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15 agosto 2019 4 15 /08 /agosto /2019 23:00
Viñeta: Anne Derenne

Viñeta: Anne Derenne

Robar es un delito…sólo para los pobres

Pancarta Popular

Tanto en los países pobres como en los ricos, las élites utilizan su mayor influencia política tanto para ganarse el favor de los Gobiernos de turno (en forma de exenciones fiscales, contratos exclusivos y privilegiados, concesiones especiales, subvenciones...), como para oponerse a la introducción de políticas que puedan fortalecer los derechos de la mayoría social. Y así, la enorme capacidad de influencia política que las grandes empresas pueden ejercer para manipular las leyes en su favor (aplazar, derogar, aprobar, modificar textos legales y normativos) ha incrementado sustancialmente la concentración de poder y dinero en muy pocas manos. Las labores de lobby llegan a ser tan poderosas que estas corporaciones invierten miles de millones de euros al año para fortalecerlos, y que su actividad sea más eficaz. Las instituciones financieras (que en la entrega anterior habíamos situado como la base del gran edificio de la corrupción) dedican más de 120 millones de euros anuales a financiar auténticos ejércitos de lobistas que trabajan para influir sobre las políticas de la Unión Europea en favor de sus intereses. Por su parte, muchas de las personas más ricas del mundo amasaron sus fortunas gracias a las concesiones gubernamentales exclusivas y las privatizaciones inherentes al fundamentalismo de mercado. No se trata (como ya analizamos en el primer bloque temático) de gente dotada de especial inteligencia, ni de especial valentía, ni de especial suerte, sino simplemente de gente con especial influencia. En el informe "Acabemos con la desigualdad extrema" de Oxfam Intermón se ilustran algunos ejemplos: "La privatización en Rusia y Ucrania tras la caída del comunismo convirtió a los políticos en multimillonarios de la noche a la mañana; Carlos Slim amasó sus muchos miles de millones garantizándose derechos exclusivos sobre el sector mexicano de las telecomunicaciones cuando éste fue privatizado en la década de 1990". Podríamos citar miles de casos por el estilo. Pero está claro que todos ellos son casos de corrupción, en el sentido de que, por vías lícitas, estas personas jamás habrían llegado a amasar sus fortunas. La edición de noviembre de 2016 de la Revista Papeles se tituló "Corrupciones", y animo a mis lectores y lectoras a que la tomen como referencia ilustrativa de hasta dónde llega el volumen de la misma en nuestro país, y en general en el mundo capitalista. 

 

La corrupción es la propia manifestación del sistema cuando entra en estado tumoral, es la metástasis del sistema. Nos quieren convencidos de que la corrupción son unos cuantos casos aislados, que además no están asignados a las organizaciones, sino a las personas que los cometen. Falso por los cuatro costados. Ni son unos cuantos casos aislados (ya que son miles), ni son achacables a determinadas personas que son corruptas por naturaleza humana, sino que es el comportamiento natural del propio sistema, cuando necesita garantizar un volumen de negocio y una determinada demanda. Y así, blanqueo de capitales, posición abusiva de mercado, creación de cárteles, apropiación indebida, manipulación contable, fraude, cohecho, malversación de caudales públicos, tráfico de influencias, estafas, sobornos, evasión de impuestos, pago de comisiones, sobresueldos, puertas giratorias, y un largo etcétera de comportamientos delictivos o inmorales "forman parte de un extenso catálogo de prácticas corruptas, con las que convivimos diariamente, que llegamos a normalizar, y que nos conducen a una seria reflexión sobre la necesidad de crear una nueva cultura cívica, con mayor preocupación por la democracia real, la defensa de lo público y la construcción de lo común" (contaban los redactores del número indicado de dicha Revista). Lo que normalizamos es la desigualdad, materializada, por ejemplo, en que determinada empresa tenga que cerrar porque no obtiene contratos para sus actividades, mientras que otras se hagan gigantes y se extiendan por todo el mundo, por el descomunal e indecente grado de influencia política que disfrutan. Es la arquitectura de la desigualdad, que condena a determinadas personas o empresas a la indigencia, mientras a otras las encumbra al poder más absoluto. Según Santiago Álvarez Cantalapiedra (Director de la publicación), la corrupción es la expresión del predominio de una lógica particularista sobre la prosecución del bien común. La corrupción no tiene como única consecuencia el enriquecimiento ilícito de unos pocos a costa de los demás, sino que también provoca enormes costes para el conjunto de la sociedad, en términos de desconfianza, desmoralización y deslegitimación de unas actividades fundamentales para garantizar el ejercicio de los derechos de todas las personas. La consecuencia más devastadora consiste en que la democracia se socava, se resiente profundamente. 

 

La corrupción es muchas cosas a la vez: es síntoma de una enfermedad social, es traición a la comunidad y a los bienes públicos, es creación de una arquitectura de la impunidad, es la privatización de la regulación, es la normalización de prácticas ilícitas, es la decadencia de un imaginario colectivo, es el declive de unos valores de limpieza y ética en la actividad pública, y es un modo, ya lo hemos dicho, de perpetuar la arquitectura de la desigualdad. Como paradigma de corrupción podemos citar el rescate a la banca privada llevado a cabo desde 2012: reflotar nuestro sistema bancario privado (después de haber practicado durante varios años un proceso de bancarización de las antiguas Cajas de Ahorros) nos costó más de 60.000 millones de euros, de los que más de 50.000 fueron de dinero público. De esta forma, se volvió a dar vida a unos bancos zombis, repletos de prácticas corruptas, ilícitas y criminales, que unos banqueros irresponsables habían practicado durante años. Tras explotar aquélla burbuja financiera, se dejó tras de ella un inmenso destrozo social sin precedentes en términos de desempleo, desigualdad, pobreza y falta de oportunidades. Cientos de miles de personas se quedaron sin empleo, otras cientos de miles vieron degradadas sus condiciones, otras muchas perdieron sus viviendas, otras muchas quedaron en la más absoluta indigencia. Y mientras se cerraban cientos de sucursales bancarias y se recortaba personal de sus oficinas, estos indecentes banqueros se jubilaban con pensiones escandalosas. Pero como relata Santiago Álvarez: "Nada surgió accidentalmente. El sistema financiero hipertrofiado se convirtió en el peor ejemplo de la degradación moral empresarial: los responsables de la estafa de las preferentes, de los activos contaminados, de las cláusulas suelo, de los desorbitados intereses de demora y de los desahucios cobraban --al tiempo que transferían los costes a todos los ciudadanos, y en particular, a los más desfavorecidos-- sueldos astronómicos y compensaciones inmerecidas". Pero al hilo de todo lo relatado, podríamos preguntarnos...¿cuál es la causa final para que todo esto se desencadene? ¿Cuál es el motivo último? La mayoría de los banqueros y empresarios que han sido encausados por la justicia por estos hechos han defendido y alegado la estricta legalidad de sus acciones, luego la conclusión es bien sencilla: la causa final, el motivo último de que todo ocurra es el propio capitalismo. 

 

En realidad es el deseo desmedido de beneficios, el afán de lucro incesante, la codicia desorbitada, pero...¿quién fomenta estas actitudes? Volvemos de nuevo: el capitalismo. Y como concluye Santiago Álvarez: "En los tiempos de la codicia no hay más proyecto que gestionar lo que hay sin pretensión de transformar la sociedad para hacerla mejor. Aparcados los ideales dignos de mejor causa, y sin más horizonte que el enriquecimiento personal, la mera gestión de lo que hay es sinónimo de corrupción o venalidad generalizada". Nos sumimos así en un estado de corrupción generalizado, sistemático, estructural, que lo llena todo, que lo inunda todo, y que desprende un hedor insoportable. La corrupción es portada diaria, noticia de todos los informativos, ingesta diaria de la miseria humana. De ahí que no resulte extraña no ya la naturalidad con la que contemplan corruptores y corrompidos todos sus actos, sino la indiferencia con que la inmensa mayoría social los reciben. Como describen A. Costas y X. C. Arias en "Mercados financieros, falsos dioses": "El 'nuevo rico' que surge de la práctica de los salarios de expolio, desacomplejado y amoral, movido por la idea de que la vida es para saquearla, cuanto más rápida y fácilmente mejor; es decir, por la hybris moderna. Esta cultura de los negocios que acentúa la inclinación depredadora del nuevo héroe del capitalismo financiero y corporativo, ajeno a cualquier tipo de tabúes y normas de contención y de autocontención sería, entonces, la verdadera causa de la crisis financiera-económica-social que estamos viviendo. Estamos, por tanto, ante una reedición de aquella hybris o desmesura que ya los antiguos griegos identificaron como la principal fuente de destrucción del individuo y de la libertad colectiva". Corruptores y corruptos forman toda una galería de gente amoral e insensible, que vienen a la política o a los negocios a aprovecharse al máximo de la situación, para engrosar sus beneficios, sin pararse a pensar en los daños que puedan causar sus acciones. En nuestro país, la corrupción como modus operandi es una práctica habitual de las grandes multinacionales españolas y de buena parte de la clase político-empresarial que gobierna, y es una dinámica que se remonta a los inicios del desarrollismo franquista.

 

Y desde la Transición hacia acá, el bipartidismo ha contribuido a reforzarla y a dotarla de vigor y de poder, mediante la constante vista gorda que se ha practicado en torno a ella. Mariola Olcina nos destaca un dato en este artículo del medio El Salmón Contracorriente: "Las empresas españolas aparecían en 2008 como las segundas (después de las empresas chinas de una muestra de 22 países) que, con mayor probabilidad, recurrieron a los sobornos para obtener contratos públicos o negocios ventajosos en América Latina, y las terceras con mayor probabilidad (después de las empresas chinas e italianas) cuando se trataba de recurrir a sobornos en los países de Europa y en Estados Unidos". Los pelotazos urbanísticos se pusieron de moda desde los años 90, y aún continúan (véase el proyecto Madrid Central, aberración urbanística donde las haya), y después han ido ampliando su campo de actuación en diferentes frentes. Quizá la forma de corrupción más "legal" que exista hoy día es el trabajo de lobby. Nosotros ya los presentamos en este otro artículo de nuestro Blog. Consiste en ejercer continuamente un trabajo de presión política para acordar tratados y diseñar leyes y normativas que favorezcan los intereses económicos privados, precisamente los que dañan al interés público, es decir, al interés general. Manuel Villoria, Catedrático en la Universidad Rey Juan Carlos y uno de los ponentes en dicho documento monográfico de Fuhem Ecosocial dedicado a la corrupción, afirma que "es una de las modalidades de corrupción más influyentes, rentables y dañinas", precisamente por ser una de las más poderosas. La acción de lobby se ejerce continuamente, mediante muchas personas a la vez, y en ámbitos distintos simultáneamente. Cada vez que las empresas entienden que se pueden tocar intereses que puedan perjudicarles, o bien si se pueden diseñar leyes más favorecedoras para ellas, invierten miles de millones de euros para presionar a los legisladores, incluso para elaborar informes sesgados que presenten datos o conclusiones falsas. Esto, por ejemplo, es lo que llevan desarrollando desde la banca durante décadas en el ámbito del sistema público de pensiones, para intentar que las pensiones públicas sean cada vez más residuales, y se fomenten los planes privados de pensiones. Continuaremos en siguientes entregas.

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13 agosto 2019 2 13 /08 /agosto /2019 23:00
Viñeta: Vicman

Viñeta: Vicman

En los regímenes autoritarios queda velado el contenido económico de la violencia, mientras que en los regímenes formalmente democráticos queda velado el contenido violento de la economía

Bertolt Brecht

Y es que, en el fondo, todo migrante es un migrante político. No existe, no debe existir otra clasificación: el refugiado es un migrante político, ya que no puede expresar en su país las ideas en las que cree, o es un perseguido político por razón de identidad sexual, de credo religioso, de etnia, de nacionalidad, de opinión...por su parte, el migrante "económico" también es un migrante político, ya que las razones para su migración (básicamente, la desigualdad en las relaciones internacionales, la explotación de su medio de vida, los efectos del cambio climático, etc.) también obedecen a causas políticas. Y todos tienen el derecho reconocido a obtener la condición de refugiado, si se comprueban estas circunstancias. Y ese derecho no lo podemos ignorar en base a ningún "efecto llamada", a ninguna "invasión", a ningún "ataque a nuestra civilización y a nuestra cultura", o a la inexistencia de algún "puerto seguro". El "puerto seguro" es, simplemente, cualquier puerto de un país que no sufra una guerra (interna o externa), y que sea el más cercano al lugar de donde fueron rescatadas dichas personas. Ante todo este "ninguneo institucional" que se lleva a cabo prácticamente en toda Europa en lo concerniente a las políticas de refugio y asilo, las autoridades europeas no sólo no se mojan directamente, sino que además incentivan de algún modo la acción de ignorar de facto estos ataques al derecho internacional. La Comisión Europea no sólo hace la vista gorda ante las brutales acciones de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad en muchos Estados de la UE, sino que además calla ante la aprobación de leyes que son claramente restrictivas en derechos humanos básicos, y que vulneran tratados internacionales, que se supone deberían tener prelación incluso sobre los propios tratados de la UE. En palabras de Javier de Lucas, en la entrevista de referencia: "Sorprende que la UE tenga tanto empeño en exigir el cumplimiento de los deberes a los socios [comunitarios] cuando se incumple la "regla de oro" del déficit, o las políticas de austeridad, pero cuando se aprueban leyes en los parlamentos incompatibles con el Tratado de la Unión, como en el caso de Hungría, no se establezcan mecanismos de sanción".  

