Cuando te dedicas a pensar te das cuenta que pensar no es fácil. Muchas veces damos por pensamiento lo que no es más que la reiteración de lo que otros han pensado a lo que simplemente hemos dado una leve tintura personal. Pero pensar es algo muy complicado. Porque las líneas ya marcadas son líneas muy profundas. Y, entiendo que pensar debería ser hacerlo fuera de las líneas ya marcadas, por eso es tan difícil. De hecho nosotros mismos, nuestra propia mente tiene unas líneas ya establecidas a través de la educación, de la información recibida que son como las marcas de las ruedas de los carros, de las que es difícil salir
En el último artículo de esta serie nos quedamos hablando sobre el excesivo culto al trabajo que profesamos en nuestra sociedad capitalista, y a qué factores podría obedecer. Y siguiendo por esa misma línea, un peligro añadido son las "carreras profesionales" o los ascensos dentro de las empresas, porque, a la vez que abren la puerta a una posible realización personal, también la abren a una mayor explotación, a una mayor "prostitución", y a una mayor obsesión por el propio trabajo. De hecho, muchas parejas se descomponen, se rompen cuando alguno (o ambos) de ellos se dedica casi en exclusiva a su trabajo. Y es que el trabajo es parte importante de la realización personal, pero no puede ser utilizado como refugio de otras parcelas de la vida de las personas. Muchas familias dejan de ser familias para convertirse en grupos de personas que casi no se conocen puesto que casi no conviven, porque algún(os) de sus miembros antepone el trabajo a todo lo demás. El culto al trabajo obedece también a la reclasificación de las clases sociales, perdiendo protagonismo la clase trabajadora clásica, y apareciendo con mucha fuerza lo que denominamos como la "clase media", que no es sino la propia clase trabajadora, que se cree con más poder del que realmente tiene.
Y así, trabajar más, cobrar más, poseer más, adquirir más responsabilidades, no nos hace necesariamente más felices. Más bien al contrario, nos aliena más. Recomiendo a los lectores, para ilustrar lo que estamos argumentando, una película española titulada "Las verdes praderas", que refleja perfectamente esta situación, vivida por una familia española típica de dicha "clase media". Algunas preguntas son de todo punto lógicas: ¿de qué nos sirve ganar más dinero si no tenemos tiempo ni ganas para disfrutarlo? ¿No es entonces más importante compartir el tiempo con nuestros seres queridos que vivir en la oficina? Por otra parte, tarde o temprano, seremos totalmente prescindibles en nuestra empresa o centro de trabajo (incluso más con el avance de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones, las famosas TIC), y el empresario procurará sustituirnos por otro trabajador más barato, sin importar cuánto se resienta la calidad del trabajo, sin importar nuestras circunstancias personales ni nuestra trayectoria profesional. Al empresario sólo le preocupa, cada vez más, el coste a corto plazo. Sólo somos números para él. No somos personas. Somos máquinas de hacer dinero. Por consiguiente, sustituibles por otras "máquinas" más eficientes, es decir, para el empresario de miras cortas (que son la inmensa mayoría), de menor sueldo. Todos los retrocesos laborales que estamos viviendo en los últimos años tienen un hito muy claro e irrenunciable para la clase empresarial: el despido libre y completamente gratuito. Hasta que no lo consigan no pararán.
