Overblog
Seguir este blog Administration + Create my blog
20 marzo 2019 3 20 /03 /marzo /2019 00:00
Viñeta: Enrico Bertuccioli

Viñeta: Enrico Bertuccioli

Salvo algunos pueblos nativos que aún permanecen en sus territorios ancestrales, toda persona es migrante. Los actuales Estados nacionales de Europa se conformaron gracias a las migraciones de los llamados pueblos bárbaros que asolaban regularmente las fronteras del viejo Imperio Romano. Estados Unidos se levantó sobre el exterminio de los pueblos originarios y la usurpación de sus tierras, en lo que posteriormente llamarían Destino manifiesto; lo que fue iniciado en nuestra América por el imperio español, siendo esto repetido, durante el último siglo, en Palestina. Así, sin escudriñar mucho en la historia, la conclusión es una: ninguna nación contemporánea puede reclamar cierta pureza en cuanto a su población y, por tanto, no se justifica el repudio que hace de ciudadanos provenientes de otras regiones del planeta

Homar Garcés

En la última entrega ya comenzamos a comentar ciertas características y a desmontar ciertos bulos que se han extendido en relación con los migrantes y el mundo laboral. Continuaremos aún valorando ciertas medidas, limitaciones y defectos que encontramos en este aspecto. Pero es muy curioso hasta qué punto el capitalismo desecha a las personas y trafica con los materiales y recursos, dando plena libertad a los segundos (para los cuales al parecer no hay fronteras, y mucho más si se trata de activos y fondos financieros, que atraviesan en un segundo desde un extremo a otro del planeta), mientras limita y persigue a las personas migrantes, les impide el paso, les cierra las fronteras, y les hace la vida todo lo difícil que puede. En este sentido, la experta Yayo Herrero ha explicado en este artículo el indecente trasiego de materiales y recursos naturales desde terceros países en relación con la llegada de migrantes en los siguientes términos, que suscribimos completamente: "Nuestro modelo de vida es un modelo que ha generado una economía caníbal en el sentido de que se sostiene devorando otros cuerpos y otros territorios. En los países occidentales, la economía capitalista ha dilapidado todos los recursos que quedaban dentro del propio territorio y lleva ya mucho tiempo sosteniéndose gracias a inmensos flujos de energía y materiales y a la expulsión de residuos a otros lugares, pero también gracias a la captación de personas que vienen a trabajar desde esos mismos lugares. A mi me toca mogollón la moral, me remueve la conciencia, cada vez que se habla del tema de la valla de Melilla. Les ponemos a los africanos que intentan pasar esa valla con concertinas, y los ves que se dejan literalmente la piel intentando saltarla, y cada día entran toneladas de materiales que vienen de África para sostener la economía. Si se pusiera esa misma valla a esos materiales y a esa energía, duraba la economía occidental quince días. Es en ese sentido en el que se habla de economía caníbal: un proceso económico donde la economía y lo que se considera además mayoritariamente deseable crece con la lógica de un tumor, destruyendo lo que hay alrededor". 

 

Así que mientras saqueamos sus países, les cerramos luego las puertas si intentan venir aquí. Provocamos que sus vidas sean imposibles allí, pero también se las impedimos aquí. Los despreciamos tanto en sus países de origen como en los de destino. Hacemos de ellos unos indigentes sociales, en el más puro y amplio sentido del término. Pero criminalizamos las personas, no sus recursos. Criminalizamos su gente, su población, pero no sus mercancías. Una indecente práctica que llevamos muchos años ejerciendo, con total impunidad. Los migrantes que aquí se quedan, después de arduos e infructuosos periplos de vida, obligados administrativamente a ganarse la vida en los márgenes de la legalidad, tan sólo les queda dedicarse a ciertas tareas o actividades marginales, para poder subsistir. José Mansilla y Horacio Espinosa, en este artículo para el digital El Salto Diario, han abordado los aspectos laborales y de integración social de los migrantes, en relación a esa visión hipócrita y criminal que mantiene el mundo occidental hacia estas personas. Tomamos sus datos y opiniones como referencia a continuación. De entrada, la lógica económica se impone (aunque muchos dirigentes políticos y empresariales se nieguen a aceptarla), y nos muestra la decadente realidad demográfica de nuestro Viejo Continente. En efecto, y como muchos estudios demuestran, la tasa de natalidad disminuye y las personas en edad avanzada y sin capacidad productiva, aumentan. Los cálculos asumen un elevadísimo porcentaje de personas mayores para mitad del presente siglo. ¿Cómo podremos mantener, cada vez con menor fuerza laboral joven, todas las prestaciones y servicios del Estado de Bienestar? Pueden diseñarse políticas de redistribución de la riqueza más justas, pero aún así, necesitaremos un mayor contingente humano para continuar desarrollando tareas productivas. 

 

Se estima que Europa puede necesitar del orden de 200 millones de personas inmigrantes en los próximos 30 años, si queremos que nuestra arquitectura de servicios públicos sea mínimamente sostenible. Pero a lo que asistimos impasibles es al suicidio demográfico del continente europeo. Mientras baja la natalidad y el número de personas mayores aumenta, el "austericidio" practicado contra las clases populares y trabajadoras precariza el empleo, y provoca que el sistema recaude menos de lo que debería (apoyado además por la existencia de los paraísos fiscales, y de las sucesivas rebajas de impuestos a los empresarios y grandes fortunas). Si mezclamos todo esto en una coctelera, obtenemos un brevaje muy peligroso para poder sostener los sistemas públicos de pensiones, y el resto de prestaciones del sistema. Ante todo ello, en vez de llevar a cabo buenas políticas de integración social y laboral para los extranjeros, lo que desplegamos es un racismo político, económico, social e institucional que los margina y los excluye. Los falsos tópicos a los que hicimos referencia en el artículo anterior tienen mucho que ver con esto. Si sumamos además la creciente robotización de muchas labores humanas (fenómeno parejo al crecimiento en las capacidades de las Nuevas Tecnologías), así como el impedimento para que estas personas puedan atravesar nuestras fronteras (bajo todos los artilugios y tecnologías empleadas para tal fin), el resultado es absolutamente desolador. Pareciera que no deseamos contar con la juventud y la fertilidad de estas nuevas generaciones de migrantes (que insistimos, vienen aquí por la degradación de las condiciones de vida en sus países de origen), que podrían ser una posible solución (o al menos un freno considerable) al envejecimiento progresivo de nuestro continente. Es necesaria, pues, que las políticas de fronteras no sólo se flexibilicen en cuanto a la posible llegada de estas personas, sino también en cuanto a la plena integración de las mismas en nuestras sociedades. 

 

La concesión del reconocimiento y de los derechos de ciudadanía a estas personas debería ser plena pasado un tiempo de adaptación, para que pudieran insertarse sin problemas en nuestro mercado laboral, o en nuestros planes de estudios. Lo que está claro es que no podemos utilizar a estas personas por un tiempo para que desarrollen ciertos tipos de trabajos, y olvidarnos de su plena integración en nuestros países. Desvincular el trabajo humano de los derechos de ciudadanía es una aberración jurídica y social que no debemos permitir. Cualquier persona que produzca y contribuya al bienestar de la sociedad donde reside ha de poder disfrutar de todos los derechos que ello conlleva. Sin embargo, en vez de ello, lo que proyectamos son los peores valores del capitalismo más descarnado, los más terribles elementos de la explotación capitalista, como son la libre circulación de capitales, el salvaje extractivismo de recursos desde terceros países, y el mantenimiento de un "ejército de reserva" de mano de obra barata, esclava o directamente desempleada, sobre todo de migrantes. Como explican José Mansilla y Horacio Espinosa en el artículo de referencia: "La migración de trabajadores de los países subordinados a las metrópolis globales es un claro ejemplo de fórmula win-win para las burguesías nacionales. Por un lado, los migrantes, sobre todo cuando son ilegales, ayudan a abaratar la mano de obra de los países capitalistas, minando los derechos laborales conseguidos por las luchas obreras de los trabajadores occidentales, pero también estos mismos trabajadores migrantes, con o sin papeles, son usados como chivos expiatorios cuando se suceden algunas de las crisis endémicas e inevitables que produce el propio sistema capitalista". No le interesa la integración plena de los migrantes al sistema capitalista, por lo que estamos observando, porque de cara a su máxima explotación y obtención de beneficio, sale más a cuenta mantenerlos en la situación actual de desempleo, abuso y marginalidad. 

 

Cuando el sistema, como justo ahora (desde la crisis de 2007 hacia acá), reproduce sus fatídicas y previsibles crisis, es más fácil (lo hacen muy bien las fuerzas ultraliberales, y sobre todo la extrema derecha xenófoba), echar la culpa a los migrantes, "que vienen a quitarnos el trabajo", o "que vienen a vivir de nuestras ayudas" (clásicos tópicos que ya discutíamos en la entrega anterior). Mansilla y Espinosa lo resumen de magistral forma: "El Estado-nación consigue comprar la fidelidad de los elementos de la clase trabajadora dentro de sus fronteras a expensas de los trabajadores de los países dependientes (los que en otro tiempo se llamaban en vías de desarrollo), al mismo tiempo que obtiene apoyo ideológico al propagar las ideas de orgullo nacional, Imperio, chovinismo y racismo". Eso es exactamente lo que ocurre. Concretando en nuestro país, y usando las sabias palabras de Daniel Bernabé: "Cuando en España los ricos se hacen más ricos, los pobres se hacen más...españoles". Básicamente, el proceso es el siguiente: las burguesías nacionales empobrecen a sus propias clases trabajadoras, y cuando éstas han obtenido ciertos derechos, favorecen la migración para abaratar los costes del trabajo y explotar mejor tanto a trabajadores/as nacionales como extranjeros/as. De esta forma, siempre tendrán a mano la coartada ideológica de agitar el nacionalismo y culpar a los de fuera, salvaguardando un sistema que sólo a los capitalistas beneficia. Eslóganes populistas como "Los españoles primero" denotan esta deriva xenófoba, tanto social como laboral. La situación es caótica por tanto, también en la dimensión de la integración de los migrantes. Conseguir trabajo sin contar con papeles es una tarea titánica si no imposible, y es ahí donde la venta ambulante (como ejemplo más significativo y frecuente) se convierte en una dura alternativa, pero también en una solución temporal, abocada a las degradadas circunstancias vitales de estas personas. Y así, desgraciadamente, la terrible experiencia de frontera para estas personas no termina al atravesar los límites del país que se trate, sino que en su calidad de paria, de "nadie", de inmigrante "ilegal", sin situación administrativa definida, se reproduce continuamente en nuestras ciudades, dando como resultado una experiencia de desarraigo tremenda, hostil e indefinida. Continuaremos en siguientes entregas.

Compartir este post
Repost0
18 marzo 2019 1 18 /03 /marzo /2019 00:00
Viñeta: Falcó

Viñeta: Falcó

Al socialismo sólo se puede llegar en bicicleta

Jorge Riechmann

A medida que avanzamos en la presente serie de artículos, nos vamos dando cuenta de las profundas incompatibilidades existentes entre el capital y todas las formas de vida. De hecho, poner la vida en el centro (una buena vida, digna de ser vivida) es el reto común y principal que poseen todas las disciplinas que conviven (y de ahí quizá el nombre) en el Buen Vivir. Los dueños del capital llevan desde hace décadas sosteniendo una guerra sin cuartel contra la vida, contra todas las formas de vida, no solo la humana, sino la de todos los animales, todos los seres vivos, y hasta la propia naturaleza que nos alberga. O ganan ellos, lo que significa que la vida se orienta hacia la predominancia de los mercados, o ganamos nosotros, y ponemos como epicentro el mantenimiento, la conservación y la sostenibilidad de la vida, de todas las vidas. El Buen Vivir apuesta por un cambio radical, por la disputa de las hegemonías política, económica, y hasta cultural. Ecologismo y Feminismo nos muestran que existe una oposición entre la maximización del capital y el beneficio insaciable y todos los trabajos, y como consecuencia, todas las vidas. El Ecologismo Social, por su parte, nos viene demostrando con creces y en todas sus facetas la oposición entre el capital y la vida (el conflicto capital-planeta, que ya tratamos en este artículo). El capitalismo ha conseguido destrozar, durante su extensión y globalización, hasta nuestras últimas bases antropológicas que determinan la vida: nuestras necesidades básicas, nuestro marco de relaciones, las solidaridades, las reciprocidades entre humanos, nuestras escalas de valores, etc.