 

Y al caso de Hungría que cita Javier de Lucas habría que añadirle, entre otros, el reciente caso de Italia, a la deriva ultraderechista con su Ministro Salvini al frente. De entrada, el hecho de sean las ONG de rescate humanitario las que se estén dedicando a salvar las vidas de esta gente en el mar, ya sería suficiente para que se les cayera la cara de vergüenza, si es que tuvieran vergüenza. Pero no sólo no tienen vergüenza, sino que despliegan, además, maldad y mala fe. Y así, la última desfachatez de este personaje (apoyado por su gobierno y por una parte de la población, todo hay que decirlo) ha sido promover una ley por la cual se podrá multar hasta con ¡Un millón de euros! (hasta ahora la máxima cuantía era de 50.000, que ya suponía un claro ataque a la decencia) a las ONG responsables de salvar vidas "sin permiso" (aquí está el matiz) en el Mediterráneo. Salvini, que participó en la votación de esta ley en calidad de senador (hoy día cualquier mequetrefe puede optar a cualquier cargo político), celebró inmediatamente la aprobación de la norma, agradeciéndoselo a la Virgen María (estamos seguros de que si la Virgen pudiera haberle contestado, y precisamente por ello lo hace, no refrendaría ese horror legislativo). Este artículo del medio Contrainformación explica el sentido de dicha norma, y a él nos remitimos. Esta ley fue aprobada el pasado 25 de julio, y otorga al Ministro del Interior la potestad de limitar o prohibir la entrada de naves (por motivos de seguridad, que en realidad son motivos de xenofobia) en aguas territoriales italianas, con amenaza de estas brutales multas a los comandantes de dichas naves. Evidentemente, está basada en el escozor que provocó la entrada en puerto italiano del buque conducido por la alemana Carola Rackete. La nueva ley también prevé el arresto del capitán que ignore las órdenes de alejamiento, autoriza a las autoridades navales a abordar el barco sin necesidad de permiso, e incluso permite la interceptación de las conversaciones telefónicas de modo preventivo contra aquéllos sospechosos de favorecer la "inmigración clandestina e irregular". Pero como observábamos más arriba, el matiz está en la expresión "sin permiso" a la hora del rescate de las personas. Es decir, salvar la vida a alguien en el mar y llevarlo a puerto seguro ya deja de ser una acción humanitaria en sí misma, sino que tiene que tener el "permiso" de las desalmadas autoridades que tengan la potestad de concederlo. 

 

Una situación, como vemos, absolutamente surrealista. Pero nuestros gobernantes tampoco se quedan atrás en este perverso asunto: este pasado fin de semana, el Ministro de Fomento en funciones, y número 2 del PSOE, José Luis Ábalos, declaraba en entrevista a un diario nacional, refiriéndose al Open Arms (que lleva casi dos semanas con más de 120 personas a bordo sin poder desembarcarlas en puerto seguro por falta de "permiso" de las autoridades): "Me molestan estos abanderados de la humanidad que nunca han tenido que tomar ninguna decisión...". Podríamos responderle muchas cosas al señor Ábalos, tantas que nos darían para otro artículo, pero por hacerlo rápidamente, le diremos que el PSOE y sus dirigentes han conducido las siglas del socialismo a tal nivel de indignidad que ya no merecen seguir incorporándolas en su partido. Y es que, como expresa Santiago Álvarez Cantalapiedra en este artículo para Fuhem Ecosocial: "El Estado neoliberal está evolucionando hacia un Estado "securitario" que, ante las problemáticas que debe afrontar, responde endureciendo el aparato punitivo y con políticas que suponen un régimen de excepción en el cumplimiento de los derechos y garantías constitucionales". Repasaremos lo fundamental de este artículo. Así las cosas, podemos afirmar sin dudas que las actuales políticas de fronteras (inmigración y asilo) están desafiando en Europa y en Estados Unidos los fundamentos de la democracia. En 2016, los gobiernos de Dinamarca y Suecia dictaron normas que entorpecían la reagrupación familiar, confiscaban los bienes de los refugiados y aceleraban la expulsión de los migrantes cuya solicitud de asilo hubiese sido denegada. Y por su parte, Alemania, Austria, Hungría, la República Checa o Eslovaquia han reintroducido controles fronterizos en la zona Schengen, para bloquear la posible llegada de nuevos refugiados a sus territorios. ¿Por qué tienen éxito estas sangrientas medidas? ¿Por qué obtienen estas aberrantes normas los aplausos de una parte importante de la población? Básicamente, porque antes los políticos se han encargado de insuflar miedo a esta población. Si no hacen entrar antes a los contingentes humanos en situación de miedo (difundiendo falsos mantras y argumentos de perogrullo), las poblaciones no estarían preparadas psicológicamente para normalizar estos fanáticos estados de excepción. 

 

Álvarez Cantalapiedra explica: "Un miedo alimentado por una visión deformada de la realidad que, alentada desde el poder, impere en el imaginario colectivo y busque que la población europea crea que es la diana del terrorismo internacional, cuando con datos en la mano, no somos, ni mucho menos, el objetivo principal del yihadismo; que presente como inasumible, a quienes disfrutamos unos de los niveles de vida más elevados del planeta, la recepción de un contingente de refugiados que representa una parte muy pequeña del total; que haga sentir que nos encontramos ante el riesgo de una invasión de inmigrantes que no se da". Cuando logran infundir este miedo injustificado a la población, a partir de ahí se abre el campo libre para introducir perversiones legislativas y morales como las que hoy día caracterizan el contexto europeo y norteamericano. ¿Se va la gente de sus países, de sus hogares? No, los echan. Actualmente existen cerca de 40 conflictos armados en el mundo, y casi 100 escenarios de tensión que están provocando la huida de millones de personas ante la destrucción de sus tierras, de sus hogares, de sus culturas. Otros varios millones poseen el temor (éste sí, fundado) de que serán perseguidas o aniquiladas en caso de permanecer en sus hogares. Pero como ya hemos insistido, junto al hecho incontestable de que los conflictos armados provocan la huida masiva de la gente, nos encontramos con otros procesos menos evidentes (como el acaparamiento de tierras, el agresivo extractivismo minero o energético, la destrucción de amplios parajes naturales que forman el hábitat de numerosos pueblos, la desertificación de amplias zonas de terreno, el anegamiento procedente de grandes tormentas, tifones, huracanes, etc., procesos todos ellos que están expulsando (y en el futuro lo harán más y de forma más intensa) a numerosas personas de sus centros y modos de vida, por motivo de simple y pura supervivencia. Este es el relato verdadero. Este es el relato que se niegan a contarnos. Este es el relato que deberían comprender nuestros dirigentes políticos, para actuar en consecuencia. Es muy cobarde excusarse en un burdo sistema de cuotas, o en inexistentes "efectos llamada", o alegar a falsos mantras como la "inmigración ordenada" (¡pues ordénenla ustedes!), para desentenderse completamente del problema, y dejar a estas personas abandonadas a su suerte, sufriendo todo tipo de penurias y vejaciones en el mar, en campos de concentración, o en montes desde donde preparan sus saltos a las condenadas vallas. 

 

Son procesos, como incide Álvarez Cantalapiedra, activados por mecanismos de acumulación por desposesión, intensificados además durante las últimas décadas. David Harvey, en su obra "El nuevo imperialismo", relata: "Durante las tres últimas décadas se ha acelerado el desplazamiento de poblaciones campesinas y la formación de un proletariado sin tierra en países como México y la India; muchos recursos que antes eran propiedad comunal, como el agua, están siendo privatizados (con frecuencia bajo la presión del Banco Mundial) y sometidos a la lógica de la acumulación capitalista; desaparecen formas de producción y consumo alternativas (indígenas o incluso de pequeña producción, como en el caso de Estados Unidos); se privatizan industrias nacionalizadas; las granjas familiares se ven desplazadas por las grandes empresas agrícolas; y la esclavitud no ha desaparecido (en particular en el comercio sexual)". No, la esclavitud no ha desaparecido. Poblaciones enteras son literalmente empujadas, salvajemente expulsadas, u hostigadas por las grandes empresas transnacionales, grupos paramilitares, o bien por sus propios Estados, pasando a engrosar las estadísticas de desplazados internos o refugiados en terceros países. Indocumentados estadounidenses proceden a millares de este tipo de políticas. Ante todo este retrato del horror, si nos queda un ápice de decencia, no se puede sino asumir las oportunas responsabilidades. No vale escudarse (porque además, es falso) en que "España siempre ha asumido sus responsabilidades" (José Luis Ábalos dixit, en entrevista citada más arriba), cuando acoge cifras realmente ridículas de refugiados anualmente. ¿Es que vamos a negar que somos las potencias occidentales las responsables de dichos conflictos armados? ¿Es que vamos a negar nuestras responsabilidades históricas y presentes en la devastación de estos pueblos, por medio del neocolonialismo? ¿Es que vamos a negar que llevamos desde su fundación como país haciendo el juego a los perversos Estados Unidos, apoyando sus guerras, participando de sus decisiones, alineándonos con sus argumentos, alimentando el belicista imperialismo estadounidense? ¿Es que vamos a negar que somos nosotros, las potencias occidentales, las principales emisoras de gases de efecto invernadero (con nuestras empresas, nuestras tecnologías, nuestros vehículos...), y por tanto las principales responsables del cambio climático, que afecta principalmente a los países menos responsables, es decir, más pobres? Si no podemos negar nada de esto, sólo nos queda asumir, de verdad, nuestra responsabilidad, abandonar todas estas bárbaras políticas, y acoger a todo el que llegue a nuestra puerta. Continuaremos en siguientes entregas.

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11 agosto 2019 7 11 /08 /agosto /2019 23:00
Viñeta: Martirena

Viñeta: Martirena

Estamos atrapados en la trampa perversa de una civilización que si no crece no funciona, y si crece, destruye las bases naturales que la hacen posible. Nuestra cultura olvida que somos, de raíz, dependientes de los ecosistemas e interdependientes

Yayo Herrero

Con todo lo que llevamos expuesto, es lógico darse cuenta de que las líneas generales de una verdadera ética del medio ambiente son fácilmente identificables. En su nivel más fundamental, dicha ética favorece la consideración de los intereses de todas las criaturas sensibles (una foca, un pez, un lagarto, una vaca, un perro, un caballo, una nutria...), incluidas las sucesivas generaciones que se extiendan hacia un futuro lejano. También debe venir acompañada de una estética de aprecio hacia los lugares salvajes y la naturaleza virgen (una cascada, un río, una montaña, un pico, un valle, un bosque...). Igualmente, una ética del medio ambiente ha de velar por la máxima pureza de los elementos que nos permiten la vida sobre la Tierra (el aire, el agua, la propia tierra...). Así mismo, una ética del medio ambiente rechaza los ideales de una sociedad materialista en la cual el éxito se calibra por la cantidad de artículos de consumo que uno puede acumular (electrodomésticos, vehículos, viviendas, propiedades, acciones...). En su lugar, juzga el éxito en términos de las capacidades humanas propias y la consecución de una realización y satisfacción reales (en este sentido, enlaza con la teoría del Desarrollo a Escala Humana, ya expuesta en entregas anteriores). Promueve la frugalidad, la austeridad (bien entendida), en la medida en que es necesaria para minimizar la contaminación, y asegurar que todo lo que se puede volver a usar se vuelva a usar (reciclaje). Tirar a la ligera materiales o alimentos que se puedan reciclar constituye una forma de vandalismo o de robo de nuestra propiedad común en los recursos del mundo. Ese desperdicio también genera contaminación, y vierte al medio ambiente sustancias tóxicas y nocivas para nuestra vida. Una ética del medio ambiente también debe ocuparse de minimizar los efectos del transporte (tanto de personas como de mercancías), intentando que éste sea el más pequeño posible (tanto en distancia como en generación de emisiones). No tiene ningún sentido la importación de determinados productos desde la otra punta del mundo, si podemos obtenerlo por nosotros mismos de una forma cercana. 

 

Una ética del medio ambiente también ha de fijarse en nuestra dieta, en lo que compramos y comemos. Dejaremos para la sección final de esta serie de artículos lo que tiene que ver con el veganismo como tendencia general de nuestra dieta hacia un mundo que respeta la vida de todos los animales, y sólo mencionaremos aquí la necesidad de tender hacia una dieta basada en una mayor cantidad de elementos vegetales y en un descenso de nuestro ingesta de carne. Y ello porque el consumo mundial de carne se provee mayoritariamente desde grandes granjas donde se cultiva la ganadería intensiva, y está demostrado que hemos llegado a un punto donde el cultivo de ganado necesario para satisfacer nuestra demanda de carne mundial necesita a su vez de una cantidad de agua y nutrientes, actividades que al por mayor contribuyen al calentamiento global del planeta, y a la escasez de estos recursos naturales. Precisamente acaba de publicarse un informe por parte del IPCC (ONU), advirtiendo de la necesidad de cambiar el uso de la tierra, así como nuestros hábitos de alimentación, si queremos contribuir a mitigar los graves efectos del cambio climático. Porque en lo que se refiere a la comida, el mayor despilfarro no está constituido por el caviar o las trufas, sino por la ternera, el cerdo y las demás aves de corral. Un 38% de la cosecha mundial de cereales se destina a la alimentación de animales, así como cantidades descomunales de soja. Solamente el peso de las 1.280 millones de cabezas de ganado mundial sobrepasa el de la población humana. Mientras que observamos con tristeza el número de niños que nacen en las zonas más pobres del mundo, pasamos por alto la superpoblación de animales de granja, a la cual nosotros mismos contribuimos. El enorme desperdicio de cereal con que se alimenta a los animales destinados al consumo humano, así como las cantidades descomunales de agua son insostenibles. Eso, sin embargo, es sólo parte del daño ocasionado por los animales que criamos. Los métodos de cría intensiva que utilizan energía de forma ingente en las naciones industrializadas son responsables del consumo de grandes cantidades de combustibles fósiles. 