Esto es algo que muchas veces nos cuesta entender y descubrir a quienes hemos sido educados únicamente para trabajar, para rendir, para ser rentables, para competir con otros trabajadores, con otras empresas, con otros compañeros, para ser el mejor de cuantos profesionales de nuestro campo existan...pero eso, desgraciadamente, se traduce también en ser el mejor explotado, la mejor hormiga obrera. Las hormigas obreras hemos sido programadas para trabajar para la reina (para las élites que viven ociosamente), para apenas sobrevivir. Esta es una discusión que plantea José López en su "Manual de Resistencia Anticapitalista", y que seguiremos nosotros aquí, para hacerla llegar también a los lectores. De todos modos, recomiendo encarecidamente la lectura completa de dicha obra, muy ilustrativa de todos estos aspectos. Pues bien, se plantea este autor que algo debe fallar en nuestra "civilización", para que la mayor parte de la gente, en el fondo, obviando las formas, haga una vida muy parecida a la mayor parte de los animales. Incluso para que disponga de menos tiempo libre que ellos. ¡Rebelémonos contra el destino al que nos condenan! ¡No convirtamos las necesidades fisiológicas ineludibles en nuestras únicas aficiones! ¡Aspiremos a algo más! ¡Aspiremos a vivir, a realizarnos como personas, y no nos conformemos sólo con sobrevivir! ¡No somos máquinas! ¡Somos seres humanos! Además de disfrutar de los placeres físicos, podemos disfrutar también de los placeres intelectuales. Podemos cultivar esa otra vertiente que sí nos separa del resto de animales del planeta.
Y así, las artes, las ciencias, el cultivo de nuestro cuerpo y de nuestra mente de forma complementaria, nos deparan enormes posibilidades de realizarnos como personas. Pero no sólo siendo "espectadores", meros consumidores de lo que crean, inventan o diseñan los demás, sino también siendo "actores", productores, creadores de nuestra propia visión del mundo que nos rodea, y luego plasmándolo de la forma que más nos convenga, o bien de la que se adecúe mejor a nuestras posibilidades y capacidades. Muchas personas mueren sin haber descubierto capacidades que ignoraban que tenían, lo cual resulta bastante triste. O bien, otras saben perfectamente que las tienen, pero también mueren sin haberlas podido desarrollar, por falta de tiempo, de dinero o de oportunidades, lo cual es, si cabe, más triste aún. De hecho, una de las experiencias más gratificantes de la vida consiste, simplemente, en crear. La creatividad entendida al más alto nivel (que, por cierto, se realimenta a sí misma, una vez más nos topamos con la omnipresente dialéctica) proporciona un enorme placer, un conjunto de emociones y de sensaciones de completitud como casi no es posible alcanzar de ninguna otra manera. Escribir, y no sólo leer, enseñar, y no sólo aprender, son también magníficas opciones y grandes fuentes de placer, además de servirnos para sobrevivir mejor, para enfrentarnos mejor a los problemas de la vida, y sobre todo, para que nos convenzan los argumentarios del pensamiento dominante.
Pero volviendo al culto al trabajo, es claro que obedece inequívocamente, cómo no, a parámetros capitalistas, definidos y acotados también por el pensamiento único. Pero si consiguéramos salir de esos círculos, siendo más humanos, también conseguiríamos combatir más y mejor dicha alienación capitalista. El capitalismo desea anular o minimizar aquéllas facetas del ser humano que no tengan que ver con el trabajo. El capitalismo nos programa sólo para trabajar (en algo útil no para nosotros, sino para el sistema) y sobrevivir. Su ideal es convertirnos en máquinas sumisas y disciplinadas de hacer dinero. El capitalismo desea que el tiempo libre que tengamos, lo gastemos sólo en reponer fuerzas para así volver al trabajo con renovadas energías, y rendir mejor. Si no necesitáramos descansar, indudablemente, el capitalismo aboliría el tiempo libre. Aún así, siempre intenta minimizarlo. El papel al que nos condena el capitalismo, cualquier sistema alienante, es, ya lo hemos dicho, al de meras hormigas obreras. Sólo le interesa que comamos, durmamos, nos reproduzcamos (para que el ejército de las obreras no se extinga, la reina necesita a las obreras) y trabajemos. La mayor parte de las cosas que nos fomenta, son por el bien del propio sistema, no por el nuestro. Por ejemplo, si nos aconseja hacer deporte es sobre todo porque así rendimos mejor en el trabajo, porque así "combatimos" el estrés, o al menos lo mitigamos. El estrés sale caro al capitalismo, porque provoca muchas bajas laborales, porque reduce el rendimiento de los trabajadores, afectando así a la productividad. Continuaremos en siguientes entregas.