 

Y al toparse con los propios límites biofísicos del planeta, y ser incapaz de seguir ampliando la esfera material de la economía, ha entrado en sendas aún más voraces y peligrosas, como la financiarización, la especulación, las burbujas virtuales, la mercantilización de derechos humanos...De este modo, esta fase actual y enloquecida del capitalismo ha entrado en una diabólica espiral que devorará todos los seres vivos, todos los recursos naturales, y todas las formas de existencia en el planeta. Pero el capitalismo, contradictorio por naturaleza, se resiste a asumir las dinámicas de agotamiento, y continúa en su frenético avance destructivo. Y es destructivo porque, para sostener ratios de crecimiento económico, hace falta flujo de mano de obra y flujo de recursos naturales y materias primas. El primer factor necesita de tiempo de vida de las personas, y el segundo, tiempo de vida de la naturaleza. Ambos factores se complementan entre sí. Pero si aniquilamos ambos factores, precisamente por no respetar los ciclos y equilibrios de los ecosistemas naturales, ni tenemos vidas humanas (ni de resto de animales) ni tenemos naturaleza desde la que extraer lo que nos hace falta. Entonces llega el colapso. De hecho, como venimos afirmando, ya estamos asistiendo a él. Pero el colapso no hay que entenderlo como lo que vemos en el cine norteamericano, es decir, una especie de abrupto fin del mundo de un día para otro, sino como una degradación permanente y continuada del medio ambiente y de sus ciclos y recursos naturales, que harán imposible la vida en cierto lapso de tiempo, o al menos la vida tal como la entendemos hoy día, es decir, la vida dentro de la civilización industrial. 

 

Por otra parte, si el sistema prescinde de la mano de obra humana, porque gracias al avance imparable de las nuevas tecnologías muchos ámbitos pueden ser robotizados, entonces se requerirá un uso aún más intensivo de materiales y de energía, que alterará todavía más y a un mayor ritmo la dinámica natural, provocando mayores distorsiones, fruto del rápido cambio de los ciclos naturales, y del agotamiento de los combustibles fósiles. Si no programamos y asumimos este cambio de forma democrática, lo que se produzca llegará cada vez a menos personas, es decir, que habrá un estrechamiento del margen de personas a las que abarcará una economía, digamos, desarrollada. Si dejamos que ocurra esto, estaremos, incluso sin darnos cuenta, abriendo la puerta a los más perversos fascismos. La lucha por los recursos se volverá violenta y cruel. Los límites de la biosfera cada vez se alcanzarán y se sobrepasarán más, pero la producción llegará cada vez a menos personas. Desestabilizaciones y revueltas sociales, derivadas de situaciones de escasez, se producirán cada vez más frecuentemente, y serán cada vez más violentas. De hecho, ya existen muchas vidas colapsadas en nuestro planeta, en países y Estados fallidos resultantes de guerras y conflictos armados, conflictos que se programaron precisamente para eso, para acaparar los recursos naturales que allí hubiera, dejando al margen a la población de dichos países. Siria, Irak, Afganistán, etc., son hoy sociedades brutales, enquistadas, caóticas, colapsadas, donde existen atentados contra la vida casi todos los días, donde los recursos están controlados casi por mercenarios que trabajan para grandes empresas, cuyas instalaciones son vigiladas por poderosos ejércitos...ese es el mundo que se nos viene encima, si no somos capaces de frenarlo. Muchos países africanos se encuentran en caos social, económico y político porque los países occidentales, símbolo del capitalismo más descarnado, las principales potencias mundiales, han instalado allí sucursales potentes de acaparamiento de sus recursos, y utilizan únicamente a los nativos como mano de obra barata, casi esclava...

 

Si sus habitantes intentan llegar a nuestro mundo occidental, a este mundo mal llamado "desarrollado", esos migrantes son interceptados, les impiden su llegada, permiten que se ahoguen, los encierran, no los integran, les ponen mil trabas, los persiguen, pero sin embargo no hacen lo mismo con sus mercancías, con sus materias primas, con sus productos, porque éstos sí que interesan, y mucho, para que puedan continuar nuestras opulentas vidas, nuestras vidas derrochadoras y salvajes, insolidarias y destructivas. Hace ya décadas que vivimos bajo una especie de fascismo imperial, colonial o intercontinental, donde esos países "pobres" (ricos en recursos naturales, en agua, en petróleo, en coltán, en minerales, en gas...) alimentan a los países "ricos" (no lo son, sólo son poderosos para imponer a los otros su voluntad) de todo lo que necesitan, a costa de su propia destrucción. Vivimos como si no fuera a existir un mañana, el capitalismo y sus tecnologías nos han inculcado sus valores de inmediatez, de anulación de la reflexión, del acaparamiento rápido y cuantioso de recursos, del extractivismo salvaje y continuo, como si nuestro planeta fuese infinito, como si no se gastara nunca. La filosofía del continuo crecimiento es un mantra absoluto que impera en nuestras mentes, gracias al acopio constante de recursos y de mano de obra, pero el crecimiento como destino sagrado al que aspirar toca a su fin. Hay que desarmar el discurso capitalista que nos vende que si la economía no crece nos morimos de hambre. Precisamente lo insostenible es continuar creciendo. La vida sólo será posible si dejamos de crecer, si orientamos nuestra producción y nuestro consumo a otros parámetros, a otros objetivos. Y si toda esa enloquecida carrera la ilustramos con el pastel de la "creación de empleo", entonces ya tenemos cautivas cientos de miles de mentes, miles de millones en todo el mundo. 

 

Esa "creación de empleo" es un caramelo envenenado que nos han vendido, que basa su éxito en anular la ética del trabajo humano, es decir, en poner el trabajo por encima de todas las cosas. Entonces, validamos cualquier empleo porque "la economía tiene que crecer", para que todo el mundo pueda vivir, y legitimamos cualquier tipo de trabajo que podamos hacer: da igual si construimos un hotel a orillas del mar, o si fabricamos armas para la guerra, o si creamos tecnología para vigilar las fronteras, o si creamos un edificio para albergar residuos nucleares. La cosa es producir, emplear a personas, montar negocios, emprender, hacer crecer la economía, a toda marcha, a toda máquina, sea como sea, como sea...Una suicida carrera que nos lleva a la autodestrucción. Nuestros empresarios y políticos nos venden la construcción de un aeropuerto sin aviones, una incineradora que nos envenena el aire y la vida, la extensión hasta el último rincón del Tren de Alta Velocidad (un AVE innecesario, mientras abandonan el mantenimiento de los Talgo anteriores)...y por vendernos, nos venden hasta viajes ¡Al espacio interestelar! para quien los pueda pagar Y todo ello nos lo venden como progreso...¿qué progreso es éste? ¿El progreso para un bienestar humano o el progreso para engordar las cuentas de resultados de las grandes empresas implicadas? Esos proyectos deberían ir obligatoriamente a proteger todos los recursos para poder desarrollar vidas dignas para el conjunto de la población, en vez de incidir en la riqueza de los más poderosos. Hemos de parar ese infernal carro y asumir que todos somos ecodependientes y sociodependientes, lo que significa que estamos insertos en la naturaleza (no podemos vivir sin ella), e insertos en una sociedad (no podemos vivir sin los cuidados de otras personas). Cuidar ambos aspectos son fundamentos básicos para el Buen Vivir. Continuaremos en siguientes entregas.

Compartir este post
Repost0
15 marzo 2019 5 15 /03 /marzo /2019 00:00
Fuente Viñeta: http://www.monempresarial.com/

Fuente Viñeta: http://www.monempresarial.com/

La renta básica emancipatoria puede y debe responder a los tres envites. Frente a la economía de la miseria, la economía de la dignidad. Frente a la explotación laboral, un baluarte que garantice las necesidades materiales. Y frente al individualismo posesivo y el sálvese quien pueda, la semilla de una sociedad alternativa con fuertes vínculos comunitarios

Manuel Cañada

Bien, en entregas anteriores ya hemos venido advirtiendo que, incluso en la propia izquierda, existen pensadores, economistas, activistas y formaciones políticas que no avalan la RBU. Algunos apuntan medidas alternativas (como los Planes de Trabajo Garantizado, que también hemos comentado), y otros simplemente la combaten con sus argumentos (equivocados, a nuestro entender). Pensamos que esto ocurre o bien por falta de auténtica información sobre los enfoques de la medida en cuestión, o bien por prejuicios procedentes aún de algunos valores de la economía convencional, en lo que tiene que ver con los conceptos de trabajo, productividad, etc. Como ejemplo de ello, aquí tenemos un artículo de Eduardo Garzón para el medio La Marea, que aporta 6 reflexiones contra esta medida, que vamos a comentar a continuación. Garzón las denomina como "efectos desfavorables", y cita las siguientes: en primer lugar, que la RBU se canaliza a través del mercado capitalista, es decir, que es una prestación económica directa para que las personas compren los productos o servicios que necesiten a través del mercado, y en ello se diferencian del resto de servicios públicos del Estado del Bienestar (sanidad, educación...). Según Garzón, una RBU que no pasase por esta condición tendría que ser en especie, es decir, que el Estado cubriría las necesidades básicas de la población mediante la entrega directa de productos de primera necesidad (alimentos, vestido, calzado, vivienda, transporte, energía, telecomunicaciones, cultura...), o al menos una combinación de algunos de ellos. Como sabemos, y lo hemos referido en anteriores entregas, esta crítica es también efectuada desde los sectores ecologistas, que entienden que, si nos encaminamos al colapso industrial (colapso civilizatorio, como lo estamos llamando), no tiene mucho sentido hablar de una prestación económica proporcionada a todo el mundo desde el propio Estado, ya que esto obligaría a mantener niveles de crecimiento económico, de consumo de energía, de complejidad y de estructura que cada vez irán siendo más insostenibles. 

 

Eduardo Garzón comenta que con esta alternativa en especie de la RBU se podría conseguir que este derecho de ciudadanía se utilizase para garantizar necesidades básicas "decididas democráticamente, y así evitar que se pudiera utilizar para determinados consumos que podrían considerarse social o ecológicamente indeseables". También señala que esta variante de la RBU evitaría que determinados sectores empresariales hicieran negocio a través de ella, incluso abusando en virtud de su fuerza de mercado, por ejemplo subiendo los precios de determinados productos o servicios. Concluye que "una RB monetaria implica que la satisfacción de necesidades se canalice mediante decisiones individuales y asimétricas filtradas por el único criterio de la rentabilidad económica que impera en el mercado capitalista, mientras que una RB en especie permite que la satisfacción de necesidades pueda canalizarse a través de decisiones colectivas y democráticas en función de criterios políticos, sociales, feministas y ecológicos". Me parece una crítica correcta. Pero se olvida muchas veces que la mayor motivación práctica para la RBU es la situación de verdadera emergencia de cientos de miles de personas, que no disponen de lo mínimo para poder sobrevivir con dignidad. Creo en este sentido que la RBU monetaria sería más rápida de implementar que esta variante en especie, ya que los posibles (y necesarios) debates democráticos para consensuar el contenido de dicha prestación en especie sería un proceso más largo en el tiempo. Como decíamos más arriba, los ecologistas son incluso más radicales en esta visión, y muchos activistas de ese mundo comienzan a hablar de variantes de esta RBU que tampoco sería monetarias (por las razones aducidas anteriormente), sino que deberían responder más a razonamientos y motivaciones basadas en la propiedad sobre la tierra, y a cálculos basados en el respaldo físico/energético del dinero. 

 

Así, por ejemplo, veamos la versión de RBU que nos ofrece Manuel Casal Lodeiro en su referido texto "La izquierda ante el colapso", y que basa en las siguientes tres consideraciones: la primera de ellas y fundamental considera esta RBU sólo como un complemento a la verdadera medida, que no sería otra que una Renta Básica de la Tierra (RBT), es decir, este activista opina, junto a otros, que la medida debería estar basada en el reparto de la tierra o la garantía de su usufructo individual o colectivo. Es decir, una especie de "finca básica", apoyado en la constatación de que es la tierra el medio de garantizar la mayoría de las necesidades básicas humanas de carácter físico (alimento, agua, vivienda, energía, ropa...). Para este autor, la RBU debería ser monetaria únicamente para aquéllas personas a las cuales el sistema no pudiera garantizarles al acceso a dicha finca básica. La segunda característica que aporta es que, aún siendo monetaria, no debería estar basada en la moneda oficial, sino en cualquier otra moneda social controlada democráticamente, sin intereses y por tanto no dependiente del crecimiento permanente de la economía, sino respaldada por la propia producción real (al estilo de una moneda de trueque o intercambio). Por último, la tercera característica de esta RBT sería que el origen de la riqueza a repartir no sería otro que la derivada de los productos de la propia tierra socializada. Este autor, en la misma línea, también critica el planteamiento de los PTG, por estar supeditados al mantenimiento de un Estado complejo, capaz de recaudar impuestos suficientes y de disponer abundantemente de materiales y energía, pero propone en su lugar unos PTG más locales, organizados como tareas o labores comunitarias, sujetos a parámetros de autosuficiencia, y sin vínculos con un salario, o bien remunerados también en moneda social. 