 

Igualmente, los fertilizantes químicos utilizados para cultivar pienso para el ganado vacuno, los cerdos y las gallinas que se crían en granjas de cría intensiva producen óxido nitroso y metano, gases que contribuyen en gran medida al efecto invernadero. Y también hemos de considerar la pérdida de bosques. Desde hace décadas, a los moradores (tanto humanos como no humanos) de estos bosques se les está desalojando, en un lento proceso de expulsión para proceder a su desalojo antes de ser arrasados. Desde el año 1960, el 25% de los bosques de América Central han sido talados para el ganado. Grandes extensiones vírgenes de terreno han sido destruidas, para ser consagradas a la cría intensiva de ganado dedicada al consumo humano. Una vez talados, los suelos pobres tendrán pasto durante unos cuantos años, pero luego los ganaderos tendrán que marcharse a otra parte. La maleza toma el lugar del pasto abandonado, pero el bosque no volverá a existir, perdiéndose esa reserva natural y ese sumidero de gases GEI. Cuando se talan los bosques para que pueda pastar el ganado, se liberan billones de toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera. Finalmente, se cree que el ganado mundial produce aproximadamente un 20% del metano liberado a la atmósfera, y el metano retiene 25 veces más calor del sol que el dióxido de carbono. El abono de las granjas de cría intensiva también produce metano, ya que a diferencia del estiércol que cae de forma natural en los campos, no se descompone en presencia del oxígeno. Todo ello contribuye a proporcionarnos argumentos a favor de la tesis de que, desde una ética del medio ambiente, es mejor seguir una dieta basada mayormente en vegetales y verduras, e ir olvidándose de la carne. Por otra parte, debemos también extender a otros ámbitos y manifestaciones (hábitos y comportamientos) nuestro concepto de despilfarro. Como afirma Peter Singer: "En un mundo bajo presión, este concepto no se limita a una limusina con chófer y champán francés".

 

Las vigas que provienen de un bosque suponen un despilfarro, puesto que el valor del bosque a largo plazo es mucho mayor que el uso que se hace de las vigas. Los productos de papel desechable son un despilfarro, ya que los viejos bosques de madera dura están siendo transformados en viruta, y vendidos a los fabricantes de papel. Dar un paseo en coche por el campo supone un despilfarro de combustible fósil que contribuye al efecto invernadero. Es necesario, de cara a una ética del medio ambiente, suprimir los viajes innecesarios y replantearse el uso de los grandes medios de transporte, tales como los grandes buques de crucero, el avión y el tren de alta velocidad, para ir sustituyéndolos por barcos de mediano tamaño, trenes talgo de larga distancia, u otras alternativas menos contaminantes. Y en la ciudad, deben imponerse los transportes públicos y colectivos, la bicicleta y demás medios eléctricos no contaminantes. Como estamos pudiendo comprobar, el desarrollo y respeto hacia una ética del medio ambiente no es algo excesivamente complicado, aunque sí nos requiere y nos insta a olvidarnos de algunos de nuestros patrones de producción, distribución, consumo y desecho. No obstante, el principal problema no proviene de hacer cambiar nuestros hábitos de viaje, transporte o alimenticios, sino de la profunda resistencia que ofrecen los sectores económicos que se dedican a estas actividades. Y por tanto, al igual que una petrolera discutirá el peligro que conlleva la extracción y el uso de los combustibles fósiles (porque estamos atacando su negocio), una distribuidora de carne opondrá feroz resistencia a que cambiemos nuestros hábitos alimenticios, simplemente porque estamos atacando su medio de producción. O el sector minero, por ejemplo, reaccionará igual ante las políticas tendentes a olvidar el carbón como medio de obtención de energía. Ésta es la resistencia principal que tendremos que vencer, porque tendremos que luchar contra los propios modelos de negocio de los que viven miles de personas, y esto supone una ardua tarea. No obstante, los argumentos que estamos exponiendo son tan comprobables y convincentes que, en el fondo, se trata de un asunto de tiempo, donde al final las posturas intolerantes o recelosas de estas soluciones dejarán de ofrecer resistencia, habiendo de reconvertirse en otros modelos de negocio o mercado.

 

El principal cambio es el cambio interior, no impuesto, sino voluntario. Este cambio implica abandonar a veces nuestros modos de vida, nuestros hábitos, nuestros gustos, preferencias y deseos, para adoptar otros a los cuales nos acostumbraremos más o menos rápida o lentamente. El énfasis en la frugalidad, en la austeridad y en una vida sencilla no implica, no obstante, que la ética del medio ambiente, y la propia filosofía del Buen Vivir, desaprueben el placer, sino que simplemente ponen el foco en otro sitio, es decir, que los placeres que se valoren no deben provenir de un consumo excesivo o desaforado o incontrolado, incluso compulsivo o fanático en algunas ocasiones y para algunas personas. Algunas actividades que hoy día pueden ser placenteras para determinadas personas deberán ir migrando hacia otro tipo de placeres, pero nada más. El contingente humano lleva cambiando estos hábitos y consideraciones durante siglos, y no ocurre nada. El concepto del placer es incluso civilizatorio y cultural, y precisamente nos hallamos, como hemos afirmado tantas veces, en un abismo civilizatorio, donde la realidad nos exige estos cambios de enfoque. Los placeres han de recuperarse del bagaje más sencillo que nos podamos imaginar: deben provenir de las gratas experiencias personales y sexuales, de estar cerca de los niños y de los amigos, de la conversación, de la contemplación, del deporte, del ocio y del esparcimiento que estén en armonía con nuestro medio ambiente, en lugar de dañarlo; de una alimentación que no esté basada en la explotación de las criaturas sensibles, y no tenga como coste la propia tierra; de la actividad creativa, del trabajo de todo tipo (productivo e improductivo, rentable y no rentable, social y personal, obligatorio y voluntario, de cuidados y de reproducción, externo o interno al hogar, retribuido y no retribuido...); y, como hemos intentado exponer durante estas últimas entregas, de saber apreciar y cuidar y respetar las zonas vírgenes del mundo en que vivimos. Ellas son las que nos permitirán seguir habitando este bello y hermoso planeta, nuestro hogar, nuestro mundo. Continuaremos en siguientes entregas.

 

Fuente de Referencia: Ética Práctica (Peter Singer)

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8 agosto 2019 4 08 /08 /agosto /2019 23:00
Arquitectura de la Desigualdad (154)

La política tiene raíces morales

Ignacio Sánchez Cuenca

BLOQUE VIII. DESIGUALDAD Y CORRUPCIÓN.

 

 

Este octavo bloque temático que hoy comenzamos va a intentar exponer la relación que posee la corrupción con la arquitectura de la desigualdad. Comenzaremos intentando llegar a las fuentes reales de la corrupción, y en ese sentido, estamos de acuerdo con Fernando Hugo Azcurra y Modesto Emilio Guerrero, cuando en su texto sobre Venezuela afirman: "La fuente originaria fundamental de todas las operaciones actuales de corrupción en el mundo es el capital financiero mundial que la propaga a todos los órdenes de la vida económica, social e institucional de gobiernos y países. Es la "cultura" mercantil burguesa por excelencia más extendida de sus negocios e "inversiones", que contamina y corroe todos los estratos de la sociedad burguesa como una pandemia para la cual pareciera que no hay antídoto eficaz". En efecto, en nuestro Blog siempre hemos colocado a las entidades financieras en general, y a los bancos en particular, como los tipos más perversos de empresas que existen. Su colaboración con los más oscuros intereses está más que probada, y por tanto, es perfectamente lógica la definición que nos hacen estos autores. La corrupción, entonces, es causa principal para la arquitectura de la desigualdad, ya que no sólo la permite y la potencia, sino que además la genera en su naturaleza más primigenia. Y mientras estos indecentes personajes y toda la ralea que les acompaña se esfuerzan en ofrecer discursos altisonantes aludiendo a la transparencia, honestidad, credibilidad y confianza que deben regir el funcionamiento de los mercados e instituciones, tanto públicas como privadas, ello sólo es un descarado y un cínico ejercicio de la hipocresía más brutal. En la realidad, su conducta está plagada de especulación, fraudes, trapacerías, estafas, tráficos de influencias, latrocinios, mentiras y cadenas de favores, que se extienden hasta el infinito. Una enorme masa de corruptos nos enseñan y muestran todos los tipos de truhanerías, ardides y triquiñuelas para instalar el engaño como núcleo estructural y transversal de sus actividades. 

 

Sin embargo, se nos presentan como un ejército de "triunfadores", expertos en "astucia" e ingeniería financiera, seres símbolo y prototipo de la "libertad del individuo" (libertad para pisotear a los demás) y su capacidad de desarrollo personal en una sociedad "libre" de mercado (como dicen estos autores, más bien una sociedad "libre de decencia"). En realidad, despliegan todo un muestreo de conquistas, dominio, sojuzgamiento, extorsión, sobornos, latrocinios y expoliación de individuos, empresas, gobiernos, etc., para lograr sus objetivos, que no son otros que beneficios económicos, poder e impunidad. Podemos definir a la corrupción en este sentido como todo el conjunto de prácticas que se despliegan de forma ilegal, antiética e ilícitamente para conseguir estos objetivos. Y para explicar estas conductas y comportamientos aberrantes, podríamos aludir a la "intrínseca perversidad humana", a la maldad "natural" del individuo, a la inveterada mala voluntad y al oportunismo de parte de quienes ejercen determinados cargos y responsabilidades. Y entonces nos valdrían todas esas frases huecas y vacías que muchos dirigentes políticos escupen, así como gran parte de la población: "Todos son iguales", "Si tú estuvieras en el poder también lo harías", "Es la condición humana", y otras por el estilo. Es lo más fácil: pensar en esto nos impone un mismo rasero para todas las personas, y nos condena a un grado de desconfianza en el sistema y en el ser humano de por vida. Pero también hay quienes no opinamos así. Pensamos más bien que el fundamento profundo hay que buscarlo y es posible encontrarlo en el mantenimiento de las relaciones burguesas de producción, circulación y consumo de nuestro modelo de sociedad capitalista. Con ello no queremos sostener tajantemente que el ser humano no tenga tentaciones, digamos, poco éticas (hecho que admitimos), pero entendemos que es más bien el sistema el que estructuralmente provoca y mantiene la corrupción, como elemento para esta arquitectura de la desigualdad que se proyecta. 

 

La corrupción no ha de contemplarse por tanto como la fatalidad de un hecho "natural" e insoslayable, sino como el producto de las relaciones que el sistema crea, proyecta y mantiene. Y así, la arquitectura de la corrupción despliega agentes corruptores (típicamente, el poder económico) y agentes corruptos (típicamente, el poder político). Y es que en el sistema capitalista, el verdadero poder, al que se consagran todos los demás, es el poder económico, y el poder político es un simple peón a su servicio. Lo hemos explicado más a fondo en este otro artículo de este Blog. Por ello,  nosotros pensamos, desde la izquierda transformadora, que no hay que descender a la "naturaleza humana" para ir erradicando la corrupción, sino que lo que hay que hacer es ampliar al máximo la democracia, para nivelar al máximo la participación igualitaria de todas las personas, grupos, colectivos, sectores, estamentos e instituciones, para de esta forma tener "controlados" esos impulsos de la naturaleza humana que les llevan a dichas prácticas corruptas. De esa forma podríamos impedir que corruptores y corruptos vengan a la sociedad para aprovecharse de ella. En el artículo de nuestro Blog dedicado a exponer "Los peligrosos valores del neoliberalismo", dedicamos uno de esos puntos a la corrupción, y allí explicamos: "De cara a la galería, el pensamiento neoliberal y sus adalides fomentan un discurso contrario a la corrupción, la atacan y dicen velar por minimizarla, e incluso erradicarla, pero en el fondo, el neoliberalismo normaliza, suaviza y disculpa la corrupción como no puede ser de otra manera, pues prácticamente el conjunto de sus valores tienden a introducir o permitir cierto grado de corrupción. Y ello porque la corrupción sí que es parte inherente del sistema (y no las desigualdades, tal como ellos creen), la corrupción (o al menos cierto grado de ella) es la materia prima del pensamiento capitalista y neoliberal, pues desde el punto de vista en que se legitiman la competitividad, el emprendimiento, la competencia, el individualismo y el desprecio al bien común, la mercantilización de todas las actividades y el culto fanático al consumismo, todo ello no puede sostenerse sin que la corrupción sea siquiera mínimamente tolerada y auspiciada".

