Robar es un delito…sólo para los pobres
Tanto en los países pobres como en los ricos, las élites utilizan su mayor influencia política tanto para ganarse el favor de los Gobiernos de turno (en forma de exenciones fiscales, contratos exclusivos y privilegiados, concesiones especiales, subvenciones...), como para oponerse a la introducción de políticas que puedan fortalecer los derechos de la mayoría social. Y así, la enorme capacidad de influencia política que las grandes empresas pueden ejercer para manipular las leyes en su favor (aplazar, derogar, aprobar, modificar textos legales y normativos) ha incrementado sustancialmente la concentración de poder y dinero en muy pocas manos. Las labores de lobby llegan a ser tan poderosas que estas corporaciones invierten miles de millones de euros al año para fortalecerlos, y que su actividad sea más eficaz. Las instituciones financieras (que en la entrega anterior habíamos situado como la base del gran edificio de la corrupción) dedican más de 120 millones de euros anuales a financiar auténticos ejércitos de lobistas que trabajan para influir sobre las políticas de la Unión Europea en favor de sus intereses. Por su parte, muchas de las personas más ricas del mundo amasaron sus fortunas gracias a las concesiones gubernamentales exclusivas y las privatizaciones inherentes al fundamentalismo de mercado. No se trata (como ya analizamos en el primer bloque temático) de gente dotada de especial inteligencia, ni de especial valentía, ni de especial suerte, sino simplemente de gente con especial influencia. En el informe "Acabemos con la desigualdad extrema" de Oxfam Intermón se ilustran algunos ejemplos: "La privatización en Rusia y Ucrania tras la caída del comunismo convirtió a los políticos en multimillonarios de la noche a la mañana; Carlos Slim amasó sus muchos miles de millones garantizándose derechos exclusivos sobre el sector mexicano de las telecomunicaciones cuando éste fue privatizado en la década de 1990". Podríamos citar miles de casos por el estilo. Pero está claro que todos ellos son casos de corrupción, en el sentido de que, por vías lícitas, estas personas jamás habrían llegado a amasar sus fortunas. La edición de noviembre de 2016 de la Revista Papeles se tituló "Corrupciones", y animo a mis lectores y lectoras a que la tomen como referencia ilustrativa de hasta dónde llega el volumen de la misma en nuestro país, y en general en el mundo capitalista.
La corrupción es la propia manifestación del sistema cuando entra en estado tumoral, es la metástasis del sistema. Nos quieren convencidos de que la corrupción son unos cuantos casos aislados, que además no están asignados a las organizaciones, sino a las personas que los cometen. Falso por los cuatro costados. Ni son unos cuantos casos aislados (ya que son miles), ni son achacables a determinadas personas que son corruptas por naturaleza humana, sino que es el comportamiento natural del propio sistema, cuando necesita garantizar un volumen de negocio y una determinada demanda. Y así, blanqueo de capitales, posición abusiva de mercado, creación de cárteles, apropiación indebida, manipulación contable, fraude, cohecho, malversación de caudales públicos, tráfico de influencias, estafas, sobornos, evasión de impuestos, pago de comisiones, sobresueldos, puertas giratorias, y un largo etcétera de comportamientos delictivos o inmorales "forman parte de un extenso catálogo de prácticas corruptas, con las que convivimos diariamente, que llegamos a normalizar, y que nos conducen a una seria reflexión sobre la necesidad de crear una nueva cultura cívica, con mayor preocupación por la democracia real, la defensa de lo público y la construcción de lo común" (contaban los redactores del número indicado de dicha Revista). Lo que normalizamos es la desigualdad, materializada, por ejemplo, en que determinada empresa tenga que cerrar porque no obtiene contratos para sus actividades, mientras que otras se hagan gigantes y se extiendan por todo el mundo, por el descomunal e indecente grado de influencia política que disfrutan. Es la arquitectura de la desigualdad, que condena a determinadas personas o empresas a la indigencia, mientras a otras las encumbra al poder más absoluto. Según Santiago Álvarez Cantalapiedra (Director de la publicación), la corrupción es la expresión del predominio de una lógica particularista sobre la prosecución del bien común. La corrupción no tiene como única consecuencia el enriquecimiento ilícito de unos pocos a costa de los demás, sino que también provoca enormes costes para el conjunto de la sociedad, en términos de desconfianza, desmoralización y deslegitimación de unas actividades fundamentales para garantizar el ejercicio de los derechos de todas las personas. La consecuencia más devastadora consiste en que la democracia se socava, se resiente profundamente.