 

Volviendo a los planteamientos de Eduardo Garzón en su artículo de referencia, el segundo argumento que aporta es que la RBU aporta libertad y derechos, pero no compromisos. Sostiene Garzón que la RBU nos dota de libertad, pero que se convierte en una medida poco menos que autista, en el sentido de que insta a las personas a comportarse como deseen, y a no respetar compromisos, responsabilidades y obligaciones de carácter cívico, hacia nuestros conciudadanos y hacia nuestro medio ambiente. Según Garzón, la medida carece de una contrapartida que obligue a las personas a contribuir de forma colectiva, solidaria y fraternal a mejorar el mundo que nos rodea. Por eso, cree Garzón, que es mejor apostar por los PTG, que sí están dirigidos a impregnar valores de solidaridad y responsabilidad democrática, colectiva, social y ecológica. Bien, no estamos en desacuerdo, precisamente porque ya hemos dicho que la RBU y los PTG no son medidas excluyentes, sino perfectamente complementarias entre sí. La tercera crítica que vierte Garzón sobre la medida es que puede provocar tensiones inflacionistas. No estamos de acuerdo con su planteamiento, que aduce que la destrucción de muchos empleos (donde pinta un carácter casi abusivo de los trabajadores debido al colchón de resistencia que les ofrecería la RBU, o la autoexplotación de los autónomos, que no compartimos) provocaría una disminución de los bienes y servicios ofertados en el mercado, lo que unido a un incremento de la capacidad y el poder adquisitivo de la población provocaría tensiones inflacionistas. La cuarta crítica defendida por Garzón es que la RBU puede suponer una subvención a determinadas empresas. Es decir, plantea que la medida podría convertirse con el tiempo en algo parecido a lo que están proponiendo formaciones políticas como Ciudadanos en el "complemento salarial", alegando que como los/as trabajadores/as poseen la RBU, las empresas podrían bajar sus salarios (dando por sentado que los trabajadores no abandonarían sus trabajos), por lo cual se pasaría a pagar con dinero público algo que antes pagaba el empresario. Tampoco compartimos esta crítica, que nos parece que desvirtúa el verdadero sentido de la medida. En efecto, cualquier empresario/a podría bajar los sueldos de sus empleados, pero una cosa es dejar a elección del trabajador/a si desea continuar con su actividad, y otra distinta pagar desde el Estado el complemento salarial. 

 

La quinta crítica que Eduardo Garzón plantea sobre la RBU es que, según su opinión, no es en realidad incondicional. Confieso que es la crítica que menos entiendo de todas, así que voy a retomar sus palabras: "Los defensores de la RB proponen financiarla con una reforma fiscal progresiva de forma que el 20% más rico aproximadamente saldría perdiendo (pagaría la RB de todo el mundo) y el 80% más pobre saldría ganando. En estas condiciones se pierde la característica de incondicional, pues no todo el mundo disfrutaría la RB ni de la misma forma, sino que ello dependería del nivel de renta que se tuviese (los más ricos no disfrutarían de la RB, los más pobres sí, y los situados en medio la disfrutarían pero en un nivel reducido). Es decir, en la práctica la RB funcionaría exactamente igual que una Renta Mínima dirigida al 80% de la población más pobre" [la negrita es nuestra]. Confieso mi asombro y estupefacción por el planteamiento de Garzón, al que veo completamente absurdo, y sólo puedo achacarlo a que no ha entendido nada de lo que significa la incondicionalidad de la medida. Sin más comentarios. En fin, la sexta y última crítica que Garzón plantea sobre la medida de la RBU es que el coste administrativo y financiero de la misma sería superior al de una Renta Mínima bien gestionada. Para Garzón, cualquier renta mínima gestionada a través del IRPF (tras la declaración de ingresos, si fuese necesario el Estado aportaría la cantidad necesaria para alcanzar la cantidad concreta establecida como RBU) sería más sencilla y barata en términos administrativos, porque los afectados serían muchos menos. Y resume: "Es más costoso y farragoso detraer recursos del 20% más rico para transferirlo al 80% más pobre que detraer recursos del 5% más rico y transferirlo al 20% más pobre". Bien, confieso que no he entrado a realizar esos farragosos cálculos (ignoro si los expertos de la Red Renta Básica lo han llevado a cabo en alguno de sus informes), pero en cualquier caso, creo que de nuevo aquí Garzón se equivoca al valorar el verdadero alcance de la medida, pues olvida que la U de RBU viene precisamente de Universal, es decir, para todo el mundo. Una Renta Mínima condicionada, como parece proponer el autor, por bien gestionada administrativamente que fuera, no sería una RBU, que es lo que pretendemos: que la renta sea Básica, Universal e Incondicional. Continuaremos en siguientes entregas.

Compartir este post
Repost0
14 marzo 2019 4 14 /03 /marzo /2019 00:00
Viñeta: Eneko

Viñeta: Eneko

La derecha de este país lleva cada vez peor la propia existencia del 8M, así como las manifestaciones feministas que se producen por todo lo ancho y largo del territorio. Su cinismo y desvergüenza no conocen límites. En este último 8M, la derecha española se ha lucido especialmente. Vox, el más machista y misógino de nuestro Trifachito, al menos fue claro en este sentido, llamando “locas feminazis” a las mujeres que participaban en la manifestación. El PP de Pablo Casado no participó en la marcha, publicaron un contramanifiesto (donde por supuesto desvirtuaban todos los valores del feminismo), y su líder tuvo incluso la desfachatez al día siguiente del 8M de afirmar que ellos “no les dicen a las mujeres qué tienen que hacer, cómo tienen que pensar, cómo tienen que sentir, ni siquiera se refieren a las mujeres como un colectivo”. Muy sospechoso, viniendo de un partido que nunca ha condenado claramente la dictadura franquista. Pero el colmo de la hipocresía, del cinismo, del oportunismo y de la demagogia se lo llevó, de nuevo, Albert Rivera y sus Ciudadanos. Días antes ya se había conocido su famoso eslogan “Soy liberal”, habían proclamado que el feminismo “no consiste en dar pasos a la izquierda ni a la derecha, sino adelante”, que el feminismo no consiste “en una guerra absurda entre sexos”, se habían apropiado incluso vergonzosamente de la figura histórica de Clara Campoamor (la defensora del derecho al voto para las mujeres durante la II República), habían declarado (aquí coincidían con el PP, sus compañeros de viaje) que la izquierda no se puede apropiar del feminismo, “como si sólo existiese un feminismo de izquierdas”, y en el colmo de la desfachatez, afirmaron que Ciudadanos defiende un “feminismo liberal”.

 

Va siendo frecuente, y es una tendencia muy peligrosa, la tergiversación y apropiación maniquea y torticera de conceptos, ideales y derechos, conseguidos total o parcialmente tras muchos años de lucha de la clase trabajadora, y en este caso de la lucha de las mujeres, y su perversa manipulación y apropiación por parte del discurso de esta derecha, que es, sigue siendo, la derecha rancia e intolerante de siempre, pero que ahora, además, es la derecha de la confusión, la que pretende provocar el caos ideológico, en base a apropiarse indecentemente de algunas conquistas y luchas de las clases populares y trabajadoras. O bien desde la supina ignorancia, o bien desde los más perversos objetivos, o bien desde las dos cosas a la vez, pretenden que comulguemos con ruedas de molino, hagamos lo blanco negro, desnaturalicemos las ideas y los conceptos, los despojemos de su carga ideológica, y abiertamente caigamos en sus demagógicos brazos. Es un ejercicio de tal bajeza y perversión moral para el cual cuesta encontrar calificativos. Pues bien, ahora resulta que existe, lo dice Albert Rivera, y lo proclama a los cuatro vientos, una cosa que se llama “feminismo liberal”, es decir, neoliberal. Si el señor Rivera no fuera tan ignorante, comprendería que ambos términos entran en clara contradicción.

 

Pero para hacernos entrar en su juego, realiza una asociación entre el liberalismo y la libertad, conceptos que no tienen absolutamente nada que ver. O sí: podríamos decir que el liberalismo es la libertad, pero únicamente para los ricos y poderosos. Por tanto, se reduce a la libertad de explotar, de comprar, de adquirir, de vivir bien a costa de aplastar a los pobres, de hacer crecer sus fortunas, de saquear los pueblos, de expoliar y marginar a los más desfavorecidos. Liberalismo es la libertad para instalar la riqueza para unos pocos y la miseria para muchos. Podríamos decir, de forma resumida, que liberalismo es a libertad lo que canibalismo es a gastronomía. Por eso, el feminismo, que representa la lucha histórica por la igualdad, por el empoderamiento, por la equiparación del hombre y la mujer en la sociedad, por la emancipación de la mujer frente al hombre, y por la abolición del patriarcado como conjunto de fundamentos políticos, económicos, sociales y culturales donde se asienta la dominación del hombre sobre la mujer, jamás puede ser liberal. Es algo absolutamente contradictorio. El feminismo lucha por la erradicación de todas las discriminaciones, de todas las injusticias contra las mujeres, de todo el sometimiento de la mujer frente al hombre bajo el sistema patriarcal, y es una lucha histórica que se viene llevando a cabo desde la izquierda. El feminismo no es, como declara Albert Rivera, una “cuestión transversal”.

 

El neoliberalismo es la culminación de las políticas de la desigualdad, es la corriente más extrema del capitalismo salvaje, que lo mercantiliza todo, que todo lo somete al Dios sagrado del mercado, de las leyes de la oferta y la demanda, que no entiende de Derechos Humanos, tan sólo de los derechos del más fuerte. El neoliberalismo jamás ha tenido como meta la igualdad, sino todo lo contrario. El neoliberalismo justifica la desigualdad, la desarrolla, la legitima y la proyecta, se basa en una sociedad desigual, donde priman los perversos valores de la competitividad, el egoísmo, el individualismo, la privatización de los derechos humanos, la corrupción, el desprecio a la naturaleza, el culto al patriarcado, etc. (aquí hemos expuesto un catálogo de todos ellos). El feminismo pone en el centro del debate el mantenimiento y el cuidado de la vida, mientras que el neoliberalismo es el mayor destructor de la vida. El neoliberalismo está, por tanto, en las antípodas de todo lo que el feminismo representa, porque el feminismo está ligado a las luchas obreras, por una sociedad igualitaria, del reparto, de los derechos humanos, de la abolición del patriarcado, de las conquistas de derechos y libertades, de los servicios públicos y universales, del empoderamiento de las clases populares. ¿Le interesa todo ello al partido de Albert Rivera?

 

Como ejemplo del tipo de “feminismo” que sí le interesa a Ciudadanos, tenemos la medida, que Albert Rivera pretende regular si alguna vez tiene poder para ello, de los llamados “vientres de alquiler”, o más técnicamente, gestación subrogada. El enfoque que subyace detrás de ella nos lo explican Berta Iglesias y Yago Álvarez perfectamente en este artículo para el medio digital de CADTM. Recojo sus palabras a continuación: “Que las mujeres que acaban gestando bebés para otras personas sean pobres, en su inmensa mayoría, tampoco es casualidad. Ese “feminismo liberal” que defiende Inés Arrimadas no es más que la transposición del neoliberalismo patriarcal a los cuerpos de las mujeres. La capilarización del poder del dinero sobre la tarea de reproducción principal y necesaria para la continuidad de la vida y exclusiva de las mujeres: parir. No es casualidad que, en la guerra semántica de intentar blanquear ese patriarcado capitalista, hayan abandonado el uso del término “vientres de alquiler”. Intentan camuflar que ese feminismo liberal se basa en la libertad de aceptar transacciones financieras partiendo de situaciones de desigualdad e injusticia. Proponen mercantilizar los cuerpos de las mujeres, saldar deudas mediante el alquiler de las tareas reproductivas. Ese mal llamado feminismo habla de libertad obviando que, para ser verdaderamente libres, hay que tener las necesidades mínimas cubiertas. Optar entre quedarse en la calle por no poder pagar o aceptar alquilar el vientre no es libertad: lo sería si la mujer tuviera un trabajo digno, bien pagado, independiente de su cuerpo. No es el caso. Por eso, el feminismo liberal es cualquier cosa, menos feminista”.