 

Y continuábamos: "Porque...¿acaso no es corrupción un desahucio? ¿No es corrupción soportar una tasa de paro del 20%? ¿No es corrupción la privatización de un sector público rentable socialmente? ¿No son corrupción los recortes en sanidad o educación, ejecutados además por personajes que poseen enormes cuentas en paraísos fiscales? ¿No son corrupción las "puertas giratorias"? ¿No es corrupción rescatar a los bancos, mientras hay gente buscando comida en la basura? El neoliberalismo necesita corruptos y corruptores, así como un sistema que los encubra y los proteja. Hablamos entonces de una cierta corrupción institucionalizada". Rescatamos a continuación los dos párrafos finales del artículo de Arsen Sabaté "Las mil caras de la corrupción española", publicado por el medio La Izquierda Diario: "La corrupción endémica es un factor potente que retroalimenta la crisis de representación actual de los partidos del Régimen. Pero esto no debe confundirse con que sea la corrupción la verdadera fuente de los problemas. La corrupción es sólo una manifestación más de los mecanismos de dominación naturales de los capitalistas y sus representantes políticos, de un régimen profundamente antidemocrático. Un sistema capitalista podrido, donde mientras la clase trabajadora y los sectores populares intentan sobrevivir a duras penas entre el paro y la precariedad laboral, los políticos capitalistas viven como millonarios. Y, para colmo, después se retiran como asesores y gerentes de las mismas empresas que beneficiaron durante décadas desde sus puestos en el gobierno, el parlamento o los ayuntamientos". Y es que (y de esta forma volvemos a conectar con el primer bloque temático de la serie, donde ya hablamos sobre los ricos y su poder), la única minoría realmente peligrosa son los ricos y sus siervos, tal como afirman Paca Blanco, Jesús Rodríguez, María Lobo y Aziz Matrouch, todos ellos militantes de la corriente Anticapitalistas, en este artículo para el medio Publico, que tomamos a continuación como referencia. Esa minoría parásita es la que diseña las reglas del juego, de tal forma que siempre les favorezcan. "Una minoría acaparadora que esquilma los recursos de todos para lucrarse y vivir en la opulencia más escandalosa", en palabras de los autores. 

 

Se trata de esa misma minoría que diseña, practica, tolera y ampara la corrupción como uno de los mecanismos de plasmación de la arquitectura de la desigualdad. Son los mismos que saquean los servicios públicos, que bajan los salarios, que precarizan el empleo, que especulan con la vivienda. Son los mismos que invierten en el indecente negocio de las armas. Son los mismos que tienen toda una batería legislativa para defenderlos, por eso hacen tantas proclamas a la ley, porque es "su ley". Tal como dijera Marx en su día, el Estado no es más que el Consejo de Administración de la clase dominante, es decir, de los ricos y poderosos, de las grandes empresas, de las grandes fortunas. Y es que el secuestro democrático por parte de estas élites poderosas ha agravado profundamente la arquitectura de la desigualdad. Este secuestro democrático precisamente es el que abona el campo libre para la corrupción. En su dossier "Acabemos con la desigualdad extrema", los investigadores de Oxfam Intermón describen el fenómeno con precisión: "Durante mucho tiempo, la influencia y los intereses de las élites políticas y económicas han reforzado la desigualdad. El dinero compra el poder político, que los más ricos y poderosos utilizan para afianzar aún más sus injustos privilegios. El acceso a la justicia también suele estar en venta, de forma legal o ilegal, y las costas judiciales y el acceso a los mejores abogados garantizan impunidad a los poderosos. Los resultados se manifiestan de forma obvia en las desequilibradas políticas fiscales y los laxos sistemas normativos actuales, que privan a los países de ingresos fundamentales para financiar los servicios públicos, además de favorecer prácticas corruptas y debilitar la capacidad de los Gobiernos para luchar contra la pobreza y la desigualdad". La corrupción, por tanto, está total, estrecha y completamente relacionada con la desigualdad, hasta tal punto que los países más corruptos suelen ser los más desiguales, y viceversa. Continuaremos en siguientes entregas.

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6 agosto 2019 2 06 /08 /agosto /2019 23:00
Viñeta: Martirena

Viñeta: Martirena

El estigma de los cuerpos negros va enlazado al estigma de los cuerpos pobres o, para decirlo en otros términos, “raza” y “clase” quedan soldados como parte de la experiencia colectiva del rechazo: racismo y clasismo se articulan en una política de Estado que estigmatiza categorías enteras de seres humanos, un mercado capitalista mundializado que se desentiende de aquellos que quedan excluidos o marginados del consumo

Arturo Borra

Esa experiencia colectiva de rechazo se va instalando en el imaginario del conjunto de la ciudadanía, aceptando poco a poco el relato racista, cada vez más desalmado. Por ejemplo, se viven cada vez más a menudo situaciones como las del barco humanitario del Open Arms, que lleva más de una semana esperando un puerto seguro de atraque, con más de 120 migrantes a bordo. Nuestro avance hacia la deshumanización del diferente avanza a marchas forzadas. La crueldad y la intensidad del racismo normalizado va en aumento, instalándose en la opinión pública los graves mantras a los que recurrimos para justificar estas aberrantes políticas. La ola de racismo populista crece, las políticas anti-migrantes se normalizan, las hostilidades hacia los extranjeros se generalizan. La violencia en las fronteras se va incrementando, el derecho internacional queda en un limbo al albur de las decisiones políticas de turno, la ética de la solidaridad queda ya como un empeño vacío. El lento genocidio sobre los migrantes va quedando legitimado. Si no lo evitamos, la tendencia provocará olas migratorias cada vez más grandes, y genocidios culturales cada vez más extensos. El discurso xenófobo cobra fuerza, valentía, y se hace oír con más fuerza: "Occidente ya no está dispuesto a seguir soportando la agresión cultural de la que se siente objeto por causa de las recientes olas migratorias" (Financial Times). Discurso agresivo y criminal, que busca dar la vuelta a la tortilla, y hacernos aparecer como víctimas, cuando en realidad somos los verdugos. Hace solo varios lustros, considerábamos los campos de concentración como unas estampas únicamente de las guerras. Hoy día los hemos normalizado, como "estancia" casi obligatoria de los migrantes que intentan alcanzar sus destinos. Se ha erguido la voz que aúlla la génesis original, auténtica y verdadera de la "civilización europea", y de la necesidad de aniquilar todo intento de acallarla. La ignorancia al poder. La obscenidad a la política. El terror a las personas. 

 

Y por si todo ello no fuera poco cinismo y desfachatez, aún sostienen que nuestra civilización se basa en el "humanismo cristiano" como uno de sus pilares. La política practicada ni es humanista ni es cristiana, por mucho que porten dichas banderas. Lo único que estamos dejando aparecer son nuestros rasgos más bárbaros, nuestras cualidades más violentas e intolerantes, nuestras más abyectas razones. Porque si piensan que con la política del hermetismo y la crueldad van a detener los movimientos migratorios, están completamente equivocados. En 2015 la periodista especializada en Derechos Humanos Susana Hidalgo publicó un libro con el sugestivo título "El último holocausto europeo", toda una lectura obligada, reseñado por Enric Llopis en este artículo para el digital Rebelion que seguimos a continuación. Frente a las ridículas cifras de reparto que discuten cada cierto tiempo los Ministros de la Unión Europea, los principales países de acogida siguen siendo, según ACNUR, Turquía (1,59 millones de personas), Pakistán (1,51 millones), e Irán (982.000). Además, las llamadas "regiones en desarrollo" acogían en 2014 al 86% de los refugiados del mundo. Las muertes de los que no consiguen llegar no se producen sólo en el mar, sino que también hay inmigrantes que han muerto asfixiados en contenedores llegados a Turquía, en trenes de aterrizaje en París o ahogados en maleteros minúsculos tratando de pasar escondidos la frontera ceutí. Casi diariamente son rescatadas personas a decenas o a cientos, en embarcaciones que velan porque dejen de morir personas en el mar, en muchos casos niños y mujeres embarazadas que viajaban en embarcaciones duplicando su aforo y a la deriva. En muchos casos llevaban días en el mar cuando fueron rescatados. Días a cielo abierto y sin comida. A pleno sol durante el día y al frío durante la noche. Viajaban sólo con sus pensamientos, con sus recuerdos, con sus sufrimientos, con sus dramas personales y familiares, con sus anhelos, con sus penas y alegrías, con sus sueños. Al tocar tierra, no se les ofrece precisamente una vida idílica. Entre enero y julio de 2015, como recoge Susana Hidalgo en su libro, fueron atacados 200 albergues para refugiados en Alemania, mientras que en todo el año 2014 se produjeron 170. 

 

La violencia, el odio y el racismo agrandan su semilla en varios frentes. Hoy día son los propios gobernantes los más perversos y desalmados jueces, verdugos y ejecutores. El Ministro italiano del Interior, Matteo Salvini, hombre fuerte y emblemático de su gobierno, lanza exabruptos contra los migrantes y contra quienes les ayudan en cada entrevista que concede a los medios de comunicación italianos. Ya ni siquiera disimulan su odio institucional. Se han olvidado incluso de las falsas palabras grandilocuentes (que mencionaban la libertad, la democracia y los derechos humanos, aunque a renglón seguido los incumplían), para verter macabros discursos propios de la más brutal gentuza que se agolpa en la barra de un bar. En los mejores casos, de los gobernantes aparentemente más responsables, concurren dichas palabras grandilocuentes con el negocio de la fortaleza europea. En entregas anteriores lo hemos analizado profundamente. Remito a los lectores y lectoras a dichas entregas. Todo un andamiaje creado ad hoc para las grandes empresas tecnológicas muy adheridas a los flujos del Estado, que reciben cuantiosos contratos para blindar las fronteras con mecanismos cada vez más sofisticados. En la práctica, por tanto, la retórica política, los discursos altisonantes y los hechos reales casan muy mal. No se puede transitar felizmente entre el hipócrita pragmatismo y el necesario humanitarismo. Los religiosos lo expresarían como que "no se puede poner una vela a Dios y otra al Diablo". La UE garantiza antes la libre circulación de capitales que la de personas. Y así, el presupuesto de Frontex se disparó de 6 millones de euros en 2005 a 98 millones en 2014. Por contra, el presupuesto de la Oficina Europea de Apoyo al Asilo (EASO) fue de 15,6 millones de euros en 2014. Las cifras nos dan una fotografía muy correcta de la terrible realidad que vivimos. Una última cifra: el gobierno italiano, a propuesta de Matteo Salvini, tiene intención de multar con hasta un millón de euros a las ONG que se dediquen a salvar vidas. Ahí queda eso. No es una errata, es el mundo en que vivimos. ¿Otro dato? En al menos 13 países de la UE se practican expulsiones de ciudadanos europeos. 

 

Las formaciones de ultraderecha están proponiendo ya en sus programas directamente una serie de salvajadas dignas de ser denunciadas directamente ante un juzgado de guardia de cualquier país, y proceder a la encarcelación preventiva de sus portavoces y dirigentes. En algunos se propone incluso acabar con la concesión de la nacionalidad a los extranjeros nacidos en el país en cuestión de que se trate (por ejemplo, Francia). No hay nadie que levante la voz de forma audible para los 28 países europeos, así como para Estados Unidos (entre otros actores internacionales), para afirmar valiente y categóricamente que los derechos de los refugiados no son un acto de buena fe, ni un acto de solidaridad, sino un derecho recogido en tratados internacionales. Tratados que se están ignorando, y que por ello estamos entrando en una deriva peligrosa a nivel internacional. Los discursos de odio han vaciado de significado estos tratados, han legitimado el hecho de poder ignorarlos, e incluso lo han normalizado entre nuestros gobernantes y formaciones políticas más indecentes. El Catedrático de Filosofía del Derecho Javier de Lucas, autor de varias obras sobre la materia, como "Mediterráneo: el naufragio de Europa", lo afirma tajantemente en esta entrevista para el digital Rebelion realizada por Enric Llopis: "Los Estados parte en el Convenio de Ginebra de 1951 y el Protocolo de Nueva York (1966) tienen un contrato con los refugiados". ¿Es que no hay nadie con la suficiente entidad reconocida internacionalmente como para denunciar esto ante los tribunales internacionales? ¿Es que no existe nadie que proclame que incumplirlo implica transgredir la legalidad, más allá de los buenos o malos sentimientos que se puedan desplegar? Tampoco el derecho de asilo puede someterse a "cuotas", como si los Estados se estuvieran repartiendo cromos ("Estos dos para ti, y estos tres para mi"). Una cosa es que exista un cierto equilibrio en el reparto por países que forman una unidad política (que no la forman, dicho sea de paso), y otra cosa es que ese sistema de cuotas sirva como excusa para incumplir flagrantemente un derecho humano básico y fundamental reconocido internacionalmente en todos los foros. 