La corrupción es muchas cosas a la vez: es síntoma de una enfermedad social, es traición a la comunidad y a los bienes públicos, es creación de una arquitectura de la impunidad, es la privatización de la regulación, es la normalización de prácticas ilícitas, es la decadencia de un imaginario colectivo, es el declive de unos valores de limpieza y ética en la actividad pública, y es un modo, ya lo hemos dicho, de perpetuar la arquitectura de la desigualdad. Como paradigma de corrupción podemos citar el rescate a la banca privada llevado a cabo desde 2012: reflotar nuestro sistema bancario privado (después de haber practicado durante varios años un proceso de bancarización de las antiguas Cajas de Ahorros) nos costó más de 60.000 millones de euros, de los que más de 50.000 fueron de dinero público. De esta forma, se volvió a dar vida a unos bancos zombis, repletos de prácticas corruptas, ilícitas y criminales, que unos banqueros irresponsables habían practicado durante años. Tras explotar aquélla burbuja financiera, se dejó tras de ella un inmenso destrozo social sin precedentes en términos de desempleo, desigualdad, pobreza y falta de oportunidades. Cientos de miles de personas se quedaron sin empleo, otras cientos de miles vieron degradadas sus condiciones, otras muchas perdieron sus viviendas, otras muchas quedaron en la más absoluta indigencia. Y mientras se cerraban cientos de sucursales bancarias y se recortaba personal de sus oficinas, estos indecentes banqueros se jubilaban con pensiones escandalosas. Pero como relata Santiago Álvarez: "Nada surgió accidentalmente. El sistema financiero hipertrofiado se convirtió en el peor ejemplo de la degradación moral empresarial: los responsables de la estafa de las preferentes, de los activos contaminados, de las cláusulas suelo, de los desorbitados intereses de demora y de los desahucios cobraban --al tiempo que transferían los costes a todos los ciudadanos, y en particular, a los más desfavorecidos-- sueldos astronómicos y compensaciones inmerecidas". Pero al hilo de todo lo relatado, podríamos preguntarnos...¿cuál es la causa final para que todo esto se desencadene? ¿Cuál es el motivo último? La mayoría de los banqueros y empresarios que han sido encausados por la justicia por estos hechos han defendido y alegado la estricta legalidad de sus acciones, luego la conclusión es bien sencilla: la causa final, el motivo último de que todo ocurra es el propio capitalismo.
En realidad es el deseo desmedido de beneficios, el afán de lucro incesante, la codicia desorbitada, pero...¿quién fomenta estas actitudes? Volvemos de nuevo: el capitalismo. Y como concluye Santiago Álvarez: "En los tiempos de la codicia no hay más proyecto que gestionar lo que hay sin pretensión de transformar la sociedad para hacerla mejor. Aparcados los ideales dignos de mejor causa, y sin más horizonte que el enriquecimiento personal, la mera gestión de lo que hay es sinónimo de corrupción o venalidad generalizada". Nos sumimos así en un estado de corrupción generalizado, sistemático, estructural, que lo llena todo, que lo inunda todo, y que desprende un hedor insoportable. La corrupción es portada diaria, noticia de todos los informativos, ingesta diaria de la miseria humana. De ahí que no resulte extraña no ya la naturalidad con la que contemplan corruptores y corrompidos todos sus actos, sino la indiferencia con que la inmensa mayoría social los reciben. Como describen A. Costas y X. C. Arias en "Mercados financieros, falsos dioses": "El 'nuevo rico' que surge de la práctica de los salarios de expolio, desacomplejado y amoral, movido por la idea de que la vida es para saquearla, cuanto más rápida y fácilmente mejor; es decir, por la hybris moderna. Esta cultura de los negocios que acentúa la inclinación depredadora del nuevo héroe del capitalismo financiero y corporativo, ajeno a cualquier tipo de tabúes y normas de contención y de autocontención sería, entonces, la verdadera causa de la crisis financiera-económica-social que estamos viviendo. Estamos, por tanto, ante una reedición de aquella hybris o desmesura que ya los antiguos griegos identificaron como la principal fuente de destrucción del individuo y de la libertad colectiva". Corruptores y corruptos forman toda una galería de gente amoral e insensible, que vienen a la política o a los negocios a aprovecharse al máximo de la situación, para engrosar sus beneficios, sin pararse a pensar en los daños que puedan causar sus acciones. En nuestro país, la corrupción como modus operandi es una práctica habitual de las grandes multinacionales españolas y de buena parte de la clase político-empresarial que gobierna, y es una dinámica que se remonta a los inicios del desarrollismo franquista.
Y desde la Transición hacia acá, el bipartidismo ha contribuido a reforzarla y a dotarla de vigor y de poder, mediante la constante vista gorda que se ha practicado en torno a ella. Mariola Olcina nos destaca un dato en este artículo del medio El Salmón Contracorriente: "Las empresas españolas aparecían en 2008 como las segundas (después de las empresas chinas de una muestra de 22 países) que, con mayor probabilidad, recurrieron a los sobornos para obtener contratos públicos o negocios ventajosos en América Latina, y las terceras con mayor probabilidad (después de las empresas chinas e italianas) cuando se trataba de recurrir a sobornos en los países de Europa y en Estados Unidos". Los pelotazos urbanísticos se pusieron de moda desde los años 90, y aún continúan (véase el proyecto Madrid Central, aberración urbanística donde las haya), y después han ido ampliando su campo de actuación en diferentes frentes. Quizá la forma de corrupción más "legal" que exista hoy día es el trabajo de lobby. Nosotros ya los presentamos en este otro artículo de nuestro Blog. Consiste en ejercer continuamente un trabajo de presión política para acordar tratados y diseñar leyes y normativas que favorezcan los intereses económicos privados, precisamente los que dañan al interés público, es decir, al interés general. Manuel Villoria, Catedrático en la Universidad Rey Juan Carlos y uno de los ponentes en dicho documento monográfico de Fuhem Ecosocial dedicado a la corrupción, afirma que "es una de las modalidades de corrupción más influyentes, rentables y dañinas", precisamente por ser una de las más poderosas. La acción de lobby se ejerce continuamente, mediante muchas personas a la vez, y en ámbitos distintos simultáneamente. Cada vez que las empresas entienden que se pueden tocar intereses que puedan perjudicarles, o bien si se pueden diseñar leyes más favorecedoras para ellas, invierten miles de millones de euros para presionar a los legisladores, incluso para elaborar informes sesgados que presenten datos o conclusiones falsas. Esto, por ejemplo, es lo que llevan desarrollando desde la banca durante décadas en el ámbito del sistema público de pensiones, para intentar que las pensiones públicas sean cada vez más residuales, y se fomenten los planes privados de pensiones. Continuaremos en siguientes entregas.