 

Por tanto, digámoslo claramente: jamás le va a interesar a Ciudadanos la lucha de las Kellys, la lucha de las empleadas de hogar, resolver la feminización de la pobreza, romper el techo de cristal, eliminar la brecha salarial, adoptar medidas para la conciliación de la vida laboral y familiar, o abolir la prostitución, entre otros muchos asuntos relacionados con el verdadero feminismo. A Ciudadanos siempre le va a interesar más el feminismo de “fachada” de una Ana Botín, de una Christine Lagarde, o de una Angela Merkel, que tienen de feministas lo que yo de cura cartujano. Por tanto, que dejen ya de intentar confundirnos, marear la perdiz, llevar el ascua a su sardina, y proclamar absurdos eslóganes sobre el “feminismo moderno” o el “feminismo liberal”. Feminismo sólo hay uno, y es de izquierdas, revolucionario, radical, republicano, anticapitalista, antineoliberal, antipatriarcal, solidario, de clase, ecologista, pacifista y socialista. ¡A ver si se enteran en Ciudadanos, y dejan la batalla semántica de una vez! Jamás la derecha podrá ser feminista, luego no sirve de nada que intenten cambiar el rostro por intereses coyunturales, oportunistas o electoralistas.

Compartir este post
Repost0
13 marzo 2019 3 13 /03 /marzo /2019 00:00
Viñeta: Silvano Mello

Viñeta: Silvano Mello

Para que una persona emigre así, primero tuvo que haber sufrido mucho, haber sido excluida desde su nacimiento. Rechazada, oprimida, la gente no emigra solo por migrar. La gente no arriesga la vida solo porque sí, porque quiere riquezas o porque le han contado historias de tierras donde el dinero se recoge con palas. La gente emigra así porque no hay salida y como único camino se van, a morir en el intento

Ilka Oliva Corado

Vamos a ocuparnos a continuación, entrando ya en los aspectos relativos a la integración de las personas migrantes en nuestra sociedad, de lo relativo al mercado laboral y su relación con estas personas que llegan. Suponemos entonces que dichas personas han llegado, han superado los primeros controles, han superado una estancia mínima en nuestro país (encerrados en un CIE o puestos en libertad), han conseguido alguna forma de obtener documentación legal, y por tanto, comienzan a estar disponibles para nuestro mercado de trabajo. Pues bien, como señala René Behoteguy en este artículo para el digital Rebelion, tenemos de entrada (ya estamos acostumbrados a ello) una doble moral y un discurso contradictorio. Por una parte, se lanza el mensaje "los inmigrantes son perezosos/as y no quieren trabajar porque prefieren vivir de ayudas públicas", y por otro lado, el mensaje es el siguiente: "los inmigrantes vienen a trabajar por muchas horas por poco salario, robándole el empleo a los/as nacionales". Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Son unos vagos empedernidos o vienen a quedarse con nuestros puestos de trabajo? Pues como siempre ocurre, ni una cosa ni otra son verdad. La verdad es que tienen las mismas necesidades que nosotros, de trabajar para poder vivir lo más dignamente posible, y esa es la razón de que cuando todas las puertas se cierran (o mejor dicho, ninguna se abre) estas personas tengan que dedicarse a actividades laborales "sumergidas", de la economía alegal, como por ejemplo la venta ambulante. Es muy común escuchar todos estos argumentos juntos, pero a nadie se le escapa que no pueden producirse ambas cosas a la vez. ¿Cuál de los dos es cierto? La respuesta es que ninguno de los dos lo es. Son argumentos falaces que carecen de toda base, y que provienen del conjunto de prejuicios instalados en nuestro imaginario colectivo. 

 

Pero esta clase de discursos son muy frecuentes, y están incluso promovidos por los grandes poderes económicos y políticos, porque con ellos evitan que la clase trabajadora les apunte a ellos como responsables de su opresión, centrando su frustración en quienes vienen de otros países, que son igualmente golpeados por las políticas económicas neoliberales, y que tienen por objeto dividir y enfrentar a la propia clase trabajadora entre sí, en nativos y migrantes, negros y blancos, hombres y mujeres, etc. La pregunta acertada debería ser por tanto: ¿Quién roba empleo y reduce salarios? Y la respuesta es clara: los y las empresarias. Quienes ofrecen salarios a la baja (aprovechándose de la condición de migrantes) y finalmente determinan los mismos son los empleadores y no los trabajadores. Si debemos responsabilizar a alguien por contratar de forma irregular, abusiva, aprovechándose de ello para pagar salarios de miseria, es a los muchos/as empresarios/as que lo practican. Pero en vez de ello, hacemos culpable a quien en verdad es víctima. Por tanto, afirmémoslo con claridad: son los empresarios y no los inmigrantes quienes determinan los salarios. René Bohoteguy lo explica perfectamente: "Es, en este sentido, evidente, que la pérdida de poder adquisitivo sufrida en los últimos años se debe a la acción de un gobierno enemigo de las clases trabajadoras que ha aprovechado el creciente desempleo para modificar la normativa con una Reforma Laboral diseñada a gusto de la patronal que, al facilitar el despido y la contratación precaria a la vez que debilita la organización sindical y la negociación colectiva, ha dado las herramientas que los/as empresarios/as necesitaban para despedir barato y empeorar las condiciones laborales a su antojo como de hecho ha sucedido". 

 

Pero por si aún tenemos dudas sobre los causantes de la crisis, y con ella la pérdida masiva de empleos, podríamos continuar con las preguntas: ¿Han sido quizá los migrantes quienes especularon con los activos bancarios? ¿Fueron los migrantes los que crearon la burbuja inmobiliaria? ¿Acaso han sido las personas que vienen de países extranjeros más empobrecidos los que han planificado un modelo productivo ineficaz, centrado en los servicios, desmantelador de la industria y amigo de los combustibles fósiles? ¿Son los migrantes los responsables del exilio laboral de nuestros jóvenes, de la caída de la investigación, de la reducción de las becas y ayudas al estudio, y del aumento de la economía especulativa? ¿Es que son las miles de personas refugiadas que huyen de la guerra y la pobreza quienes han ordenado los ERE en multitud de grandes empresas de este país, llevando al desempleo a cientos de miles de personas? ¿Quizá son los migrantes los responsables también de los desahucios practicados de forma cruel e indecente a tantas miles de personas que ya no pudieron continuar pagando sus hipotecas o alquileres? Podríamos continuar, pero pensamos que la reflexión de los lectores y lectoras les llevará a la respuesta adecuada: son los causantes de todos estos desmanes los mismos que denigran y persiguen a los migrantes, es decir, la clase política aliada con una élite social y económica que únicamente persigue los beneficios privados y el desmantelamiento del Estado del Bienestar, tanto de propios como de foráneos. Rompamos una lanza para concluir que el discurso que intenta culpabilizar a los migrantes de la falta de empleo y de los bajos salarios, busca en el fondo evitar que señalemos claramente a los verdaderos culpables, que son los que desde el poder económico y político, han empobrecido a la clase trabajadora independientemente de su origen étnico, cargando a sus espaldas las consecuencias de una crisis generada por ellos mismos. 

 

Bien, el segundo mito que referíamos al comienzo es el que afirma que los migrantes y refugiados son personas "perezosas, que quieren vivir de la sopa boba, que no quieren trabajar, y prefieren sobrevivir mediante las ayudas públicas". Incluso algunos/as llegan más allá y están convencidos de que muchas ayudas públicas son denegadas a los nacionales, y concedidas a los extranjeros. Este indecente discurso es fomentado por la extrema derecha, la misma vocera del eslogan "Los españoles primero" (o los franceses primero, o los italianos primero...). Los datos desmienten absolutamente esta creencia. De entrada, debemos afirmar que no existe ningún tipo de ayuda o prestación económica (ni estatal ni autonómica, en todo el Estado Español) que priorice a los extranjeros sobre los nacionales. Por el contrario, si cualquier persona migrante desea solicitar cualquier ayuda social, lo primero que le exige la Administración es que acredite la residencia en el lugar de la solicitud, durante un tiempo mínimo. Esto desmonta ya parte de la mentira, pues deja claro que estas ayudas sociales no pueden constituir entonces ningún "efecto llamada", que es otra de las falacias de la derecha, al impedir que los recién llegados a nuestro país puedan solicitarla directamente. Los datos de todos los informes de la Administración nos dicen además que la mayoría de las personas que cobraron cualquier ayuda social durante el último año son de nacionalidad española (un 63% por ejemplo en el País Vasco), con lo cual queda también desmontado el prejuicio de que dicha ayuda se concede preferentemente a los extranjeros, o de que se deniega a los nativos. Queda probado con ello que la inmensa mayoría de los migrantes no viven de las ayudas públicas sino de su trabajo, y que las ayudas se destinan (por supuesto, con sus deficiencias y errores de enfoque y diseño) a quienes las necesitan, independientemente de su origen. 

 

René Bohoteguy concluye de forma categórica: "Lamentablemente en los tiempos que corren parece ser que la verdad y las cifras que la avalan no bastan para convencer, nos enfrentamos a un engrasado y sistemático aparato de propaganda que el poder ha diseñado para dividir y enfrentar a segmentos de una misma clase trabajadora y que provoca que muchos descarguen su frustrada indignación por el continuo deterioro de su nivel de vida hacia, por ejemplo, una familia africana que recibe una ayuda de subsistencia. Evitando así que miremos hacia los miles de millones que se han derramado en la fosa sin fondo de los rescates bancarios, ni los cientos de millones con que se subvenciona a una patronal que con una mano recibe del Estado y con la otra fustiga a los/as trabajadores/as y exige mayores recortes en nombre del sacrosanto dios del libre mercado. Por eso hace falta desenmascarar a los/as verdaderos/as culpables, a quienes intentan ocultar la miseria que generan en la población en un creciente manto fascista de xenofobia y racismo. Contra ellos/as las verdades son nuestra más poderosa arma, verdades como puños, verdades revolucionarias". Existen otros mitos y falacias sobre el mundo laboral en relación con las personas migrantes que iremos desmontando, porque es la única manera de que hagamos desaparecer los prejuicios y pensamientos racistas de nuestro imaginario, y pongamos el foco de atención donde verdaderamente importa, que no es otro que esa clase poderosa del empresariado, esa élite económica siempre ávida de continuar explotando a los más débiles, y a la que no le tiembla el pulso para condenar a miles de personas a destinos inciertos y macabros, mientras ellos y ellas puedan continuar saqueando, expoliando y destrozando los recursos naturales de sus países. Nos falta aún mucha conciencia obrera, mucha conciencia de clase, los empresarios y capitalistas la tienen mucho más desarrollada que nosotros, y eso permite, como tantas veces se ha dicho, que vayan ganando esta guerra, esta lucha de clases. Y decimos lucha "de clases", no de nacionalidades, no de extranjeros contra nacionales, no de autóctonos contra foráneos, no de nativos contra migrantes, no de acomodados frente a refugiados. La única lucha que viene existiendo desde que el capitalismo llegó al mundo es la lucha del explotado frente al explotador. No perdamos nunca el norte. Continuaremos en siguientes entregas.

Compartir este post
Repost0
11 marzo 2019 1 11 /03 /marzo /2019 00:00
Filosofía y Política del Buen Vivir (30)

Hay que pensar en estrategias de salida de la pobreza material que no dependan del crecimiento económico y del aumento del consumo general. Algunos deberán aumentar su riqueza, pero otros deberán disminuirla. No se puede combatir a la pobreza sin, a la vez, combatir la riqueza. No, al menos, al nivel de consumo al que hemos llegado el día de hoy, en el cual ya nos hemos comido la Tierra

Gerardo Honty

El Buen Vivir se enfrenta, como venimos contando, en todas las dimensiones a la concepción capitalista de la vida, y eso incluye muchos flecos, todos ellos atravesados por la relación del ser humano con la naturaleza y el resto de seres vivos que nos rodean. El propio entorno donde vivimos, su metabolismo, su morfología, su estructura y su dinámica, son tremendamente importantes. Hoy día, la mitad de la población total del planeta malvive hacinada en grandes urbes, gigantescas ciudades, que imponen un ritmo de vida frenético, y además constituyen los grandes núcleos del metabolismo capitalista, donde se distribuyen y se consumen los productos, bienes y servicios que se generan. El propio urbanismo desenfrenado sería lo primero que habría que combatir, alejándose de los modelos actuales de construcción, que son modelos agresivos que atentan contra el medio ambiente y la propia vida. Por otra parte, las ciudades son los principales sumideros de energía y materiales, y las principales generadoras de insostenibilidad. Las ciudades, su derecho a ellas (catalogado como uno de los Derechos Emergentes) han de replantearse desde prácticamente todos los puntos de vista (vivienda, urbanismo, desechos urbanos, contaminación acústica, lumínica, del aire, aumento de los espacios públicos, ampliación de los espacios verdes, desprivatización del ámbito público, participación ciudadana...). En primer lugar, habría que acotar el continuo crecimiento de las ciudades de forma clara, declarando moratorias para impedir que aquellas ciudades que aún poseen un tamaño medio continúen ampliándose. Cuanto más se amplía un núcleo urbano más se manifiestan todos los inconvenientes antes mencionados, y todo ello se hace a costa de comer terreno rural o de costa. 