 

La indigencia de la política de fronteras está llegando a sus más últimas consecuencias. Unas consecuencias que anulan de un plumazo todo un contexto legal internacional que costó décadas forjar, y muchos debates y reuniones durante años para que los países los firmaran a lo largo del mundo. ¿Es que nos parece una dificultad tan difícil de salvar el hecho de que en un continente que viven 500 millones de personas, como es Europa, se reciban 400.000 peticiones de asilo en 2015? Durante ese año, los refugiados sirios que alcanzaron las costas europeas no representaban siquiera el 10% de los que llegan a Líbano, Jordania, Iraq o Turquía. ¿Es que cuando hay más de 60 millones de desplazados en el mundo, le parece a los gobernantes europeos una buena decisión poner el tope a los refugiados admitidos en 120.000? España acogió a 19.000 refugiados, Líbano a 1,2 millones. Como decíamos más arriba, las cifras son muy elocuentes. Los tratados firmados sobre refugiados contemplan que se les dote de documentación, así como que el Estado de acogida proporcione todos los medios para la inserción sociolaboral de dicha persona, en igualdad de condiciones al resto de ciudadanos del país. Hoy día nos parece un cuento de hadas. Transcurrido un período (que en el caso español es de 5 años) tienen derecho a adquirir la nacionalidad del país de acogida. Pues bien, sabiendo esto, no sólo la realidad es que no se cumple nada de lo contemplado en los tratados, sino que como también hemos comentado, las fuerzas políticas de la ultraderecha están planteando abiertamente dejar de cumplir lo poco que estemos cumpliendo. Es como si tuviéramos una formación política llamándonos a delinquir continuamente, justificando el delito, y además la gente los votara. Un escenario absolutamente surrealista. Una perversidad tal que raya en lo esperpéntico y en lo macabro. Se obstaculizan los acuerdos, se proclama abiertamente su incumplimiento, se llama a la inmoralidad y a la ética más despreciable, Se estigmatiza a los refugiados y se utilizan perversos argumentos como el del "efecto llamada", que también hemos comentado en anteriores entregas. ¿Es soportable esta Política de Fronteras? ¿Puede durar mucho tiempo? Continuaremos en siguientes artículos de la serie.

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4 agosto 2019 7 04 /08 /agosto /2019 23:00
Viñeta: Tjeerd Royaards

Viñeta: Tjeerd Royaards

Walter Benjamin definió las revoluciones no como las locomotoras de la historia, como Marx, sino como la humanidad tirando del freno de emergencia antes de que el tren caiga en el abismo. Nunca antes hemos tenido más necesidad de accionar esa palanca y preparar un nuevo camino hacia un destino diferente

Michael Löwy

En el artículo anterior expusimos el concepto de "igualitarismo biocéntrico", introducido por Bill Devall y George Sessions (pensadores adscritos a la corriente que hemos llamado "Ecología profunda"), que más o menos defiende la idea de que todo ser viviente juega su papel en un determinado ecosistema, del cual todos dependen para su supervivencia. Ellos no obstante deducían de dicho concepto que todos los individuos de tal ecosistema debían poseer igual valor intrínseco, aunque esto ya no está tan claro. Puede que tengan valor sólo porque sean necesarios para la existencia del conjunto, y el conjunto puede que tenga valor sólo porque apoya la existencia de los seres conscientes. La ética de la ecología profunda, por tanto, no ofrece todas las respuestas a todas las preguntas que podamos plantear. Y puesto que la ecología se centra más en los sistemas que en los organismos individuales, la ética ecológica podría ser más admisible si se aplicara a un nivel superior, quizá a nivel de especies y ecosistemas. En cualquier caso, la ética ecológica nos lleva a la idea de que las especies o el ecosistema no son solamente un grupo de individuos, sino una entidad en su propio derecho. En esta teoría insiste también Lawrence Johnson, que en su libro "A Morally Deep World" considera los intereses de una especie, o de un ecosistema, en un sentido que difiere del de la suma de intereses de cada miembro de la especie, y concluye que los intereses de una especie, o de un ecosistema, deben tomarse en cuenta, junto con los intereses individuales, en nuestras reflexiones morales. Por su parte, Freya Mathews, en su texto "The Ecological Self", sostiene que cualquier "sistema que se realice a sí mismo" tiene valor intrínseco en la medida en que busca mantenerse o preservarse a sí mismo. Mientras que los organismos vivientes son paradigmas de sistemas que se realizan a sí mismos, Mathews, al igual que Johnson, incluye especies y ecosistemas como entidades holísticas o un "yo" con su propia forma de realización. 

 

Mathews incluso incluye al ecosistema global entero, siguiendo a James Lovelock, al referirse a él con el nombre de la diosa griega de la tierra, Gaia. Y sobre esta base, ella defiende su propia teoría sobre igualitarismo biocéntrico. Existe, como estamos pudiendo comprobar, una verdadera cuestión filosófica acerca de si una especie o un ecosistema se puede considerar como el tipo de individuo que puede tener intereses, o un "yo" que se realice; incluso si puede, la ética ecológica profunda se enfrentará a problemas similares a los que identificamos al considerar la idea de la veneración por la vida. Porque es necesario, no sólo que se diga que los árboles, las especies y los ecosistemas tienen intereses propios e independientes, sino que tienen intereses moralmente pertinentes, es decir, susceptibles de ser tenidos en cuenta por los seres humanos. Si cada uno ha de ser considerado como un "yo", habrá que demostrar que la supervivencia o la realización de esa clase de "yo" tiene valor moral, independientemente del valor que tenga debido a su importancia al sostener vida consciente. Llegados a este punto, espero que al menos mis lectores y lectoras estén en la onda pertinente para considerar a la propia Naturaleza como sujeto de derechos. Esto es realmente algo básico si de verdad nos queremos tomar estos asuntos en serio, y ser capaces de plantear otro modo de producción y consumo, otra filosofía de vida, otro paradigma civilizatorio, tal cual nos propone el Buen Vivir. No obstante, aún nos quedan muchos interrogantes. En nuestro análisis sobre la ética de la veneración por la vida vimos que una forma de establecer que un determinado interés es moralmente pertinente es preguntarse lo que supone para la entidad afectada no tener ese interés satisfecho. Esa pregunta es fácil de responder para seres humanos, e incluso para animales no humanos, pero más difícil para el asunto que nos ocupa. Y la misma pregunta se puede plantear también sobre la autorrealización: ¿qué supone para el yo no realizarse? Dichas preguntas ofrecen respuestas inteligibles cuando se hacen sobre seres sensibles, pero no cuando se hacen sobre árboles, especies o ecosistemas. 

 

El hecho de que, como señala James Lovelock en su obra "Gaia: A New Look at Life on Earth", la biosfera pueda responder a determinados acontecimientos en formas que se parecen a un sistema que se mantiene a sí mismo, no demuestra en realidad que la biosfera desee conscientemente mantenerse a sí misma. De hecho, denominar al ecosistema global con el mismo nombre que la diosa griega parece una buena idea para dotarla de identidad, pero puede que no sea la mejor manera de ayudarnos a pensar claramente en su naturaleza. De forma similar, a menor escala, no hay nada que se corresponda con lo que supone ser un ecosistema anegado por una presa (como planteábamos en nuestro supuesto inicial), puesto que no podemos afirmar que exista tal sentimiento, o tal conciencia de ello. En este aspecto, tanto los árboles como los ecosistemas y las especies son más como rocas que como seres sensibles, y por tanto, la división entre criaturas sensibles y no sensibles constituye hasta ese punto una base más firme para un límite moralmente importante que la división entre cosas vivientes y no vivientes, o entre entidades holísticas y otras entidades que no podrían considerarse holísticas (Holismo es la doctrina que propugna la concepción de cada realidad como un todo distinto de la suma de las partes que la componen). Pero este aparente rechazo de la base ética para el desarrollo de una ética ecológica profunda no implica que el caso de la conservación de lo salvaje no tenga fuerza. Todo lo que implica es que un tipo de argumentación (la del valor intrínseco de las plantas, especies o ecosistemas) es, en el mejor de los casos, problemática. Por tanto, y como respuesta al planteamiento inicial sobre la conveniencia o no de construir la presa (destruyendo todo el entorno natural necesario), a menos que se pueda situar en una posición diferente y más firme, deberíamos limitarnos a argumentos basados en los intereses de las criaturas sensibles, presentes y futuras, humanas y no humanas. Estos argumentos bastan para demostrar que, al menos en una sociedad en la que nadie necesite destrozar lo salvaje con objeto de obtener comida para sobrevivir o materiales para protegerse de los elementos, el valor que posee conservar las zonas importantes de naturaleza virgen que quedan, sobrepasa en mucho a los valores económicos que se obtienen con su destrucción. En conclusión, y como respuesta al planteamiento de si hay o no que construir la presa: la respuesta más adecuada es que NO. 

 

Y la siguiente pregunta que podríamos hacernos es: ¿Qué se hace en realidad? La práctica habitual desoye nuestra recomendación. En la inmensa mayoría de los casos, y en la práctica totalidad de los países del mundo, si están enfrentados los valores de la naturaleza frente a las aportaciones económicas (y de un falso progreso fruto del relato capitalista) que pueda suponer destrozarla para construir algún determinado artificio, lo que se hace es destrozar la naturaleza que haga falta, sin miramientos. Los intereses (disfrazados de intereses para la sociedad) son únicamente los de las grandes compañías transnacionales que con su poderío hacen y deshacen a su antojo en cualquier país. Cientos de miles de hectáreas de cultivo son arrasadas año tras año, presas hidráulicas, gaseoductos, oleoductos y demás infraestructuras gigantescas son diseñadas por todo el planeta, arrasando con todo el entorno natural que encuentran a su paso. Bosques arrasados, lagos, ríos y mares contaminados, centenares de miles de animales muertos directa o indirectamente por la acción humana, son el resultado de estas perversas prácticas que llevamos a cabo continuamente. Hasta las reservas naturales más profundas, ricas y salvajes que existen están siendo sistemáticamente eliminadas. Y todo ello, junto con las emisiones contaminantes que vertemos a la atmósfera, son la causa fundamental del caos climático que ya ha comenzado a significarse, y a provocar devastadoras consecuencias. Por tanto, se hace necesario cambiar de paradigma, y para ello, es absolutamente preciso desarrollar, asumir y tener en cuenta una ética del medio ambiente, mayoritariamente aceptada y respetada, que pase por otorgar plenos derechos a la naturaleza y a todos los seres sensibles que la habitan, así como a la preservación de los ecosistemas naturales. Dicha ética consideraría que todas las acciones que son perjudiciales para el medio ambiente son éticamente discutibles, y las que son innecesariamente perjudiciales sencillamente son malas. Para una ética del medio ambiente la virtud supondría guardar y reciclar los recursos, y lo contrario sería el despilfarro y el consumo innecesario. Para una ética del medio ambiente, ningún proyecto económico que destruya elementos naturales debe ser contemplado, a menos que sus ventajas sean absolutamente necesarias para la vida de otros seres, tanto humanos como no humanos. Se podría pensar por ejemplo en la viabilidad de un proyecto que construyese miles de viviendas (junto con complejos residenciales, piscinas, recintos, tiendas, etc.) y los defensores de tal proyecto podrían argumentar en la imperiosa necesidad de hacerlo para que miles de personas sin hogar residan allí, pero...¿es cierto todo esto?

 

¿De verdad han de construirse esos complejos para que vivan miles de personas que ahora no poseen un hogar? ¿Seguro que no podemos arreglar ese problema de otra forma? ¿No podemos utilizar las miles de viviendas vacías que cada ciudad posee? ¿No podemos volver a habitar los pisos que hoy día están enfocados al turismo? ¿Seguro que detrás de todo ese proyecto no se esconde una labor especulativa, que enriquecerá a las empresas constructoras y a las entidades financieras que estén detrás del mismo? Pongamos otro ejemplo ilustrativo: desde la perspectiva de una ética del medio ambiente, nuestra elección de esparcimiento (ocio, recreo, deporte...) no es éticamente neutral. Consideremos por ejemplo la posible elección entre las carreras de coches y el ciclismo, o entre el esquí acuático y el windsurfing, sólo como una cuestión de gustos. Pero en realidad, dicha elección va más allá. Desde la ética del medio ambiente, existe una diferencia esencial entre estas actividades: las carreras de coches y el esquí acuático requieren el consumo de carburantes fósiles para su disfrute, y además liberan dióxido de carbono a la atmósfera, mientras que el ciclismo y el windsurfing no. Por tanto, una vez que nos tomemos en serio la necesidad de conservar nuestro medio ambiente, las carreras de coches y el esquí acuático dejarán de ser una forma aceptable de entretenimiento o deporte, al igual que ya no lo son hoy las peleas de gallos. La ética del medio ambiente debería tenerse en cuenta de forma transversal a la hora de abordar cualquier proyecto, sea del tipo que sea, porque hasta ahora, el ser humano, imbuido en la lógica del sistema capitalista, en lugar de prestar atención a nuestros ecosistemas naturales, ha arremetido contra ellos, alterando el paisaje y el entorno natural de manera vertiginosa. Hemos de incidir, para difundir esta ética medioambiental, en que no es bueno dedicarnos a actividades, profesiones, deportes, hobbies o proyectos que ataquen los fundamentos de la naturaleza, los recursos naturales, la flora y la fauna, y los ecosistemas donde habitan. Hace poco tiempo en nuestro país tuvimos un dilema similar, cuando la petrolera Repsol tuvo la ocurrencia de explorar las aguas profundas del ecosistema marino de las islas Canarias en busca de petróleo. Los grupos ecologistas advirtieron del peligro que suponían las actividades de prospección de cara a la conservación de especies de fauna y flora marina en dicho ecosistema. Afortunadamente, la concienciación popular y política sobre estos asuntos ya había calado fuertemente en la ciudadanía y en los agentes sociales, y el proyecto se abortó. Continuaremos en siguientes entregas. 

