Salvo algunos pueblos nativos que aún permanecen en sus territorios ancestrales, toda persona es migrante. Los actuales Estados nacionales de Europa se conformaron gracias a las migraciones de los llamados pueblos bárbaros que asolaban regularmente las fronteras del viejo Imperio Romano. Estados Unidos se levantó sobre el exterminio de los pueblos originarios y la usurpación de sus tierras, en lo que posteriormente llamarían Destino manifiesto; lo que fue iniciado en nuestra América por el imperio español, siendo esto repetido, durante el último siglo, en Palestina. Así, sin escudriñar mucho en la historia, la conclusión es una: ninguna nación contemporánea puede reclamar cierta pureza en cuanto a su población y, por tanto, no se justifica el repudio que hace de ciudadanos provenientes de otras regiones del planeta
En la última entrega ya comenzamos a comentar ciertas características y a desmontar ciertos bulos que se han extendido en relación con los migrantes y el mundo laboral. Continuaremos aún valorando ciertas medidas, limitaciones y defectos que encontramos en este aspecto. Pero es muy curioso hasta qué punto el capitalismo desecha a las personas y trafica con los materiales y recursos, dando plena libertad a los segundos (para los cuales al parecer no hay fronteras, y mucho más si se trata de activos y fondos financieros, que atraviesan en un segundo desde un extremo a otro del planeta), mientras limita y persigue a las personas migrantes, les impide el paso, les cierra las fronteras, y les hace la vida todo lo difícil que puede. En este sentido, la experta Yayo Herrero ha explicado en este artículo el indecente trasiego de materiales y recursos naturales desde terceros países en relación con la llegada de migrantes en los siguientes términos, que suscribimos completamente: "Nuestro modelo de vida es un modelo que ha generado una economía caníbal en el sentido de que se sostiene devorando otros cuerpos y otros territorios. En los países occidentales, la economía capitalista ha dilapidado todos los recursos que quedaban dentro del propio territorio y lleva ya mucho tiempo sosteniéndose gracias a inmensos flujos de energía y materiales y a la expulsión de residuos a otros lugares, pero también gracias a la captación de personas que vienen a trabajar desde esos mismos lugares. A mi me toca mogollón la moral, me remueve la conciencia, cada vez que se habla del tema de la valla de Melilla. Les ponemos a los africanos que intentan pasar esa valla con concertinas, y los ves que se dejan literalmente la piel intentando saltarla, y cada día entran toneladas de materiales que vienen de África para sostener la economía. Si se pusiera esa misma valla a esos materiales y a esa energía, duraba la economía occidental quince días. Es en ese sentido en el que se habla de economía caníbal: un proceso económico donde la economía y lo que se considera además mayoritariamente deseable crece con la lógica de un tumor, destruyendo lo que hay alrededor".
Así que mientras saqueamos sus países, les cerramos luego las puertas si intentan venir aquí. Provocamos que sus vidas sean imposibles allí, pero también se las impedimos aquí. Los despreciamos tanto en sus países de origen como en los de destino. Hacemos de ellos unos indigentes sociales, en el más puro y amplio sentido del término. Pero criminalizamos las personas, no sus recursos. Criminalizamos su gente, su población, pero no sus mercancías. Una indecente práctica que llevamos muchos años ejerciendo, con total impunidad. Los migrantes que aquí se quedan, después de arduos e infructuosos periplos de vida, obligados administrativamente a ganarse la vida en los márgenes de la legalidad, tan sólo les queda dedicarse a ciertas tareas o actividades marginales, para poder subsistir. José Mansilla y Horacio Espinosa, en este artículo para el digital El Salto Diario, han abordado los aspectos laborales y de integración social de los migrantes, en relación a esa visión hipócrita y criminal que mantiene el mundo occidental hacia estas personas. Tomamos sus datos y opiniones como referencia a continuación. De entrada, la lógica económica se impone (aunque muchos dirigentes políticos y empresariales se nieguen a aceptarla), y nos muestra la decadente realidad demográfica de nuestro Viejo Continente. En efecto, y como muchos estudios demuestran, la tasa de natalidad disminuye y las personas en edad avanzada y sin capacidad productiva, aumentan. Los cálculos asumen un elevadísimo porcentaje de personas mayores para mitad del presente siglo. ¿Cómo podremos mantener, cada vez con menor fuerza laboral joven, todas las prestaciones y servicios del Estado de Bienestar? Pueden diseñarse políticas de redistribución de la riqueza más justas, pero aún así, necesitaremos un mayor contingente humano para continuar desarrollando tareas productivas.