 

Así mismo, hay que acometer procesos de transformación urbana en las grandes ciudades, que llegan a absorber el área de influencia de varias provincias de alrededor. También hay que acometer medidas contra el tráfico de vehículos a motor en el centro de las ciudades, debido a la enorme contaminación del aire que causan. Algunos gobiernos locales de ciertas ciudades por todo el mundo ya comienzan a ser conscientes, pero otros aún no están en esa línea. Medidas como protocolos anticontaminación, reducción de la velocidad de circulación, prohibición de circulación por el centro urbano, etc., son bastante beneficiosas en este sentido. En cualquier caso, las tendencias generales han de evolucionar hacia no permitir ninguna modalidad de tráfico contaminante en los núcleos urbanos, y hacia sustituir los motores contaminantes por otros que no lo sean. Por otra parte, los modelos de transporte público, desde la bicicleta hasta el tren, pasando por el autobús o los taxis, han de ser potenciados frente al vehículo privado. Hay que tender hacia modelos de ciudad más policéntricas, en las que no haya un único centro urbano que obligue a grandes desplazamientos. También hay que favorecer todos los procesos que creen cercanía, tanto en la producción y en el consumo, como en los propios modelos de negocio. La meta siempre debe ser, mirando hacia el colapso que estamos explicando, disminuir el uso y consumo de energía, y la generación de una cada vez menor huella ecológica. Por supuesto, las grandes infraestructuras, tanto de transporte como de vivienda, deber ser minimizadas. Complejos como el que se va a construir al norte de Madrid son una auténtica aberración urbanística, y generan perjuicios desde todos los puntos de vista. Hay que dar prioridad a los modelos de fabricación, distribución y consumo de cercanía, generando incluso procesos de agricultura urbana, intentando generar un porcentaje cada vez mayor de la alimentación necesaria mediante agricultura dentro de la propia ciudad. 

 

Todos los bienes públicos fundamentales han de comunalizarse, o si se quiere, desprivatizarse, volviendo a remunicipalizar, es decir, regresar desde el control privado de unos pocos hacia el control público, comunitario y democrático. Un claro ejemplo de ello es el agua, del que ya hablábamos en la entrega anterior. Y sobre todo, hay que insistir en el mensaje de que debemos y podemos organizarnos renunciando a nuestra vida en los núcleos urbanos, volviendo al campo, al entorno rural, mucho más limpio y sostenible. Es fundamental volver a recuperar un tejido rural vivo y amplio, saneado y bien estructurado. Durante las últimas décadas los progresivos procesos de despoblamiento rural han conducido a que muchos pueblos, antaño con verdadera vida propia, hayan sido masivamente abandonados y despoblados, llegando a estar prácticamente vacíos, lo cual revierte en su propia contra, pues se llega a entrar en un círculo vicioso donde si no hay gente no tiene sentido que existan servicios e infraestructuras, y si no existen, si se desmantelan, se convierten en un inconveniente para que venga más gente. Hoy día existen infinidad de pueblos vacíos, donde ya no existen servicios como para mantener una comunidad de vecinos de cierto tamaño. Se fue creando un imaginario cultural de atraso de estos núcleos rurales, que junto a la escasez de oportunidades laborales, fue contribuyendo a su despoblación. Hay un enorme desprestigio de la vida y del mundo rural, por lo cual, la revitalización y dinamización del campo, de los pueblos y del entorno rural es un elemento central para la filosofía del Buen Vivir. Y hablar del entorno rural nos lleva a hablar también del animalismo. No entraremos aún a fondo en este asunto, que dejaremos para el final de esta serie de artículos, pero avanzaremos siquiera a continuación algunos planteamientos básicos. Y lo haremos volviendo a reclamar, en el mayor marco legal posible, es decir, en la propia Constitución, un reconocimiento como sujeto de derechos a la propia naturaleza, y a todos los animales que conviven con nosotros. 

 

En este sentido, el Buen Vivir se asienta sobre un equilibrio entre el ser humano y el entorno natural que nos rodea, una interacción constante y una valoración y protección del mismo. El Buen Vivir se asienta sobre el profundo respeto y consideración a todos los seres vivos. La relación del ser humano con los animales debe avanzar hacia modelos de profundo respeto y conservación de todas las especies animales y vegetales, así como hacia los ecosistemas que las mantienen y las albergan. La vida humana no está por encima de la vida de ningún otro ser vivo. Toda la vida ha de ser valorada por igual. Los animales no son máquinas, ni utensilios, ni instrumentos, ni artefactos, ni herramientas que estén a nuestro servicio. Son seres vivos, y como tales, tienen dignidad, valor y derechos por sí mismos, y nosotros hemos de conseguir que se respeten. Hasta ahora sólo hemos conseguido cierto grado de valoración de la vida humana (muy relativo, cuando aún existen países donde se practica la pena de muerte), pero ninguno hacia la vida animal. Nuestros códigos morales y deontológicos no consideran a una persona al igual que un animal, sino de forma superior, y ello se traduce en brutales prácticas de trato a los animales, y desconsideración hacia su vida, que provocan que los Códigos Penales castiguen de forma ridícula a quien abusa o provoca la muerte o el sufrimiento de algún animal. Parece que sus sufrimientos no están al nivel de los nuestros. La filosofía capitalista es una filosofía antropocéntrica, que utiliza y desprecia al resto de animales y seres vivos de la naturaleza, en provecho del hombre. De ahí que las especies animales se utilicen como fábricas, o como parte del comercio exótico, o como parte de la experimentación científica. Cada animal se utiliza sin piedad, como si fuera una máquina de la cual extraemos huevos, plumas, lana, piel, leche, o cualquier subproducto derivado. Y todo bajo la lógica industrial capitalista, que busca con todo ello no generar la alimentación más sana posible para el ser humano, sino la máxima generación de beneficio. A todo ello debemos añadir que la disponibilidad de territorio que hace falta para que se pueda alimentar a toda la población con una dieta básicamente basada en la proteína animal se multiplica de una forma impresionante con respecto a la que se necesita para una dieta basada en proteína vegetal. 

 

Esto significa que se necesita una cantidad enorme de territorio para alimentar al ganado, y ese ganado a su vez alimenta y proporciona una base de proteína animal a muy poca gente, y desde unos criterios de reparto o de acceso a la riqueza en un mundo cuyos límites físicos se están desbordando y colapsando. Por ejemplo, las cantidades de agua y otros recursos necesarios para mantener a una cantidad reducida de ganado son insostenibles comparados con la cantidad de alimentación humana que generan. El retrato, por tanto, no es muy sugestivo. Desde este punto de vista, entonces, una dieta básicamente vegetariana se vuelve un imperativo ético fundamental. Esto no quiere decir que tengamos que criminalizar a todas las personas que mantienen su alimentación desde una dieta animal, sobre todo si lo hacen potenciando el mantenimiento de granjas con criterios no industriales o ecológicos. Pero en cualquier caso, debemos concienciarnos, y el Buen Vivir nos obliga a ello, de que el modelo de producción industrial basado en la proteína animal de cara a la alimentación humana es ecológicamente insostenible, y éticamente reprobable. Pero nuestra alimentación no es el único problema que tenemos con los animales: la caza de diversas especies, la mercantilización de especies exóticas, la brutalidad ejercida con algunos animales en determinadas manifestaciones enfocadas al entretenimiento humano, el uso de animales para experimentación científica, la extinción de muchas especies debido a los efectos del caos climático, el salvaje destrozo de hábitats naturales por parte del hombre donde conviven determinadas especies de animales, y muchos otros procesos, deben cambiar si queremos adoptar otra filosofía y forma de vida, basada en el reconocimiento y valoración del mundo animal. El animalismo, por tanto, también nos introduce un cambio estructural a la hora de entender nuestra relación con los animales, basado en el respeto a sus derechos, a su protección y a su cuidado. Continuaremos en siguientes entregas.

Compartir este post
Repost0
8 marzo 2019 5 08 /03 /marzo /2019 00:00
Fuente Viñeta: https://nulla.org/

Fuente Viñeta: https://nulla.org/

Hace un millón de años, el hombre de las cavernas, sin herramienta alguna, con su pequeño cerebro y sin más ayuda que la fuerza de su pequeño cuerpo, consiguió alimentar a su mujer y a sus hijos, para que a través de él la raza pudiera continuar. Vosotros, por otra parte, armados con los medios de producción moderna, multiplicando la capacidad productiva del hombre de las cavernas un millón de veces, sois incompetentes y atolondrados, incapaces de salvaguardar para millones siquiera el mísero trozo de pan para sostener su integridad física. Habéis dirigido mal el mundo y os lo tendrán que quitar

Jack London (1876-1916)

Ramiro Pinto, en uno de los artículos de su propio Blog, nos hace la siguiente reflexión en torno al "establecimiento" de la pobreza: "¿Por qué la pobreza es un derecho? porque no sólo es legal, sino que se establece por decreto ley quién ha de ser pobre. Por mucho que asuste a los bien pensantes de la sociedad del bienestar, sucede que cuando se ha establecido que quienes carezcan de empleo y de rentas reciben, en determinadas condiciones, una Renta Mínima de Inserción, valorada muy por debajo del umbral de la pobreza, 435 euros, siendo tal umbral la base mínima para poder sobrevivir. Según indica el Departamento de Estadística Europeo (Eurostat) harían falta doscientos euros más por persona. Mientras que, además, las prestaciones en España son a nivel familiar, de manera que la recibe un miembro por familia y por ende excluye al resto de recibir otros apoyos económicos por parte de las instituciones. Quienes ponen en práctica estas prestaciones y los políticos y sindicalistas que las defienden ¿podrían vivir ellos y sus familias con esta cantidad de dinero?". A ello le suman, como ya indicamos en entregas anteriores, una serie de prerrequisitos e itinerarios, de tal manera que no todas las personas pueden acceder a ellas, y además, quienes lo hacen, disponen de dicha prestación sólo por un período de tiempo determinado (parece que los pobres además tenemos que comer sólo durante seis meses al año). La situación, como puede verse, es absolutamente surrealista. Pero a los que manejan el cotarro les parece que así "se insta más a las personas a la búsqueda activa de empleo". Afirmaciones indecentes como ésta estamos acostumbrados a escucharlas todos los días, sobre todo en boca de algunos empresarios/as de este país. Si a ello le unimos el manido mensaje que dice que "este Gobierno no ha dejado a nadie atrás", ya es para echarse a llorar. 

 

Con la Renta Básica Universal, visto lo visto, no estamos proclamando una reivindicación utópica, sino ciñéndonos a lo que la propia Carta Social Europea propugna, que dicta que no puede haber ningún ciudadano/a europeo que, ante la falta de medios económicos para poder vivir, reciba una prestación o pensión, contributiva o no, por debajo de dicho umbral de la pobreza, que se supone que es la cantidad mínima que se considera (en un momento histórico y económico determinado) esencial para vivir con las necesidades básicas cubiertas a título individual. Según esto, si nuestro país lo incumple flagrantemente, al menos en 6 millones de personas, está claro que toda esta gente no tenemos la ciudadanía europea reconocida de pleno derecho. Y los organismos europeos (Parlamento, Comisión, Consejo...) no hacen nada por evitarlo, pero tampoco por evitar que cientos de miles de millones de euros estén alojados en paraísos fiscales, como ya explicamos en su bloque temático correspondiente. Es lo que Ramiro Pinto ha denominado como el "derecho a la pobreza". Si a todo ello le sumamos los rasgos característicos de la precariedad laboral, ya referidos también en entregas anteriores, que caracterizan también a lo que hemos llamado el "trabajador pobre", tenemos la radiografía completa de la clase trabajadora española. Es curioso cómo se aumenta por ejemplo el Presupuesto de Defensa ante el supuesto peligro de un "ataque exterior", "y es el propio gobierno quien ataca a su pueblo, condenando a una parte del mismo con su política económica y medidas sociales a la pobreza extrema" (Ramiro Pinto). Podemos concluir, sin temor a equivocarnos, que todas las formaciones políticas que hoy día tienen representación parlamentaria (insistimos, todas ellas) presentan en sus programas electorales propuestas con las que legislar para que haya pobres, con políticas sociales tímidas, nimias y cobardes, que únicamente sirven para extender la pobreza, no para erradicarla, ejerciendo así el derecho establecido a ser pobre. 