 

Fuente de Referencia: Ética Práctica (Peter Singer)

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1 agosto 2019 4 01 /08 /agosto /2019 23:00
Viñeta: Enrique Ortega

Viñeta: Enrique Ortega

El acceso a la energía está directamente relacionado con el bienestar de las personas, así como del conjunto de la sociedad. La vida moderna no se puede concebir sin su acceso, al asegurar no solo un “nivel de confort básico”, sino de un “desarrollo vital mínimo” asegurando acciones tan básicas como cocinar, conservar alimentos, disponer de agua caliente sanitaria, iluminación o climatización. Por ello, se puede afirmar que el acceso a la energía tiene carácter esencial y básico en el ámbito doméstico, además de transversal en el desarrollo económico de cualquier sociedad, al afectar a la actividad de todos sus sectores económicos

Cecilia Sánchez (Ecologistas en Acción)

Además de todos los factores que determinan la pobreza energética, ya comentados en artículos anteriores, resulta que nuestra factura eléctrica es más cara que la media europea, incluso separando las tres partes que forman el recibo de la luz, y considerándolas de forma aislada. Tomo datos a continuación del artículo de Javier Ginsanz que ya referimos en la entrega anterior: "Recapitulando, vemos que en las tres partes del recibo de la luz pagamos costes de más: en el 35% que se paga por el precio de producir la electricidad (un mercado mal regulado y muy volátil), en el 40% de los peajes (lleno de "extracostes" que deberían quitarse o pasarse al Presupuesto) y en el 25% de impuestos (mayores que en Europa). Así no debería extrañarnos que la luz en España sea de las más caras de Europa. Para el usuario doméstico, el precio medio en junio de 2017 era de 0,1805 euros/kilowatio (sin impuestos), un 37% más cara que la media europea (0,1315 euros/kilowatio) y la tercera luz más cara de Europa, sólo por detrás de Bélgica e Irlanda (una isla) y un 65% más cara que en Francia (0,1089 euros/kilowatio), y un 30% más costosa que en Italia (0,1332 euros/kilowatio), Reino Unido (0,1344 euros/kilowatio) o Alemania (0,1389 euros/kilowatio), según Eurostat. Y las empresas pagan en España 0,086 euros/kilowatio (sin impuestos), un 28,3% más que las alemanas (0,067 euros/kilowatio) y un 30,3% más que las francesas (0,066 euros/kilowatio), según datos de Industria (2016)". Este absurdo, alocado e injusto sistema eléctrico está claramente a favor de los intereses de las grandes transnacionales energéticas, y provoca subidas continuadas de la factura eléctrica, nada menos que de un 52% de 2008 a 2014, cuando en Europa el incremento fue de un 34% (también desbocado, aunque menos que en nuestro país). La pobreza energética es la consecuencia directa de la existencia de este sector eléctrico tan caótico, pero con tanto poder en nuestro país. Un desmesurado poder económico, político y mediático, que hasta ahora ningún gobierno se ha atrevido a enfrentar. Así las cosas, está claro que el modelo energético español no funciona. Está en manos poderosas de grandes empresas privadas con negocios repartidos por todo el mundo, que además actúan como un oligopolio impidiendo la competencia real, encareciendo los precios de la electricidad y asegurando su poder mediante las puertas giratorias. 

 

El paso a propiedad social del sector estratégico de la energía, como servicio y derecho básico y fundamental, es una asignatura pendiente en nuestro país. Tenemos pruebas evidentes de diversas experiencias llevadas a cabo en varios municipios y países europeos, donde se ha producido una remunicipalización del servicio o bien la existencia de una o varias compañías de titularidad estatal, donde se funciona mejor que en nuestro país. España está necesitada de un Plan Nacional de Transición Energética (tenemos un Ministerio que lleva dicho nombre, pero que ha hecho bien poco hasta ahora), que sirva para ahorrar energía rehabilitando edificios y apostando por las fuentes de energía limpias y renovables. Eso implicaría lógicamente una inversión estatal (del orden de unos 15.000 millones de euros al año), que crearía unos 400.000 empleos de calidad, según estimaciones de formaciones políticas y ecologistas de izquierda. Además, se fortalecería el tejido industrial propio, y se contribuiría a aumentar nuestra soberanía energética (o lo que es lo mismo, reducir nuestra dependencia energética externa). Como afirmábamos en nuestra serie de artículos "Por otra política y cultura energéticas", necesitamos cambiar el irracional modelo actual por otra forma sostenible y democrática de cultura energética, ya que el actual modelo, basado en la explotación intensiva e irresponsable de las fuentes de energía contaminantes, ha hecho posible la arquitectura de la desigualdad energética, el desarrollo capitalista de un derecho fundamental, y todo ello llega a su fin por el agotamiento de los recursos energéticos fósiles, la brutal competencia por el acceso a los mismos, su mayor coste y los nefastos efectos ambientales provocados por un sistema ecológicamente insostenible y socialmente injusto. Es apremiante la instalación y migración hacia una nueva cultura energética, que permita asociado a ella la construcción de un nuevo modelo productivo, y una alternativa sostenible basada en las energías renovables y en la consideración de la energía como derecho humano fundamental. Pero hoy día, el acoso del gran oligopolio eléctrico (que actúa muchas veces como un auténtico cártel criminal) al mundo de las energías renovables es feroz, y tienen de su lado a su lacayo, el poder político, que les prepara muy bien el terreno.

 

Padecemos los efectos de un mercado energético distorsionado y opaco, que oculta mecanismos perversos de ayudas encubiertas (a través del precio de la factura, sobre todo) a las grandes eléctricas y a los grandes consumidores. Pero se han encargado de hacer creer a la opinión pública una serie de engañosos mantras, con los que difunden sus campañas de desprestigio hacia las energías renovables, para mantener sus grotescos privilegios. Las grandes corporaciones, agrupadas en la Patronal UNESA, han desplegado todo su poderío e influencias para expulsar a la competencia del mercado, y para hacer la vida imposible a los autoconsumidores, y verter a la opinión pública todo tipo de infundios sobre el mundo de las energías limpias y sostenibles. De hecho, la pobreza energética es el efecto principal (y más sangrante) de este modelo energético, basado en resguardar los intereses privados de estas grandes corporaciones, reacias no sólo al cambio del modelo productivo, sino a un abaratamiento de los servicios, para hacerlos accesibles al conjunto de la población. Pero renunciar al actual modelo energético implicaría que estas grandes empresas irían perdiendo bastante poder, cosa que, evidentemente, no les interesa. Están en juego las inversiones millonarias en centrales de gas que construyeron las grandes eléctricas sobre todo desde el año 2005. La única solución es ir acabando progresivamente con la inmensa influencia que estas grandes compañías proyectan sobre el poder político, para ir migrando a otro modelo, a otra política y a otra cultura energéticas. Sólo entonces podremos erradicar totalmente la pobreza energética de nuestro país. Necesitamos una política energética al servicio de las personas, no del poder transnacional. Una política energética sensible a las necesidades, y sensible al deterioro del planeta. Mediante la aplicación de estos principios, no sólo conseguiremos romper el oligopolio energético en nuestro país (fuente de todos nuestros males en el sector de la energía), sino también contribuir a atenuar los efectos del cambio climático, a desarrollar otros patrones de consumo más racionales, y a utilizar las fuentes de energía limpias y renovables. La erradicación de la pobreza energética será un efecto inmediato de estas políticas, en cuanto se implementen. En última instancia, es un problema de vulneración de los derechos humanos. 

 

Cuando la Lex Mercatoria se impone a los derechos humanos, es decir, cuando las lógicas de mercado llegan a alcanzar mayor poderío que la satisfacción de las necesidades humanas más elementales, entonces se comienza a obedecer a la diabólica lógica de las grandes empresas transnacionales, unas corporaciones que llegan a poseer más poder e influencia que los propios Estados (porque además actúan por todo el mundo), y a las que les importa bien poco todo lo que no sea aumentar constantemente sus cuentas de resultados. Alcanzan un poder de lobby que se inmiscuye en los asuntos nacionales, que destruyen la soberanía de los países, que interceptan las garantías de los derechos humanos, y que imponen sus lógicas de beneficios a través de sus medios de comunicación, hasta tal punto que el conjunto de la ciudadanía comienza también a entenderlo así. Hoy día, su lógica de mercado se impone a través de los mal llamados Tratados de Libre Comercio, que les conceden impunidad para instalar sus mercados donde deseen, para eliminar todas las legislaciones que les estorben, y para eliminar las garantías a los derechos humanos fundamentales. La pobreza energética, ya lo decíamos al comienzo de este bloque temático que ahora finalizamos, es una consecuencia más, una modalidad más, una categoría más, una variante más de la pobreza tomada en sentido general, y por tanto, obedece a la misma arquitectura de la desigualdad que consagra este poderío y esta impunidad de las grandes corporaciones. Una lógica que no se enfrente abiertamente a su poderío y a su control, que no afronte claramente soluciones radicales, no garantizará tampoco que la pobreza energética no sea erradicada. Sólo la fuerza de la ciudadanía organizada, de las movilizaciones sociales, del refuerzo del tejido social, de las organizaciones de consumidores y usuarios, de los sindicatos, de los movimientos sociales, de las organizaciones de afectados, y en definitiva del conjunto de la población, contra este deleznable poderío de las grandes empresas, será capaz de revertir todo este peligroso escenario. Comenzaremos nuevo bloque temático en la siguiente entrega.

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30 julio 2019 2 30 /07 /julio /2019 23:00
Viñeta: Eneko

Viñeta: Eneko

Con una población envejecida y en declive, a la vieja Europa le asusta la juventud y el dinamismo demográfico de África. La perspectiva de que el continente vecino alcance 2.500 millones de personas en las próximas décadas inquieta a las autoridades comunitarias hasta el punto de renunciar a regular los flujos migratorios desde un enfoque centrado en los derechos humanos y optar por una gestión securitaria de la inmigración. La forma en que la UE aborda este problema no solo acrecienta la tragedia de los extracomunitarios que se acercan a nuestras fronteras, también está alentando la xenofobia y el ascenso de formaciones políticas que defienden la identidad étnica y cultural de “su” nación como elemento central de las políticas

Santiago Álvarez Cantalapiedra

En el último artículo de esta serie ya comenzamos a denunciar la tremenda hipocresía que ejercen nuestros gobernantes en torno a las mafias, y continuaremos aquí porque no son sólo las mafias...es el propio capitalismo que las fomenta. Si hay guerras, es porque existe un complejo militar-industrial que hay que alimentar (filosofía capitalista). Si hay expolio y destrucción de recursos naturales, es porque existen empresas que necesitan dichos recursos como materia prima para sus tecnologías (filosofía capitalista). Si hay explotación laboral y mano de obra esclava de los habitantes de estos países de origen, es porque existen empresas desalmadas a las que no les importan llevar a cabo estas prácticas para aumentar sus beneficios (filosofía capitalista). Como expone Antonio San Román Sevillano en este artículo para el digital Rebelion, en la República Democrática del Congo millones de personas han sido asesinadas, y aún continúan siéndolo, para que el mundo se beneficie de la riqueza del país africano, especialmente del coltán, un mineral utilizado en la fabricación de teléfonos móviles. Esta industria explota a miles de adultos y niños en la extracción de este mineral. También existen grandes empresas multinacionales que compran las tierras de países enteros para sus agronegocios, expulsando a los campesinos de sus tierras, y condenándolos al hambre y la miseria. Son las grandes corporaciones que dominan el mercado de las semillas, y que están sembrando en los seres humanos las semillas del cáncer y de múltiples enfermedades. Están acabando con la soberanía alimentaria de estos países, y llevando al mundo a su extinción. Incluso se pervierte la utilidad y destino final de las Ayudas al Desarrollo, pues a cambio de recibir ayuda económica e inversiones empresariales, los países africanos tienen que cambiar sus leyes para facilitar a las empresas la adquisición de tierras, el control de las semillas y los mercados de exportación. Otras empresas acaparan la explotación económica de la sabana africana, una extensa zona de unos 400 millones de hectáreas que va desde Senegal hasta África del Sur. 

 

Todo esto beneficia a la agroindustria exportadora, pero se traduce en el desarraigo de millones de pequeños productores empobrecidos y la concentración de tierras en manos de grandes corporaciones. Precisamente en esta expulsión hacia zonas marginales de estas poblaciones campesinas está el origen de la propagación de terribles enfermedades, como el ébola, que actualmente experimenta un rebrote peligroso en determinados países africanos. Al ser desplazadas de su hábitat originario, estas poblaciones entran en contacto con alimentos desconocidos para ellas, al tener que buscarlos en zonas tropicales. Cuando no los encuentran, se ven obligadas a comer pequeños roedores, monos y murciélagos. Los acuíferos están siendo también invadidos por el gran capital transnacional. Varios multimillonarios, grandes bancos de Wall Street y determinadas empresas están haciéndose con el control sobre el agua de todo el planeta. Están adquiriendo miles de hectáreas de tierras con acuíferos, lagos, humedales, etc., incluyendo los derechos sobre el agua, los servicios sanitarios y las acciones en empresas de tecnología e ingeniería del agua de todo el mundo. Al no existir una filosofía política sobre el agua que la entienda como un bien común universal, estos grandes magnates obtienen cada vez un mayor control privado sobre este recurso natural absolutamente imprescindible. Ni que decir tiene que estas grandes empresas y sus dirigentes son quienes colaboran con las élites corruptas y los regímenes autoritarios de África, que reprimen las revueltas sociales de sus poblaciones cuando éstas se organizan para protestar por la deriva suicida que están tomando. Bajo la complicidad y control de las potencias occidentales, casi todas esas protestas populares culminan en Golpes de Estado, derrocamiento de gobiernos, confusas guerras civiles, tribales o religiosas, que desestructuran los poderes de dichos países, y contribuyen a crear Estados fallidos (como en los recientes casos de Libia, Egipto, Siria...). Todas estas tramas y quienes las organizan son también mafias. El concepto de "mafia", por tanto, ha de ser repensado, y situado en su justa dimensión. Mafia es hoy día el conjunto de potencias occidentales y sus complejos militares, industriales y tecnológicos, bajo la complicidad última de las entidades bancarias que los financian, y que contribuyen a hacer del mundo pobre su particular cortijo. 