Se estima que Europa puede necesitar del orden de 200 millones de personas inmigrantes en los próximos 30 años, si queremos que nuestra arquitectura de servicios públicos sea mínimamente sostenible. Pero a lo que asistimos impasibles es al suicidio demográfico del continente europeo. Mientras baja la natalidad y el número de personas mayores aumenta, el "austericidio" practicado contra las clases populares y trabajadoras precariza el empleo, y provoca que el sistema recaude menos de lo que debería (apoyado además por la existencia de los paraísos fiscales, y de las sucesivas rebajas de impuestos a los empresarios y grandes fortunas). Si mezclamos todo esto en una coctelera, obtenemos un brevaje muy peligroso para poder sostener los sistemas públicos de pensiones, y el resto de prestaciones del sistema. Ante todo ello, en vez de llevar a cabo buenas políticas de integración social y laboral para los extranjeros, lo que desplegamos es un racismo político, económico, social e institucional que los margina y los excluye. Los falsos tópicos a los que hicimos referencia en el artículo anterior tienen mucho que ver con esto. Si sumamos además la creciente robotización de muchas labores humanas (fenómeno parejo al crecimiento en las capacidades de las Nuevas Tecnologías), así como el impedimento para que estas personas puedan atravesar nuestras fronteras (bajo todos los artilugios y tecnologías empleadas para tal fin), el resultado es absolutamente desolador. Pareciera que no deseamos contar con la juventud y la fertilidad de estas nuevas generaciones de migrantes (que insistimos, vienen aquí por la degradación de las condiciones de vida en sus países de origen), que podrían ser una posible solución (o al menos un freno considerable) al envejecimiento progresivo de nuestro continente. Es necesaria, pues, que las políticas de fronteras no sólo se flexibilicen en cuanto a la posible llegada de estas personas, sino también en cuanto a la plena integración de las mismas en nuestras sociedades.
La concesión del reconocimiento y de los derechos de ciudadanía a estas personas debería ser plena pasado un tiempo de adaptación, para que pudieran insertarse sin problemas en nuestro mercado laboral, o en nuestros planes de estudios. Lo que está claro es que no podemos utilizar a estas personas por un tiempo para que desarrollen ciertos tipos de trabajos, y olvidarnos de su plena integración en nuestros países. Desvincular el trabajo humano de los derechos de ciudadanía es una aberración jurídica y social que no debemos permitir. Cualquier persona que produzca y contribuya al bienestar de la sociedad donde reside ha de poder disfrutar de todos los derechos que ello conlleva. Sin embargo, en vez de ello, lo que proyectamos son los peores valores del capitalismo más descarnado, los más terribles elementos de la explotación capitalista, como son la libre circulación de capitales, el salvaje extractivismo de recursos desde terceros países, y el mantenimiento de un "ejército de reserva" de mano de obra barata, esclava o directamente desempleada, sobre todo de migrantes. Como explican José Mansilla y Horacio Espinosa en el artículo de referencia: "La migración de trabajadores de los países subordinados a las metrópolis globales es un claro ejemplo de fórmula win-win para las burguesías nacionales. Por un lado, los migrantes, sobre todo cuando son ilegales, ayudan a abaratar la mano de obra de los países capitalistas, minando los derechos laborales conseguidos por las luchas obreras de los trabajadores occidentales, pero también estos mismos trabajadores migrantes, con o sin papeles, son usados como chivos expiatorios cuando se suceden algunas de las crisis endémicas e inevitables que produce el propio sistema capitalista". No le interesa la integración plena de los migrantes al sistema capitalista, por lo que estamos observando, porque de cara a su máxima explotación y obtención de beneficio, sale más a cuenta mantenerlos en la situación actual de desempleo, abuso y marginalidad.
Cuando el sistema, como justo ahora (desde la crisis de 2007 hacia acá), reproduce sus fatídicas y previsibles crisis, es más fácil (lo hacen muy bien las fuerzas ultraliberales, y sobre todo la extrema derecha xenófoba), echar la culpa a los migrantes, "que vienen a quitarnos el trabajo", o "que vienen a vivir de nuestras ayudas" (clásicos tópicos que ya discutíamos en la entrega anterior). Mansilla y Espinosa lo resumen de magistral forma: "El Estado-nación consigue comprar la fidelidad de los elementos de la clase trabajadora dentro de sus fronteras a expensas de los trabajadores de los países dependientes (los que en otro tiempo se llamaban en vías de desarrollo), al mismo tiempo que obtiene apoyo ideológico al propagar las ideas de orgullo nacional, Imperio, chovinismo y racismo". Eso es exactamente lo que ocurre. Concretando en nuestro país, y usando las sabias palabras de Daniel Bernabé: "Cuando en España los ricos se hacen más ricos, los pobres se hacen más...españoles". Básicamente, el proceso es el siguiente: las burguesías nacionales empobrecen a sus propias clases trabajadoras, y cuando éstas han obtenido ciertos derechos, favorecen la migración para abaratar los costes del trabajo y explotar mejor tanto a trabajadores/as nacionales como extranjeros/as. De esta forma, siempre tendrán a mano la coartada ideológica de agitar el nacionalismo y culpar a los de fuera, salvaguardando un sistema que sólo a los capitalistas beneficia. Eslóganes populistas como "Los españoles primero" denotan esta deriva xenófoba, tanto social como laboral. La situación es caótica por tanto, también en la dimensión de la integración de los migrantes. Conseguir trabajo sin contar con papeles es una tarea titánica si no imposible, y es ahí donde la venta ambulante (como ejemplo más significativo y frecuente) se convierte en una dura alternativa, pero también en una solución temporal, abocada a las degradadas circunstancias vitales de estas personas. Y así, desgraciadamente, la terrible experiencia de frontera para estas personas no termina al atravesar los límites del país que se trate, sino que en su calidad de paria, de "nadie", de inmigrante "ilegal", sin situación administrativa definida, se reproduce continuamente en nuestras ciudades, dando como resultado una experiencia de desarraigo tremenda, hostil e indefinida. Continuaremos en siguientes entregas.