 

Ninguna de ellas se plantea de verdad (únicamente lo hizo Podemos para las elecciones europeas de 2015) la premisa de que los pobres NO EXISTAN, con una medida como la RBU. Porque el asunto no es que yo, Administración Pública, te pueda atender a ti, pobre de solemnidad, cuando me demuestres que lo eres, sino que mi misión es evitar que lo seas, prevenir que lo seas, impedir que lo seas. No necesitamos, bajo las premisas de una sociedad justa, que los pobres sean atendidos, lo que necesitamos es que no haya pobres. Lo que antes eran supuestamente instituciones dedicadas a que no existieran personas desempleadas, como el que hoy día se llama Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE), se han reconvertido en instituciones de control contra las personas en paro. Es decir, instituciones dedicadas a vigilar a las personas en paro (desde cuándo lo están, si completan o no su currículum, si cobran o no prestaciones, si actualizan o no sus demandas de empleo, si cumplen o no determinados requisitos...), más que impedir que existan personas en paro. El indecente discurso político, institucional y empresarial se basa en dos afirmaciones, a cual peor:

 

1.- No hay dinero. Falso. Por mucho que costara implementar una RBU tal y como aquí la definimos (remito de nuevo a los lectores y lectoras interesadas a los artículos de la Red Renta Básica donde existen numerosos de ellos que concretan las cifras necesarias), tenemos dinero suficiente. Es decir, podemos dedicar dicha cuantía en los Presupuestos Generales del Estado. Cuando los detractores de la medida aluden esto, quieren decir que "con las premisas y enfoques actuales, no hay dinero". Y es verdad: sin implementar una reforma fiscal progresiva, sin auditar la deuda pública, y sin retirar los fondos a la Iglesia Católica, a los programas especiales de armamento, y demás presupuestos injustos e inútiles, es completamente cierto que no hay dinero. Pero si se posee verdadera voluntad política de que no existan pobres, los PGE no serán una limitación. Lo son porque, simplemente, el Estado no recauda lo que debería recaudar bajo un sistema social justo y progresivo. 

 

2.- "Mejor son 430 euros que nada". Este argumento no es que sea falso, sino que es perverso. Porque, ya puestos, también es mejor dar 1 euro que nada a cada parado. Y también es mejor dar 20 euros que nada. Pero también es mejor dar 700 euros que nada, con la diferencia de que estos 700 euros ya podrían hacer salir de la pobreza a millones de personas. Tales argumentos y afirmaciones son falaces por naturaleza, demagógicas y perversas, y justifican atrocidades como la que se vive con los pobres de este país. Extrapolando el argumento...¿no es mejor matar a 3 personas que a 7 en un atentado? Ponemos este ejemplo para que se vea lo absurdo del argumento. 

 

La RBU anularía este "derecho a ser pobre", erradicando la pobreza por NO PERMITIR que existan pobres en nuestra sociedad. La RBU concedería un derecho básico de ciudadanía mediante el cual todo el mundo tendría la existencia material garantizada, base de la verdadera libertad material republicana. El derecho a ser pobre tiene que transformarse entonces en el derecho a existir, a subsistir, a vivir, a ser en una palabra. Una medida absolutamente revolucionaria que revertiría poderosamente la arquitectura de la desigualdad. Una medida anticapitalista que fortalecería y liberaría a las personas del dogal del clásico empleo remunerado, con el cual ya hoy día tenemos muy difícil poder vivir. La RBU como modelo económico ha de ser también el eje para un modelo de justicia social, donde de verdad la pobreza no exista, no permitamos que exista. La RBU sería una pieza elemental en todo un nuevo entramado social, donde quedara excluida la pobreza como tal. Pero como estamos contando en esta serie de artículos, y sobre todo en el presente bloque temático, es mucha la resistencia que hay que vencer, para entender y valorar realmente una medida de tan profundo calado. Imaginarios culturales, prácticas empresariales, poder de los grandes actores del capitalismo, escenarios de reparto y redistribución de la riqueza, nuevo imaginario colectivo sobre el trabajo humano, una mayor recaudación fiscal por parte del Estado, una progresividad fiscal realmente efectiva, una liberación de la clase trabajadora, una emancipación de la población joven, una libertad material garantizada, una incidencia especial para las mujeres, una mejor administración de los recursos del Estado, la eliminación de gran cantidad de controles administrativos sobre la gente pobre, o un nuevo universo más igualitario, justo y avanzado. Tales son algunas metas que alcanzaríamos con la RBU. Continuaremos en siguientes entregas.

Compartir este post
Repost0
7 marzo 2019 4 07 /03 /marzo /2019 00:00
Fuente Viñeta: https://economistasfrentealacrisis.com/

Fuente Viñeta: https://economistasfrentealacrisis.com/

La lucha por la liberación de la mujer proletaria no puede ser similar a la que la mujer burguesa lleva contra el hombre de su clase. Al contrario, debe ser una lucha conjunta con el hombre de su clase contra toda la clase capitalista

Clara Zetkin

Algunas veces se dictan medidas políticas y sociales de cierto calado, que si se no se analizan con profundidad, se pueden perder en la nebulosa de la crítica generalista. El Consejo de Ministros del pasado viernes 1 de marzo aprobó, entre otras cuestiones, la equiparación y ampliación progresiva de los permisos de paternidad y maternidad, del siguiente modo: durante este año a 8 semanas, en 2020 a 12 semanas, y en 2021 a 16 semanas, siempre retribuibles e intransferibles. Como aportación a la Huelga Feminista del 8M, vamos a intentar explicar el verdadero alcance de dicha medida, en su dimensión igualitaria (y por tanto, feminista), y también en su dimensión anticapitalista. La verdad es que se trata de una medida que hubiese sido impensable hace algunos años. De ahí que le prestemos esta especial atención, porque nos parece un gran hito en este sentido. Comenzaremos por distinguir entre trabajo productivo y trabajo reproductivo. Esta distinción (al igual que otros conceptos, como el de la división sexual del trabajo, la feminización de la pobreza y otros relacionados con la lucha feminista) comenzó a efectuarse a partir de la década de los años 70 del pasado siglo, y ha aportado también al debate sobre la propia consideración del trabajo humano.

 

El trabajo productivo nos remite al que tiene que ver con la producción directa o indirecta de bienes, productos o servicios. Esta modalidad es la única que está reconocida como “trabajo” en el sentido capitalista del término, es decir, aquella visión que considera “trabajo” únicamente a la modalidad de la actividad humana que es remunerada y que genera beneficios a los patronos, es decir, rentabilidad económica. Por el contrario, el trabajo reproductivo comprende todas las actividades que tienen por objeto ocuparse del cuidado de las personas, así como del mantenimiento de la vida: básicamente se manifiestan en el cuidado del hogar (tareas domésticas) y en el cuidado de las personas que lo necesiten (niños/as, ancianos/as, personas dependientes…).  Son tareas relegadas históricamente, bajo la visión patriarcal, al desempeño de las mujeres, y se diferencian del trabajo productivo en que esta modalidad no es considerada “trabajo” en su acepción capitalista, pues ni se remunera ni es rentable económicamente, aunque lo sea (y mucho) socialmente. Por ello siempre ha sido un trabajo invisibilizado, desarrollado en la sombra y en la intimidad del hogar. En la época franquista a las mujeres que se dedicaban únicamente a estas tareas (que eran la inmensa mayoría) se las denominaba “amas de casa”, y cuando tenían que rellenar cualquier formulario, a la pregunta de su ocupación o profesión indicaban “S L” (que quería decir, “sus labores”, en la cima machista de la discriminación femenina).

 

Con el paso del tiempo, los trabajos reproductivos han sido más visibilizados y entendidos como absolutamente fundamentales para el mantenimiento de la vida. De esta manera, al reconocerse esta modalidad como un trabajo propiamente dicho (al que hoy se agregan todas las variantes del trabajo voluntario), han plantado batalla a la versión capitalista y excluyente del trabajo productivo. En la actualidad, una de las principales batallas de la izquierda es conseguir que todas estas variantes de trabajos estén igualmente reconocidas, para así desligar también las fuentes de renta de las obtenidas por el trabajo asalariado. Es decir, separar las rentas del empleo, y no entender que la única manera de obtener un sueldo o una prestación sea a través de un empleo remunerado. En el fondo es una lucha no sólo contra el capitalismo, sino también contra el patriarcado, que lleva empeñado desde hace siglos en que este proceso de socialización diferencial de género, estos roles sexistas, vaya provocando que las mujeres queden subordinadas a los hombres, pues además dichas diferencias en cuanto a las dedicaciones acaban convirtiéndose en discriminaciones y en desigualdades, que además quedaban ocultas bajo el manto del hogar conyugal y familiar.

 

Reconocer cada vez más el trabajo reproductivo no es únicamente una labor de justicia, sino también de lucha anticapitalista, ya que, bajo la ausencia de un mecanismo que reconozca el trabajo reproductivo, las dinámicas y sinergias capitalistas se refuerzan, porque el capitalista puede seguir expropiando el valor que este tipo de trabajo genera, y por tanto, puede seguir acumulando capital a costa de su realización invisibilizada. A lo largo de la historia se han dado diferentes campañas para reivindicar el salario y el reconocimiento del trabajo doméstico y de cuidados, que reclamaban la valoración del trabajo reproductivo como parte de la productividad social, así como la visibilización de las mujeres que lo desempeñaban. Estas campañas proclamaban que estos trabajos generan beneficios para el capitalismo, y que por ello debían ser remunerados al educar, cuidar y reproducir, tareas que desempeñaban las mujeres fundamentalmente. Hoy día creemos que, al menos, hemos conseguido que se comprenda y se asuma que el trabajo reproductivo es una responsabilidad social de toda la población en general, como contribución esencial para el mantenimiento de la vida. Nos queda pendiente, entre otras muchas cuestiones, la inserción de la mujer en el trabajo productivo, en condiciones de justicia y de igualdad con el hombre. Los datos son aún, en este sentido, muy desalentadores.

 

En nuestro país, sin ir más lejos, a pesar de que las mujeres suponen el 51% del total de personas tituladas superiores, tan solo el 21% ocupa cargos directivos en sus empresas. Las mujeres representan el 13% del total de miembros en Consejos de Administración, aunque en puestos directivos de las Administraciones Públicas representan alrededor del 30%. Las peores cifras se encuentran en el IBEX35, el gran selectivo de las principales empresas, donde tan solo un 15% de mujeres ocupan puestos de alta responsabilidad. Estas cifras no han variado mucho durante los últimos años. Todo ello es consecuencia de las escasas posibilidades de promoción de las mujeres en las entidades públicas y sobre todo privadas, pero…¿a qué se debe este hecho? Pues parece lógico pensar que es una pescadilla que se muerde la cola, porque en una sociedad dominada por hombres…¿cómo se van a crear y aprobar leyes que dejen de discriminar a las mujeres? ¿cómo van a estar representadas las mujeres, si dichas leyes continúan discriminándolas? ¿cómo van a ser respetados sus derechos, y representados sus intereses? ¿serán los hombres los que lo hagan? Cuando tenemos un problema de tal naturaleza, sólo la discriminación positiva, aplicada durante el tiempo necesario, puede arreglarlo: se trata de abrir una brecha para tener una buena posición desde la que opinar, decidir, gobernar…

 

Y en este sentido, es necesario un tiempo de cambio en el que se apoye a las mujeres para darles voz y que sean ellas las que ocupen puestos de relevancia y trascendencia, hasta conseguir la equiparación. Es falso el discurso que aboga porque “las mejores mujeres llegan, al igual que los mejores hombres”, porque la experiencia demuestra que no es así en una sociedad dominada por el patriarcado y el capitalismo. De ahí que, por ejemplo, sea imprescindible la introducción de la paridad a la hora de elegir la representación en todos los estamentos de la sociedad, tanto públicos como privados, y en todos los ámbitos: económico, político, social, etc. Pero la paridad por sí sola no basta. Hemos de partir de la base de que el propio capitalismo, en alianza con el patriarcado, establecen límites a la emancipación y liberación de la mujer. No habrá plena libertad e igualdad material entre ambos sexos hasta que consigamos eliminar todas esas barreras. Es exactamente aquí donde una medida como la que se ha tomado recientemente viene a actuar. Imaginemos que una cierta empresa E tiene como empleados a Alberto y Carmen. La empresa E, como cualquier otra entidad privada, se moverá únicamente por el ánimo de lucro, por la obtención del máximo beneficio, y desde este punto de vista, sus decisiones vendrán determinadas por los posibles incentivos económicos que pueda disfrutar, o perder.