 

¿Y qué hace el mundo "rico" cuando esos pobres del otro mundo intentan llegar a sus fronteras? Criminalizarlos, y hacer su vida imposible. El actual magnate dirigente de Estados Unidos, Donald Trump, ha amenazado directamente a sus países centroamericanos vecinos (México y Guatemala) con subir sus aranceles comerciales, si no son capaces de controlar sus flujos migratorios hacia el gigante estadounidense. Por su parte, las políticas infames de la Unión Europea consisten en la retención y en tener atrapados a miles de refugiados en campos de concentración en Grecia, Turquía o Libia, para que nadie llegue a nuestras fronteras. El gobierno español mantiene convenios bilaterales con Marruecos para aceptar devoluciones "en caliente", una práctica absolutamente ilegal y deleznable. Mientras, se va normalizando el terrible discurso político de la ultraderecha, que considera a todo extranjero como una amenaza, y aboga por endurecer los controles en las fronteras, y acelerar la expulsión de miles de migrantes irregulares. El racismo y la xenofobia se palpan cada vez más, tamizados por estos mensajes de organizaciones claramente supremacistas. El dogma de la "identidad cultural" se extiende como la pólvora. Falaces mantras se normalizan, como que "una nación sin fronteras deja de ser nación". La criminal Europa fortaleza se refuerza en sus discursos y en sus políticas. Mario Hernández, en su Ponencia "Una visión policíaca de la inmigración", presentada en las XXIV Jornadas de Estudios Migratorios que se realizaron en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Santiago de Chile en agosto de 2017, afirma: "Hay un récord de 65 millones de desplazados forzados en el mundo de hoy. Esto es aproximadamente 1 de cada 113 personas. La ONU describe nuestra era como una "de desplazamiento masivo sin precedentes". Esta cifra solo incluye refugiados y personas desplazadas internamente por conflictos armados. Crecerían aún más si fueran incluidas las personas desplazadas por la pobreza, o por desastres "naturales" tales como sequías, tormentas y desertificaciones".

 

Y añade: "Un estudio realizado en 2008 por investigadores del Centro de Estudios sobre Refugiados de la Universidad de Oxford encontró cifras de 24-30 millones de desplazados ambientales hoy en día, proyectándose a 200 millones o más al año 2050. Esto significa que los migrantes ambientales ya son cerca de la mitad de aquéllos desplazados por la guerra (aunque estas categorías se sobreponen); y podrían llegar a triplicar la cantidad actual, que es el récord de desplazados en tres décadas. Con estas cifras, si la población mundial llega a 10 billones en el 2050, 1 de cada 50 personas sería un migrante ambiental". Los efectos del cambio climático, que a todas luces supone una amenaza civilizatoria global, obligará a un crecimiento del número de desplazados ambientales. Si las políticas de fronteras no cambian, en un mundo en declive planetario y sin posibilidad de movimiento ni refugio real, el número de personas que mueren en el Mediterráneo hoy día podría llegar a ser ridículo comparado con los desplazados ambientales que se avecinan. Bajo argumentos moralmente repugnantes como el de la "invasión" que estamos sufriendo, o de la amenaza a "nuestros valores" que los migrantes representan, o a que nuestro país "está lleno" (como afirmó indecentemente Trump), se legitiman todas estas políticas fallidas, racistas, ilegales y aberrantes. Y así, los solicitantes de asilo han sido tachados de "criminales", de "violadores", de ser portadores de enfermedades terminales, de ser terroristas, de querer vivir de los servicios públicos del país de acogida, o de querer implantar sus radicales visiones religiosas, entre otras barbaridades. "El efecto de estas calumnias es la deshumanización de los refugiados, que allana el camino para excluirlos de la categoría de legítimos poseedores de derechos humanos" (Mario Hernández). Precisamente, toda esta injusta cosmovisión hacia el migrante es la responsable de desplazar el problema de las migraciones del ámbito ético al de la seguridad, la delincuencia, la criminalidad y la defensa del orden público, relacionadas con la supuesta "amenaza" que la llegada de migrantes supone. Vivimos una época de descarado "imperialismo fronterizo", que legitima y despliega las más horribles prácticas hacia este fenómeno. 

 

Según Harsha Walia, "El imperialismo fronterizo puede ser entendido como la creación y reproducción de desplazamientos globales masivos y de las condiciones necesarias para la precariedad legalizada de los migrantes, quienes son inscritos por la violencia racial y de género del imperio, como también por la segregación capitalista y la segmentación diferencial del trabajo". El desplazamiento se provoca por motivos económicos o conflictos armados de forma directa, o de forma indirecta por el saqueo y expolio de recursos naturales, que dejan sin oportunidades vitales a los habitantes de los países de origen. Si a todo ello le sumamos el caos climático generado por la globalización capitalista, ya tenemos el cóctel explosivo al completo. Los estudiosos del clima afirman que amplias áreas de Oriente Medio y del norte de África serán inhabitables a mediados de este siglo, y muchas de las 500 millones de personas que viven allí podrían verse obligadas a migrar. Mario Hernández también aporta el dato de que el lago Chad, frontera natural entre Níger, Nigeria, Camerún y Chad, en medio siglo ha perdido cerca del 85% de su superficie, un drama para los más de 22 millones de personas que viven en su cuenca. La sequía, las hambrunas y las epidemias golpean también en Mauritania, Mali y Somalia, causando un éxodo incesante hacia los campamentos de refugiados, y para los más atrevidos y/o desesperados, hacia la ilusión de una nueva vida en Europa. Pero nuestra vieja Europa los desprecia. Ningún país hace gala de una política de fronteras mínimamente digna. Italia endurece cada día su discurso, pero quizá la situación más alarmante se da en los países del Este europeo: Polonia, República Checa, Eslovaquia, Bulgaria y particularmente Hungría. Allí, el Parlamento aprobó una ley que permitirá al gobierno del nacionalista Viktor Orban encarcelar a todos los demandantes de asilo, incluyendo a los menores. Cualquiera que intente entrar en Hungría para solicitar asilo será encerrado en la frontera en contenedores metálicos rodeados de alambres de púas hasta que su solicitud sea estudiada. Orban ha declarado ya el "Estado de sitio" (para el país que menos refugiados recibe, 345 durante 2017), y entre otras perlas, ha declarado que los migrantes son "veneno". El panorama es, pues, angustioso y repugnante. Continuaremos en siguientes entregas.

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28 julio 2019 7 28 /07 /julio /2019 23:00
Viñeta: Moro

Viñeta: Moro

Es evidente que debemos desviarnos del sendero que nos condujo a la encrucijada histórica en que nos encontramos, reconocer que continuar alimentando el desarrollo económico con combustibles fósiles es una fórmula letal propia de un suicidio colectivo planetario, que la urgente transformación en la matriz energética mundial exige el despliegue masivo de fuentes alternas de energía libre de emisiones de carbono, y que las transformaciones económicas y energéticas requeridas deben realizarse en los próximos 20 años sin condenar a la mayoría de la población mundial, localizada en los países en desarrollo, a mantenerse sumergida en la pobreza y la dependencia

Julio César Centeno

En nuestro último artículo ya introducíamos el pensamiento de algunos autores que han expuesto su versión sobre una ética extendida a todos los seres vivientes, tal como Albert Schweitzer. Citaremos a continuación un pasaje donde se recoge perfectamente su filosofía de "veneración por la vida": "La verdadera filosofía ha de comenzar con los hechos más inmediatos y comprensivos de la conciencia. Y esto se puede formular de la siguiente forma: "Yo soy vida que desea vivir, y existo en medio de la vida que desea vivir"...Como en mi propio deseo de vivir hay ansia de más vida, y de esa misteriosa exaltación de la voluntad que se denomina placer, y terror frente a aniquilación y esa herida en el deseo de vivir que se denomina dolor; lo mismo se obtiene en todo el deseo de vivir que me rodea, bien si se expresa para mi comprensión, o bien si permanece en silencio. Por tanto, la ética consiste en esto, que yo experimente la necesidad de practicar la misma veneración por la vida hacia todo deseo de vivir, que hacia la mía propia. De ahí que ya tenga el fundamental y necesario principio de moralidad. Es bueno mantener y amar la vida; es malo destruirla y detenerla. Un hombre es realmente ético sólo cuando obedece a la turbación que se le presenta para ayudar a toda vida que es capaz de auxiliar, y cuando se desvía para evitar dañar a algo viviente. Él no pregunta hasta qué punto ésta o aquélla vida merecen comprensión como valiosa en sí misma, ni tampoco hasta qué punto es capaz de sentir. Para él, la vida como tal es sagrada. No rompe en pedazos el cristal que se refleja en el sol, no arranca una hoja de su árbol, no rompe una flor, y tiene cuidado de no aplastar a ningún insecto al andar. Si trabaja a la luz de una lámpara en una noche de verano, prefiere mantener la ventana cerrada y respirar aire sofocante, antes que ver cómo caen en su mesa un insecto tras otro con las alas hundidas y chamuscadas". Por supuesto, hemos de extraer todo el lenguaje metafórico que estos autores utilizan (tan propio por otra parte de la filosofía Zen oriental). Ya sabemos, por ejemplo, que las plantas no pueden experimentar "ansia", "exaltación", "placer" o "terror", pero sí sabemos que, aun no poseyendo conciencia, reaccionan ante determinados estímulos. Es así como debemos entender estas cuestiones. 

 

Todas estas consideraciones nos introducen en la corriente que podríamos denominar "Ecología profunda", cuyo pionero puede ser considerado el ecologista norteamericano Aldo Leopold, quien hace más de medio siglo ya escribió que existía la necesidad de una "nueva ética, que tratara las relaciones del hombre con la tierra y los animales y las plantas que crecen en ella". Esta "ética de la tierra" que Leopold propuso extendería "los límites de la comunidad hasta incluir suelos, aguas, plantas y animales, o, de forma colectiva, la tierra". El incremento de la preocupación por la Ecología a principios de los años 70 del siglo pasado condujo a un resurgimiento del interés por este tema, y a su inclusión en los objetivos políticos de muchas formaciones, así como al desarrollo de ONG de tipo ecologista y animalista. El filósofo noruego Arne Naess escribió un breve pero influyente artículo en el cual distinguía entre extremos "profundo" y "superficial" dentro del movimiento ecologista. La forma de pensar ecológica superficial se limitaba al marco de la moral tradicional; los que pensaban de esta manera luchaban por evitar la contaminación de ríos, mares y océanos, y apostaban por la conservación de la naturaleza. Los ecologistas profundos, por su parte, querían conservar la integridad de la biosfera por su propio bien, sin tener en cuenta los posibles beneficios que los seres humanos podrían conseguir al adoptar esta actitud. Y así, mientras que la veneración por la ética de la vida pone el énfasis en los organismos vivientes individuales, las propuestas por una ética ecológica profunda tienden a tomar la naturaleza en su conjunto como objeto de valor en sí misma: especies, sistemas ecológicos, incluso la biosfera en su conjunto. Leopold resumió las bases de su nueva ética de la tierra de la siguiente forma: "Una cosa está bien cuando tiende a conservar la integridad, estabilidad y belleza de la comunidad biótica. Está mal cuando tiende en sentido contrario". 

 

En un documento conjunto fechado en 1984, Arne Naess y George Sessions (un filósofo norteamericano involucrado en el movimiento ecológico profundo) establecieron los principios generales para una ética ecológica profunda, que podrían ser los siguientes:

 

1.- El bienestar y la prosperidad de la vida humana y no humana sobre la Tierra tienen valor en sí mismos (es decir, valor intrínseco, valor inherente). Y estos valores son independientes de la utilidad del mundo no humano para los fines humanos. Es decir, el valor de los ecosistemas naturales es independiente de la (posible) utilidad que puedan prestarnos.

 

2.- La riqueza y diversidad de formas de vida (biodiversidad) contribuyen a la realización de estos valores y también son valores en sí mismos. Este principio nos insta, lógicamente, a preservar éticamente la biodiversidad como un bien en sí misma. 

 

3.- Los seres humanos no tienen derecho a reducir esta riqueza y diversidad a menos que sea para satisfacer necesidades perentorias y vitales. Pero como sabemos, el capitalismo lleva esquilmando, especialmente durante las últimas décadas, grandes porciones naturales del planeta, conduciendo a la extinción de miles de especies de plantas y animales. 

