferente: los esclavos indígenas o negros eran explotados en duras jornadas de sol a sol en las plantaciones, las haciendas, las minas, las canteras, las obras públicas, o en la construcción de templos, palacios o catedrales. Mientras, las mujeres indígenas cumplían las funciones de siervas o mucamas dedicadas a tiempo completo a la atención de sus amos y de las órdenes religiosas. Cualquier acto de rebelión se castigaba con la pena de muerte ejecutada públicamente para que sirviera de escarmiento a sus congéneres. Paralelamente a todo ello, el sistema feudal español de la época también fue instalándose poco a poco allende los mares. Y así, en América, al igual que en la península, cobró un gran protagonismo la figura del terrateniente, del gamonal, del hacendado. Ese señor feudal se reservaba las mejores tierras y la mayor cantidad de esclavos indígenas a su servicio (derecho de pernada incluido). En esos barracones de las mitas, obrajes, encomiendas, reducciones y resguardos se obligaba a la indiada a ejercer las penosas labores como si se tratara de bestias humanas que trabajaran a destajo sin importar si estaban enfermos o mal alimentados. Un insoportable sufrimiento que conmovió a Fray Bartolomé de las Casas, que compadecido reclamo al Rey católico para que los indígenas fueran sustituidos por esclavos negros. La institución de la encomienda era un calco de la Reconquista cristiana en los territorios de Al-Ándalus: un señor feudal protegía a sus súbditos a los que explotaba y además cobraba un tributo. La fundación de las nuevas ciudades americanas requería imperiosamente de mano de obra para levantar palacios solariegos, iglesias, catedrales, y grandes obras públicas como puentes, acueductos, caminos, murallas, castillos o puertos. La segregación racial obligaba a los indígenas a usar determinada vestimenta muy distinta a la de sus amos españoles, así como a confinarlos en guetos o reservas indias, lejos de las zonas habitadas por los hidalgos y señores, en una clara reminiscencia del apartheid. La mayoría de los cronistas de la época eran clérigos o misioneros (los pocos que en aquel entonces sabían leer y escribir), que imbuidos por los prejuicios religiosos mezclaban la fábula y la fantasía en sus epopeyas y narraciones de la vida cotidiana. Es por sus escritos como hemos conocido gran parte de los relatos de la época, que se conservan en la actualidad.
Y así, en España existen innumerables organismos e instituciones donde reposan los legajos y la documentación de los cinco siglos de historia de los territorios de ultramar. Entre los principales se encuentran el Archivo de Indias de Sevilla (mandado construir por Carlos III), el Archivo General de Simancas, el Archivo Histórico Nacional (Madrid), el Archivo de la Corona de Aragón (Barcelona), el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, el Archivo Histórico de la Nobleza de Toledo, el Archivo Central de Cultura en Madrid y en multitud de archivos particulares guardados por los descendientes de sus protagonistas, tales como el Duque de Veragua, el General Polavieja o el Virrey del Perú José Abascal. Se trata de documentos generados por instituciones coloniales, cartas de correspondencia privada u oficial, y relatos de los clérigos y misioneros. También se encuentra una importante documentación en los archivos ingleses, franceses, de los Países Bajos, alemanes, e incluso italianos (del Vaticano). También existen documentos redactados por cronistas, prelados, geógrafos, botánicos aventureros, cartógrafos, cosmógrafos, navegantes, militares o bachilleres que se reconocían como testigos directos de los sucesos acaecidos en las Indias durante el período colonial del Virreinato. Pero nosotros nos preguntamos...¿es esa toda la verdad? Lo cierto es que los nativos jamás pudieron escribir su propia historia, dar su propia versión de la invasión y del despojo de sus tierras. Relatar todo el sufrimiento causado a generaciones enteras de nativos. En esta historia, los indígenas son sujetos pasivos tratados como menores de edad, carentes de uso de razón, que tenían que resignarse a aceptar los designios divinos. No, nunca llegaremos a conocer toda la verdad. Pero al menos, lo más prudente y justo es intentar ofrecer un relato lo más cercano a la verdad, contando no solo la visión de los invasores, sino también la de los sometidos. Dichos relatos son ya más escasos, y hemos de buscarlos por otras vías, bebiendo de otras fuentes. Recientemente se han escrito algunas obras de referencia que nos pueden ayudar a alcanzar otros puntos de vista, y otros relatos de los hechos. A ellos también nos remitimos. Pero los historiadores españoles revisionistas tratan de demostrar desesperadamente que la obra del descubrimiento, la conquista y la colonización de las Indias, Asia o África fue la más grande epopeya jamás realizada por el ser humano. Su versión constituye el relato dominante, aquél que ha ilustrado páginas y páginas de los libros de texto de los estudiantes de muchas generaciones.
Por tanto, es lógico pensar que cueste bastante trabajo echar abajo ese relato, que además es abanderado por la derecha política, social y mediática más salvaje, pues ensalza el orgullo patrio, recuperando parte de la filosofía del franquismo, que aludía a un pasado histórico brillante, como "civilización más antigua de Occidente". Este relato dominante define aquella gesta histórica como "una sagrada misión llevada a cabo por virtuosos varones impregnados de altruismo y filantropía". Pero nada más lejos de la verdad. A los que pensamos diferente, a los que creemos en otro relato, se nos acusa de enemigos de la patria, y de desacreditar la epopeya del descubrimiento para no reconocer los hechos históricos. Son nostálgicos de ese Imperio hundido y decadente, "donde nunca se ponía el sol", pero que aún mantiene con mano firme la sagrada "unidad de España" (básicamente la obra de los Reyes Católicos, construida igualmente mediante persecuciones y expulsiones), contra la que luchamos los que defendemos una España Federal. Desde entonces, los historiadores e investigadores, los filólogos y antropólogos, los escritores adheridos a dicho relato pro monárquico a sueldo del CSIC, del Ministerio de Cultura y patrocinados por la Casa Real, la Casa de Alba y los Grandes de España se han comprometido en cuerpo y alma a blanquear la leyenda negra, y a que solo se difunda su relato. Y para ello cuentan con millonarios presupuestos y el apoyo incondicional de instituciones oficiales, editoriales y entidades privadas (fundaciones, asociaciones...). Pero es un relato injusto y manipulado, un relato increíble. Al fin y al cabo, la Corona española siempre ha pretendido endiosarse manipulando la historia imperial en función de sus intereses. Aducen que todo está documentado, que todo está archivado y compulsado con sellos de autenticidad, por lo que nadie puede refutarlos pues ellos son los notarios de la verdad. No es cierto. Los exaltados españolistas, adheridos a la derecha más cruel y decadente, se enorgullecen de la supuesta conquista "solidaria y compasiva". Incluso alegan que hombres como Hernán Cortés o Francisco Pizarro deben ser considerados libertadores de los pueblos indígenas oprimidos por el yugo dictatorial tanto de los Aztecas como de los Incas. Sin más comentarios. Continuaremos en siguientes entregas.