 

Consideremos el caso en que Carmen quede embarazada. En ese caso, mientras Alberto continuará trabajando sin merma alguna en su productividad, Carmen tendrá que estar de baja durante algunos meses, durante los cuales la empresa tendrá que continuar pagando su sueldo sin obtener beneficio (la plusvalía). Y cuantas más veces quede embarazada, más tiempo estará la empresa en dicha situación. Por mucho que intentemos convencer a la empresa E de la cualificación, experiencia y valía profesional de Carmen, o bien de lo importante que es para el país que aumente la tasa de natalidad, la empresa seguirá en sus trece. Los empresarios privados son esa punta de lanza del capitalismo, y por tanto representan en carne y hueso la insensibilidad y la barbarie del mismo. Durante su permiso de maternidad, es evidente que Carmen será improductiva para la empresa. En cambio, Alberto se tomará su permiso de paternidad, mucho más limitado que el de Carmen. Y así, mientras Carmen será deficitaria para la empresa, Alberto seguirá generando beneficios para la misma. Es evidente que, a la hora de ascender, dotar de mayores responsabilidades, o simplemente remunerar mejor a sus empleados/as, la empresa tendrá a Alberto en mejor lugar que a Carmen. Ni siquiera cobran lo mismo, aunque pudieran tener la misma cualificación, experiencia y capacidad de trabajo: es la conocida brecha salarial.

 

¿Cómo podemos solucionar este problema? Mientras exista la empresa privada capitalista, el problema de Alberto y Carmen se repetirá cientos de miles, millones de veces, en protagonistas distintos, y a los efectos prácticos, quien promocionará (si lo desea) será Alberto, y no Carmen. Más bien al contrario, el conjunto de valores del patriarcado y del capitalismo provocarán que ella quede relegada cada vez más al cuidado de sus hijos/as, mientras que él se dedique cada vez más en cuerpo y alma a la empresa. Y es que el capitalismo busca la rentabilidad por encima de las vidas, de la felicidad, del bienestar humano. Sólo le interesa la familia en el sentido de poder seguir reproduciendo a través de ella los beneficios del capital, y para eso necesita a la mujer dedicada a ese trabajo reproductivo del que hablábamos al comienzo. Entonces…¿Cuál es la solución? Pues luchar para conseguir la igualdad real entre hombres y mujeres en los tiempos de permiso por embarazo, nacimiento, crianza y lactancia, antes y después del parto, de manera obligatoria. Cuando la mujer se vaya a casa por estos motivos, el hombre deberá irse con ella, durante el mismo tiempo, simultáneamente o no, dependiendo del tipo de permiso del que hablemos: paternidad, reducción de jornada, excedencia por cuidado de hijo/a, etc.

 

De esta forma, cuando la mujer se reincorpore al trabajo, el hombre igual. Si la mujer ha estado por ejemplo 10 semanas de permiso, el hombre deberá tomarse el mismo tiempo. Siempre de manera equilibrada, igualitaria, y por imperativo legal en ambos casos, sin posible negociación o coacción por parte de la empresa. De esa forma, no haremos más rentable a Carmen, pero tampoco a Alberto. La empresa perderá por ambos y por igual. Alcanzada esta situación, la empresa dejará de tener criterios o incentivos económicos para discriminar a Carmen (o a cualquier otra mujer) frente a Alberto (o a cualquier otro hombre), dentro de la empresa, en cualquier momento. Porque si el principal motivo para la discriminación laboral de la mujer está en razón a su capacidad de ser madre, eliminemos esta diferencia por ley. Si Alberto toma su baja durante el mismo tiempo que Carmen, para atender a su hijo/a, para corresponsabilizarse en todo, y para liberarla de su dedicación al trabajo reproductivo, entonces no sólo podrá compartir las tareas de cuidados con ella (contribuyendo a eliminar también la división sexual del trabajo), sino que se transformará en un trabajador igual de deficitario que Carmen, o dicho de otro modo, igual de caro que ella. Alberto costará a la empresa, cada vez que Carmen quede embarazada, los mismos meses que ella. De esta forma, habremos eliminado esas razones y criterios objetivos de tipo económico, y la empresa no tendrá motivos para discriminar. Por supuesto, ni qué decir tiene que todo lo indicado es aplicable igualmente a las parejas LGTBI.

Compartir este post
Repost0
6 marzo 2019 3 06 /03 /marzo /2019 00:00
Viñeta: Ramses

Viñeta: Ramses

¿Qué decir entonces de las políticas occidentales actuales -en primer lugar de la de Francia- en África o en Medio Oriente? ¿Por qué deberíamos callar el caos económico, político, militar, y las guerras suscitadas por estas injerencias, motivadas por el afán de ganancias y la sed de dominación política, que son la causa del desplazamiento de la mayor parte de esas personas migrantes que huyen del infierno?

Olivier Besancenot

Las políticas migratorias son un verdadero caos, y están construidas de espaldas a la realidad, y desde la insensibilidad más absoluta. La política de fronteras es cruel e inhumana, y mientras se olvida, se va convirtiendo en un problema desatendido y no solucionado, en un problema enquistado, que cada vez se hunde más en la aberración. Por ejemplo, es caótica la estampa de unos inmigrantes encerrados en un penal, en una cárcel, en un CIE. El desinterés por abordar estos asuntos de una manera correcta, humana y sensible supone, como bien indica Esteban Ordóñez en este artículo para el medio Contexto, la confirmación de una realidad ideológica: las condiciones arquitectónicas y organizacionales que el Gobierno considera óptimas para alojar a los inmigrantes sólo se pueden implementar dentro de una prisión. Las políticas de fronteras están caracterizadas por la improvisación, por la dejadez, por el desinterés, por la crueldad, por la pereza, por la inconsistencia, por la falta de sensibilidad y de voluntad política, por la vulneración de derechos humanos fundamentales...podríamos seguir, remitiéndonos a lo ya expuesto en entregas anteriores, y a lo que aún seguiremos exponiendo en las próximas entregas. Quizás la emergencia humanitaria no era inevitable, quizá algunos hechos puedan haber desbordado las previsiones, quizás algunas instituciones no estuvieran preparadas, pero nada de eso disculpa que después de más de una década de enfrentamiento con el hecho migratorio, desde diversas rutas, no se haya construido una arquitectura institucional de acogida e integración mucho más estable y garantista. Muchas instalaciones llevan años desbordadas, muchos centros de acogida descontrolados, algunos a punto del colapso. 

 

Por su parte, las retóricas alarmistas van generando una caja de resonancia que actúa como un altavoz difusor de las políticas migratorias deficientes. En palabras de Carlos Arce, portavoz de APDHA: "La ausencia de planificación y la escasísima dotación de recursos para afrontar la asistencia y la acogida de los migrantes obligan a la improvisación y generan una imagen de caos y de emergencia que, a su vez, sirve para justificar medidas más duras contra la inmigración, para instalar en la ciudadanía una sensación de incertidumbre y alarma, y para esbozar un culpable: el inmigrante irregular". Y ya sabemos que la construcción de este chivo expiatorio en el imaginario popular es el caldo de cultivo de votos y ascenso de la ultraderecha, que proclaman falaces eslóganes como "los españoles primero", y otros parecidos. Es como si el propio Estado se colocara en el papel de víctima, y pide apoyo ciudadano en forma de votos. No existen instalaciones adecuadas, ni recursos humanos ni materiales, ni planes o protocolos para asistir a los refugiados en sus demandas de asilo. Comisarías desbordadas, CIE's repletos, instalaciones desastrosas, condiciones deplorables. Esta es la imagen que cualquier observador mínimamente decente puede obtener del panorama de acogida a los migrantes. Y en vez de atajar todo esto bajo una política de fronteras realista y coherente, completa y honesta, humana e integral, solidaria y garantista, lo que hace el Estado es escurrir el bulto continuamente, poner parches y bordear la legalidad en todos los frentes. Para disimular todo esto, el Estado se erige como si fuera una víctima ante un ataque sorpresivo, y para ello, elabora un discurso institucional falso e indigno, ese "inmigracionalismo" al que nos referíamos en entregas anteriores: "asalto a vallas", "inmigrantes irregulares", "ilegales violentos", "oleadas masivas", "efecto llamada", y otros calificativos por el estilo crean en la opinión pública la sensación de que estamos ante una crisis continua debido a la inmigración descontrolada. 

 

Es un discurso político irreal e indecente, que "construye su proyecto político espoleando y profundizando prejuicios arraigados en la sociedad española" (en palabras de Esteban Ordóñez). Todo este discurso va creando un imaginario colectivo que crea opinión, define posicionamiento y después, decide elecciones. Y por su parte, el posterior proceso de integración de los migrantes que se quedan en nuestro territorio es insuficiente, deficitario y carente de las mínimas garantías. Deberían existir cauces institucionales, dotados de las infraestructuras y los recursos necesarios, para que estas personas pudieran aprender nuestro idioma, nuestras costumbres, y tuvieran después amplias posibilidades de inserción, al igual que cualquier ciudadano/a nacional. Las personas que quedan en situación irregular no tienen posibilidades de acceder a un puesto de trabajo y a una vivienda dignos. La política migratoria es proyectada de espaldas a las necesidades reales. Es lógico en sociedades donde impera el capitalismo más descarnado, como ocurre en nuestro país. Lo correcto sería, en primer lugar, abrir vías de acceso legales y seguras para la llegada de estas personas. En segundo lugar, habilitar protocolos, instalaciones y recursos para garantizar la acogida de estas personas, y por último, garantizar procesos de inserción garantistas para las personas que se quedaran en nuestro país. Estamos a años luz de conseguir todo esto. En todo el continente europeo, lejos de avanzar hacia una política de fronteras estable y coordinada, es evidente el escoramiento a la derecha de sus fuerzas políticas, y por tanto, la criminalización creciente de los migrantes. Las ONG's se han venido encargando de las tareas de rescate humanitario en alta mar ante la desidia repugnante de los Gobiernos europeos, pero incluso esta posibilidad ha sido interceptada, y no se permite actualmente faenar a ningún barco de rescate ni atracar en puerto europeo. 

 

La situación se cronifica, y los líderes europeos, lejos de ofrecer una solución, empeoran el escenario tras cada reunión comunitaria. Impera una violación flagrante del derecho internacional, de los derechos humanos más elementales, y del respeto a los tratados y convenciones vigentes. Estamos abocados al enquistamiento de la situación, bajo una política migratoria sin rumbo, que se mueve al albur de las decisiones oportunistas, erróneas o déspotas de los líderes políticos del viejo continente. Las acciones que se despliegan contra los migrantes son execrables, a la deriva de una casta política que parece no respetar los más mínimos estándares humanitarios. Con la extrema derecha como pilar de esta Europa fortaleza, no es probable que las políticas de fronteras vayan a evolucionar en sentido positivo, sino todo lo contrario. Como apunta Beatriz Ríos en este artículo para el medio Publico: "La extrema derecha gobierna en coalición en Austria, también con un discurso marcadamente racista, Bélgica cuenta con un Secretario de Estado para el Asilo y la Migración que no oculta su xenofobia, y países como Hungría, Polonia, República Checa o Eslovaquia se han negado a acoger refugiados casi desde el inicio de la crisis. Además, otros Estados miembros, sobre el papel progresistas, como Países Bajos, ceden ante los discursos más radicales. Y los halcones del este, el norte, y ahora también el sur, han hecho de la política migratoria su principal objetivo". El Parlamento Europeo aprobó en noviembre de 2017 una propuesta para reformar el sistema de Dublín. La Eurocámara propuso un sistema de reubicación obligatorio, para que no sean necesariamente los países de llegada quienes deban hacerse cargo de las demandas de asilo, y así evitar la saturación en países fronterizos como Italia, Grecia o España. Se propusieron sanciones contra los Estados que no cumplieran sus obligaciones, pero gran parte de los Estados miembros llevan torpedeando sistemáticamente las políticas que iban hacia una gestión europea de los flujos migratorios, a no ser que el objetivo fuera simplemente reducirlos. 