 

Como podemos comprobar, estos principios pueden tomarse como base para justificar una ética del medio ambiente y la naturaleza que figure jurídicamente como sujeto de derechos al más alto nivel. Y aunque estos principios se refieren sólo a la vida, en el documento referido Naess y Sessions afirman que la ecología profunda utiliza el término "biosfera" de una manera más global, para referirse también a las cosas no vivientes tales como ríos (cuencas), montañas, paisajes y ecosistemas. Por su parte y en la misma línea, dos australianos que trabajan en la tendencia profunda de la ética medio ambiental, como son Richard Sylvan y Val Plumwood, también extienden su ética más allá de los seres vivientes, incluyendo en ella la obligación de "no poner en peligro el bienestar de los objetos o sistemas naturales sin un buen motivo". Como vimos en la anterior entrega, Paul Taylor nos insta a estar dispuestos no solo a respetar toda cosa viviente, sino a dar el mismo valor a la vida de toda cosa viviente que damos a la nuestra. Y en su libro "Deep Ecology", Bill Devall y George Sessions defienden una forma de lo que pudiéramos llamar "igualitarismo biocéntrico". Retomamos sus palabras: "La intuición de la igualdad biocéntrica consiste en que todas las cosas de la biosfera tienen igual derecho a vivir, a florecer y a alcanzar sus propias formas individuales de desdoblamiento y autorrealización dentro de la mayor Autorrealización. Esta intuición básica consiste en que todos los organismos y entidades de la ecosfera, como partes de un todo interrelacionado, tienen igual valor intrínseco". No obstante, aún podríamos arguir objeciones en torno al derecho a vivir, a crecer o a florecer, si comparamos seres individuales, por ejemplo podría parecernos lógico que los derechos de un gorila estuvieran por encima de los de un árbol. Por tanto, debemos entender que el mensaje que la ética ecológica profunda nos transmite radica más en comprender y asimilar que todo ser viviente juega un papel en un ecosistema del cual todos dependen para su supervivencia. Es en esencia la misma ecodependencia que el ecofeminismo reclama, y que el ecosocialismo predica, y que también nos reclama el Buen Vivir. Continuaremos en siguientes entregas.

 

Fuente de Referencia: "Ética Práctica" (Peter Singer)

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25 julio 2019 4 25 /07 /julio /2019 23:00
Imagen: Portada del Informe del mismo título de Ecologistas en Acción

Imagen: Portada del Informe del mismo título de Ecologistas en Acción

Nos enfrentamos a grandes retos en el futuro, en la perspectiva de una etapa en la que los combustibles fósiles comienzan a agotarse y a encarecerse, es necesaria una transición energética hacia tecnologías de producción eléctrica basadas en fuentes renovables. Dicha transición es necesaria en términos económicos, medioambientales y en términos de soberanía nacional debido a nuestra extrema dependencia de los mercados internacionales de combustibles fósiles. El oligopolio privado y capitalista ya ha demostrado su ineficiencia en la gestión del sector y su falta de voluntad en dar pasos hacia una revolución en las tecnologías de producción eléctrica

David Pineda

Precisamente vamos a basarnos a continuación en el Informe de Ecologistas en Acción cuya portada hemos añadido como imagen de entradilla, en primer lugar a través de un doble artículo de Cecilia Sánchez, miembro de dicha organización, aparecido en el medio El Salto Diario. Desde hace varias entregas atrás venimos insistiendo (porque pensamos que es una condición nuclear y básica para solucionar el problema de la pobreza energética) en la necesidad imperiosa de declarar el derecho a la energía como derecho humano fundamental. Este enfoque es esencial para producir los cambios necesarios, ya que "analizar la pobreza energética desde un enfoque de derechos humanos permite poner el foco no en las carencias y las necesidades de las personas que la padecen para que el Estado las satisfaga, sino en los resultados de las medidas adoptadas por los titulares de las obligaciones de respetar, proteger y garantizar los derechos esenciales de las personas. Se trata de garantizar tales derechos de tal forma que en caso de no cumplir con el mandato puedan ser reclamados jurídicamente por sus titulares" (Cecilia Sánchez). En efecto, el cambio que provocamos es abismal si lo enfocamos de esta forma. Pondremos un ejemplo: extrapolado al ámbito de la Renta Básica Universal (RBU, de la que hemos dado amplia cuenta en el anterior bloque temático), es justo la misma diferencia que existe entre ésta y los múltiples subsidios condicionados para pobres que existen por los diferentes territorios. Es decir, mientras que para que se conceda un subsidio de este tipo las personas han de pelearse con las Administraciones Públicas para demostrar su pobreza, la RBU asume esta renta como un derecho de ciudadanía, y lo integra sin más en su catálogo de servicios y derechos públicos y universales. Igual ocurre con la energía: si conseguimos que actúe a nivel de derecho humano fundamental, el suministro estará garantizado, ya seamos los más ricos o los más pobres de la sociedad. Lo que ocurre es que hasta ahora, debido a la ola de neoliberalismo desatada desde la década de los años 80 del pasado siglo, los Estados han sido bastante reticentes a recoger en sus ordenamientos jurídicos unos derechos que implican obligaciones exigibles por la ciudadanía.

 

Pero en muchos casos llegamos a contradicciones absurdas, pues por ejemplo, sin derecho a una vivienda digna difícilmente se pueden lograr las libertades que propugna el primer gran catálogo de derechos humanos, por ejemplo el derecho a la intimidad. En entregas anteriores hemos explicado la fundamentación teórica que la Constitución CE1978, los marcos normativos y tratados internacionales y la propia Unión Europea ofrecen para enmarcar ahí el reconocimiento de la energía como un derecho humano fundamental. ¿Por qué no se hace efectivo, pues? Pues por la misma razón de siempre: falta de voluntad política. Y por tanto venimos a desembocar donde siempre: arquitectura de la desigualdad. Una arquitectura social, política, económica y cultural al servicio del incremento de las desigualdades prima en nuestro país y en la inmensa mayoría de los países del planeta, es decir, y volvemos a recalcar por enésima vez, no es una desigualdad natural, no es una desigualdad espontánea, no es una desigualdad improvisada, no es una desigualdad imposible de desmontar: es una desigualdad fabricada, potenciada, exaltada y preservada por las grandes élites que nos gobiernan, por las propias directrices del neoliberalismo como doctrina casi de fe política, y una desigualdad proyectada y perpetuada, al menos mientras no tengamos el honor de ser gobernados por personas honradas, justas, humanas y valientes. Si el derecho a la energía se reconociera como derecho humano fundamental, ello implicaría, de entrada, que deberían existir agencias públicas encargadas de su suministro de forma universal e incondicional, y claro, eso haría perder muchos enteros de valor en bolsa para miles de accionistas que hoy día engordan sus bolsillos por el incremento del poder que todas estas empresas privadas poseen. De hecho, podemos afirmar que el sector eléctrico en nuestro país es un claro paradigma del control capitalista sobre un sector de producción estratégico. Siguiendo a David Pineda en este artículo para la versión electrónica de Mundo Obrero, hay que resaltar que la Exposición de Motivos de la Ley 54/1997 mostraba ya en dicha época la voluntad de que el Estado se inhibiera de la intervención en un sector estratégico como el energético. 

 

Dicha evolución ha ido in crescendo, de tal forma que hoy día el Estado ha perdido completamente su capacidad de intervención pública en este sector, y ya no es capaz de garantizar el suministro eléctrico a una parte de la población. Es justo lo que ocurre cuando la gestión y materialización de los derechos se transfieren a empresas privadas: dejan de ser universales, y comienzan a primar los beneficios privados sobre los intereses públicos. Bajo ese falaz disfraz de la "liberalización", se esconde un peligroso monstruo que la propaganda capitalista nos vende como algo muy bueno y positivo, abriendo el servicio a la competencia del mercado (lo cual tampoco es cierto, ya que lo que tenemos en realidad es un oligopolio), abaratándolo y mejorando la eficiencia. El dogma neoliberal pone mucho empeño en que nos creamos todas estas patrañas, y como dispone de un aparato de propaganda tan poderoso, al final, si no lo contrarrestamos, cala en la mentalidad de las mayorías sociales, y acaba por imponerse. Pero como estamos demostrando, la realidad es muy distinta: lo que ha ocurrido es que el suministro ha dejado de ser universal, ha perdido calidad, los precios de la electricidad han aumentado escandalosamente para aumentar la riqueza de unos pocos, y además se ha reducido personal, oficinas y servicios, contribuyendo al desempleo y a la precarización laboral. Toda una transferencia de fondos desde el sector público al privado, contribuyendo a socializar las pérdidas y a privatizar las ganancias. Es la misma ecuación neoliberal que se aplica a cualquier sector que sufra este proceso. Lo que hay que hacer, por tanto, para desmontar esta peligrosa deriva y revertir esta arquitectura de la desigualdad, es volver a recuperar la concepción de servicio público en el sector, lo que implica luchar por consolidar un modelo de Estado que garantice una vida digna para el conjunto de la población, y ello pasa por impedir categóricamente los cortes de suministro eléctrico para todas aquéllas personas y familias que no puedan hacer frente a las costosas facturas de este perverso oligopolio. Pero además, nuestro Estado ni siquiera tiene participación en ninguna de estas empresas, pero en cambio sí están participados otros Estados extranjeros, como el italiano, el Qatarí, el noruego, el argelino, y varias empresas estadounidenses. Al contrario de lo que ocurre en Alemania, Francia o Italia, España carece de capacidad de intervención sobre las grandes compañías eléctricas. 

 

Hace falta voluntad política para acabar de una vez con la pobreza energética. Para ello, las medidas principales son bien sencillas, y se podrían resumir en las siguientes: 1) Prohibición de los cortes de suministros básicos a hogares en situación de vulnerabilidad. 2) Recuperar los 3.500 millones de euros que deben las compañías eléctricas al Estado y al pueblo español, a causa del montaje del llamado "déficit tarifario". 3) Prohibición de las puertas giratorias, para que los Ministros dejen de ser comisionistas de las grandes eléctricas, construyendo sus políticas como un sistema de favores y privilegios. 4) Auditar los costes de la electricidad y acabar con los abusos tarifarios. Medida ésta última que implica intervenir públicamente el mercado energético, que quizá es el desafío más importante que tenemos en esta materia. Porque de hecho, todas esas medidas podrían confluir en una sola, que no es otra que nacionalizar las compañías eléctricas con mayoría de capital público, para que sean devueltas al patrimonio social, como bien común, público y de todos, del conjunto de la ciudadanía, indemnizando únicamente a los pequeños accionistas en dicha operación. Ni que decir tiene que la vuelta de las compañías eléctricas al control público y a propiedad social no sólo acabaría con las prácticas aberrantes que dichas empresas llevan a cabo hoy día, que contribuyen a profundizar las brechas y desigualdades sociales, sino que además llevaría al campo energético (uno de los derechos humanos básicos) la justicia social. Mientras esto no se lleve a cabo, continuará la pobreza energética, continuará la arquitectura de la desigualdad, continuarán las subidas de la luz, continuarán los escandalosos sueldos de los directivos de estas compañías, continuarán las puertas giratorias facilitando a los políticos retiros de oro (después de haber favorecido los intereses de estas grandes transnacionales), y continuará el mercado eléctrico desbocado. Nos seguirán diciendo que la culpa la tienen la sequía, el clima, el precio del petróleo, la transición ecológica, los costes de la producción y distribución, los impuestos, y un largo etcétera de excusas y pretextos para ocultar la realidad. Y la verdad es que este suministro no puede estar al arbitrio de intereses privados, sino del control y garantía universales de un servicio público, en correspondencia con un derecho humano fundamental.

 

Y mientras, como nos cuenta Javier Ginsanz en el Blog "Economía a lo claro", las subidas mensuales e interanuales son constantes. Javier Ginsanz nos explica muy bien en su artículo las características de este mercado "de locos", donde cada tipo de electricidad se ofrece a su precio y a cada hora del día se fija un precio que es el de la electricidad más cara. Todo una tómbola eléctrica al servicio de los más poderosos, un sistema demencial y absolutamente antidemocrático para un bien de primera necesidad. Un negocio redondo y miserable, donde los gestores de estas empresas privadas y sus accionistas aumentan sus beneficios con la precariedad y el sufrimiento de las clases populares. Javier Ginsanz nos pone un símil muy ilustrativo en su artículo: "Es como si compráramos carne picada hecha con pollo, cerdo, ternera y chuletón y la pagáramos a precio de chuletón". Y añade que, según la estimación del experto Jorge Fabra, los españoles hemos pagado 20.000 millones de euros de más a las eléctricas, solo entre 2005 y 2015, debido a este injustificable sistema de precios. La existencia de este oligopolio, además, incentiva el fraude, como se ha podido comprobar en diversas multas impuestas a estas compañías durante los últimos años por acordar entre ellas sistemas de precios y anular así la competencia. Son empresas que están acostumbradas a manipular el mercado en su beneficio, y a diseñar mil maniobras para obtener mayores beneficios a costa de los sufridos "consumidores". Además, este oligopolio produce una energía muy contaminante. Es llamativo, en este sentido, que las cinco grandes eléctricas (Endesa, Naturgy, Iberdrola, EDP y Viesgo) fueran responsables de la emisión del 17% de todos los gases de efecto invernadero (GEI) emitidos en España durante 2016, según el Observatorio de la Sostenibilidad. Un mercado que obedece a oscuros algoritmos, poco transparente y sujeto a factores descontrolados se podría aplicar a un bien de lujo, pero jamás sería lícito aplicarlo a un suministro básico y fundamental para la vida de las personas. Por si todo ello fuera poco, hasta un 40% de la factura eléctrica refleja una serie de costes que nada tienen que ver con el coste directo de producir la electricidad y suministrarla, y que sólo sirven para engordar aún más los beneficios de estas grandes compañías. Continuaremos en siguientes entregas.

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