 

No existe voluntad política, ni siquiera al más alto nivel, de que Europa pueda alcanzar una política migratoria integrada y solidaria. Las únicas y perversas decisiones que la Europa comunitaria ha sido capaz de tomar han sido el vergonzoso acuerdo con Turquía, el cierre de la ruta de los Balcanes, la suspensión del Tratado de Schengen, y el refuerzo de la seguridad en las fronteras terrestres y marítimas (de lo cual hemos dado cumplida información y valoración en las anteriores entregas). Es todo lo que Europa ha sido capaz de confeccionar hasta ahora. Absolutamente lamentable. Indigno de un continente que fue faro, luz y guía en la antigüedad. Indigno de unos gobernantes que se creen adalides de la libertad, la democracia y los derechos humanos. Incapaces de diseñar una política europea de fronteras respetuosa y justa con el derecho internacional, vagan de reunión en reunión, de decisión en decisión, perdidos y presionados por las fuerzas políticas más desalmadas. El explosivo cóctel que se nos brinda no tiene que ver con la protección de los derechos de los migrantes, ni con su integración como ciudadanos, ni siquiera con verdaderos planes que, lejos de continuar abonando las actividades neocoloniales, se dediquen a fortalecer el tejido social y económico de los países de origen. Sólo saben proteger por la fuerza nuestras fronteras, nuestros territorios, sin la más mínima autocrítica, derivada de su funesta actuación durante décadas (incluso siglos) de dominación sobre sus países, sus territorios, sus recursos naturales. El viejo continente, cuna de la democracia en la antigüedad, debiera más bien verse retrospectivamente, y darse cuenta hasta dónde ha sido capaz de llegar. Y en vez de presumir de Occidente próspero, de valores, y de respeto a las libertades, debería hacérselo mirar, debería autocontemplarse como el niño que se ve reflejado en el agua por primera vez, y descubrir la verdadera cara de este continente, una cara inhóspita, imperialista, violenta, desgarradora, aberrante, involucionista y degeneradora. Una cara que es, a su vez, la cruz de una misma moneda: la moneda de la insolidaridad, de la dominación, de la devastación, de la degradación de los derechos humanos. Quizá sea la indecente política de fronteras donde mejor se vea. Continuaremos en siguientes entregas.

Compartir este post
Repost0
4 marzo 2019 1 04 /03 /marzo /2019 11:45
Filosofía y Política del Buen Vivir (29)

Llamar a las cosas por su nombre nos obliga a superar conceptos flacos de contenido, como aquello de antropoceno, una trampa nada casual. Hablemos sin rodeo de capitaloceno. No negamos que la Humanidad provoca los tremendos desajustes que hoy vive la Tierra, pero la responsable no es cualquier Humanidad, es la Humanidad del capitalismo. Una civilización que sofoca la vida tanto de los seres humanos como de la Naturaleza a fin de alimentar al poder que conocemos con el nombre de capital. Y en ese empeño de llamar las cosas como son, cabría renombrar a los monstruosos huracanes y fenómenos extremos por sus verdaderos nombres: Chevron-Texaco en vez de Irma, British Petroleum en vez de Harvey, Exxon en vez de María…

Alberto Acosta

Uno de los puntales de las políticas del Buen Vivir debe ser la relajación de nuestros modos de vida, de nuestros ritmos infernales, de nuestra vertiginosa dedicación a las tareas. La reorganización de los tiempos de las personas es fundamental. Al igual que se proyectan políticas económicas, se han de proyectar también políticas del territorio, políticas de la dedicación, políticas de los tiempos, políticas de distribución...Debemos repensar todo el tiempo dedicado a los trabajos remunerados, y la distribución de todo aquéllo que requiere una dedicación. Reducción de jornadas, reorganización de los permisos, de las posibilidades de excedencia, servicios públicos y sociocomunitarios pensados para ayudar en todas estas asignaciones, etc., son algunos ejemplos que van en esa línea. Y conectando con el debate sobre la concepción de trabajo humano y la renta básica universal que estamos exponiendo actualmente en nuestra serie sobre la arquitectura de la desigualdad, hay que decir, como ya sostuvimos allí, que el propio concepto de trabajo ha de ser repensado. Tomo las palabras y ejemplos que expone Yayo Herrero en la entrevista que estamos tomando como referencia: "...cantar porque te encanta cantar con tu coro de barrio no es trabajo, pero cuando eso lo haces pagado en un escenario, en una gala, es trabajo. Un futbolista trabaja, pero si tú haces exactamente la misma actividad jugando con tus colegas un fin de semana, eso no es trabajo. Más paradójico aún: si tú eres empleada doméstica y vas cada día a cuidar a un viejito a una casa estás trabajando, pero las personas que hacen eso mismo dentro del hogar estando disponibles veinticuatro horas al día, siete días a la semana, trescientos sesenta y cinco días al año, son consideradas personas inactivas por la Encuesta de Población Activa. Cuando en una asamblea de barrio estamos organizándonos para mejorar o para crear un centro social que proporcione actividades culturales al barrio, eso no es considerado trabajo. Si lo que hay es una empresa privada que media y organiza actividades culturales en un centro público, eso sí es trabajo". 

 

Y concluye: "...llamamos trabajo exclusivamente al empleo y lo otro, que es toda esa cantidad ingente de trabajo que supone el cuidado cotidiano de la vida, pasa a no tener ni nombre, no tiene valor. Ojo, no estoy diciendo que a ese cuidado cotidiano de la vida se le tenga que reconocer su valor en términos monetarios. Lo que decimos es que tiene que haber otra serie de indicadores multicriterio además de los económicos para valorar esas aportaciones; que se tiene que abandonar esa manera ultracontable y ultracapitalista de entender la vida". Este es, en efecto, el enfoque. Todo ello ocurre porque la dimensión capitalista del trabajo (la única de hecho que se tiene en cuenta) entiende que sólo ha de reconocerse como tal aquéllas actividades que ofrezcan rentabilidad económica, es decir, beneficios. El Buen Vivir intenta que lo veamos desde otra filosofía, desde la filosofía de lo útil y lo positivo para la comunidad, es decir, de lo rentable socialmente. Los "trabajos" así considerados no han de ser únicamente los que las empresas privadas catalogan y consideran como tales, sino también todo el conjunto de actividades que nuestras comunidades más locales (barrios, distritos, municipios...) necesitan para su mantenimiento, para su evolución, para su enriquecimiento desde todos los puntos de vista: social, económico, tecnológico, cultural, educativo, medioambiental...El Buen Vivir solapa, de esta forma, trabajo con actividad, con necesidad. La necesidad puede ser de hecho un impulso vital que sienta una determinada persona en un momento de su vida, o puede ser una necesidad social que la comunidad estime que necesita (por supuesto, democráticamente). Y todo ello sin desvalorizar, es decir, empoderándolos, los trabajos cotidianos dedicados al cuidado de la vida de las personas. 

 

Hemos llegado a tal punto de perversión capitalista en nuestra sociedad, que existe muchísima gente que trabaja en asuntos que no le interesan absolutamente nada (para las cuales su vida es justo lo que hacen fuera del trabajo), y llama "trabajo" a ese período de varias horas de alienación diaria, a las que no ven ningún sentido, que detestan, pero que les proporciona la renta para poder vivir. Es un modelo de vida absolutamente enloquecido y desvirtuado, pero desgraciadamente, imperante hoy día. Como resultado, tenemos personas que debido a dicha forma de vida sufren desajustes psicológicos tremendos, no ven sentido a sus vidas, son infelices, no disfrutan de lo que hacen. Intentando ir de nuevo a la raíz del planteamiento, el Buen Vivir está interesado en despojar de su vertiente mercantilista a la fuerza de trabajo humana y a la propia naturaleza, pero también a la mayor parte de los productos, bienes y servicios que este ciclo crea. Aquí entroncamos con la filosofía, economía y política del Bien Común (EBC), y desde este enfoque, podríamos decir que "básicamente, un bien común es una fuente de vida, algo necesario para sostener la propia vida, y en torno al cual existe una comunidad que se organiza para administrarlo y cuidarlo" (según definición de Yayo Herrero). Entonces, frente a la visión egoísta, competitiva e individual de todo bien, el Buen Vivir intenta despojar esa visión, e instalar la visión comunitaria, solidaria y compartida de todo lo que es importante para nuestra vida. Consideremos el ejemplo del agua, algo básico para la vida humana y el resto de animales y la propia naturaleza: si el agua es privatizada, embotellada, distribuida, vendida y comprada, por mucho que ética y naturalmente nos parezca un bien común, deja de serlo, porque se convierte en un producto del capital: en torno al "negocio" del agua surgen empresas, industrias, trabajadores/as, otras empresas, distribuidores finales...Es decir, hemos mercantilizado ese bien común que es de todos, para que pase a ser únicamente de los que puedan pagarla. 

 

Pues bien, frente a ese planteamiento capitalista para el agua, que busca el negocio y la rentabilidad, tenemos el planteamiento que haría la Economía del Bien Común, y también el Buen Vivir: el bien común no es sólo el agua, sino el conjunto de prácticas comunitarias que se organizan en torno a ella. El agua es parte de ese bien común tanto como todo el sistema organizativo (cultural, político, administrativo...) que construimos alrededor de ella, para que el agua pueda llegar a todo el mundo. De esta forma, los bienes pasan a ser comunes en el momento en que existe una comunidad que se organiza para garantizar precisamente que lleguen a todo el mundo, que estén bien repartidos, y que elabora para ello un conjunto de normas, controles y sanciones. La norma ha de existir precisamente porque los bienes comunes no son infinitos, son limitados. Todos los recursos naturales que la naturaleza alberga lo son. Veámoslo desde el siguiente enfoque: todo aquéllo que es necesario, y por tanto hay que garantizar para que todo el mundo pueda disfrutarlo, y sin embargo es limitado, no puede tener un uso descontrolado, y lo que hace el capitalismo para evitar que el uso de dicho recurso sea irrestricto es que esté mediado por el dinero. Quien tiene dinero, quien puede pagarlo, accede al bien, y quien no tiene dinero no accede, y así es como se reparte y organiza. El problema es que entonces deja de ser común algo que es necesario para todo el mundo. Por tanto, cuando hablamos desde la lógica de lo común, de los bienes universales, el planteamiento debe ser otro, y es básicamente que tiene que existir una comunidad que colectivamente defina cómo se organiza el control y el acceso a ese recurso para que todo el mundo pueda disfrutarlo, y cómo se sanciona a quienes pretendan consumir mucho más de lo que les corresponde, o a quienes pretendan negarlo a otras personas. La conclusión es perfectamente entendible: lo que, siendo absolutamente necesario para la vida, es limitado, tiene que ser comúnmente gestionado. El Buen Vivir apuesta por ello, lo cual contribuye además a una mayor justicia social. Y precisamente esta filosofía y esta política nos conduce de nuevo al decrecimiento, ya que todo aquéllo que necesita todo el mundo, pero es finito, no puede ser usado de forma creciente, sino controlada, precisamente para que no se agote. 

 

Cuando se habla de decrecimiento nos referimos siempre a la esfera material de la economía. Lo que tiene que decrecer son las actividades extractivistas, la extracción de minerales, de fuentes de energía finitas, la destrucción de suelo fértil, etc. La economía debe decrecer en este sentido, lo cual obliga lógicamente a que los parámetros de crecimiento capitalista también se pongan en solfa. Ese manta del "crecimiento económico" debe denunciarse, porque no es posible bajo una biosfera finita y limitada. No debemos fijarnos sólo en el PIB, pues no es tan importante si éste indicador sube o baja, sino en base a qué lo hace. Retomo de nuevo las sabias palabras de Yayo Herrero: "Es decir, si de repente pusiéramos en el centro la atención y el desarrollo de los bienes relacionales, el cuidado, la transición a un modelo basado en renovables, etc., que eso generara un incremento en el PIB no sería preocupante. El crecimiento del PIB sólo es preocupante cuando se produce a costa de la fabricación de automóviles, del consumo cada vez mayor de petróleo, de la guerra...Lo que nosotros decimos es que debe decrecer la esfera material de la economía. Y no es que deba decrecer, es que es inevitable que decrezca. No es algo que busquemos los ecologistas, es una imposición de los límites físicos de la naturaleza". Se trata, entonces, no tanto de que la economía se contraiga, cuanto de buscar y reorientar la economía hacia otros paradigmas, otros modelos, otras fuentes de energía, otros repartos, otras actividades. Debemos entender que durante los próximos años vamos a decrecer inexorablemente, y si no lo hacemos de forma tranquila, asumida, pacífica y progresivamente, lo haremos de forma brusca y violentamente. Esa será la diferencia entre un panorama donde nuestros políticos, nuestros empresarios y el conjunto de la ciudadanía hayan entendido la natural necesidad de decrecer, y un panorama donde este decrecimiento se deje al albur de la propia escasez de los recursos naturales, y del colapso brusco de determinados modelos de negocio, que conducirá a situaciones sociales de mayor desigualdad, violencia, estallidos, revueltas, indignación y masacres. Si los países continúan por la senda del "estilo de vida" actual, arrogante, despilfarrador e insolidario, a costa incluso de los recursos de otros países, llegará el fascismo más tarde o más temprano, y el colapso se manifestará de forma aún más violenta y desgarradora. Continuaremos en siguientes entregas.

Compartir este post
Repost0